Cómo puedo ayudar yo en la guerra de Ucrania

Veo las noticias sobre la guerra en Ucrania y cada día son más desgarradoras; se me saltan las lágrimas viendo la injusticia y el sufrimiento de esas personas, nadie les ha preguntado qué quieren, les han echado de sus hogares, separado de sus familiares. Siento de corazón que no podemos quedarnos indiferentes, ¡nos necesitan!

Yo no tengo mucho dinero, ni tampoco puedo dejar a mi familia para unirme a una ONG de acción humanitaria y viajar allí; puede que ni siquiera tenga opción de acoger a una familia y tal vez tu situación sea similar a la mía.

¿Entonces cómo puedo ayudar a todas esas familias que huyen del país desesperadamente?

Por supuesto rezando cada día por la paz, para que lleguen a un acuerdo cuanto antes, para que paren las armas y no haya más víctimas; ni militares ni civiles. Todos tienen seres queridos y la lucha armada nunca es la solución.

Pero mientras rezaba ayer el Rosario, ¡el “arma” más poderosa sobre la faz de la tierra!, me vino un pensamiento del Cielo que me recordó que yo puedo hacer muchísimo por todas las personas que están sufriendo las consecuencias de la guerra.

Estaba olvidándome de la Comunión de los Santos, ese gran regalo que nos dejó Jesús con el Espíritu Santo. Todo, absolutamente todo lo que hago a lo largo de la jornada puede ser NADA (simplemente trabajo, contratiempos, dolor, cansancio, alegría,…) o ¡puede ser la mejor de las ayudas para mis hermanos de Ucrania!

¿Y cómo se ayuda en la guerra desde la distancia?

Primero con oración, la Virgen nos ha insistido siempre en la fuerza del Santo Rosario para lograr la paz, y lo hemos visto en otras ocasiones. En segundo lugar, con donativos, si podemos aportar económicamente con nuestro granito de arena seamos generosos; pero sobre todo, con cada momento de nuestra vida.

Con nuestro día a día es como podremos convertir el odio de la guerra en Amor

Ayer tuve un día MUY difícil, estaba muy cansada y me dolía todo el cuerpo con más intensidad que en muchas otras ocasiones. El instinto más primario y humano me gritaba que mandara todo a paseo y me fuera a la cama, pero casi a la vez visualicé a esas familias que llevan días caminando, asustadas, cansadas, con el corazón roto. Y pensé:

Jesús, gracias por este día tan duro porque ahora puedo ofrecértelo por las familias más necesitadas de tu ayuda en estos momentos. Y si con más días como estos puedo aliviar a muchas más personas, envíame los que quieras, que con tu ayuda podré vivirlos con alegría por amor a todas ellas”.

Esta mañana diluviaba. No había cogido paraguas, iba cargada, me he perdido, seguía reventada… todo apuntaba a estar de morros y antipática; pero el Espíritu Santo me lo ha recordado: “si quieres, abraza con amor este momento y vívelo con alegría por quienes sufren la guerra de Ucrania. Y así he hecho.

Mi día ha seguido siendo complicado, objetivamente nada ha cambiado, pero sobrenaturalmente, mi día terrible ha pasado a ser perfecto porque ha reconfortado a mucha gente. No tengo ninguna duda. Dios nunca abandona

Después he ido a ver a mi abuelo (aprovecho para pediros oraciones por él, que está bastante malito) y justo cuando he llegado ¡se lo llevaban a hacer unas pruebas!, ¡con lo que me había costado salir de casa! Estaba yo tan a gusto charlando en casa con mi abuela tranquilamente…

Y de nuevo la luz. Pero si te hubieras quedado en casa no podrías abrazar la “cruz” que tienes ahora entre tus brazos: vas a estar incómoda, con frío, en la cafetería del hospital y comiendo cualquier cosa; pero con eso, ¡vas a cambiar la vida de muchas personas!

