Qué gusto juntarnos la familia, pero ¡qué paz cuando se van!

¿Quién no ha oído, dicho o pensado esta frase alguna vez? En Navidad, normalmente lo dicen a los que “les toca” recibir en casa a toda la familia, o también a quienes viven con sus padres y sienten una invasión en su casa que es difícil de gestionar.

Y es verdad, el amor cuesta porque exige salir de uno mismo y estar pendiente de los demás; darse, centrarse en la alegría y el descanso del otro sin medir cuánto hace cada uno.

(Nadie dijo que fuera fácil)

Ser capaz de disfrutar de cada sonrisa, cada abrazo, cada sobremesa que con los turrones y polvorones, los juegos y las cartas se alargan hasta la cena sin pensar en el jaleo que hay en la cocina.

Suena precioso y lo es para quienes lo consiguen pero en muchas casas es una paliza para los anfitriones. Pasan de la tranquilidad de dos/tres/cuatro personas… ¡a tropecientos!, con lo que eso supone: caos, lavaplatos, cocinar, poner mesas, lavadoras, barrer, planchar… un sobreesfuerzo que fácilmente amarga a cualquiera.

Por no mencionar el gasto que supone; porque sí, a todos nos encanta invitar a comer y a cenar en Navidad, Nochevieja,… ¡pero es que el resto de los días, también se come, se cena, se desayuna y algunos hasta meriendan!

Habría que crear la tradición de poner uno de esos cerditos hucha de barro en la entrada de todas las casas para compartir los gastos.

Es broma, no quiero hablar de dinero, porque la familia es la familia y para los pocos días que nos juntamos todo merece la pena.

Hoy vengo a contaros algo que pasó por mi cabeza el otro día como una luz, haciéndome ver el paralelismo entre las familias que acogen a los suyos estos días y los posaderos de Belén que aquella noche estaban demasiado ocupados para hacerse cargo de María y José.

Ellos no sabían que el niño que la Virgen llevaba en su seno era el Hijo de Dios, el Altísimo, el que tenía que venir, porque de haberlo sabido se habrían desvivido con aquella humilde familia.

Nosotros, sin embargo, sabemos Quien nace cada Navidad, y tenemos la oportunidad de abrir nuestros hogares, nuestros corazones a aquel Niño que ahora viene en cada persona que se sienta en nuestra mesa.

Cuesta, ¡claro que cuesta!, es más cómodo pasar de tanto jaleo: ¿pero no lo harías por ese Niño? Hazlo hoy, mañana, ¡todos los días!, por esos que han venido a tu casa esperando ser acogidos, amados, tal y como son.

Y no te enfades porque “este no hace nada” o el otro es un geta: no dejarías que la Virgen moviera un dedo en la posada aunque estuviera a reventar de gente. Quizá no los veas con claridad pero están ahí, en tu casa: en tu padre, en tu cuñada, en tus sobrinos… en todos ellos; y si tú quieres, gracias a ti, estarán recibiendo el amor que nadie les quiso dar.

¿Y los que se desplazan a casa de algún familiar o amigo para celebrar la Navidad? Sé agradecido ¡Deja de quejarte porque no cabéis o no tenéis un poquito de intimidad!

¿No haríais ese esfuerzo si la Sagrada Familia fuese la que ocupara ese espacio y os obligara a apretaros un poco para poder estar con vosotros?

Estoy segura de que sí, así que ¡abre los ojos y busca a ese Niño en las personas que te rodean! Te necesitan. No esperes a que te pidan ayuda porque no lo harán: adelántate.

Ojalá estas Navidades todos nos sintamos cerca de Belén para darle al Niño Dios lo que tantas veces le hemos negado: un hueco en nuestro corazón que nos ayude a ver el mundo con sus ojos.

Hace siglos que no entro en una iglesia

Estamos a mediados de Noviembre y sigo con la sensación de que Septiembre no termina. Espero no ser la única que termina el día agotada, con un montón de cosas pendientes y la sensación de que no termina de acabar la dichosa “vuelta al cole”.

En serio, siempre queda algo: si no es el rotu para la pizarra es el subrayador y si no otro cuaderno y si no, y si no, y si no, ¡Lo de este año está siendo de traca!, ayer la mediana me dijo que tiene que llevar no sé qué libro que tenemos en casa (y que no tengo ni la más remota idea de dónde puede estar), y la pequeña: que necesita otra goma porque la ha perdido (¿perdona?, ¿ni dos meses te ha durado? ¡Búscate la vida, colega, se la pides a los Reyes que yo ya te compré una!).

