Pentecostés: No soy una paloma

Esta semana hablaba con un amigo sacerdote sobre el Espíritu Santo y me decía medio en broma, medio en serio, que el Espíritu Santo tiene que flipar con nosotros. Estará pensando, ¿pero estos de qué van?, ¡que no soy una paloma!, ¡que soy una Persona Divina! Soy exactamente igual que el Padre y el Hijo: DIOS

Me dio que pensar, porque realmente es así, al menos en mi caso. Como en prácticamente todas las representaciones artísticas del Espíritu Santo se le plasma como una paloma blanca o en forma de fuego, de luz cegadora… que es como se le describe en los pasajes de la Biblia en los que aparece, lo asocio a eso y se me olvida que el Espíritu Santo es una PERSONA.

No he tratado al Espíritu Santo como una Persona nunca, ¿tú hablas con Él como le hablas a Jesús? Siempre me lo imagino como algo abstracto; a veces como una cascada de agua dulce que baja del Cielo y me llena de Gracia de Dios -me deleito en esa sensación de estar empapándome (aunque no lo vea) de ese Amor de Dios que se derrama sobre mí.

Otras veces lo identifico con esa Gracia de la Comunión de los Santos, la que hace que mi oración, mi vida ofrecida a Dios obre milagros en otras personas que necesitan ayuda y me piden que me acuerde de ellas. Ciertamente, el Espíritu Santo es quien nos llena de Dios, quien habita en nosotros para acercarnos a Cristo, pero no me acuerdo nunca de tratarle como a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Obviamente no pretendo explicar -ni entender- el misterio de la Santidad Trinidad (tres Personas y un sólo Dios), es inalcanzable para mi inteligencia y decir lo contrario sería de una soberbia descomunal, ¡sería creerme como Dios!, y no es el caso, conozco muy bien mi condición (gracias a Dios).

Siempre he entendido que el Espíritu Santo es el fruto del Amor entre el Padre y el Hijo que es tan grande que es también una Persona. Como el amor no se ve pero sí se siente en el corazón con una fuerza que a veces incluso duele -me sale imaginar al Espíritu Santo como agua, energía, fuego, o como un soplo de aire fresco y suave sobre mi rostro. ¡Pero realmente me quedo muy corta tratando así al Espíritu Santo!

El Amor de Dios y el amor humano

Hay algo en nuestras vidas que a mí me sirve para imaginar una especie de reflejo de la Trinidad. Conocemos muy bien el amor humano, y que los hijos son fruto del amor entre dos personas. Es decir, el amor humano en su plenitud, unido al amor de Dios, se materializa en una nueva persona. Toma forma, ¡se transforma en un nuevo ser, único e irrepetible! Lo vemos como algo natural, pero realmente es un hecho bestial, ¡eres el amor de Dios y de tus padres!, ¡es flipante!

¿Cómo me ayuda el amor matrimonial a imaginar la Trinidad de Dios?

Quizá sea una barbaridad pero para mí, Dios Padre es el Creador de todo, Jesús es el Hijo -que se hizo hombre para salvarnos- y ahora, veo al Espíritu Santo, como la Persona Divina que habita dentro de mi alma cuando estoy en Gracia (sin pecados mortales); no es ni agua, ni aire, ni fuego, ni una paloma: es la Persona que, de hecho, me ayuda a llegar al Cielo.

Su misión es guiarnos parar llegar al Padre y al Hijo, sin sus dones no podríamos rezar, ni pensar, ni discernir, ni siquiera amar, porque el Espíritu Santo es quien nos da los dones que necesitamos para parecernos cada día más a Jesús. Quien nos santifica y nos cuida cada día.

Solemnidad de Pentecostés

Hoy celebramos la Fiesta de Pentecostés, el día en el que los apóstoles recibieron al Espíritu Santo. ¡Qué gran regalo nos dejó Jesús al subir al Cielo! Ya nos lo dijo, que era necesario que Él se fuera para que viniera el Paráclito; y tenía razón. El Espíritu Santo es Quien posee todas las Gracias; sin Él no podríamos celebrar la Eucaristía, ni bautizarnos, ni hablar con Dios, ni muchas más cosas.

A veces puede resultar difícil entender que Dios habita en cada uno de nosotros, pero cuando confías y dejas que sea Él quien lleve las riendas de tu vida, descubres que es imposible no creer en su existencia porque ves con tus ojos los milagros y maravillas que hace a través de ti.

Os invito a rezar esta oración al Espíritu Santo todos los días: cuando vayáis a casa, al trabajo, al gimnasio, a hacer deberes, bañar hijos, salir de fiesta… para que el Espíritu Santo sepa cuánto queremos que viva en nosotros, ¡que queremos de corazón que nos enseñe a vivir como verdaderos hijos De Dios!

Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor. Envía tu Espíritu y serán creados. Y renovarás la faz de la tierra”, se conoce como el Veni Creator y no se sabe quién lo “escribió”, pero se encontraron los primeros escritos en el 1049, así que son muchas generaciones rezando al unísono la misma oración.

Pd. Os espero en los comentarios, son siempre muy enriquecedores además de animarme viendo que no escribo sólo para mí, jeje!

A mí llévame en brazos

Os he hablado en varias ocasiones de la película “La cabaña” porque tiene muchos detalles impresionantes que me ayudan a vivir con más presencia de Dios.

En concreto (siento el spoiler pero no revelo nada esencial), hay una escena que a mí me marcó mucho y que tengo muy presente a menudo, sobre todo en los momentos difíciles de la vida, y como ahora estoy atravesando un puente que no sé a dónde me lleva me está costando mucho aceptarlo.

Por eso, cuando siento que todo se viene abajo me acuerdo muy bien del momento en el que el protagonista está subido en una barquita y de repente ésta empieza a hundirse; y el agua, que era hermosa y clara, se convierte en una masa negra que le tira hacia abajo.

Y entonces aparece su amigo y le dice algo así: mírame a los ojos, tú mírame a los ojos, todo lo que estás sufriendo y el pánico que te ha entrado es fruto de tu imaginación: no está pasando, NO EXISTE, sólo pasa en tu cabeza; si me miras a mí y confías todo volverá a la calma, y así fue.

No podéis imaginar la de veces que yo me siento en esa barca que se hunde y busco los ojos del amigo, de Dios, porque al final es muy cierto que todo lo que me atormenta, me agobia, me entristece está sólo en mi cabeza: son cosas que creo que van a pasar por las circunstancias en las que me encuentro pero que en realidad aún no han pasado y puede que nunca pasen.

Así que le miro a los ojos. A veces con eso basta. Enseguida recuerdo que estoy en manos de mi Padre y que nada pasa en mi vida sin que Él lo consienta, y cuando lo hace es porque quiere contar conmigo para evitar una guerra, un divorcio, dar la fe a alguien… ¡sólo El sabe dónde se necesita más apoyo!

Y me calmo. Me siento feliz y agradecida y me repito muchas veces ese “todo es para bien”.

Pero ahora empiezo a tocar fondo (os pido que recéis por mí), los síntomas de la depresión van a más y sólo pensarlo me supera; así que hoy he vuelto a mirarle a los ojos a Jesús, muchas veces, le he pedido mil veces que me ayudara a salir de esa barca, pero no había forma, estaba demasiado asustada.

Así que le he dicho que igual al protagonista de la peli con mirarle a los ojos le bastaba pero que yo sola no puedo y que necesito que me coja en brazos y me lleve Él a la orilla, porque sólo así podré olvidar lo que no existe y dejar de sufrir en vano. Y me ha escuchado. Hoy estoy más tranquila pero no voy a dejaros ahí mirando sin pediros oraciones, esta enfermedad sin duda es muy dura pero no necesito tanto que me cure como que me mantenga la mirada en sus ojos, en el cielo, en la eternidad.

Y allí nos reuniremos todos y veremos los frutos de nuestro sufrimiento y seremos muy felices al ver la cantidad de almas que conocieron a Jesús y se bautizaron, o se acercaron de nuevo a la Fe con una confesión que les cambió la vida, o esa guerra que nunca se dio gracias a nuestra docilidad.

Cuento con vosotros. Yo rezo mucho por cada uno de los que me seguís, por los que me leéis y por los que, aunque quisieran leerme, no les da la vida (por los que comentáis rezo el doble 😜).

Hace tiempo que no os lo pido pero ahora os necesito. Acudid a la Virgen por mí. Hoy celebramos la Fiesta de la Virgen de Lourdes, Ella me cubre con su manto y sé que os escuchará enseguida. Un Avemaría, un Acordaos, un Rosario, una visita a la Virgen… todo vale para conmover a una Madre. Cada uno lo que pueda.

Seguro que entre todos me sacáis de este fango del que yo sola no puedo salir. ¡¡¡GRACIAS!!!

Gracias Iñaki por acercarnos el cielo a la tierra.

Tal día como hoy, hace sólo un añito, llegaba a nuestra familia Iñaki. Un angelito divino que cambiaría nuestra perspectiva sobre el valor de la vida y la grandeza del amor (y también la de muchas más personas) en tan sólo ocho mesecitos.

