¿Por qué grito tanto a mis hijos?

Es agotador, de verdad. No llevo ni cinco minutos con ellos en casa y ya estoy gritando: «la mochila recogida», «los zapatos en el armario», «¿quieres colgar el abrigo, por favor?».

En serio, es así muchos días y varias veces, no creas que lo digo una y ya lo hacen. Entonces a la quinta empiezo a calentarme y el tono sube: «¿¡por qué sigue aquí en medio la mochila!?, «¿qué pasa, que si no estoy encima no lo haces?», ¡¿pero quieres quitar esos zapatos del pasillo!!!??

La loca de la casa, con el agravante de que cuando grito, el dolor de espalda aumenta, me canso y me cabreo aún más.

Y, sinceramente, cuando me paro y lo pienso veo que no es culpa de ellos. Yo era igual, los hijos de mi amiga son iguales, y probablemente los tuyos también ¿o no?

Si no te pasa esto dinos en los comentarios cómo lo haces, por favor, porque yo sueño con que en mi casa haya más paz y alegría (y algún que otro grito menos). A ver, que no es todo tan trágico pero es que hay días que me los comería.

Lo curioso es que, gracias a mis hijos -y a lo fácil que resulta ver la raíz de los problemas cuando no es uno el que está metido en ellos-, he descubierto que la mayor parte de la solución está en mi mano.

Es una constante que cuando le riño a alguno de mis hijos porque ha hecho algo mal, lo siguiente que hace de forma instintiva es salir enfurruñado hacia su habitación y soltarle al primero que pilla un par de rapapolvos por lo que sea que podía haber hecho mejor (¡eso no se hace así!, ¡has dejado eso tirado!, ¡eso es mío!…).

Es como si el hecho de fijarse en que los demás tampoco son perfectos quitara hierro a sus propios defectos.

Y eso es lo que me ha hecho pensar que quizá cuando yo grito es porque hay algo en mí que no funciona y reacciono de la misma forma «instintiva» que mis hijos.

A veces es porque estoy cansada o con mucho dolor pero, pensándolo mejor, he de reconocer que la mayoría de las veces es porque he perdido el tiempo con el móvil y tenía que hacer algún recado, o porque tengo muchas cosas pendientes y no avanzo con ninguna por pereza, o porque un proyecto en el que había invertido tiempo no ha salido (véase intento de hacer la compra online y no conseguirlo después de tres horas con la pantallita).

Y es en ese momento cuando inconscientemente pretendo que ya que mi persona está llena de defectos y limitaciones, mis hijos van a ser «perfectos»

Pero, obviamente son niños y, sobre todo, personas por lo que no consiguen ni de lejos responder a mis expectativas de perfección y se equivocan.

Y entonces salto cual hiena pensando que si les exijo orden serán ordenados, que si no consiento ni medio despiste harán las cosas bien y que si aprenden de pequeños que primero se hace lo importante y luego ya -si sobra tiempo- se juega, de mayores no perderán el tiempo con bobadas en el móvil 🙄.

Es bastante evidente, viéndolo así, que si en mi casa hay gritos no será porque mis hijos no sean maravillosos. Muy en la línea de esto, me encantó una charla que tuvimos el otro día en el cole.

Nos explicaron que la función de los padres es educar acompañando con cariño, no obligando. Por ejemplo, si quiero que uno mejore en el orden y que guarde los zapatos en su sitio, se lo digo y voy con él -hasta que coja el hábito- (no se lo digo y me largo a hacer la cena). O si quiero que sean piadosos y recen por las noches, yo soy la que se arrodilla y reza, y ellos si quieren rezarán conmigo.

Y así con todo. Sin enfadarnos. Nuestros hijos no son perfectos ni es nuestra misión que lo sean. Es mucho más importante que nos vean alegres y sepan que les queremos como son, a que sean ordenados, obedientes y muy piadosos por miedo a los gritos de papá y mamá. Y además, ¡tampoco funcionan, ja, ja!

Acompañándoles les demostramos con el ejemplo que lo que estamos haciendo es importante: porque papá y mamá lo hacen conmigo, dedican tiempo a esto en concreto. Y está claro que para acompañar, hay que estar; así que ojo con los que cada día llegan más y más tarde a casa: los hijos necesitan tiempo con sus padres.