¡Qué cierto! ¡Y con qué alegría lo hago! Igual que cualquier madre se quedaría feliz toda la noche cuidando de un hijo enfermo. ¿Es sacrificio? ¡Sin duda! Pero pesa mucho más el bienestar del pequeño que el cansancio de los padres porque el amor nos saca de nosotros mismos. Pues esto es igual

Y tú puedes hacer lo mismo. Quizá te cueste horrores estudiar, ir a clase, terminar un informe tedioso, archivar papeles, escuchar a la clienta de turno, preparar la comida, jugar con tus hijos, estar en cama enferma o con dolores, … cada uno lo suyo.

¡Aprovéchalo! Todo vale si lo haces por amor, queriendo abrazar desde la distancia a todos los que sufren la guerra. Dios lo puede todo. Y os aseguro que las oraciones, sacrificios, el día a día ofrecido por amor LLEGA AL NECESITADO, porque yo lo vivo en mis carnes cada día.

Ahora estoy feliz de que el Espíritu Santo vaya ayudándome a acompañar, colaborar con mi vida en el bienestar de tantas familias inmersas en una pesadilla que no deberían estar sufriendo.

El inicio de la Cuaresma no ha sido como imaginaba pero tengo muy claro que ayudar a nuestros hermanos nos acerca al Señor, ¡y de eso se trata!

¿Se te ocurre alguna otra forma de ayudar en la conquista de la paz o en el soporte a las víctimas de la guerra? ¡Compártela en los comentarios!

¿Por qué ya no pintas?

Hoy me he dado cuenta de una cosa importante. Un defecto que se me pasaba totalmente pero que tiene su importancia porque, sin yo enterarme, ha ido condicionado mi vida muchos años.

No soy capaz de calcular su alcance así que os lo voy a contar en el contexto en el que yo lo he descubierto, para que luego cada uno consigo mismo pueda reflexionar si le pasa lo mismo que a mí en ese o en otros aspectos de la vida.

Os cuento: me gusta pintar desde que soy una niña y he ido a clases de pintura durante algunos años. Nada exigente, puro hobby, pero algo que me permitiera empezar un cuadro y disfrutar con cada detalle hasta terminarlo ¡sin ser obras de arte! Jaja!

Cuando llegué a la universidad no tenía tiempo de pintar. Me dedicaba a estudiar y trabajar para pagarme los estudios así que, poco a poco, fui olvidándome del mundo de los óleos; lo único que nunca dejé de pintar fueron figuras de la Virgen, Misterios, Iconos de la Sagrada Familia para regalos de bodas, comuniones y bautizos de amigos, pero nada más.

Y llegó el 2011, un año muy especial porque nos mudamos a Inglaterra por el trabajo de mi marido y nos organizábamos muy bien (a pesar de tener dos bebés en casa). Yo iba unos días a clases de pintura en la universidad y él tocaba la guitarra con un profesor otros días. Fue muy gratificante.

Retomé la pintura. Disfrutaba dibujando y deslizando los pinceles. Cada día nos enseñaban una técnica nueva y mi confianza subió al ver que los resultados no eran tan horribles, jaja!

Volvimos a España y no volví a coger un pincel. Diré en mi defensa que me aficioné a las tartas fondant para los peques, pero no es lo mismo.

Mi marido me animaba a volver a los pinceles, pero yo tenía un miedo atroz a que no saliera bien, a qué no me gustara el resultado: a no ser buena. A no cumplir las expectativas.

Y he ahí donde, después de muchos años, me doy cuenta de que la única razón que me impide pintar es la soberbia de querer quedar bien, de que todos se admiren con mis obras. ¿Se puede ser más orgullosa (además de imbécil)? Jaja!

Próximo proyecto

Los hobbies están para disfrutarlos, ¡el resultado es lo que menos importa! Nadie nos juzga (y si lo hacen, ¡qué más dará!?). Dejar el placer que supone plasmar un paisaje en un lienzo por miedo a que no guste es, sin duda, una de las mayores tonterías que he hecho. ¡Cómo he podido caer en la trampa!

