Del barro al Cielo en menos de una hora

Desde que empezamos el 2022 no termino de levantar cabeza. Cogimos todos el Covid el día de Reyes y, aunque no fue nada exagerado -una gripe suave-, a mí me dejó baldada. No sé si es que agravó mi ya existente Fatiga Crónica o si era parte del virus, aunque en el fondo eso es lo de menos. El caso es que he estado así desde entonces y no ha habido forma de levantar cabeza.

Mujer agotada

Hoy al mirar atrás, veo que al sentirme cansada, he ido descuidando mi trato con Jesús: apenas he hablado con Él, a veces (las menos) meditaba el Evangelio para compartirlo con quienes me esperan cada día en @quenosdicehoyjesús; pero muchos días ni Misa, ni Comunión, ni ná de ná; ni siquiera mirar a la Virgen -¡mi Madre querida del Cielo!- vaya mes de Mayo que le he dado. Ni rosarios, ni Ángelus a las 12.00h, ni echarle besos al verla en mi mesilla de noche…

Apática total. Nada voluntario, porque no imagináis lo que lo he echado de menos, ¡sobre todo los ratos que pasaba con Jesús en la Adoración Perpetua! Cada noche me acostaba triste al ese vacío. Es como quien no ve a su hijo o a su pareja porque las circunstancias complican la vida, pues igual.

Menos mal que el Señor es muy bueno y ha salido a mi encuentro porque yo sólo tenía ganas de mandar todo a paseo. El domingo pasado durante la Misa, Jesús me dijo que dejara de querer llevar yo las riendas de todo y me apoyara en Él; que siempre está a mi lado, pero que últimamente no le he dejado entrar en mi corazón y por eso estoy así.

Lo entendí a medias, la verdad. Pero esta semana ha sido la más dura de todas: mucha fatiga, mucho dolor, náuseas, médicos con los niños que me obligaban a levantarme… he terminado el fin de semana en la cama y súper cansada y desanimada.

Así que le he pedido a mi marido que me acercara a la Adoración Perpetua, que necesitaba estar con Jesús a solas y desahogarme; llorar, dejarme querer, escucharle. Volver a conectar.

Y ha sido maravilloso. Mucho más de lo que jamás habría imaginado. He llegado angustiada, triste, agotada, sin salida… y como no estaba para hablar mucho me he puesto mi playlist con música de Hakuna, que me ayuda mucho a desconectar, y le he dicho:

Aquí estoy. No doy para nada más que para estar aquí sentada, pero sé muy bien que no es en vano. Porque cada minuto que paso contigo (con Jesús) siento perfectamente cómo cae tu Gracia sobre mí; y de repente lo he entendido.

He comprendido lo que me dijo el domingo pasado: “Inés, tu ansiedad, tu agotamiento, vienen de no dejarme hacer. Tú ven a verme, deja que te llene de mi luz y lo demás saldrá sólo”.

Cuando me he ido estaba con una Paz en mi corazón que no os puedo describir. ¿Cómo puedo ser tan cazurra de no ir a verle sabiendo que Él es mi fuerza, mi energía, mi todo? Claramente hay un abismo entre lo que uno quiere hacer y lo que termina haciendo.

Porque somos humanos y la vida nos marea, no nos facilita el trato con Dios, el demonio está al acecho y juega con nuestras debilidades para desesperarnos.

Cuando volvía a casa mi corazón ha ido directo a mi Madre querida, he rezado el Santo Rosario, y me he sentido afortunada de volver a oír las mociones del Espíritu Santo recordándome a mi Madre. ¡Hacía mucho que no me acordaba de Ella en ningún momento! y no imagináis la diferencia…

Qué gusto da dormir otra vez en paz, agradecida a Dios por volver a cogerme en sus brazos y no guardarme ningún rencor por todo este tiempo de paganismo absoluto. ¡Qué bonito es sentirse tan querida habiéndola pifiado pero bien!