Es realmente agotador. ¿Por qué nos cuesta tanto coger la rutina? Seguimos aún con el ritmo del verano metido en el cuerpo: levantarnos para llegar a tiempo es misión imposible, ¡y no digamos las noches! Acostumbrados a estar de juerga hasta las doce o la una de la mañana, hasta los peques se ríen de mí cuando digo “a cenar” y todavía son las nueve.

Ciertamente cuesta arrancar el curso. A los niños y a nosotros: cambiar horarios, hábitos, tiempos para cada cosa; las prisas, perder el autobús, no encontrar un zapato o los calcetines, el almuerzo, … son demasiadas cosas para asimilarlas con elegancia.

A todo esto hay que sumarle que yo -cuando tengo mucho jaleo- me bloqueo (sobre todo en mi vida espiritual): ni Misa, ni leer el Evangelio, ni rezar el Rosario, ni nada de nada. ¡Un desastre! ¡Con lo que me ayuda estar cerquita del Señor, voy y le aparto cuando más le necesito!

Pero oye, el otro día, a última hora de la tarde, coincidió que pasaba por una iglesia en la que oí que estaban celebrando Misa, así que aproveché para entrar (estaba demasiado fácil para poner excusas).

Ufff…, al entrar me sentí muy avergonzada; no le había hecho ni caso al Señor en las últimas semanas (meses) y me parecía que no merecía estar allí, que antes debía pedirle perdón o no sé, ¡algo! porque entrar allí como si nada hubiera pasado me resultaba de lo más hipócrita. Estuve a punto de marcharme.

Pero Jesús, después de tenerle abandonado durante un montón de tiempo, me acogió, me abrazó y me sonrió como si nada hubiera pasado. ¡Me identifiqué tanto con el hijo pródigo!

Mi presencia le llenaba de gozo y lo único que le importaba era que yo estaba allí. ¿Cómo podía ser? ¡Fue una experiencia inolvidable! Me cogió en brazos como a la niña de sus ojos; Jesús quería que en esa gotita de agua que se ofrece con el vino estuviera también mi vida, aunque no fuera perfecta; porque esa parte ya la pone Él con su Cuerpo y con su Sangre.

Jesús hace que nuestra pequeñez se mezcle en esa ofrenda perfecta a Dios, para que siendo nada se convierta en TODO. ¡Para hacer santa nuestra jornada!, porque eso es lo único importante, la santidad. Y esa nos la da Dios si se la pedimos, si vamos a Él.

¡Qué amada me sentí! Experimenté la infinita Misericordia de Dios con nosotros; porque os aseguro, que si esto me pasa con cualquier amiga…, ¡no me habla en meses! y con razón. Pero Jesús no; llenó mi corazón de Paz dejándome ver cuánto me amaba y cuánto quería que estuviera allí con Él.

Y también a ti te espera con esa misma ilusión ¡Qué importante es vencer la pereza (o la vergüenza de que “hace años que no entro en una iglesia”); porque ¡no necesitan médico los sanos sino los enfermos! Cristo te espera, ¡quiere abrazarte!, que sepas cuánto te quiere y el tiempo que lleva esperando ese momento. ¿Puede haber algo más importante y hermoso?

¡Gracias Jesús por quererme tanto! Sé que no merezco tu Amor y por eso me duele dejarte esperando; quiero pedirte perdón, una y mil veces, y aprovechar la Gracia de la Confesión para pedirte que me ayudes a vencer este desorden de vida que me lleva a alejarme de ti.

¡Feliz domingo! Y acordaros de que hoy celebramos ¡la Fiesta de Cristo Rey! Rey de nuestros corazones, de nuestros dones, de nuestras vidas… todo se lo debemos a Él ¡y es a Él a quien rendiremos cuentas al final de nuestras vidas! ¡Feliz día!

Me gusta hacer las cosas bien pero es más importante hacerlas por amor

Detrás del perfeccionismo se esconde muchas veces la vanidad de querer hacer las cosas bien, perfectas. Y se nos olvida que el único perfecto es Dios, que nosotros estamos llamados a la perfección (es decir, llamados a Dios) poniendo amor en las cosas que hacemos. Sin amor ninguna obra bien hecha tiene valor porque le faltará lo más importante. Una reflexión sobre el amor, la perfección, la humildad y la sencillez.

Iba a decir que ya sé que a todo el mundo le gusta hacer las cosas bien, pero mientras lo escribía me he dado cuenta de que no. Hay gente que se conforma con cumplir, otros con aparentar que hacen algo, otros con escaquearse lo máximo posible; así que no, a todo el mundo no le gusta hacer las cosas bien, pero a mí sí. De hecho a menudo me paso de perfeccionista.