Aunque no lo parezca, también aquí el culpable es el “patas”, nos mete la desesperanza para que no seamos felices, que no disfrutemos de la belleza de este mundo; ¿no os alucinan los mil colores de un sólo árbol en pleno otoño?

Porque esa belleza nos lleva a Dios, al menos a mí. ¿Acaso no es una obra de arte cada pequeño rincón de este planeta, seres vivos e inanimados?, ¡sólo por eso creería en un Dios todopoderoso y con muy buen gusto!

Bueno, pues descubierto el pastel volveré a dibujar, a pintar y a experimentar; y tanto si queda bien como si queda mal, lo compartiré con vosotros para humillarme un poco y aprender a ser un poco más humilde en esta vida.

¿Os ha pasado lo mismo a vosotros con algo? ¡Cuéntame que me encanta escucharos! Por cierto, y si os gusta el blog ayudadme a difundirlo para que muchos más lo disfruten 😉

La envidia: cómo gestionarla y aprender de ella

¡Cómo molestan las madres que a los dos días de dar a luz están estupendas! ¿Y el becario que sube como la espuma? ¿Y la que acaba de abrir su perfil de Instagram y ya te dobla en seguidores?

Tener envidia es una emoción que nos sale a todos de forma natural; cómo la gestionemos es lo realmente importante. Por eso os lanzo alguna idea sobre cómo gestionar la envidia:

  1. identificarla (qué cosas te molestan)
  2. enfocarla (no es oro todo lo que reluce)
  3. superarla: centrarte en tus objetivos y alegrarte por los éxitos de los demás.

Te propongo 5 aspectos de la envidia que te darán pistas sobre el grado de envidia que tienes:

  • 1. Cuando ves a esa persona que lo tiene todo: una familia ideal, un chalet, un marido/mujer guapísima, un trabajo, dinero, … ¿sientes que la vida es injusta contigo?, ¿sientes rechazo hacia esa persona?, ¿desearías en el fondo que algo le fuera mal?
  • 2. ¿Necesitas estar a la última? ¿Ser el primero en comprar el último iPhone, los mejores iPods, la mejor ropa? ¿Ser el centro de todas las miradas? ¿Hablar y hablar porque tienes mucho que decir?

    3. El hecho de que a un compañero le vaya mejor que a ti (un ascenso, por ejemplo), ¿te lleva sin darte cuenta a no querer tratar tanto con él? ¿Te sale inconscientemente evitar encontraros o incluso puedes llegar a romper la amistad sin saber muy bien el motivo?

    4. ¿Te molesta que tus amigos y conocidos hablen o comenten más el perfil de Instagram/ YouTube/etc de otro colega que el tuyo? ¿Sientes que nadie se acuerda de ti para apoyarte y ayudarte en tu difusión, en darte likes, comentar tus fotos…?

    5. ¿Criticas con frecuencia? ¿Tienes una necesidad imperiosa de comentarlo todo: cómo va esa o aquella vestida, los zapatos del otro, si juega a golf o si esquía; sí se ha hecho mechas o su rubio es peor que el tuyo; si sus logros son merecidos o por enchufe?

    Hasta aquí el test. ¿Qué tal te ha ido? He querido centrarme sólo en cinco aspectos de la envidia porque creo que son los más cotidianos en nuestras vidas.

    La realidad es que detrás de esa envidia escondida hay, casi siempre, un corazón un poco perdido y necesitado de amor. Una persona insatisfecha con su vida o que se siente inferior a los demás.

    La envidia es muy sutil y nos enreda para que no la veamos, pero si queremos ser felices necesitamos conocernos, ser sinceros con nosotros mismos, encararnos y coger fuerzas para hacer autoexamen y empezar el cambio. Ese cambio que sólo podemos hacer cada uno pero que nos llevará sin duda a ser más felices.