Hoy es la Ascensión del Señor a los Cielos. Fiesta grande. Prueba y me cuentas: Cascos, playlist de Hakuna, Sagrario y déjarse llevar por la música, meterse en sus palabras y disfrutar mientras Jesús te baña con su Espíritu.

VAS A FLIPAR. ¡Cuéntamelo en los comentarios!

Cómo puedo ayudar yo en la guerra de Ucrania

Veo las noticias sobre la guerra en Ucrania y cada día son más desgarradoras; se me saltan las lágrimas viendo la injusticia y el sufrimiento de esas personas, nadie les ha preguntado qué quieren, les han echado de sus hogares, separado de sus familiares. Siento de corazón que no podemos quedarnos indiferentes, ¡nos necesitan!

Yo no tengo mucho dinero, ni tampoco puedo dejar a mi familia para unirme a una ONG de acción humanitaria y viajar allí; puede que ni siquiera tenga opción de acoger a una familia y tal vez tu situación sea similar a la mía.

¿Entonces cómo puedo ayudar a todas esas familias que huyen del país desesperadamente?

Por supuesto rezando cada día por la paz, para que lleguen a un acuerdo cuanto antes, para que paren las armas y no haya más víctimas; ni militares ni civiles. Todos tienen seres queridos y la lucha armada nunca es la solución.

Pero mientras rezaba ayer el Rosario, ¡el “arma” más poderosa sobre la faz de la tierra!, me vino un pensamiento del Cielo que me recordó que yo puedo hacer muchísimo por todas las personas que están sufriendo las consecuencias de la guerra.

Estaba olvidándome de la Comunión de los Santos, ese gran regalo que nos dejó Jesús con el Espíritu Santo. Todo, absolutamente todo lo que hago a lo largo de la jornada puede ser NADA (simplemente trabajo, contratiempos, dolor, cansancio, alegría,…) o ¡puede ser la mejor de las ayudas para mis hermanos de Ucrania!

¿Y cómo se ayuda en la guerra desde la distancia?

Primero con oración, la Virgen nos ha insistido siempre en la fuerza del Santo Rosario para lograr la paz, y lo hemos visto en otras ocasiones. En segundo lugar, con donativos, si podemos aportar económicamente con nuestro granito de arena seamos generosos; pero sobre todo, con cada momento de nuestra vida.

Con nuestro día a día es como podremos convertir el odio de la guerra en Amor

Ayer tuve un día MUY difícil, estaba muy cansada y me dolía todo el cuerpo con más intensidad que en muchas otras ocasiones. El instinto más primario y humano me gritaba que mandara todo a paseo y me fuera a la cama, pero casi a la vez visualicé a esas familias que llevan días caminando, asustadas, cansadas, con el corazón roto. Y pensé:

Jesús, gracias por este día tan duro porque ahora puedo ofrecértelo por las familias más necesitadas de tu ayuda en estos momentos. Y si con más días como estos puedo aliviar a muchas más personas, envíame los que quieras, que con tu ayuda podré vivirlos con alegría por amor a todas ellas”.

Esta mañana diluviaba. No había cogido paraguas, iba cargada, me he perdido, seguía reventada… todo apuntaba a estar de morros y antipática; pero el Espíritu Santo me lo ha recordado: “si quieres, abraza con amor este momento y vívelo con alegría por quienes sufren la guerra de Ucrania. Y así he hecho.

Mi día ha seguido siendo complicado, objetivamente nada ha cambiado, pero sobrenaturalmente, mi día terrible ha pasado a ser perfecto porque ha reconfortado a mucha gente. No tengo ninguna duda. Dios nunca abandona

Después he ido a ver a mi abuelo (aprovecho para pediros oraciones por él, que está bastante malito) y justo cuando he llegado ¡se lo llevaban a hacer unas pruebas!, ¡con lo que me había costado salir de casa! Estaba yo tan a gusto charlando en casa con mi abuela tranquilamente…

Y de nuevo la luz. Pero si te hubieras quedado en casa no podrías abrazar la “cruz” que tienes ahora entre tus brazos: vas a estar incómoda, con frío, en la cafetería del hospital y comiendo cualquier cosa; pero con eso, ¡vas a cambiar la vida de muchas personas!