Por eso esta semana estaba un poco inquieta. Han sido unos días muy ajetreados, con hijos enfermos, muchos recados pendientes, en casa con un follón del patín, y como no podía ser de otra manera, al final del día me encontraba fatal; un día y otro, agotada, con dolor de cabeza y sin poder salir de casa para nada.

El jueves celebrábamos el cumpleaños de una amiga y tuve que cancelar mi asistencia; y lo mismo me pasó con la Confesión. Creo que ya os he contado muchas veces que me gusta confesarme todas las semanas, por un lado porque soy muy consciente de mis tropiezos y por el otro porque sé que sólo con la Gracia del Sacramento del perdón puedo limpiar mi alma y seguir adelante.

Para mí es algo importantísimo porque cuando no me confieso sé y noto que mi corazón está gris; y como ya he mencionado, me gustan las cosas bien hechas. Si voy a ir a Misa y a recibir a Jesús en mi corazón, quiero que esté lo más limpio posible.

Por eso esta semana no me hallaba. Me supone un gran sacrificio no poder confesarme ¡y tener que esperar todavía unos días para poder hacerlo! 🥺 Pero Jesús me ha explicado porqué ha permitido este ayuno y me he quedado anonadada con su infinita Misericordia .

No te preocupes que yo te abrazo

En la Eucaristía, la gotita de agua se diluye por completo en el vino; el Señor “esconde” mis impurezas con su grandeza. Me abraza hasta fundirse conmigo.

No deben preocuparme tanto los tropiezos como poner amor en ellos y ofrecerlos humildemente (como cuando haces algo con cariño -un postre, un cuadro, un trabajo, ¡una mudanza 🤪!, …- y no sale tan bien como te gustaría. Humildad. No somos ni podemos ser perfectos. Es Jesús quien santifica y convierte nuestra vida en perfecto sacrificio en el altar.

Me ha impresionado mucho volver a sentir la Misericordia de Dios con tanta fuerza. Sigo queriendo confesarme pero ahora soy más consciente de que ese “hacer las cosas bien” no sirve de nada si no las hago con amor; si me esmero tanto por ese perfeccionismo, que no sea para mi propia satisfacción porque entonces no servirá para nada.

Es muy importante querer hacer las cosas bien para agradar a Dios, tener el alma limpia para recibirle en la Santa Comunión, pero sin ser escrupulosos, sin darnos demasiada importancia porque lo que Dios valora es lo que sale del corazón, no lo que se ve desde fuera.

Eso sí, sin escrúpulos con las pequeñas faltas, los pecados veniales que no nos separan de Dios. Cuando se tropieza a lo grande, lo mejor es ir enseguida a cualquier iglesia y buscar un confesor; porque cuando estamos en ese estado de pecado mortal, Jesús nos espera impaciente y el demonio nos acecha y trata de engañarnos quitándole importancia para que no estemos junto a Dios.

Qué es la vida contemplativa y cómo afecta a mi vida

Si yo te preguntara, qué es la vida contemplativa para ti, ¿qué me dirías? (qué genial sería, si antes de seguir leyendo, contestaras a mi pregunta en los comentarios!!!!. ¿Te atreves?).

Mi cabeza cuando escucha: “vida contemplativa” se imagina rápidamente en los conventos, monasterios, la vida religiosa… personas que se apartan del mundo para poder contemplar a Dios durante toda su vida. Me la imagino -esa vida contemplativa- en silencio, con paz, sin preocupaciones ni prisas; leyendo y meditando a los padres de la Iglesia y elevando el alma al Cielo constantemente.

Bueno, pues como en todo: nunca es lo que uno imagina. Igual hay conventos así pero si seguís a las Dominicas de Lerma os aseguro que cambiará completamente la idea que teníais sobre la vida de las monjas de clausura!! ¡Es súper normal!

Pero lo peor, no es que nos equivocamos en cómo es la vida contemplativa de los que se han consagrado a Dios -salvo los que estéis llamados a esa vocación, claro- lo triste es que no nos hayamos enterado aún de que TODOS estamos llamados a esa vida contemplativa: abuelos, hijos, padres y madres, profesores, carniceros, taxistas, bomberos, enfermeras, … TODOS.

¡Y eso sí es importante! Cada uno desde su lugar: nuestra vida contemplativa consiste en ver a Dios en las personas, circunstancias, “casualidades”, etc. de cada día, escuchar al Espíritu Santo para que nos enseñe a ver el mundo con los ojos de Jesús.

Es decir, yo, como madre que soy, he de pedir al Espíritu Santo que habita en mí, que me ayude a ver en mis hijos al mismo Cristo; y jugando con ellos, haciendo los deberes, preparando cenas o colgando lavadoras, ¡incluso yendo de copas! me estaré acercando a Dios Padre de forma contemplativa. Porque viviendo cara a Dios, Él hará que mi vida sea santa, no un mero paso por este mundo.