Hoy quiero contaros su historia. Bueno, más bien quiero que os la cuente su papá, porque mejor que él no lo sabe hacer nadie. Y he esperado a hoy porque el tiempo puede hacer que la tristeza de no tenerle cerca desfigure el gran regalo que ha supuesto -y supone- su corta pero maravillosa vida en nosotros.

Os transcribo hoy (lo mejor que pueda) las palabras que el Espíritu Santo inspiró a mi hermano el día de la Misa de Ángeles que celebramos para despedir a Iñaki y dar gracias a Dios por hacernos partícipes de tan gran regalo:

Hace 18 meses Dios tenía en su mente a un niño al que quería mucho. Le quería tanto, tanto, tanto, que le pidió a su Madre María -a la Virgen- que encontrase una familia donde pudiese estar poquito tiempo, porque lo quería pronto con Él.

Nosotros entonces participamos en una oración mundial en Lourdes por los niños abortados, por los niños que estaban siendo abortados en clínicas. Y me acuerdo que rezamos y pedimos:

Madre, si alguno de estos niños que nadie quiere, nos lo quieres enviar, nosotros lo acogeremos y le querremos.

Un mes más tarde supimos que estábamos embarazados de un niño que, en un 99% de los casos, nadie quiere. Nos lo dijeron los médicos. Como sabéis, tenía una cardiopatía bastante severa de corazón, le faltaba un riñón y tenía un 60% de probabilidades de tener un síndrome asociado.

Lo primero que nos dijeron fue si queríamos abortar pero nosotros dijimos que no, que era nuestro hijo y que lo queríamos todo el tiempo que fuera.

Al final Iñaki nació muy bien, sin síndromes, y pudimos tenerlo muy bien. Han sido ocho meses increíbles, llenos de la alegría de vivir. Confiábamos en que las cosas fueran bien pero está claro que Dios tenía otros planes.

El 11 de febrero, es el día de la Virgen de Lourdes, nosotros le tenemos mucha devoción (luego sabréis por qué) ese día Iñaki enfermó. Cogió un catarro, que aparentemente no era grave pero que luego se complicó, con un virus gastrointestinal que se fue complicando hasta acelerarlo todo.

Tuvimos que ir al hospital y estando allí rezábamos mucho; intentaron operarlo de urgencia pero no salió bien, sufrió una parada cardiaca y el resto ya lo conocéis.

Me acuerdo que estando allí le pedíamos con fuerza a la Virgen que hiciera un milagro. Y yo le dije interiormente:

Madre, mi vida por la suya. Y recuerdo escuchar una voz muy fuerte dentro de mí que me decía: «pero es que tu vida no la quiero ahora».

Poco después nos dijeron que tenía muerte cerebral, y cuando le desenchufaron nos quedamos Mariona y yo solos con él, para acompañarle. Y cuando se nos iba, sentimos un vuelco, una paz, un calor inhumanos. No se pueden describir.

Mariona me miraba preguntándome: ¿estás sintiendo lo mismo que yo? Es incomprensible, os aseguro que en ese momento tenía un dolor en el corazón, que Dios lo llenó de paz.

Mariona me decía: ahora no tengo miedo a morir, sé que Iñaki está en el cielo». Esa calma, ese sosiego, está claro que Dios prepara a las almas ante sufrimientos así.

Mi conversión empezó hace tres años en un retiro de Emaús. Ahí sentí de una manera brutal el amor de Dios que durante todo este tiempo, dentro del dolor, hemos sentido también: una paz que nos acompaña.

Yo cada día sólo puedo darle gracias a Dios por haber tenido a Iñaki, por la inmensa suerte de haber tenido a Iñaki. Y le doy las gracias a Iñaki porque nos ha acercado el cielo a la tierra.

Yo antes pensaba en el cielo como en algo muy lejano. Ahora he hecho un pacto con la Virgen y le he dicho: «Madre, yo lo que tenga que vivir en esta tierra, pero de aquí directo al cielo, que quiero darle un abrazo a mi hijo»

Y tengo esa certeza. Unos días después de irse Iñaki, nos fuimos a Lourdes a darle gracias a la Virgen y, estando allí, para que veáis cómo hace las cosas Dios, terminamos de rezar en una de las capillas y al salir me dice Mariona: «estoy embarazada».

Y yo le dije que ya lo sabía porque a la Virgen cuando se le pide siempre da. A los pocos días nos confirmaron que estábamos embarazados de diez semanas. Es algo incomprensible pero tenemos esa gran alegría que nos viene en medio del dolor por la pérdida de Iñaki.