¡Qué cierto! ¡Y con qué alegría lo hago! Igual que cualquier madre se quedaría feliz toda la noche cuidando de un hijo enfermo. ¿Es sacrificio? ¡Sin duda! Pero pesa mucho más el bienestar del pequeño que el cansancio de los padres porque el amor nos saca de nosotros mismos. Pues esto es igual

Y tú puedes hacer lo mismo. Quizá te cueste horrores estudiar, ir a clase, terminar un informe tedioso, archivar papeles, escuchar a la clienta de turno, preparar la comida, jugar con tus hijos, estar en cama enferma o con dolores, … cada uno lo suyo.

¡Aprovéchalo! Todo vale si lo haces por amor, queriendo abrazar desde la distancia a todos los que sufren la guerra. Dios lo puede todo. Y os aseguro que las oraciones, sacrificios, el día a día ofrecido por amor LLEGA AL NECESITADO, porque yo lo vivo en mis carnes cada día.

Ahora estoy feliz de que el Espíritu Santo vaya ayudándome a acompañar, colaborar con mi vida en el bienestar de tantas familias inmersas en una pesadilla que no deberían estar sufriendo.

El inicio de la Cuaresma no ha sido como imaginaba pero tengo muy claro que ayudar a nuestros hermanos nos acerca al Señor, ¡y de eso se trata!

¿Se te ocurre alguna otra forma de ayudar en la conquista de la paz o en el soporte a las víctimas de la guerra? ¡Compártela en los comentarios!

¡Cómo cambia esta casa cuando tú estás en ella!

Qué curioso que hasta que mi marido no me dijo “cariño, ¡no sabes cómo cambia esta casa cuando tú estás ten ella!” al volver del hospital, yo no era para nada consciente de lo importante que es que una madre esté presente, que se le vea en casa, disponible, incluso cuando no puedes hacer nada porque estás enferma.

A los niños les brillan los ojos de felicidad y su sonrisa se vuelve plena; incluso su actitud cambia a mejor cuando te ven aparecer por la puerta.

Oír esto impresiona, sobre todo cuando estás pasando una depresión que te dice que no vales nada y que todo sería mejor sin ti; que sólo molestas.

Pero la verdad es que una madre, aunque no haga nada, hace mucho. Su presencia lo cambia todo. Es mejor que esté, aunque sea enferma, que qué no esté. Suena a perogrullada pero yo no lo veía así, más bien al contrario: me veía como un estorbo.

Y gracias a mi marido -y a mi director espiritual , que llevaba meses diciéndomelo y yo no me enteraba- hoy soy consciente de lo importante que soy en mi familia, ¡que Dios quiere hacer cosas muy grandes a través de mí en mi marido y en mis hijos!

Realmente no tiene ningún sentido que no lo viera. Veo cristalina la acción del Espíritu Santo cuando escribo, cuando hablo con amigas, a través del blog, en Instagram, con el dolor,… pero ¿en mi casa? NADA. Como si no estuviera.

¡No se puede estar más ciega! ¡Cómo no va a actuar el Señor a través de ti en tu familia si ellos son el camino de tu santidad! Dios te ha llamado a la vocación matrimonial y es ahí donde más sentido tiene tu vida, ¡para lo que Dios te creó desde toda la eternidad!

Ahora por fin lo veo. Y, aunque sé que me va a costar mucho porque sigo con dolores, cansada, …etc, etc, etc y voy a sentirme “inútil” por no poder echar una mano con los peques o recogiendo la cocina no me siento sola y sé que ahí sentadita, Dios está santificando a mi familia.

Es una gozada saber que no voy sola, que cuento con la ayuda de Dios. Que va a ser Él quien me haga ser de verdad la mejor madre de mis hijos y la mejor esposa de mi marido (lo pongo al final porque querer a mi marido no me cuesta nada, pero la paciencia con los peques MUCHO, jeje).