    ¿Quieres conocerte mejor? Habla con un amigo (de esos que te dan por saco cuando quieres una palmadita), alguien que te quiera de verdad; y si no, con un sacerdote, seguro que sabe guiarte. Y en última instancia aquí me tienes, (una servidora siempre dispuesta a echar un cable).

    Pero no lo dejes para más adelante. El jardín de enfrente es siempre más verde que el propio pero si nos pusiéramos en sus zapatos es probable que prefiriéramos nuestra vida a la de los demás.

    Por eso es fundamental hacer una lista de la cantidad de cosas, personas, virtudes, logros o incluso proyectos emprendidos -aunque no triunfaran- que has hecho en tu vida.

    Una vez que empieces a fijarte en tus zapatos y no en los del vecino dedicarás tus esfuerzos en ponerte objetivos para crecer tú, independientemente de cómo les vaya a los demás. Te olvidarás de su jardín, de lo ideales que son sus hijos y de lo arreglada que va siempre la vecina: ¡porque te dará igual!

    Espero haberos ayudado un poco y que entre todos ¡aportemos nuevas ideas!

    Y si lo compartes con amigos y familiares te lo agradeceré yo (y también ellos, jeje).

    Puedes encerrarte en tu dolor o sacarlo y ser feliz

    No puedo esperar a compartirte el testimonio de Luis y Mariona, los papás de mi sobrino Iñaki. No son distintos a ti y a mí pero se dejaron abrazar por la Virgen cuando su primer bebé marchó al Cielo con tan sólo 8 meses de vida.

    En realidad, desde que les dijeron que venía malito, en la semana 20 de embarazo, y la mejor opción parecía ser interrumpir el embarazo. Ellos tuvieron muy claro que ese hijo era suyo y que le darían todo su amor mientras pudieran.

    Lo que a los ojos humanos era un disparate, seguir con un embarazo con malformaciones congénitas, se convirtió en el tiempo en la mayor locura de amor que jamás hayamos vivido.
    Iñaki vivió 8 meses maravillosos, rodeado del cariño de sus padres, abuelos, amigos,… y su corta vida dio más fruto que muchas de las que llegan a la vejez.

    Gracias a Iñaki comprendimos el sentido del sufrimiento, aunque él no sufrió nunca; la belleza del amor sin medida, sin condiciones: hasta que Dios quiera.

    Y cómo cuando nos damos a los demás y luchamos por la vida, ésta nos devuelve el doble o el triple de lo entregado.

    Lo que pudo haber sido un aborto -interrupción voluntaria del embarazo más que comprensible- se convirtió en una aventura maravillosa que nos ensanchó a todos el corazón y nos acercó el Cielo a la tierra.

    Ayer volvimos a revivir esta locura de amor. Gracias Mariona y Luis por volver a compartir con nosotros aquellos momentos tan duros e increíbles al mismo tiempo. Gracias por demostrarnos que merece la pena decir sí a la vida y que los hijos son un préstamo temporal porque a quien realmente pertenecen es a Dios.

    Fuisteis nuestro refugio entonces, con la gracia del Espíritu Santo, y lo habéis sido de nuevo con vuestro testimonio. No sólo para quien ve a un hijo morir sino para todos, porque el dolor y el sufrimiento van de la mano de la vida y ayer vuestras palabras fueron fortaleza para los que estamos en momentos de prueba (enfermedad, dolor, confinamiento…).

    Un soplo de esperanza que lo inunda todo. Para veros una y mil veces y profundizar en el mensaje que Dios nos envía a través de vuestras palabras. GRACIAS

    ¡No tengáis miedo! Todo va a salir bien

    Hoy resuenan con fuerza en mi corazón estas palabras de san Juan Pablo II: «No tengáis miedo!».

    No tengáis miedo del Coronavirus, no dejéis que el pánico se apodere de vuestros hogares, Dios nos invita a confiar en Él.

    No temáis al tiempo que durará o a las consecuencias que tendrá: Dios sabe más. Y de esta pandemia que genera tanto sufrimiento, el Señor -que llora con cada uno de nosotros- está ya haciendo grandes milagros en todo el mundo.