(Después entonó una canción preciosa, en honor a Iñaki Jon, que desde entonces está muy presente en nuestras vidas y nos llena de paz en los momentos de tristeza: ¡un gran regalo del cielo!)

¡FELICIDADES CAMPEÓN, CUÍDANOS DESDE EL CIELO!

No voy a ir al infierno por comer carne en Cuaresma

¿Por qué surgen enfrentamientos entre los católicos en Cuaresma?, ¿voy al infierno si no ayuno?, ¿es más «santo» el que cumple con la abstinencia?, ¿por qué nos molesta tanto que nos juzguen en este tema? Breve reflexión sobre estas y otras cuestiones en torno a la Cuaresma.

Durante la cuaresma surge siempre, por desgracia, el debate -y la división- entre los católicos acerca de la obligación de ayunar el miércoles de ceniza y el viernes santo, y de no comer carne los viernes de Cuaresma.

Los que cumplen con el Magisterio de la Iglesia son «apestados» por exagerados y «radicales», los que no lo hacen lo son por rebeldes y «pecadores». La susceptibilidad reina en todas las conversaciones y comidas en las que el tema está presente.

¡Qué deformada tenemos en la conciencia si pensamos que con cumplir los mandamientos nos salvamos; y que si no obedecemos, iremos al infierno!

Y es una pena, la verdad. Porque ni unos ni otros tienen motivos para sentirse así. La Cuaresma es un tiempo en el que los católicos intentamos limpiar un poco nuestras almas para que Jesús y, sólo Él, nos llene con su Gracia en la gran fiesta de la Pascua, cuando celebremos su Resurrección.

Lo más importante de este tiempo es la actitud y disposición interior, -que sólo cada uno conoce-, a dejar que Jesús nos cambie, nos renueve, nos dé luces para conocer un poco mejor nuestro camino personal al cielo.

De nada sirve ayunar, mortificarse, ¡cumplir con todos los preceptos!, si tu única intención es que «la gente» vea que eres muy obediente. No es una cuestión de obediencia sino de conversión personal.

Del mismo modo que el comer carne o no ayunar tampoco te hacen más libre y, mucho menos, si lo haces por llamar la atención o por llevar la contraria; ¡sólo a ti te importa lo que hagas y el porqué!, del mismo modo que sólo a ti te beneficia o te perjudica.

Esa susceptibilidad pienso que quizá surja de sentirnos juzgados, encasillados o, como acabo de leer en el blog de Javier Vidal Quadras, por simple soberbia: que nos toque un pie que sea otro quien nos diga cómo amar a Dios, y más si es la Iglesia.

Y es que la falta de conocimiento del sentido real de la Cuaresma hace que nos quedemos con la parte humana y visible, «lo externo», cuando lo que de verdad importa pasa en el interior de la persona.

La Iglesia nos recuerda, como madre nuestra que es, que la Pascua, la resurrección de Jesús está a la vuelta de la esquina. Y que ese día, es tan grande para los cristianos, que el Señor derrama mucha Gracia sobre sus hijos.

De ahí que nos invite a la preparación, mediante el ayuno, la limosna y la oración.

La Cuaresma está para que tú y yo nos preparemos para la Pascua, nos vaciemos de nosotros mismos para que pueda entrar Jesús.

Este año os animo a cada uno, también a mí misma, a parar unos minutos delante del Señor y hablar con Él. Ver despacio y con humildad cómo puedo preparar mi alma durante esta Cuaresma para que en Pascua esté lista para crecer con los regalos que Jesús quiera darme.

Porque sobre todo es a mí a quien afecta el desperdiciar este tiempo o aprovecharlo. Sólo yo puedo saber si mi comportamiento me acerca o me aleja de Él: todo lo demás debería darme igual.

¿Os habéis visto alguna vez en esos rifirrafes?, ¿qué creéis que nos lleva a la división?

Cómo ayudar a tus familiares y amigos difuntos a llegar al Cielo

Una amiga acaba de recordarme que noviembre es el mes que la Iglesia dedica en especial a los difuntos. Ando un poco despistada y he pensado que quizá no sea la única 😅, así que hoy quiero recordaros qué podemos hacer para ayudar a nuestros familiares y amigos difuntos a llegar al Cielo cuanto antes.

Está claro que cuando se nos va alguien a quien queremos a todos nos sale una mirada al cielo pidiendo a Dios que lo acoja en su Gloria; celebramos una misa funeral por esa persona y confiamos en que el Señor tenga misericordia de ella y pase por alto los pequeños o grandes errores de su vida.

¡Y ya está! La mayoría de las veces nos quedamos ahí, pero ¡es tanto lo que podemos seguir haciendo por ellos!

