Coronavirus: un caso práctico para educar en valores (El miedo y la prudencia)

El otro día charlando con una amiga le comenté lo único para lo que nos está siendo práctico el Coronavirus en casa: para educar en valores.

Las situaciones de pánico en los supermercados, la crisis de las mascarillas, el racismo intolerable, … son sucesos que no podemos cambiar pero sí podemos aprovecharlos para educar en valores a nuestros hijos partiendo de la vida misma.

Para un niño, es mucho más fácil entender un concepto si tiene un ejemplo cercano, que si le explicamos el término de manera teórica.

Así que estos días os voy a contar lo que hemos ido hablado en casa con los peques a raíz del Coronavirus:

El miedo y la prudencia

– Mamá, ¿por qué se han gastado todas las mascarillas del mundo?

Pues verás, los seres humanos tenemos un sentimiento muy práctico que nos avisa ante los peligros, se llama «miedo«: es, por ejemplo, eso que sientes cuando se oyen ruidos por la noche y no sabes de dónde vienen.

El miedo es bueno, nos protege, pero a veces se equivoca y saltan todas las alarmas por cosas que no merecen esa atención: los globos, los bichos, la oscuridad, (el Coronavirus), entre otros.

Gracias a Dios, los seres humanos además de sentimientos tenemos inteligencia y voluntad. Cuando sentimos miedo es importante que pensemos si es lógico sentirlo o no y actuar en consecuencia.

¿Qué pasa si nos dejamos llevar por el miedo?

Bueno, dejarse llevar por el miedo lleva a situaciones que pueden no ser un problema grave: gritar por la noche o al ver una araña no va a ningún sitio, pero también puede tener consecuencias muy graves: que al ver una avispa salgas corriendo a la carretera presa del pánico y te atropelle un coche.

Es importante racionalizar los sentimientos. Utilizar la prudencia para ver si el miedo que siento tiene sentido o no para actuar en consecuencia.

En el caso del Coronavirus parece que es una gripe como otra cualquiera y que debe preocuparnos en la medida en la que seamos «personas de riesgo», que no es el caso.

A muchas personas lo que les ha pasado es que se han dejado llevar por ese primer impulso: miedo a lo desconocido; al no racionalizarlo, se ha convertido en pánico. Y cuando el pánico llega a tu cabeza, ésta deja de pensar: se vuelve loca.

Y entonces se suceden situaciones realmente trágicas como que no haya comida en los supermercados, se agoten las mascarillas, el racismo se dispare, la economía caiga en picado…

¿Cómo podemos prevenir las situaciones de pánico? Sin ser ninguna experta, la experiencia me dice que ejercitar la prudencia en situaciones cotidianas ayuda: aprender a dormir solo, oír ruidos y buscar su origen, acercarse a un globo para ver que no pasa nada, jugar con bichos para familiarizarse con ellos, …

Si nuestra cabeza se acostumbra al proceso miedo-prudencia-acción podremos evitar situaciones trágicas en el futuro: nos saldrá de manera natural el razonar antes de volvernos presas del pánico.

¿Cómo ha afectado el Coronavirus en vuestras familias? ¿Habéis podido conversar con los niños sobre este tema?

Pd. Próximamente: Coronavirus. Un caso práctico para educar en valores (intolerancia al racismo)

Me siento fatal, ¡soy la peor madre del mundo!

Me está costando aceptar que no soy perfecta…

(¡ja,ja,ja!, después de escribirlo me ha sonado muy absurdo… sé que tengo muchos defectos: ¡NADIE ES PERFECTO!), quizá sea más acertado decir que hoy me está costando aceptar mis limitaciones.

Estaréis de acuerdo conmigo…, en lo de que sabemos que no somos perfectos pero, entonces, ¿por qué me siento fatal cuando se me olvida la fiesta del cole de mi hija o cuando me equivoco de día y no llevo a mi hijo al cumple de su mejor amigo?