    Dejemos que Dios sea Dios

    Sentid el amor de Cristo en vuestros corazones y preguntadle cada día en la intimidad de vuestra habitación: ¿qué quieres de mí hoy, Jesús?, ¿qué quieres de mí en esta circunstancia en concreto?

    A mí me pide oración y, sobre todo, oración en familia; pasar tiempo de calidad ¡y en cantidad! con mi marido y mis hijos. No sé cómo será mi vida mañana, ni si me permitirá la salud llevar a cabo alguna de las ideas maravillosas que me han llegado por las redes; pero no temo al mañana.

    Jesús está en mi corazón, le siento cada día más cerca de mí y eso me basta. Me siento en sus manos amorosas y sé que nada malo puede pasarme porque Él está conmigo: me lleva de la mano y me cuida como a la más pequeña de sus niñas.

    Vivo al día (o lo intento, porque tengo una paciencia que brilla por su ausencia 😅). Me enfado a ratos, me pongo nerviosa, el mundo se cae sobre mí: los peques en casa, sin tiempo para organizarme y con la sensación de que todo es un caos y no hago nada más que gritar y cansarme.

    Pero después me río, porque veo a Jesús a mi vera y me da paz.

    Todo está bien Inés, yo lo he dispuesto así. Y me enseña algunos momentos bonitos vividos en el día: hoy Nacho ha hecho la comida él solito y has desayunado con tus peques con calma, has podido charlar con algunas amigas por teléfono, Jorge ha llegado pronto, has podido rezar con los niños y orar en Mi Presencia (el Santísimo expuesto en directo online). Realmente, ha sido un gran día.

    Y le doy las gracias por recordarme lo precioso de este día, por borrar de mi corazón ese miedo a estar haciéndolo mal, a no poder con esto; y le pido perdón por las veces que me he enfadado con sus hijos (y también nuestros) y le pido LUZ al ESPÍRITU SANTO para tener a Dios mañana muy presente todo el día: ¡Señor, que vea!

    Pd. Y en cuanto he terminado de escribiros se ha montado en casa la de sanquintin, antes de acostarse, jaja! ¡Ay Señor dame paciencia! En esos momentos, y ya cansados de todo el día, ¡me los comería a cada uno! Aiiiissss!!! Si es que es precioso lo que nos dices Jesús: ¡pero ayúdanos más, que somos de barro y solos no podemos vencer nuestras limitaciones!!!!

    Dios aprieta pero no ahoga. Recursos para la cuarentena

    Y cuando creía que la cosa no podía empeorar, llegó el Coronavirus a nuestra ciudad y, con ella, el cierre de colegios y los niños en casa, jajaja! (Me río por no llorar)

    Alguno puede pensar, ¡qué suerte que te pille de baja!, pero la realidad es que estoy de baja porque no puedo con mi alma… así que estos días atrás me he agobiado bastante sólo con pensar en tener a los peques encerrados conmigo en casa con lo mal que me encontraba.

    Hasta que esta mañana, gracias a Dios, después de una semana en cama y sin fuerzas casi ni para ducharme, me he despertado mejor. Estoy tranquila y con una paz infinita. Viviendo cada momento y enseñándoles a los niños la importancia del hoy y ahora.

    «Mamá, ¿y podré decirle a Pablo que venga otro día?», ¿y cuántos días estaremos sin ir al cole? ¿Pero tendremos las clases por internet? ¿Y las mismas horas o menos? ¿Y podré hablar con mis amigas por teléfono? Las voy a echar mucho de menos; y, y, y…»

    ¡¡¡Ay que agotamiento con tanta pregunta!!! Estaba ya cansada y sus preguntas empezaban a superarme así que les he explicado lo importante que es vivir el HOY y AHORA.