Y ahora es cuando más nos necesitan, porque si están en el purgatorio (que como se explica este vídeo será lo más probable) la única manera que tienen de salir de ahí y gozar por fin en el Cielo es con nuestra ayuda.

Indulgencias

¿Y qué puedo hacer yo? Obviamente todo rezo será agradecido, pero hay una forma muy concreta de hacer que un alma del purgatorio vaya directa al Cielo, y otra, para reducir su pena.

Son las llamadas indulgencias, y hay dos tipos: plenarias y parciales.

  • ¿Qué es y cómo se gana una indulgencia plenaria para un familiar difunto?
  • La indulgencia plenaria limpia todas las manchas que el pecado haya ido dejando en esa alma del purgatorio durante toda su vida, es decir: ¡la manda directa al cielo!

    Para poder ganarla hace falta que el fiel que las procura cumpla estos requisitos:

    • Confesarse (8 días antes o después) y aborrecer todo pecado
    • Comulgar (en el día)
    • Rezar por las intenciones del Papa (en el día)

    Sólo se puede ganar una vez cada día y hay varias formas de hacerlo; yo os voy a contar las más accesibles para la mayoría de nosotros:

    • Rezar el rosario en familia (o delante del Sagrario)
    • Adorar al Santísimo (a Jesús en el sagrario) durante media hora

    Hay muchas más, por lo que he visto en este artículo de Alfa y Omega, pero son para días concretos. Como, por ejemplo, a quien hace la primera Comunión ¡y a quiénes le acompañan.

    Indulgencia parcial: ¿qué es y para quién se gana?

  • La indulgencia parcial lo que hace es limpiar parte de esas manchas que el pecado ha ido dejando en nuestras almas, ¡aunque nos hayamos confesado!; podemos ganarlas para almas del purgatorio o para nosotros mismos. Y lo bueno es que se pueden ganar muchas cada día.
  • ¿Y cómo se gana una indulgencia parcial?
  • Demostrándole con obras a Jesús que le queremos. Algunas formas de ganar indulgencia parcial son:
    • Besar una medalla o cruz con devoción
      Decir una jaculatoria o dedicatoria con cariño
      Visitar a Jesús en una Iglesia
      Hacer la señal de la cruz diciendo «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»
      Rezar antes y después de comer una oración
      Rezar una comunión espiritual

    Ya veis que hay muchas y son muy sencillas. Podéis ver más en la web de liturgiacatolica.org

    Para poder ganar indulgencia parcial es necesario estar en gracia de Dios, es decir, tener el alma limpia de pecado mortal.

    ¿A que es genial poder hacer tanto por quienes ya nos han dejado?

    Yo estoy emocionada porque se me había olvidado por completo, y si no tienes a nadie cercano por el que rezar puedes hacerlo por el que más lo necesite. ¡Verás como luego te lo agradece desde el Cielo!

    Enlaces para profundizar:

    ¿Qué otras oraciones o costumbres conoces para pedir por los difuntos?

    «La hija de», «la mujer de», «la hermana de»

    Cuando era pequeña, y mi madre me mandaba a casa de alguna amiga para recoger algo, al llegar llamaba al timbre y yo contestaba con confianza: «soy Inés, la hija de María Eugenia».

    Enseguida se abría la puerta y me recibían con los brazos abiertos; siempre caía algún dulce, palabras bonitas y mucho cariño. Simplemente por ser «la hija de» ya merecía todas las atenciones; porque, os aseguro que, si en vez de contestar eso hubiera dicho «soy Inés», probablemente ¡no me habrían abierto ni la puerta!

    Yo era «la hija de Jesús y María Eugenia», y cuando oía a alguien decirlo para identificarme me sentía orgullosa; eran ellos los que con su vida y su ejemplo hacían que yo pasara a ser importante también, es como si heredara su buen hacer y pasara a ser digna del cariño de todo el mundo.

    Pero es curioso, porque al crecer algo cambia, queremos ser valorados por nosotros mismos, no queremos ser «la hija de», «el marido de» o «la hermana de».

    El ego nos puede y buscamos ser reconocidos por nosotros mismos, por «nuestros méritos».

    Y si nos volvemos demasiado egocéntricos podemos incluso llegar a olvidar quiénes son nuestros padres, no reconocer todo lo que han hecho por nosotros; y eso es precisamente lo que nos pasa con Dios cuando nos alejamos de Él, cuando queremos «ir por libre».