Hace muy poquito volví a recordar ese apoyarme en Cristo; no quedarme en la desesperación de que los niños me superan, de que no sé manejarles, de que me torean cosa fina y pierdo los nervios enseguida.

Se nos olvida muy fácil que en esta tarea no estamos solas (ese es el demonio que quiere hundirnos en la desesperación y hacernos sentir que no valemos para ser madres).

La vocación Cristiana, nuestra obligación de educar a nuestros hijos amándoles y cuidándoles sin medida no es algo que podamos hacer solos: necesitamos la ayuda De Dios.

¡No estoy sola! Y tú tampoco. Jesús está deseando que abandonemos nuestra labor de madres/padres en Él y que volvamos a sonreír porque Él hará lo que nosotros no podamos. No es una varita mágica ni mucho menos pero es confiar, desahogarnos con Él y decirle “Jesús te toca, que también son tuyos”.

Y no olvidemos nunca esto: ¡CÓMO CAMBIA LA CASA CUANDO TÚ NO ESTÁS!

Porque cuando mamá está en casa todo cambia

¿Por qué me siento culpable de tener depresión?

Cuando me diagnosticaron depresión, la primera palabra que vino a mi mente fue «culpable». Pensé:

Tengo depresión porque no soy lo suficientemente fuerte para afrontar esta situación.

Me he pasado, he querido abarcar demasiado; soy una floja, una sensible que llora por todo…; en realidad son mil las palabras de reproche que se agolpaban en mi mente.

Si tuviera que describir en una palabra qué se siente cuando tienes depresión (cuáles son sus síntomas) os diría que una soledad inabarcable. Nadie te entiende, ni siquiera tú mismo.

Todo te queda grande, todo te hace llorar amargamente, todo te desborda y no tienes ganas -ni fuerzas- para hacer nada de lo que normalmente te chiflaría hacer.

Es una cueva en la que todo es oscuro, difícil y agotador. La cabeza pesa, la vida pesa. Elegir la ropa que te vas a poner supone un mundo; y no digamos gestionar extraescolares, cenas, deberes, etc.

La cuestión es que aunque no puedo hacer nada para que pase rápido, para tener energía o estar alegre, me siento culpable y no me atrevo a decir al mundo que tengo depresión.

Por otro lado, soy consciente de que habrá quien se lo imagine: un compañero que desaparece unos días, tiene un virus; alguien que deja de venir y nadie te dice qué le pasa: tiene depresión (o similar).

¿Por qué ese tabú con la depresión? Es una enfermedad tan real como el cáncer, la neumonía o la varicela pero así como con éstas enfermedades todos empatizamos, la depresión nos genera juicio.

De hecho es tan políticamente incorrecto que te den la baja por depresión que algunos llegan a límites insufribles con tal de no jugarse el puesto de trabajo o la reputación de «aguantar carros y carretas». ¡El psiquiatra me dio la enhorabuena por atreverme a pedir ayuda! Eso dice mucho…

Y es que para no sentir la humillación de reconocer que no estamos bien -por lo que eso pueda suponer- somos capaces de rompernos del todo; y una vez rotos, recuperarse es mucho más difícil y largo.

Juzgar es humano pero en el tema de la depresión nos pasamos tres pueblos.

Y no debería ser así. La depresión, por mucho que no pueda mostrarse en una resonancia o en una analítica, es una enfermedad tan dura e imprevisible como cualquier otra, que requiere su medicación, su tratamiento y su tiempo.

Por eso mi post de hoy. No tengo ninguna gana de contar que tengo depresión, entre otras cosas porque no soy yo de contar mi vida ni de dar explicaciones de ella (¡y menos ahora que no tengo fuerzas ni para hablar con mi madre!).

Escribo y comparto porque siento el deber de concienciar. De decirle al que sufre que no espere ni un día más para pedir ayuda.