He puesto el ejemplo de los hijos porque es lo más cotidiano en mi vida, pero espero que se entienda que eso mismo es lo que deberíamos hacer con nuestro marido/mujer, amigos, compañeros, dependientes, el cartero, la vecina petarda, el profesor injusto, etc, etc, etc. Tratar a cada uno no por sus méritos sino porque Dios le ama.

Porque realmente somos morada de Dios, nos lo dijo Jesús en Jn 14,23-29, “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Dios nos ama tanto que quiere estar junto a nosotros siempre, Él es quien hace que nuestra vida sea contemplativa en medio del mundo. Es en nuestra docilidad como permitimos que Dios esté presente en nuestra vida ordinaria, no sólo en los conventos o en las Iglesias.

Desde luego, es impresionante lo bien que hace todo el Señor. Nos quiere a cada uno en nuestro sitio, en la familia, en el convento, seminario, escuelas, hospitales,… y que sea ahí donde podamos encontrarnos con Él y amarle a través de nuestra vida de cada día. Una madre no haría bien si descuidase a su familia para estar en la Iglesia.

Dios nos llama a cada uno al lugar en el que mejor podemos servirle y amarle, y nos crea con los dones que necesitamos para eso en concreto. Por eso es importante discernir bien la vocación personal porque es en ese camino donde más felices seremos

¿No os parece increíble? A mí brutal. Que Dios nos ame tanto que quiera inundar el mundo de su Amor a través de ti y de mí, ¡y que lo deje en nuestras manos!, porque tenemos que quererlo. Siempre respeta nuestra libertad. Dios no nos obliga a NADA

Hoy celebramos el Misterio de la Santísima Trinidad, estos días son una ocasión perfecta para meditar en este misterio de Fe y acercarnos más a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre Javier Olivera Ravasi explica muy bien que Dios es uno y trino en este vídeo, para quien quiera formarse más a fondo en este tema.

Pentecostés: No soy una paloma

Esta semana hablaba con un amigo sacerdote sobre el Espíritu Santo y me decía medio en broma, medio en serio, que el Espíritu Santo tiene que flipar con nosotros. Estará pensando, ¿pero estos de qué van?, ¡que no soy una paloma!, ¡que soy una Persona Divina! Soy exactamente igual que el Padre y el Hijo: DIOS

Me dio que pensar, porque realmente es así, al menos en mi caso. Como en prácticamente todas las representaciones artísticas del Espíritu Santo se le plasma como una paloma blanca o en forma de fuego, de luz cegadora… que es como se le describe en los pasajes de la Biblia en los que aparece, lo asocio a eso y se me olvida que el Espíritu Santo es una PERSONA.

No he tratado al Espíritu Santo como una Persona nunca, ¿tú hablas con Él como le hablas a Jesús? Siempre me lo imagino como algo abstracto; a veces como una cascada de agua dulce que baja del Cielo y me llena de Gracia de Dios -me deleito en esa sensación de estar empapándome (aunque no lo vea) de ese Amor de Dios que se derrama sobre mí.

Otras veces lo identifico con esa Gracia de la Comunión de los Santos, la que hace que mi oración, mi vida ofrecida a Dios obre milagros en otras personas que necesitan ayuda y me piden que me acuerde de ellas. Ciertamente, el Espíritu Santo es quien nos llena de Dios, quien habita en nosotros para acercarnos a Cristo, pero no me acuerdo nunca de tratarle como a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Obviamente no pretendo explicar -ni entender- el misterio de la Santidad Trinidad (tres Personas y un sólo Dios), es inalcanzable para mi inteligencia y decir lo contrario sería de una soberbia descomunal, ¡sería creerme como Dios!, y no es el caso, conozco muy bien mi condición (gracias a Dios).

Siempre he entendido que el Espíritu Santo es el fruto del Amor entre el Padre y el Hijo que es tan grande que es también una Persona. Como el amor no se ve pero sí se siente en el corazón con una fuerza que a veces incluso duele -me sale imaginar al Espíritu Santo como agua, energía, fuego, o como un soplo de aire fresco y suave sobre mi rostro. ¡Pero realmente me quedo muy corta tratando así al Espíritu Santo!

El Amor de Dios y el amor humano

Hay algo en nuestras vidas que a mí me sirve para imaginar una especie de reflejo de la Trinidad. Conocemos muy bien el amor humano, y que los hijos son fruto del amor entre dos personas. Es decir, el amor humano en su plenitud, unido al amor de Dios, se materializa en una nueva persona. Toma forma, ¡se transforma en un nuevo ser, único e irrepetible! Lo vemos como algo natural, pero realmente es un hecho bestial, ¡eres el amor de Dios y de tus padres!, ¡es flipante!