    Algún día llamaremos a las puertas del Cielo y habrá mucha diferencia entre contestar: «soy Inés, la hija de Dios», que contestar que soy sin más «Inés». Y siento deciros que la principal diferencia estará en que si contesto sólo con mi nombre, lo haré creyendo de verdad que son mis méritos y mi buen hacer los que van a abrir esa puerta, los que hacen que me gane el Cielo.

    Pero no es así. Creedme si os digo que todo, absolutamente todo lo que tenemos, somos y podemos, es gracias a nuestro Padre del Cielo.

    Por eso Jesús se dirigía solo a los humildes de corazón, porque los «sabios y entendidos» se creen autosuficientes, no son capaces de reconocer a Dios en su vida.

    Jesús nos invita a ser como niños, en el sentido de sentirnos «nada» sin Él, y «todo» gracias a Él también. Somos dignos del Cielo porque Jesús nos abrió las puertas del paraíso con su muerte y resurrección; y somos capaces de hacer cosas grandes y buenas porque el Espíritu Santo nos acompaña.

    La «filiación divina«, que es como se llama oficialmente en la Iglesia al hecho de que seamos hijos de Dios, siempre me ha sonado demasiado teórico, ¡es una palabra tan extraña!

    Oímos con frecuencia lo de que somos «hijos de Dios», pero nos suena más como un título nobiliario que como algo tan real como el color de nuestros ojos.

    Quizá no siempre podamos sentir orgullo de ser hijos de nuestros padres, son humanos y como tales pueden llegar a meter la pata hasta límites insospechados; pero de nuestro Padre del Cielo ¡hemos heredado la vida eterna, la dignidad de hijos de Dios!, y podemos sentirnos más orgullosos de ser sus hijos, que de serlo del más famoso de los famosos.

    Esta semana te animo a tratar un poco más a Jesús, acudir a una Iglesia y pasar un rato con Él, leer qué nos dice cada día en el Evangelio…; porque si nos acercamos con humildad, Él como buen Padre saldrá corriendo a buscarnos para darnos un abrazo y mostrarnos todo lo que tiene para nosotros.

    Cuando los hijos no llegan: ¿tiene sentido el matrimonio sin hijos?

    Me cuesta mucho hablar sobre este tema porque temo herir con mi torpeza la sensibilidad de alguien que esté pasando por esta situación. No es mi intención ofender, y pido disculpas por adelantado si esto ocurriera.

    Empatizo mucho con los matrimonios que no pueden tener hijos a pesar de desearlos ardientemente. Quizá porque conozco a muchas familias, cada vez más, que ansían ser padres y esta realidad nunca llega a sus vidas, ¡o se hace esperar muchos años!

    El matrimonio va tan ligado a la procreación que podemos llegar a plantearnos el sentido de esta unión cuando no hay hijos. Por eso, me siento en la obligación de decir convencida que el matrimonio tiene sentido en sí mismo, los hijos son un añadido, no le dan más valor.

    El amor es un don, un don difusivo que se expande y transforma todo lo que toca. Pienso de verdad, que en las familias sin descendencia, esta expansión es aún mayor porque el amor de los esposos es más fuerte: las pruebas hacen crecer el amor y esa prueba ¡merece su recompensa!

    Cada familia es luz para quienes les rodean, y no tener hijos da pie a llegar a muchas más personas. Son padres no biológicos, pero padres de mucha gente. Y para un cristiano, para un católico: el matrimonio en sí mismo tiene un valor infinito, es un Sacramento.

    Esto significa que Dios mismo se hace presente en nuestra relación cada vez que nos cuidamos, cada vez que pensamos en el otro, cada vez que nos esforzamos por ser mejores para nuestra pareja, cada vez que nos damos al otro plenamente, cada vez que juntos somos luz para otros.

    Hace unos meses escuché estas palabras de un cura que me hicieron ver mi matrimonio desde otra dimensión. Hizo un paralelismo entre Jesús entregando su cuerpo en la Cruz; y la unión matrimonial, donde los esposos entregan su cuerpo el uno al otro.

    En ambas entregas: la Cruz y el Matrimonio, Dios mismo está presente salvando almas por amor. Cuando amas a tu esposo, a tu esposa, Dios se hace presente en vosotros y transforma el mundo con vuestro amor, ¡continúa con la redención!

    La Pasión de Cristo se llevó la peor parte, sin duda; nuestra entrega al otro está llena de placer, de ternura, de cariño, de respeto (vale, alguna bronca también, jaja!). Pero estamos muy equivocados sí solo vemos a Dios en los momentos difíciles porque está aún más presente en la belleza del amor.

    Dios es la belleza infinita, el amor pleno.