A mí me chifla mi trabajo, y dejarlo por un tiempo ¡otra vez! me supone un esfuerzo muy MUY grande. Pero cuando la enfermedad -sea cual sea- llama a tu puerta, curarte es la prioridad; por ti, por tu familia, por todos.

Sobrevivir, que es como denominamos al estado previo a reconocer que necesitamos ayuda, no beneficia a nadie. Si no estás bien es muy probable que no rindas bien, que no seas amable ni paciente con los demás, que generes tensión y que encima tú empeores.

De la depresión no se sale sólo

Las personas que te rodean son fundamentales. Sentirte comprendido, acogido y querido: es la clave para salir adelante.

No hace falta estar todos los días preguntando qué tal estás (de hecho eso no ayuda mucho porque la recuperación es lenta y recordemos que la depresión va de la mano de una fatiga brutal), pero muestras de cariño sabemos darlas todos sin que nos expliquen cómo, y son siempre un gran aliciente.

No me había tocado nunca y tengo que deciros que padecer depresión es de lo peorcito que me ha pasado ¡menos mal que tengo fe y sé que si Dios lo permite es que hay algo impresionante detrás.

En fin, eso os cuento. Espero haber ayudado a comprender un poquito más esta enfermedad, dar alas a quien lo necesitara para pedir ayuda y frenar la triste costumbre de creernos con derecho a juzgar a quien padece depresión.

Porque no depende de la persona, ni de si tuvo o no una infancia feliz, de si tiene mil amigos o una familia estupenda:

LA DEPRESIÓN ES COMO LA DIABETES, EL CÁNCER O LA HIPERTENSIÓN: NADIE ELIGE ESTAR ENFERMO NI ES CULPABLE DE ENFERMAR. PUEDE TOCARNOS A CUALQUIERA.

¡Hasta pronto!

Dios no me pide imposibles

Esta frase ronda mi cabeza cada dos por tres en estas semanas de confinamiento: «Dios no me pide imposibles» porque es que os prometo que muchos días siento que no llego, que desbordo, que conmigo ha debido equivocarse porque yo para esto no valgo. Ya no puedo más.

Por las mañanas me levanto como una piedra -manos, brazos y piernas totalmente agarrotadas- me cuesta mucho arrancar (imagino que mucho tiene que ver el no poder salir a caminar). Pero mis hijos se levantan como rosas, con una energía que ¡ojalá se pudiera compartir! Así que desde antes de poner un pie en el suelo siento mi pequeñez y su capacidad.

Son niños maravillosos, la verdad es que no me puedo quejar: buenos todos y cada uno de ellos, «de altar» (os lo prometo); pero llevan mes y pico encerrados y sobre todo la pequeña, que es bastante movidita, ya no sabe por dónde salir: patinete por el pasillo, luego una pelota que acaba estrellada en un cristal, salta que te salta en el sofá (el contrabajo de la mayor acaba partido)…

Y podría seguir horas, pero no puedo reñirle (bueno, en el momento sale un buitre de mis entrañas que se la comería, jeje), le regañó un poco y luego le pido perdón porque la culpa no es suya… ¿qué puede hacer una niña de 3 años encerrada tanto tiempo? ¡Volverse loca!

En fin, volviendo un poco a la reflexión de hoy, de que Dios no pide imposibles, ni a mí ni a nadie, NUNCA; creo que es muy importante que nos lo recordemos a menudo. Yo ahora ya, empiezo el día mirando a la Virgen con cada de complicidad, le levanto las cejas, y le dejo caer un «¡hale, pues a ver tu Hijo que tiene para hoy!».

Y luego, cuando empieza el jaleo de las tareas: mamá por aquí y por allá (a más no poder); que si «este enlace no funciona», que si «qué tengo que hacer de mates» o que «no encuentro la goma»; «mami es que «me aburro», «no lo entiendo», «esto no me gusta», «mamá ¿puedo usar el iPad?», «¿puedo tv educativa?», «pero ¿y yo cuándo me conecto a la clase mamá?», «mami, y ¿puedo poner el yutúf?» …

Y todo esto con la pestaña pegada al ojo, en pijama, sin desayunar y con unos pelos de loca que no me reconozco ni yo, jaja!