¿Cómo me ayuda el amor matrimonial a imaginar la Trinidad de Dios?

Quizá sea una barbaridad pero para mí, Dios Padre es el Creador de todo, Jesús es el Hijo -que se hizo hombre para salvarnos- y ahora, veo al Espíritu Santo, como la Persona Divina que habita dentro de mi alma cuando estoy en Gracia (sin pecados mortales); no es ni agua, ni aire, ni fuego, ni una paloma: es la Persona que, de hecho, me ayuda a llegar al Cielo.

Su misión es guiarnos parar llegar al Padre y al Hijo, sin sus dones no podríamos rezar, ni pensar, ni discernir, ni siquiera amar, porque el Espíritu Santo es quien nos da los dones que necesitamos para parecernos cada día más a Jesús. Quien nos santifica y nos cuida cada día.

Solemnidad de Pentecostés

Hoy celebramos la Fiesta de Pentecostés, el día en el que los apóstoles recibieron al Espíritu Santo. ¡Qué gran regalo nos dejó Jesús al subir al Cielo! Ya nos lo dijo, que era necesario que Él se fuera para que viniera el Paráclito; y tenía razón. El Espíritu Santo es Quien posee todas las Gracias; sin Él no podríamos celebrar la Eucaristía, ni bautizarnos, ni hablar con Dios, ni muchas más cosas.

A veces puede resultar difícil entender que Dios habita en cada uno de nosotros, pero cuando confías y dejas que sea Él quien lleve las riendas de tu vida, descubres que es imposible no creer en su existencia porque ves con tus ojos los milagros y maravillas que hace a través de ti.

Os invito a rezar esta oración al Espíritu Santo todos los días: cuando vayáis a casa, al trabajo, al gimnasio, a hacer deberes, bañar hijos, salir de fiesta… para que el Espíritu Santo sepa cuánto queremos que viva en nosotros, ¡que queremos de corazón que nos enseñe a vivir como verdaderos hijos De Dios!

Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor. Envía tu Espíritu y serán creados. Y renovarás la faz de la tierra”, se conoce como el Veni Creator y no se sabe quién lo “escribió”, pero se encontraron los primeros escritos en el 1049, así que son muchas generaciones rezando al unísono la misma oración.

Pd. Os espero en los comentarios, son siempre muy enriquecedores además de animarme viendo que no escribo sólo para mí, jeje!

Del barro al Cielo en menos de una hora

Desde que empezamos el 2022 no termino de levantar cabeza. Cogimos todos el Covid el día de Reyes y, aunque no fue nada exagerado -una gripe suave-, a mí me dejó baldada. No sé si es que agravó mi ya existente Fatiga Crónica o si era parte del virus, aunque en el fondo eso es lo de menos. El caso es que he estado así desde entonces y no ha habido forma de levantar cabeza.

Mujer agotada

Hoy al mirar atrás, veo que al sentirme cansada, he ido descuidando mi trato con Jesús: apenas he hablado con Él, a veces (las menos) meditaba el Evangelio para compartirlo con quienes me esperan cada día en @quenosdicehoyjesús; pero muchos días ni Misa, ni Comunión, ni ná de ná; ni siquiera mirar a la Virgen -¡mi Madre querida del Cielo!- vaya mes de Mayo que le he dado. Ni rosarios, ni Ángelus a las 12.00h, ni echarle besos al verla en mi mesilla de noche…

Apática total. Nada voluntario, porque no imagináis lo que lo he echado de menos, ¡sobre todo los ratos que pasaba con Jesús en la Adoración Perpetua! Cada noche me acostaba triste al ese vacío. Es como quien no ve a su hijo o a su pareja porque las circunstancias complican la vida, pues igual.

Menos mal que el Señor es muy bueno y ha salido a mi encuentro porque yo sólo tenía ganas de mandar todo a paseo. El domingo pasado durante la Misa, Jesús me dijo que dejara de querer llevar yo las riendas de todo y me apoyara en Él; que siempre está a mi lado, pero que últimamente no le he dejado entrar en mi corazón y por eso estoy así.

Lo entendí a medias, la verdad. Pero esta semana ha sido la más dura de todas: mucha fatiga, mucho dolor, náuseas, médicos con los niños que me obligaban a levantarme… he terminado el fin de semana en la cama y súper cansada y desanimada.

Así que le he pedido a mi marido que me acercara a la Adoración Perpetua, que necesitaba estar con Jesús a solas y desahogarme; llorar, dejarme querer, escucharle. Volver a conectar.