    Nos acompaña en las cruces de nuestra vida para ayudarnos a llevarlas, para descargarnos de su peso, pero en el amor…: ¡se hace realmente presente y llena el alma de los esposos de su Gracia, transformando el mundo con sus vidas y santificando a los esposos!

    Y esto pasa, independientemente de si tienes o no hijos o de cuántos tengas. Los hijos son dones, frutos visibles de ese amor. Pero hay muchos más frutos, y más grandes, algunos quizá sólo los descubramos en el más allá, pero son tan reales como esos hijos.

    Sólo es necesario que dejemos entrar a Dios en nuestra relación y nos fiemos plenamente de sus decisiones. El plan divino alcanza toda la eternidad, nosotros no vemos más allá de nuestras narices, de nuestro «hoy y ahora».

    Recuerdo cuando nos casamos que tuve muy claro que en nuestro matrimonio seríamos siempre tres: mi marido, Dios y yo.

    Y que Dios sería quien tuviera la última palabra en TODO.

    No hay nada más seguro que dejar que sea Dios quien lleve las riendas de mi matrimonio, aunque a veces no lo entienda, o no me convenza. Me fío de Dios tanto como de mi marido, y con él ¡iría hasta el infinito con los ojos cerrados!; así que con Dios, que es perfecto de verdad, que no se equivoca NUNCA…, ¡hasta el infinito y más allá!

    Cuando un abuelito se va…, algo despierta en el alma

    La semana pasada nos dejó mi abuelito. El Señor se lo llevó de la manera más dulce: mientras dormía. Los que nos quedamos sentimos su vacío pero al mismo tiempo, la certeza de saber que descansa en el Cielo, nos llenó de paz y alegría.

    Era un hombre bueno, muy bueno. Y al pensar en su vida, en qué es lo que nos ha dejado su paso por este mundo, ha sido maravilloso ver que todo lo que pasaba por nuestras mentes eran palabras amables, cariñosas, de admiración, de agradecimiento.

    A veces nos atormenta la idea de tener que ser «perfectos» para poder ganarnos el cielo, pero ¿sabéis qué? no es esa perfección humana que imaginamos de la que habla Jesús, sino de perfección en el amor, ¡que es al final de lo que nos examinarán!

    Mi abuelo era un hombre sencillo, honrado, trabajador. Se conformaba con muy poco, pero no era perfecto, tenía sus defectos como todo el mundo, ¡porque no hay santo sin ellos!, pero ahora relucen mucho más sus virtudes, y sobre todo: su pasión por mi abuelita.

    Quiso a su mujer durante toda su vida de una manera ejemplar…, ¡y han sido 94 años! Hay tantos detalles de amor durante cada día que se ve la huella de Dios en ellos, porque humanamente ya os digo yo que es imposible: ¡cumplió con creces su vocación matrimonial!

    NUNCA en mi vida les he visto discutir, faltarse al respeto, mirarse con un mínimo de rencor. En su lugar, siempre ha habido atención hacia el otro, miradas cómplices, agradecimientos, detalles de cariño, … y no hablo de un libro, ni de una utopía: ¡yo lo he visto durante toda mi vida con estos ojos!

    He aprendido de ellos lo que es el amor de verdad y, como soy consciente de que no todo el mundo tiene la suerte de tener tan cerca semejantes ejemplos de vida, me veo en la obligación de compartirlo con vosotros.

    Nunca faltó un gracias en su boca por cada comida que ella preparaba. Siempre atento para servirle, para cuidarle, y para enseñarnos a los demás a estar atentos también y saber mirar y ver los detalles de cariño que los demás tenían con nosotros.

    Estoy segura de que él nunca creyó que su vida fuera ejemplar, que pudiera estar dejando tanta huella en los que veníamos detrás, ¡pero ya lo creo que lo hacía!

    Sin él darse cuenta nos enseñó a querer, nos demostró que el amor verdadero existe, es real y es maravilloso. Que la felicidad se encuentra en las cosas pequeñas, en el amor humano, en la vida desgastada por y para la persona amada.

    Hoy os digo que merece la pena. No es un camino de rosas, porque también salen espinas, porque no somos perfectos, porque en el día a día nos fijamos más en lo que no nos gusta; pero merece la pena porque es ahí donde se encuentra la felicidad y, lo más importante: nuestro camino al Cielo.

    ¿Qué más puedo hacer por ti?

    Antes de nada: ¡Felices Pascuas a todos! Acabamos de pasar la Semana Santa y aún estoy conmocionada. Han sido unos días muy especiales, en familia y acompañando lo máximo posible a Cristo: ¡muy recomendable!