Es que, de verdad, que yo ya miraba al cielo y decía: «¿es una broma?». En serio, muy graciosos los memes pero lo del teletrabajo (mi marido out), la casa, la comida, profe de cuatro cursos distintos (de todas las materias), la compra, aprovechar para charlar con los hijos, para ordenar, para las manualidades, para rezar en familia, cocinar, lavar la ropa, fregar, … y no digamos ya cuando me llega lo de museos virtuales gratis o documentales educativos ideales para el confinamiento: ¡me parto de risa!, ¡que aquí no nos sobra ni medio segundo para nada!

Pues eso, que una va tirando hasta que ya no puede más y le dice a la una que hoy no hay mates, al otro que si no funciona el enlace no se hace el ejercicio y a la otra (la de 3) que coja el iPad, la tv educativa, los pinceles y lo que le de la gana. Yo queridas familias he tirado la toalla con los deberes.

Que cada uno haga lo que pueda pero yo he llegado a mi límite y prefiero un cero como profe, que un cero como madre y esposa. Así que ahí lo dejo. Y ahí es donde he descubierto que a mí Dios no me pide todo esto.

Me quiere alegre, divertida, juguetona y paciente; me quiere con mis niños -y con su papi cuando deja de trabajar. No quiere una casa súper limpia y ordenada (que no lo está, jaja!), ni unos hijos de sobresaliente. Quiere paz, en la medida de lo posible, y para eso es fundamental que yo NO me sienta desbordadísima.

Así que desde hoy, empezamos un nuevo confinamiento (que hasta ahora tampoco ha sido un horror, pero yo acumulo mucho y cuando reviento… ¡ay cuando reviento!: salpico pa’ todos lados).

Y lo más importante: sin remordimientos. Intentamos rezar en familia pero hay días que se hace imposible; intentamos no enfadarnos (pero a veces también se hace difícil); intentamos que la dieta no sea muy mala (pero nos esforzamos poco: si hay tanto a lo que renunciar, también hay mucho que compensar, jaja).

En fin. Que no somos perfectos, ¡no necesitamos ni debemos aspirar a serlo!; somos una familia muy normal y corriente, quizá con más limitaciones que otras por el número de hijos o las circunstancias personales, pero oye: yo miro al Cielo y Dios sonríe conmigo.

Y eso es lo único que debe importarnos. ¿Lo demás? ¡DIOS SE OCUPA!

Espero que estéis bien, me acuerdo de pedir por todos los que me leéis (y también por los que os gustaría pero la vida no os da para más). ¡Un abrazo y ánimo!

¡No tengáis miedo! Todo va a salir bien

Hoy resuenan con fuerza en mi corazón estas palabras de san Juan Pablo II: «No tengáis miedo!».

No tengáis miedo del Coronavirus, no dejéis que el pánico se apodere de vuestros hogares, Dios nos invita a confiar en Él.

No temáis al tiempo que durará o a las consecuencias que tendrá: Dios sabe más. Y de esta pandemia que genera tanto sufrimiento, el Señor -que llora con cada uno de nosotros- está ya haciendo grandes milagros en todo el mundo.

Dejemos que Dios sea Dios

Sentid el amor de Cristo en vuestros corazones y preguntadle cada día en la intimidad de vuestra habitación: ¿qué quieres de mí hoy, Jesús?, ¿qué quieres de mí en esta circunstancia en concreto?

A mí me pide oración y, sobre todo, oración en familia; pasar tiempo de calidad ¡y en cantidad! con mi marido y mis hijos. No sé cómo será mi vida mañana, ni si me permitirá la salud llevar a cabo alguna de las ideas maravillosas que me han llegado por las redes; pero no temo al mañana.