Y ha sido maravilloso. Mucho más de lo que jamás habría imaginado. He llegado angustiada, triste, agotada, sin salida… y como no estaba para hablar mucho me he puesto mi playlist con música de Hakuna, que me ayuda mucho a desconectar, y le he dicho:

Aquí estoy. No doy para nada más que para estar aquí sentada, pero sé muy bien que no es en vano. Porque cada minuto que paso contigo (con Jesús) siento perfectamente cómo cae tu Gracia sobre mí; y de repente lo he entendido.

He comprendido lo que me dijo el domingo pasado: “Inés, tu ansiedad, tu agotamiento, vienen de no dejarme hacer. Tú ven a verme, deja que te llene de mi luz y lo demás saldrá sólo”.

Cuando me he ido estaba con una Paz en mi corazón que no os puedo describir. ¿Cómo puedo ser tan cazurra de no ir a verle sabiendo que Él es mi fuerza, mi energía, mi todo? Claramente hay un abismo entre lo que uno quiere hacer y lo que termina haciendo.

Porque somos humanos y la vida nos marea, no nos facilita el trato con Dios, el demonio está al acecho y juega con nuestras debilidades para desesperarnos.

Cuando volvía a casa mi corazón ha ido directo a mi Madre querida, he rezado el Santo Rosario, y me he sentido afortunada de volver a oír las mociones del Espíritu Santo recordándome a mi Madre. ¡Hacía mucho que no me acordaba de Ella en ningún momento! y no imagináis la diferencia…

Qué gusto da dormir otra vez en paz, agradecida a Dios por volver a cogerme en sus brazos y no guardarme ningún rencor por todo este tiempo de paganismo absoluto. ¡Qué bonito es sentirse tan querida habiéndola pifiado pero bien!

Hoy es la Ascensión del Señor a los Cielos. Fiesta grande. Prueba y me cuentas: Cascos, playlist de Hakuna, Sagrario y déjarse llevar por la música, meterse en sus palabras y disfrutar mientras Jesús te baña con su Espíritu.

VAS A FLIPAR. ¡Cuéntamelo en los comentarios!

Mamá, ¿a que si te suicidas vas al infierno?

Hoy sí que me lanzo al vacío y hago especial hincapié en que lo que digo en este blog es mi experiencia personal, lo que me dicta el corazón, confiando en no ofender a nadie sino compartir la importancia de la sensibilidad para ver más allá de los hechos objetivos de la vida. No quedarnos en el blanco o negro.

Dicho esto, puesto que el tema de hoy es bastante delicado, os explico de dónde ha surgido. A raíz de la Semana Santa y el suicidio de Judas tras la traición, uno de mis hijos me pregunta convencido de la respuesta: «Mamá, ¿a que si te suicidas vas al infierno?»

Es curioso porque si no me equivoco hemos crecido pensando que no existía la salvación para quienes se suicidaban. De hecho, quiere sonarme, que incluso antaño (desgraciadamente) ¡se les enterraba fuera del cementerio!

Y el caso es que estoy convencida de que quien llega a una situación tan extrema ha sufrido lo insufrible; y cuando digo sufrir no me refiero a dolor físico (normalmente) -aunque tristemente pueda darse el caso- la mayor pesadilla de quien se suicida se da en su cabeza y en lo que ésta le dicta, de forma irracional pero convincente, sobre su vida y todo lo que sucede en ella.

Y si algo sabemos de Jesús es que los enfermos son su debilidad por lo que no tiene ningún sentido esa condena tan a la ligera. ¡Es tan irresponsable ese juicio, que merecen mucha reparación las familias que lo han padecido injustamente!

Por eso, hoy quiero pediros una oración conjunta por quienes han pasado por ese trance, Dios los tenga en su Gloria, pero especialmente por sus familiares, que tantas veces habrán sufrido en silencio la ignorante y atrevida opinión de la sociedad que les rodeaba.

También por quienes aún se preguntan si podrían haberlo evitado, si podían haber hecho algo más, … por quienes se culpan de que alguien cercano se haya quitado la vida.

Todos tenemos nuestra cruz en este mundo, pero esta me resulta especialmente dolorosa por lo incomprensible y complicada que es; y también por el aislamiento y soledad que genera en el entorno.

Hablar de un familiar que se ha suicidado es aún hoy tema tabú (se dice en bajito, discretamente); y a mi entender es así porque puede sugerir que en parte ha pasado porque las personas de su entorno no han logrado evitarlo.

¡Qué aberración!¡Me parece tan injusto! Porque no tiene nada que ver con eso, y mucho menos con quienes le querían.

Para quien padece una enfermedad incurable y llega el momento de la muerte, se tiende a aceptar, con tristeza pero comprensión, que era su momento y no había alternativa posible.