Cómo ayudar a tus familiares y amigos difuntos a llegar al Cielo

Una amiga acaba de recordarme que noviembre es el mes que la Iglesia dedica en especial a los difuntos. Ando un poco despistada y he pensado que quizá no sea la única 😅, así que hoy quiero recordaros qué podemos hacer para ayudar a nuestros familiares y amigos difuntos a llegar al Cielo cuanto antes.

Está claro que cuando se nos va alguien a quien queremos a todos nos sale una mirada al cielo pidiendo a Dios que lo acoja en su Gloria; celebramos una misa funeral por esa persona y confiamos en que el Señor tenga misericordia de ella y pase por alto los pequeños o grandes errores de su vida.

¡Y ya está! La mayoría de las veces nos quedamos ahí, pero ¡es tanto lo que podemos seguir haciendo por ellos!

Y ahora es cuando más nos necesitan, porque si están en el purgatorio (que como se explica este vídeo será lo más probable) la única manera que tienen de salir de ahí y gozar por fin en el Cielo es con nuestra ayuda.

Indulgencias

¿Y qué puedo hacer yo? Obviamente todo rezo será agradecido, pero hay una forma muy concreta de hacer que un alma del purgatorio vaya directa al Cielo, y otra, para reducir su pena.

Son las llamadas indulgencias, y hay dos tipos: plenarias y parciales.

  • ¿Qué es y cómo se gana una indulgencia plenaria para un familiar difunto?
  • La indulgencia plenaria limpia todas las manchas que el pecado haya ido dejando en esa alma del purgatorio durante toda su vida, es decir: ¡la manda directa al cielo!

    Para poder ganarla hace falta que el fiel que las procura cumpla estos requisitos:

    • Confesarse (8 días antes o después) y aborrecer todo pecado
    • Comulgar (en el día)
    • Rezar por las intenciones del Papa (en el día)

    Sólo se puede ganar una vez cada día y hay varias formas de hacerlo; yo os voy a contar las más accesibles para la mayoría de nosotros:

    • Rezar el rosario en familia (o delante del Sagrario)
    • Adorar al Santísimo (a Jesús en el sagrario) durante media hora

    Hay muchas más, por lo que he visto en este artículo de Alfa y Omega, pero son para días concretos. Como, por ejemplo, a quien hace la primera Comunión ¡y a quiénes le acompañan.

    Indulgencia parcial: ¿qué es y para quién se gana?

  • La indulgencia parcial lo que hace es limpiar parte de esas manchas que el pecado ha ido dejando en nuestras almas, ¡aunque nos hayamos confesado!; podemos ganarlas para almas del purgatorio o para nosotros mismos. Y lo bueno es que se pueden ganar muchas cada día.
  • ¿Y cómo se gana una indulgencia parcial?
  • Demostrándole con obras a Jesús que le queremos. Algunas formas de ganar indulgencia parcial son:
    • Besar una medalla o cruz con devoción
      Decir una jaculatoria o dedicatoria con cariño
      Visitar a Jesús en una Iglesia
      Hacer la señal de la cruz diciendo «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»
      Rezar antes y después de comer una oración
      Rezar una comunión espiritual

    Ya veis que hay muchas y son muy sencillas. Podéis ver más en la web de liturgiacatolica.org

    Para poder ganar indulgencia parcial es necesario estar en gracia de Dios, es decir, tener el alma limpia de pecado mortal.

    ¿A que es genial poder hacer tanto por quienes ya nos han dejado?

    Yo estoy emocionada porque se me había olvidado por completo, y si no tienes a nadie cercano por el que rezar puedes hacerlo por el que más lo necesite. ¡Verás como luego te lo agradece desde el Cielo!

    Enlaces para profundizar:

    ¿Qué otras oraciones o costumbres conoces para pedir por los difuntos?

    ¿Qué hace la gente que se sienta al terminar la misa?

    No sé si te habrás fijado que algunos feligreses cuando se termina la misa, y el cura ya se ha ido, en vez de salir corriendo a charlar o tomar el aperitivo, se sientan de nuevo en su banco y esperan un rato ahí quietos. Hoy pretendo explicarte qué es la «acción de gracias«.

    Cuando vamos a misa, si estamos con el alma limpia y comulgamos, recibimos a Jesús en cuerpo y alma dentro de nosotros. Pasamos a ser un sagrario andante.

    Si no nos paramos a pensarlo, o nos lo dice alguien en algún momento de nuestra vida, es bastante factible que la misa forme parte de una rutina, de una repetición de acciones en ese día festivo -si no hay un plan mejor- y que pase inadvertido el momento más importante de toda la semana: ¡CUANDO DIOS ESTÁ DENTRO DE TI!