Jesús está en mi corazón, le siento cada día más cerca de mí y eso me basta. Me siento en sus manos amorosas y sé que nada malo puede pasarme porque Él está conmigo: me lleva de la mano y me cuida como a la más pequeña de sus niñas.

Vivo al día (o lo intento, porque tengo una paciencia que brilla por su ausencia 😅). Me enfado a ratos, me pongo nerviosa, el mundo se cae sobre mí: los peques en casa, sin tiempo para organizarme y con la sensación de que todo es un caos y no hago nada más que gritar y cansarme.

Pero después me río, porque veo a Jesús a mi vera y me da paz.

Todo está bien Inés, yo lo he dispuesto así. Y me enseña algunos momentos bonitos vividos en el día: hoy Nacho ha hecho la comida él solito y has desayunado con tus peques con calma, has podido charlar con algunas amigas por teléfono, Jorge ha llegado pronto, has podido rezar con los niños y orar en Mi Presencia (el Santísimo expuesto en directo online). Realmente, ha sido un gran día.

Y le doy las gracias por recordarme lo precioso de este día, por borrar de mi corazón ese miedo a estar haciéndolo mal, a no poder con esto; y le pido perdón por las veces que me he enfadado con sus hijos (y también nuestros) y le pido LUZ al ESPÍRITU SANTO para tener a Dios mañana muy presente todo el día: ¡Señor, que vea!

Pd. Y en cuanto he terminado de escribiros se ha montado en casa la de sanquintin, antes de acostarse, jaja! ¡Ay Señor dame paciencia! En esos momentos, y ya cansados de todo el día, ¡me los comería a cada uno! Aiiiissss!!! Si es que es precioso lo que nos dices Jesús: ¡pero ayúdanos más, que somos de barro y solos no podemos vencer nuestras limitaciones!!!!

Mírate con mis ojos. Amor del bueno

Hace poco, mientras charlaba un rato con Jesús, me pidió con cariño que me callara porque tenía algo importante que decirme. Asentí y sus palabras me hicieron tocar el Cielo. Son muy personales pero te las comparto, porque quizá tú también necesites oírlas.

Me haces sufrir. Te veo comparándote con tus amigas, con tus hermanas, con tus compañeras; sintiendo siempre que no estás a la altura. Ellas son más listas, más guapas, mejores madres, más pacientes… ¡más todo!

Y yo te miro y lloro. Porque tú eres la obra de mis manos. Mi joya preciosa, la niña de mis ojos. Y por más que te lo digo, no me escuchas. Te empeñas en escuchar a otros.

A otros que no te conocen, que no han vivido a tu lado desde el mismísimo momento de tu concepción. Que no te han creado pensando y deleitándose en cada una de tus pecas, virtudes y defectos.

Porque eso a lo que tú llamas defectos, yo los escogí para ti. ¡Son dones! Sólo tienes que mirarlos desde mi perspectiva. Verás que no sobran, que enriquecen tu personalidad, tu alma, tu todo.

Te digo esto y sigues ahí impasible. Tu corazón está cerrado. Tienes miedo al amor, a disfrutar, a vivir. A verte tan perfecta como yo te veo.

Y verte así me conmueve.

No apartes tu mirada de mí porque poco a poco la cercanía hará que puedas verte desde aquí.

¡Pero qué sufrimiento hasta que llegues! Saber que eres la flor más bella del jardín y que tú te veas como la mala hierba me deshace por dentro.

¡Mírame a mí! Quizá con vislumbrar tu reflejo en mis ojos sea suficiente para convencerte de lo mucho que te quiero, de lo perfecta que eres.

No imagináis lo que lloré

¡A ver quien se resiste a un amor tan profundo! ¡Qué cosas más bonitas me dices, Dios mío!

Y te las dice a ti también. Quizá estos días estés desanimado, cansado o como yo en plan negativo; ya ves que Jesús no nos deja solos, está siempre a nuestro lado y tira de nosotros cuando más lo necesitamos.