Sin embargo, ante un suicidio… hay tantos interrogantes que nos creemos con derecho a opinar sobre por qué lo habrá hecho, cuando la razón última es sin duda que algo terrible torturaba su existencia.

Por eso quiero, aunque no sé si logro ese objetivo (sólo espero no estar haciendo aún más daño a nadie); que tras leer esta breve reflexión todos nos paremos y hagamos el firme propósito de no juzgar, acompañar y consolar a tantas familias que sufren en silencio la desolación que deja el suicidio de un ser querido.

Y no juzgar tampoco a quienes lo han intentado alguna vez. Dar gracias a Dios porque no se cumplió su objetivo y rezar por su completa recuperación para que puedan disfrutar de la vida como Dios la pensó para ellos, y no como la enfermedad que sufren hace que la vean, distorsionada, tormentosa e insufrible.

Pd. El Señor permitió que yo sufriera depresión y durante ese tiempo comprendí muchas cosas sobre las enfermedades mentales. Una de ellas fue esta.

¿Por qué Jesús nació en un establo si era Dios?

No puedo imaginar la cara de José cuando le llegó la noticia de que tenían que viajar a Belén para inscribirse en el censo. María en su estado no debería viajar, pensaría; y llevaban meses preparando su hogar para la llegada del Niño. ¡Con lo bonita que había quedado la cuna y la ropita que con tanto amor le había tejido María!. Tendrían que dejar todo allí, no podían viajar mas que con lo imprescindible.

Estaría totalmente desconcertado y buscaría todas las maneras para evitar a María aquel inoportuno viaje pero como ya sabemos, no lo consiguió; tenían que emprender el viaje, con prontitud y con lo justo y necesario.

¿Qué sentido tenía que Dios quisiera eso para su hijo?

Con lo bien que estaban allí, con los abuelos y familiares cerca, en su casa, en el calor de su hogar. El Señor es todopoderoso, se diría: “¿por qué dejará que nos pase esto?, ¿y si no encontramos casa?, ¿y si la estancia se alarga, de qué viviremos?”. Por no hablar de que Belén estaba abarrotada porque todos habían sido convocados en las mismas fechas.

Seguro que José no entendía absolutamente nada, pero estaba tranquilo, Dios nunca les había fallado y todos sus planes eran perfectos. Preparó el equipaje, y partió con su mujer embarazadísima hacia Belén. María no decía nada, estaba llena del Espíritu Santo y sabía que ese contratiempo tenía su sentido.

Llegados a Belén hablaron con algunos familiares -con la esperanza de encontrar un lugar donde descansar- pero no hubo suerte. Todas las casas estaban hasta arriba y lo mismo pasó con las posadas, todo lleno. No había sitio en Belén para ellos.

Por fin un buen hombre, viendo que se hacía de noche y el frío era cada vez más helador, les ofreció el establo. No era en absoluto el mejor sitio para pasar la noche pero al menos no estarían a la intemperie. El calor de los animales ayudaba a templar el lugar y la paja del suelo calentaba un poco la estancia.

José preparó enseguida una hoguera y buscó la forma de que aquel sitio fuera lo más acogedor posible. María se movió a un lugar más apartado para rezar, justo detrás de los animales, y allí se abandonó a Dios como hacía siempre que oraba. Todo pasó muy rápido. Una luz cegadora entró por el tejado deslumbrando la cueva, la luz era tan fuerte que José tuvo que apartar la vista. A los pocos minutos, se oyó el llanto de un niño.

José se echó a llorar de la emoción y, nervioso, preguntó a María si estaba bien. Ella, feliz, contestó que estaba muy bien, que se acercara a ver al niño. José sabía que ese niño era el Hijo de Dios, se sentía indigno de su presencia, pero María insistió y tras adorarle de rodillas tomó al bebé en sus brazos y besó a María.

No había en aquella cueva ninguna cuna así que utilizaron el pesebre para acostar al niño. El pesebre era el espacio reservado para los corderos que nacían sin mancha alguna y eran reservados y cuidados para ofrecerlos como sacrificio a Dios en el templo.

Jesús tenía que nacer en un pesebre porque iba a ser el Cordero de Dios, sin mancha de pecado, sacrificado en la Cruz para salvar a la humanidad de la muerte y del pecado. Por eso los pastores entendieron enseguida el mensaje del Ángel y corrieron a adorar al Niño.

María y José no entendían nada, pero sabían que aquello era la Voluntad de Dios, y vivieron esos días -y toda su vida- sabiendo que no estaban solos y que todo lo que pasaba tenía un motivo divino.