    Lógicamente el momento de mayor concentración y silencio suele ser cuando vamos a recibirle y volvemos a nuestro banco, pero a veces ese rato es tan breve que no da tiempo para nada.

    Es costumbre en la Iglesia, desde los primeros años, quedarse un ratito después de haberle recibido; unos diez minutos -que es lo que tarda más o menos en deshacerse dentro de nosotros la Hostia- para aprovechar ese momento de tantísima intimidad con Dios.

    Piensa que el Cuerpo de Cristo se funde con el tuyo. El Creador del universo se hace accesible para entrar en nosotros, con nuestro permiso, y gozar en nuestro corazón. ¡Se muere de ganas de charlar con nosotros!

    Yo casi siempre me enredo en pedir por las personas enfermas, las preocupaciones que llevo, gente que sufre, las almas del purgatorio,… pero este domingo, en la misa de niños, el sacerdote explicó de una manera muy sencilla cómo lo hacía él y me encantó.

    Sólo tenemos que recordar la palabra «PAPÁ«, que obviamente resulta sencilla porque está muy relacionada con Dios, que es nuestro padre. Y de ahí fue desglosando:

    • Perdón: le pedimos perdón por habernos distraído, por la discusión tonta de esta mañana con la pareja porque llegábamos tarde, por lo limitados que somos a veces,…
    • Alabanza: lanzarle mil piropos por segundo, no hay nada que le guste más al Señor que le adoremos como merece. Que calmemos su dolor con mucho cariño.
    • Peticiones: aquí va todo lo que yo suelo meter 😉 ¡No olvides pedir en primer lugar por tu marido/mujer, y tus hijos si los tienes!
    • Agradecimiento: tiene todo el sentido del mundo darle gracias a Dios por haberse quedado aquí con nosotros, por la familia, los amigos, la salud,… ¡tantas cosas que llenan nuestro día! Pero sobre todo el regalo de la fe, para mí eso es lo más grande.

    Y si terminas muy rápido también hay algunas oraciones escritas por grandes santos para ese momento y que merecen la pena conocer. Te comparto algunas que a mí me gustan especialmente:

    ALMA DE CRISTO San Ignacio de Loyola

    Alma de Cristo, santifícame;
    Cuerpo de Cristo, sálvame; Sangre de Cristo, embriágame;
    Agua del costado de Cristo, lávame;
    Pasión de Cristo, confórtame;
    Dentro de tus llagas, escóndeme;
    No permitas que me aparte de ti;
    Del maligno enemigo, defiéndeme;
    En la hora de mi muerte, llámame;
    Y mándame ir a Ti, para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén

    HIMNO ADORO TE DEVOTE Santo Tomás de Aquino

    Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
    Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.
    En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
    No veo las llagas como las vió Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.
    ¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.
    Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
    Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén

    Y la que nos acaba de recordar el Papa Francisco, que aunque se acabe octubre podemos seguir rezándola:

    SAN MIGUEL ARCANGEL Papa León XIII

    San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén

    Y eso es todo por hoy.

    ¿Qué oraciones rezas tú después de misa? Y si alguien puede aportar más información sobre la «acción de gracias» o anécdotas en los comentarios serán muy bienvenidos. ¡Gracias!

    ¿Por qué hay tanto oro en las Iglesias?

    Un tema conflictivo el de hoy: las riquezas de la Iglesia. Mucha gente me ha sacado este tema a lo largo de mi vida y no siempre he sabido qué pensaba yo.

    «Con la de riquezas que tiene la iglesia se podría dar de comer a todos los niños de Africa», «sólo en el Vaticano hay más riqueza que en toda Africa junta», «por qué tanto oro en las iglesias, si Jesús era pobre»,…

    Estas son algunas de las críticas que yo he escuchado, aunque hay muchas más. Y es fácil caer en eso ya que los medios asocian constantemente a la Iglesia con el dinero, a menudo ridiculizándola y tachándola de avariciosa.

    Y no soy yo quién para decir si en la Iglesia debería haber menos oro, menos templos, menos joyas o menos obras de arte; y creo que tampoco tú, ni los medios, pero… ¡¡nos encanta opinar sobre todo!!