    «No sabemos cuántos días serán, ni cómo daremos las clases -el lunes empezamos- nos lo explicarán en un email desde el cole y haremos lo que podamos. No os agobiéis porque no sabemos nada. Dejemos que los acontecimientos de cada día nos vayan mostrando el camino», les he dicho.

    Por supuesto no se han calmado, jaja, pero yo sí. He repetido tantas veces «hoy y ahora» que creo que ha calado un poco más en mí y me ha llenado de paciencia.

    No sé cómo será el lunes, no sé cómo me levantaré yo ni qué nos pedirán desde el colegio que hagamos: pero tengo MUCHA PAZ. Estoy completamente abandonada a la Providencia de Dios. Tengo la absoluta certeza de que esta locura tendrá su repercusión positiva porque cuando Dios permite algo: siempre saca abundancia de bien.

    Así que viendo el panorama veo fundamental organizarnos para no volvernos locos. Soy bastante despistada y con la fatiga me cuesta mucho pensar así que este fin de semana va a ser el del hacer un plan de acción familiar.

    Concretaremos un horario que se ajuste a nosotros, con sus ratos de clases, de música, de manualidades, de cocina,… un poco de tele, lectura, deporte. Os iré contando cómo va y ¡no dejéis de compartir vuestros tips para sobrevivir!

    No lo tenemos fácil, es una situación que nunca antes hemos vivido así que vamos a buscar el lado positivo de las cosas: vamos a tener mucho tiempo para estar con los peques, para conocerles mejor, escucharles, discutir y pedirnos perdón, rezar juntos, jugar, …

    Os comparto algunas ideas que me han llegado por redes y que pienso aprovechar al organizar nuestro planning:

    Coronavirus: un caso práctico para educar en valores (respeto y equidad)

    Martes. 11.30h. Tiradas en el sofá dejando pasar las horas:

    Mamá, ¿y por qué los chinos no miran lo que comen?

    (Si pudiera poner emoticonos os aseguro que la cara de alucinada no faltaría). Yo a mi bola, doblando calcetines y me llega semejante pregunta.

    ¿Cómo dices, cariño?

    Pues eso. Que el Coronavirus viene de China porque se comen la comida llena de bichos, ¡no la miran!, y claro luego nos llegan a todos.

    Uffff…. alarma!!! No había imaginado en ningún momento que fuera a hacerme esta pregunta y menos aún con tono despectivo, como si los chinos tuvieran la culpa del Coronavirus.

    A ver mi vida, si te soy sincera no me he informado mucho sobre el tema, pero China es muy grande y los chinos muchas personas. Aunque la comida infectada, surgiera en China, eso no significa que los chinos no miren lo que comen sino que en algún sitio en concreto (una tienda, almacén, supermercado) algo ha fallado en el control sanitario del alimento y se han vendido alimentos infectados por el virus.

    Pero los chinos no tienen ninguna culpa, otras veces ha pasado en Europa y no ha sido responsabilidad de todos los europeos. Quien haya cometido delito saltándose los protocolos será quien deba pagar las consecuencias pero no todos los que compartan con él nacionalidad.

    Hacer generalizaciones, es decir, plantearse como en este caso que todos los chinos son idiotas y que no saben lo que comen, es una injusticia muy grande, fomenta el racismo, la discriminación y falta a la verdad así que has hecho muy bien consultándome: antes de hablar es preferible informarse y contrastar.

    Todas las personas somos iguales en derechos y en dignidad, y distintas porque cada uno somos diferentes. Ser de China no te hace culpable del Coronavirus sino víctima de él.

    Es como cuando a ti te dicen que como eres vasca no puedes ser española y que seguro que eres terrorista. Ser vasca supone haber nacido o haberte criado en el País Vasco y ni debe generalizarse que todos los vascos somos iguales (yo de momento no he conocido a dos iguales, y ya son muchos años en tierras vascas), ni pensar que todos defendemos las mismas ideas.

    Y lo mismo pasa con los que son de raza distinta o de países con los que se asocia la violencia. Todos tenemos derecho a ser tratados con respeto, con cariño y con igualdad. Hay violentos en todos los países, razas, religiones, sexos, ideas políticas, hinchas de equipos y profesiones.