    El caso es que encontraba el otro día pidiendo por un familiar que está pachuchillo y me entró un poco de impaciencia, hasta el punto de que le solté al Señor que no me parecía de recibo que permitiera esto. A lo que enseguida una voz dulce y calmada me respondió:

    «He dado mi vida por él, ¿qué más quieres que haga?».

    Me quedé muda. Tenía toda la razón. ¿Qué más se puede hacer que dar la vida por alguien? Me sentí avergonzada, Él había hecho ya mucho más que yo por esa persona y todavía me creía con derecho a reprocharle que no se curara…

    Estoy en el camino de aprender a confiar en Dios, en creer de verdad que estamos aquí de paso y que lo único importante es que pronto estaremos todos juntos en el Cielo.

    El reencuentro

    Ayer imaginé la emoción de los apóstoles, los amigos de Jesús, al verle de nuevo tras la Resurrección. Qué paz sentirían Lázaro, Marta y María al verle llegar. Cómo sería el reencuentro entre quiénes se quieren, entre quiénes han sufrido (Cristo en la cruz, y los otros en la soledad, en la incomprensión). ¡Solo con una mirada se dirían tantas cosas!

    Y el abrazo. Yo ayer sólo quería abrazar a Cristo, darle la bienvenida. Él sabe que no me creía del todo que fuera a resucitar, pero es tan bueno que no se enfada, ni me dice: ¡Te lo dije! Me quiere, y se alegra conmigo del reencuentro porque ahora las puertas del cielo están abiertas también para nosotros y pronto iremos todos juntos a la Vida eterna.

    Es un abrazo de agradecimiento, de amor, de cariño, de comprensión, de apoyo; es el abrazo entre dos amigos que han sufrido mucho por la Pasión y por fin pueden consolarse y alegrarse porque todo ha pasado ya.

    ¿Cómo puedo desconfiar de Él con todo lo que hemos pasado juntos?

    Ya no queda nada por hacer, sólo queda disfrutar y esperar a la vida definitiva. ¿Cómo ha sido tu reencuentro con Cristo?

    Le tengo miedo a Dios, miedo a que me haga sufrir

    Hace unas semanas, en la sección de «Qué nos dice hoy Jesús» (que aprovecho para invitaros a conocerla), publiqué unas breves palabras sobre la confianza en Dios.

    Cuando leí el evangelio ese día, y escuché al cura de la iglesia preguntar si quería yo resucitar con Jesús en la Pascua, con el cambio radical que podía suponer eso en mi vida, sentí miedo. Y me asusté de mí misma por tener miedo a decir que sí.

    Me di cuenta de que, aunque la enfermedad me está ayudando muchísimo a estar junto a Dios en todo momento, a sentir su amor por mí, a volverme loca descubriendo todo lo que Dios me ama: ese miedo sólo me demostraba que no me fío de Él. Me sentí decepcionada conmigo misma.

    Y una vez más, Dios me habló a través de una amiga que me envió el vídeo que pongo a continuación y que os recomiendo ver. Ese vídeo llegó en el momento oportuno porque lo que más me dolía era sentir esa desconfianza en Alguien a quien debo mi vida, a quien quiero con locura, Alguien que ¡ha dado su vida por mí! ¿Cómo podía dudar?

    Era la primera vez que escuchaba a esta mujer, Sor Emmanuel, monja de Medjugorje. Sus palabras me consolaron, me reconfortaron, me dieron mucha paz. Sobre todo al confirmarme que esos pensamientos no son míos.

    Sor Emmanuel explica que cuando sufrimos, por el motivo que sea, somos más vulnerables y por eso el demonio aprovecha para meter en nuestra cabeza ideas que nos desesperen: «no merece la pena seguir luchando», «Dios no te quiere porque te hace esto», «si te quisiera no lo permitiría», …; esas ideas no vienen de Dios porque no son, ni de lejos, el mensaje de Jesús en el evangelio.

    Ante el dolor y la enfermedad, Dios nos invita a descargar sobre Él nuestra carga: «venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados que yo os aliviaré». Y ¿cómo nos alivia? Nos enseña sus llagas, para que veamos que Él sufre con nosotros, y recoge nuestras penas y las carga en su Cruz.

    Y es así. Yo lo estoy experimentando. No es Dios quien me envía la enfermedad, ¡la tendría igual sin Él! Pero contando con su ayuda, en vez de ser amarga, la cruz se hace más suave y puedo seguir adelante, porque Él la lleva por mí y la une a su dolor, me acompaña, sufre conmigo.

    Te animo vivamente a ver o escuchar el vídeo. Mientras planchas, viajas o caminas. Te ayudará a ver la Semana Santa desde otra perspectiva mucho más bella: desde el amor.