Hoy lloro de emoción porque aunque mi corazón no es capaz aún de acoger un amor tan grande me emocionan de nuevo sus palabras. Palabras de un Dios creador que me quiere tanto como para dar su vida por mí.

Y justo por eso no puedo negarme a sus palabras. No puedo dudar de su amor por mí. No puedo seguir pensando que no valgo, que no puedo, que no merezco. Porque Él ha pagado un alto precio por mí: ¡hasta la última gota de su sangre!

Gracias Jesús por quererme tanto. Por hablarme al corazón. Por estar siempre a mi lado. También yo quiero quererte, quiero hablarte y quiero acompañarte hoy y siempre.

¿Cansado de sonreír cuando lo que te apetece es quejarte?

Seguro que habéis leído esta frase muchas veces a lo largo de vuestra vida; también yo, sin embargo nunca había calado tan hondo en mí como el otro día:

“Cada persona que ves, está luchando una batalla de la que tú no sabes nada. Sé amable siempre.”

Me cautivó porque llevaba un tiempo dándome cuenta de esto y, cuando una amiga publicó la frase en sus stories, pensé: ¡qué bien resumido!

La enfermedad, el sufrimiento, las preocupaciones importantes, eventos claves en nuestra vida, etc: nos absorben de tal manera que todo lo demás deja de existir para nosotros.

Cuando te encuentras mal, llega un momento en que te cansas. Te sientes con derecho a centrarte en ti, a no cuidar demasiado cómo contestas a los demás; si sonríes o si tu cara es siempre un poema: porque te da igual.

Lo único que te importa es que tú estás hecho un asco así que si a los demás no les gusta, lo siento mucho pero aquí uno ya carga con bastante como para preocuparse de lo que los demás puedan sentir…

Y así estaba yo. Cansada de sonreír cuando en realidad sólo quería llorar y meterme en la cama; quejarme de mi cansancio y de mi dolor y olvidarme del mundo, era lo mínimo que podía permitirme: ¡encerrarme en mí!

Pero estaba muy equivocada. Aquí nadie se libra de su cruz. Puede tener forma de enfermedad o no, pero ninguno nos libramos de sufrir.

La vida viene con su carga y es responsabilidad nuestra no sólo llevar la propia sino ayudar a los demás a llevar la suya.

Un día vi claramente que estaba siendo muy egoísta y que mi situación era igual o peor que la de mucha gente que me rodeaba y que siendo amable podía ayudar a los demás.

Por eso esa frase me cautivó. Fue como el broche a ese run run que llevaba tiempo en mi cabeza y que no terminaba de ver. Veía que todos tenemos en la vida nuestra cruz, pero no me daba cuenta de mi egoísmo.

“Cada persona que ves, está luchando una batalla de la que tú no sabes nada. Sé amable siempre.”

La repito para que no se me olvide: ¡hasta me la he puesto de foto de perfil en el Whatsapp!

Porque no quiero olvidar que las personas con las que convivo, con las que trabajo o me cruzo: también llevan su cruz. Y les pesa tanto como a mí la mía (o más). Así que ya no quiero quejarme (tanto), ni tener cara de perro todo el día.

Voy a pensar siempre -o al menos a intentarlo- que la mochila del otro es más pesada que la mía (¿os acordáis del post «No tengo derecho a quejarme»? Os animo a releerlo).

Voy a sonreír. Y voy a ser paciente. Y voy a quererle. Porque quizá yo sea la única persona en ese día que le trate bien, que comprenda SU SITUACIÓN (aunque no sepa cuál es).

Porque por el mismo precio (mi carga no va a cambiar en nada) puedo ayudar a los demás a llevar la suya o, por lo menos, ¡no empeorarla!

¿A que tú también llevas tu carga? ¿Te sumas a ayudarnos entre todos? Está en nuestras manos ser felices y hacer felices a los demás -a pesar de nuestras pesadas mochilas! 😉 ¡Ánimo y a por ello!