    Pero sobre todo hay gente maravillosa que trabaja, defiende, ama, respeta y un largo etcétera de valores y virtudes que es lo que debe llevarnos siempre a querer a todos.

    Si no ha manifestado ningún motivo por el que debas estar precavida o por el que quizás no te convenga su compañía, no tengas nunca miedo de las personas. Lo normal es que sean maravillosas y si encima son distintas a ti en cultura, raza o religión: ¡todavía mejor! Tendrás tanto que aprender…

    En definitiva: si alguien te engloba (o lo hace con otras personas) en un grupo simplemente por el sitio en el que naciste, el color de tu piel o tus ideas sobre el mundo, explícale lo equivocada que está y lo importante que es que lo hable con sus padres en casa antes de seguir haciendo daño a tantas personas.

    Un buen ejemplo es Jesús. Hay muchos cristianos que si se toparan con Él hoy cruzarían de acera porque era árabe, judío y pobre. ¿Cuánta gente lo asociaría a la delincuencia, a la inmigración ilegal, a las mafias de las calles… ¡y lo dejarían de lado! Que no nos pase también a nosotras, princesa, Dios está ahí y nos espera.

    ¿Qué más podía haberle dicho a mi niña? ¡Cuento con vuestros comentarios para seguir creciendo! Muchas gracias!

    Coronavirus: un caso práctico para educar en valores (El miedo y la prudencia)

    El otro día charlando con una amiga le comenté lo único para lo que nos está siendo práctico el Coronavirus en casa: para educar en valores.

    Las situaciones de pánico en los supermercados, la crisis de las mascarillas, el racismo intolerable, … son sucesos que no podemos cambiar pero sí podemos aprovecharlos para educar en valores a nuestros hijos partiendo de la vida misma.

    Para un niño, es mucho más fácil entender un concepto si tiene un ejemplo cercano, que si le explicamos el término de manera teórica.

    Así que estos días os voy a contar lo que hemos ido hablado en casa con los peques a raíz del Coronavirus:

    El miedo y la prudencia

    – Mamá, ¿por qué se han gastado todas las mascarillas del mundo?

    Pues verás, los seres humanos tenemos un sentimiento muy práctico que nos avisa ante los peligros, se llama «miedo«: es, por ejemplo, eso que sientes cuando se oyen ruidos por la noche y no sabes de dónde vienen.

    El miedo es bueno, nos protege, pero a veces se equivoca y saltan todas las alarmas por cosas que no merecen esa atención: los globos, los bichos, la oscuridad, (el Coronavirus), entre otros.

    Gracias a Dios, los seres humanos además de sentimientos tenemos inteligencia y voluntad. Cuando sentimos miedo es importante que pensemos si es lógico sentirlo o no y actuar en consecuencia.

    ¿Qué pasa si nos dejamos llevar por el miedo?

    Bueno, dejarse llevar por el miedo lleva a situaciones que pueden no ser un problema grave: gritar por la noche o al ver una araña no va a ningún sitio, pero también puede tener consecuencias muy graves: que al ver una avispa salgas corriendo a la carretera presa del pánico y te atropelle un coche.

    Es importante racionalizar los sentimientos. Utilizar la prudencia para ver si el miedo que siento tiene sentido o no para actuar en consecuencia.

    En el caso del Coronavirus parece que es una gripe como otra cualquiera y que debe preocuparnos en la medida en la que seamos «personas de riesgo», que no es el caso.

    A muchas personas lo que les ha pasado es que se han dejado llevar por ese primer impulso: miedo a lo desconocido; al no racionalizarlo, se ha convertido en pánico. Y cuando el pánico llega a tu cabeza, ésta deja de pensar: se vuelve loca.