Muchas veces la vida nos va bien, todo está más o menos en orden, como en el hogar de Nazaret, y de repente sucede algo que hace que nuestra vida dé un giro de 180°. Una desgracia, una enfermedad, la muerte de un ser querido, pandemia, volcanes, inundaciones… Sufrimos, no entendemos, … ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ?

Es entonces cuando más debemos mirar al pesebre, al Evangelio, y recordar que nada de lo que nos pasa en la vida es casualidad. Todo tiene un sentido sobrenatural que algún día conoceremos. Dios nos ama, nos acompaña y sufre con nosotros y con su Amor permite que le conozcamos, que nos fiemos de Él y que, como la Sagrada Familia, procuremos vivir en la alegría y la paz de sabernos en las manos de Nuestro Padre Dios.

¿No te has sentido alguna vez en tu vida como José, con esa sensación de que todo sale del revés, de que todo se derrumba sin ningún sentido aparente?

¿Hasta dónde llegarías para demostrar tu amor?

Te voy a contar una historia que pasó hace muchos años en un pueblecito humilde y tranquilo donde vivía una chica hermosa, de tez morena y mirada profunda, que sin embargo transmitía un sufrimiento y una soledad totalmente incoherentes con su belleza.

La pobre mujer había sido víctima de un delito familiar terrible. Su padre era un ser despreciable y sus sucios negocios habían arruinado a la familia y deshonrado a todos sus descendientes. Nadie en la zona se acercaba o trataba con ellos.

Una noche, ya casi de madrugada, llegó al pueblo un muchacho buscando un lugar donde alojarse. Mientras se dirigía a la posada, se cruzó con aquella mujer cuyo cabello era más brillante que el sol y muy fugazmente pudo comprobar su belleza y la bondad de su mirada. Ella, al verle, miró al suelo avergonzada y se marchó.

El muchacho quedó prendado de su hermosura y al preguntar por ella en el pueblo, conoció la deplorable situación de su familia y el terrible destino que le esperaba. No podía dejar que eso sucediera así que negoció con las autoridades del condado y llegó a un acuerdo. Él restauraría el honor de aquella familia y todo quedaría perdonado.

Tan sólo se habían visto unos segundos pero su amor era tan grande que hizo todo lo que debía para poder perdonar su deuda y restaurar su honor.

No fue cosa fácil: Renunció a su rango -¡siendo hijo de sangre real!- y con lo que tenía construyó un puente para el pueblo, asfaltó las calles, devolvió las deudas pendientes y sufrió la humillación y las burlas de todo el pueblo cuidando los cerdos y las gallinas. La gente le llamaba loco e insensato, pero él no dejó de sonreír: lo hacía por una causa muy noble, hacer feliz a la mujer que amaba.

Una vez terminado el “proceso de restauración”, el chico decidió quedarse allí, su corazón ya no le pertenecía, soñaba con que algún día ella aparecería por allí y podrían estar juntos eternamente. Realmente no sabía si pasaría, pero el estar cerca de ella le llenaba de felicidad.

¿Se enamoró aquella mujer del hombre que lo había dado todo por ella?, ¿se interesó acaso por su bienestar?, ¿le agradecería semejante sacrificio? Cada uno de nosotros estamos hoy llamados a contestar estas preguntas.

Aquella chica somos cada uno de nosotros. Sí, también tú. Tras el pecado original Jesús te quería tanto que siendo Dios quiso hacerse vulnerable, ¡humano! porque no podía soportar que tu vida fuera meramente humana pudiendo ser divina.

Te quería tanto que dio su vida por ti; atado a un madero, despreciado, humillado, golpeado… pero feliz, porque sabía que ese calvario valía la pena sufrirlo por ti. Jesús es quien te ha creado por amor; conoce ¡hasta el último rincón de tu corazón! y le chifla tanto cada pedacito de ti que no quiere que sufras solo, que te enfrentes a esta vida -a veces tan dura- sin ninguna ayuda. Así, que se pone a tu disposición para acompañarte siempre, si tú quieres.

La historia del inicio no era más que una forma de explicar a pequeña escala lo que Jesús hizo por nosotros. Con su ejemplo hemos aprendido lo que significa “amar”: por un lado es darnos, pero sobre todo es ponernos en las manos de los demás cuando lo necesitamos; sin miedo a hacernos vulnerables, pequeños. Mostrando nuestras imperfecciones y pidiendo perdón por ellas: ese es el amor que dura toda la vida, el que nos hace realizarnos y ser felices.

Ya sé que suena muy bonito, pero el día a día, la convivencia, los defectos, el estrés… hacen que se nos olvide lo importante. Por eso es imprescindible contar con el Maestro, el que nos enseñó cómo amar. Dejándole entrar cada día más profundamente en nuestros corazones, porque solos no podemos. Es Él quien nos sostiene.