    Y creo que no me equivoco si digo que Dios, Jesús, no mira tanto si en una iglesia hay o no oro; lo que mira es el corazón, la intención que hay detrás de ese cáliz de oro o de esa patena de madera. Y no me compete a mí juzgar las intenciones. Sólo Él las sabe.

    La Iglesia, los sacerdotes, los misioneros, todos los fieles católicos tenemos una única misión: «id al mundo entero y proclamad el evangelio»; y un mandamiento que resume el resto: «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo».

    Descubrir a otros el gran regalo que hemos recibido: que Dios se hizo hombre, que dio su vida por ti y por mí, que resucitó abriéndonos las puertas del cielo porque nos quiere con locura. Que sigue vivo, en la Sagrada Eucaristía. Que nos espera, nos acompaña, ¡que somos hijos suyos!

    Y partiendo de esto, cada uno lo transmite como el Espíritu Santo le da a entender: unos mostrando y viviendo la pobreza de Jesús, otros dándose a los enfermos, otros en el púlpito, otros en la familia -amando a Jesús en sus seres queridos-, otros en el monasterio rezando y alabando a Dios -dándole gracias y pidiendo misericordia por los que somos más torpes y a veces le dejamos de lado.

    Si alguien cree que su misión es darle a Dios toda la gloria que no tuvo cuando vivió entre nosotros, colmándole de las mejores piedras (¡que Él ha creado!), recolectando dinero para edificar el mejor templo de que sea capaz: ¡qué a ti y a mí! ¿No es hermoso que el novio haga un esfuerzo en comprarle una joya a su esposa porque la quiere?

    No nos corresponde a nosotros juzgar si el cura o el Papa quieren esas riquezas para ellos mismos o para Dios. Y me inclino a pensar en lo segundo…, porque ¿qué hombre renuncia a una familia propia, a un trabajo reconocido, a una jubilación tranquila,… ¡a toda una vida! por un copón de oro y una iglesia preciosa? Vana será su riqueza.

    «No juzguéis y no seréis juzgados». A veces, al estar tan pendientes de lo que los demás hacen o dejan de hacer bien, nos cegamos para ver «qué hago yo», «cómo correspondo yo cada día a Jesús todo el amor que me da».

    Os invito a hacer examen, y a pedir luces para no desviarnos cada uno de nuestro camino.

    La Cuaresma no es sólo no comer carne

    Empieza la Cuaresma y lo primero en lo que pienso es: «jolín, vuelta otra vez a no comer carne». Soy así de limitada pero es la triste realidad. Luego enseguida miro en mi interior y me doy cuenta de lo cutre que soy, pero de primeras…, puff, ¡qué desastre!

    El caso es que el mensaje del Papa para esta Cuaresma me ha resultado de lo más conmovedor y motivante. Sobre todo, las tres invitaciones que nos propone en Cuaresma: Oración, ayuno y limosna; yo siempre me centraba en el ayuno: el no comer carne, o -si estoy «de buenas»- incluso ponerme algo más, tipo no comer chocolate o no probar el pan en este tiempo.

    Pero la cuaresma es mucho más que «mortificarse»; es un tiempo para crecer, es como si nos pusieran un ascensor para subir unos cuantos pisos en solo 40 días; claro que está en nuestra mano el darle al botón de subir o esperar a que suba sólo.

    Yo veo claro empezar por una buena confesión, que engrase bien ese ascensor; y luego, día a día, quiero estar muy pendiente de Jesús: decirle mil veces gracias por querer sufrir ese calvario por mí; pedirle perdón por tantas veces que yo le digo que no; y abandonarme en sus brazos, y confiar en Él.

    ORACIÓN, LIMOSNA Y AYUNO

    Cuando rezamos Dios nos permite conocernos mejor a nosotros mismos y nos da fuerzas para luchar contra nuestras flaquezas, apoyándonos en Él, por eso la Iglesia insiste en que oremos.

    La limosna nos abre los ojos. Al compartir nuestros bienes con quienes lo necesitan, nos recuerda que son hermanos nuestros, que nada de lo que tenemos nos pertenece. ¡Tenemos tanta suerte!

    Por último el ayuno, que «nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable»; y nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo.

    Esta cuaresma quiero que sea diferente; quiero de verdad pegarme bien a Cristo, conocerle más, sentir ese abrazo que lleva tiempo queriendo darme y que yo esquivo con tantas ocupaciones. Y me encantaría que también fuera para vosotros un tiempo de crecimiento.

    ¿Cómo vives tú la Cuaresma?