Fallamos, no llegamos a todo, nos despistamos, … y lo peor de todo es que eso nos hace sentir que no valemos (o que lo estamos haciendo fatal). ¡Y no es así!

El otro día se me olvidó por completo que teníamos una sesión en la clase de mi hija pequeña; me hacía ilusión verla, le dije que iría: pero se me olvidó.

Ella no le dio la menor importancia. Volvió del cole feliz, me contó que habían ido todos los papás y -riéndose- me dijo con voz de pilla «y tú no estabas, eh?» y después, se puso a jugar con sus cosas como si tal cosa.

A mí casi me da un síncope. ¡Pero qué desastre!!! ¿Cómo he podido olvidarlo? ¡Con lo emocionada que estaba con la función de hoy!

¡Qué mal!!!,¡estarían todos los niños con sus papás menos la mía!

¡Soy la peor madre del mundo!

Me sentí fatal.

El caso es que veía tan feliz a mi niña que no tenía mucho sentido que yo estuviera tan disgustada… Por si acaso, le escribí a la profesora para ver si nos había echado mucho de menos, y me contestó que no nos preocupáramos que había estado súper contenta.

Pero yo seguí dale que te pego a mi cabecita… «¿¡pero cómo has podido olvidarte de esto!? Y mira que la profe nos escribió hace unos días para recordarlo pero» … nada, yo ese día estaba a otras cosas.

¿Por qué nos fustigamos tanto cuando nos equivocamos si ya sabemos que puede pasarnos?

Básicamente porque aunque sabemos que no somos perfectos, no nos gusta comprobarlo. Y mucho menos pensar que hemos fallado a los demás, (o que nos hemos fallado a nosotros mismos).

Pero, ¿sabéis qué? Pensé que tenía que darle la vuelta y funcionó.

Esto me sirvió -¡y mucho!- para reconocer y aceptar que efectivamente me equivoco, me despisto y me olvido; y que no pasa nada.

No pasa nada, en el sentido de que es lo normal; y que -aunque yo no quiera- volverá a pasarme. Y es bueno que lo sepa, que lo acepte y que aprenda a quererme con mis limitaciones.

Y que también lo sepan los que me rodean. Sí: NO SOY PERFECTA Y VOY A FALLARTE. No lo haré nunca a propósito, pero tienes que saberlo: soy limitada. Mucho más de lo que me gustaría pero es algo que no va a cambiar nunca.

Eh! Pero que no es un «yo soy así y así seguiré», eh!? ¡Que no van por ahí los tiros! Me había equivocado así que le pedí perdón a mi niña de 3 años porque se me olvidó ir a su día y era algo importante para ella.

Le dije que lo sentía mucho, porque era verdad. Y porque también es bueno enseñarles a nuestros hijos que no somos perfectos, que nos equivocamos; pero que también pedimos perdón y nos esforzamos por rectificar.

Buscamos soluciones a futuro: Ahora me he puesto los eventos del google calendar, ¡con aviso dos horas antes! Así será más difícil que se me vuelva a olvidar algo importante para ellos (idea de mi amore que es un crack).

Y como a la fiesta ya no podemos ir… lo arreglaremos mañana viendo en casa los vídeos y fotos que he pedido a otros padres de la clase. Así se sentirá querida, tendrá su momento de gloria, y verá que la vida es así y que se puede ser feliz siendo imperfectos.

Que a veces las cosas no salen como uno esperaba y que lo importante es reconocer las caídas y aprender de los errores. Pedir perdón, rectificar, compartir las emociones. Así conseguimos que de algo negativo ¡salgan muchas cosas buenas!

¿Os ha pasado alguna vez algo parecido?, ¿cómo os habéis sentido?, ¿cómo os enfrentáis a vuestras limitaciones personales?

pd. En la línea del tema de hoy, os recomiendo releer:

  1. Eres la mejor madre/padre que tus hijos podían tener
  1. ¡Nadie te pide que seas perfecto!

¡Hasta pronto y gracias por seguir ahí! No olvides compartir si te ha gustado 😉