    Y entonces se suceden situaciones realmente trágicas como que no haya comida en los supermercados, se agoten las mascarillas, el racismo se dispare, la economía caiga en picado…

    ¿Cómo podemos prevenir las situaciones de pánico? Sin ser ninguna experta, la experiencia me dice que ejercitar la prudencia en situaciones cotidianas ayuda: aprender a dormir solo, oír ruidos y buscar su origen, acercarse a un globo para ver que no pasa nada, jugar con bichos para familiarizarse con ellos, …

    Si nuestra cabeza se acostumbra al proceso miedo-prudencia-acción podremos evitar situaciones trágicas en el futuro: nos saldrá de manera natural el razonar antes de volvernos presas del pánico.

    ¿Cómo ha afectado el Coronavirus en vuestras familias? ¿Habéis podido conversar con los niños sobre este tema?

    Pd. Próximamente: Coronavirus. Un caso práctico para educar en valores (intolerancia al racismo)

    ¡Nadie te ha pedido que lo hagas!

    Empatizo mucho en las discusiones con quien recibe como respuesta en mitad de la pelea: «nadie te ha pedido que lo hagas». Siempre me sale de forma automática un reproche hacia quien la dice porque me resulta poco agradecida, ¡encima de que lo ha hecho!

    Pero hoy he descubierto que me equivocaba. Son muchas las veces que por intentar hacer el bien sobrepasamos los límites de la libertad y el espacio de los demás.

    Ha sido leyendo el Evangelio (Marcos 6, 53-56). He visualizado perfectamente la escena: Jesús está cansado, ¡lleva meses predicando! y la gente no deja de agolparse a su alrededor para tocarle el manto y quedar sanos.

    A mí la escena me agobia. No me gustan las multitudes y mi afán de ayudar me lleva a ponerme cual sargento a organizar a la gente; a mantener una fila ordenada, en la que Jesús tenga algo de espacio, un rato para que pueda comer y descansar… (lo que yo querría para mí, vamos).

    Pero de repente me doy cuenta de que se me ha olvidado un pequeño detalle: yo no soy Jesús. Y al mirarle veo que tiene una sonrisa de oreja a oreja, que Él disfruta con cada una de esas personas y las va llamando por sus nombres; las mira con cariño y se deshace en ternura.

    Y entonces veo que me mira a mí. Y su mirada desprende compasión. Me ve agobiada, intentando que no le atosiguen, que le dejen un rato en paz pero Él no quiere eso, ¡nadie me ha pedido que haga eso! Jesús quiere que yo disfrute junto a Él, pero yo estoy a lo mío.

    Y entonces, ha dicho también mi nombre. Quiere que cante de alegría con los que ya se han curado, que alce mi voz y grite: «Gloria a Dios». Que me una a la fiesta.

    Ahora me doy cuenta de que es exactamente lo que me pasa cada día de mi vida aquí en la tierra. Que me enfado con esta hija porque deja la mochila tirada, y con el otro porque no se mete en la ducha o no hace la tarea, …

    Y Jesús me mira y me dice: ¡disfrútalos, que crecen muy deprisa!

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    Qué razón tienes… ahora sólo quiero sonreír, dar gloria a Dios porque han llegado del colegio y puedo estar con ellos un día más. Y les corrijo con cariño mientras les acompaño y me cuentan las cosas que han pasado hoy en el cole.

    Ahora el desorden me da igual, y si no da tiempo a limpiar, tampoco importa porque la sonrisa que tienen de que en casa haya alegría no tiene precio.

    Y termina el día, y estoy cansada; cansada pero feliz porque me he centrado en lo que Tú, Jesús, querías para mí: que DISFRUTARA de la fiesta, de esta vida que me has regalado.

    Pero como la cabra siempre tira al monte… hoy me pongo a tus pies, Jesús, y te pido con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi ser, que me enseñes a disfrutar, a vivir la vida como Tú la pensaste y no como yo me empeño en (mal)vivirla.

    ¿Os ha pasado alguna vez algo del estilo? ¿Qué cosas o trucos os han ayudado a superarlo?