Hace siglos que no entro en una iglesia

Estamos a mediados de Noviembre y sigo con la sensación de que Septiembre no termina. Espero no ser la única que termina el día agotada, con un montón de cosas pendientes y la sensación de que no termina de acabar la dichosa “vuelta al cole”.

En serio, siempre queda algo: si no es el rotu para la pizarra es el subrayador y si no otro cuaderno y si no, y si no, y si no, ¡Lo de este año está siendo de traca!, ayer la mediana me dijo que tiene que llevar no sé qué libro que tenemos en casa (y que no tengo ni la más remota idea de dónde puede estar), y la pequeña: que necesita otra goma porque la ha perdido (¿perdona?, ¿ni dos meses te ha durado? ¡Búscate la vida, colega, se la pides a los Reyes que yo ya te compré una!).

Es realmente agotador. ¿Por qué nos cuesta tanto coger la rutina? Seguimos aún con el ritmo del verano metido en el cuerpo: levantarnos para llegar a tiempo es misión imposible, ¡y no digamos las noches! Acostumbrados a estar de juerga hasta las doce o la una de la mañana, hasta los peques se ríen de mí cuando digo “a cenar” y todavía son las nueve.

Ciertamente cuesta arrancar el curso. A los niños y a nosotros: cambiar horarios, hábitos, tiempos para cada cosa; las prisas, perder el autobús, no encontrar un zapato o los calcetines, el almuerzo, … son demasiadas cosas para asimilarlas con elegancia.

A todo esto hay que sumarle que yo -cuando tengo mucho jaleo- me bloqueo (sobre todo en mi vida espiritual): ni Misa, ni leer el Evangelio, ni rezar el Rosario, ni nada de nada. ¡Un desastre! ¡Con lo que me ayuda estar cerquita del Señor, voy y le aparto cuando más le necesito!

Pero oye, el otro día, a última hora de la tarde, coincidió que pasaba por una iglesia en la que oí que estaban celebrando Misa, así que aproveché para entrar (estaba demasiado fácil para poner excusas).

Ufff…, al entrar me sentí muy avergonzada; no le había hecho ni caso al Señor en las últimas semanas (meses) y me parecía que no merecía estar allí, que antes debía pedirle perdón o no sé, ¡algo! porque entrar allí como si nada hubiera pasado me resultaba de lo más hipócrita. Estuve a punto de marcharme.

Pero Jesús, después de tenerle abandonado durante un montón de tiempo, me acogió, me abrazó y me sonrió como si nada hubiera pasado. ¡Me identifiqué tanto con el hijo pródigo!

Mi presencia le llenaba de gozo y lo único que le importaba era que yo estaba allí. ¿Cómo podía ser? ¡Fue una experiencia inolvidable! Me cogió en brazos como a la niña de sus ojos; Jesús quería que en esa gotita de agua que se ofrece con el vino estuviera también mi vida, aunque no fuera perfecta; porque esa parte ya la pone Él con su Cuerpo y con su Sangre.

Jesús hace que nuestra pequeñez se mezcle en esa ofrenda perfecta a Dios, para que siendo nada se convierta en TODO. ¡Para hacer santa nuestra jornada!, porque eso es lo único importante, la santidad. Y esa nos la da Dios si se la pedimos, si vamos a Él.

¡Qué amada me sentí! Experimenté la infinita Misericordia de Dios con nosotros; porque os aseguro, que si esto me pasa con cualquier amiga…, ¡no me habla en meses! y con razón. Pero Jesús no; llenó mi corazón de Paz dejándome ver cuánto me amaba y cuánto quería que estuviera allí con Él.

Y también a ti te espera con esa misma ilusión ¡Qué importante es vencer la pereza (o la vergüenza de que “hace años que no entro en una iglesia”); porque ¡no necesitan médico los sanos sino los enfermos! Cristo te espera, ¡quiere abrazarte!, que sepas cuánto te quiere y el tiempo que lleva esperando ese momento. ¿Puede haber algo más importante y hermoso?

¡Gracias Jesús por quererme tanto! Sé que no merezco tu Amor y por eso me duele dejarte esperando; quiero pedirte perdón, una y mil veces, y aprovechar la Gracia de la Confesión para pedirte que me ayudes a vencer este desorden de vida que me lleva a alejarme de ti.

¡Feliz domingo! Y acordaros de que hoy celebramos ¡la Fiesta de Cristo Rey! Rey de nuestros corazones, de nuestros dones, de nuestras vidas… todo se lo debemos a Él ¡y es a Él a quien rendiremos cuentas al final de nuestras vidas! ¡Feliz día!

Del barro al Cielo en menos de una hora

Desde que empezamos el 2022 no termino de levantar cabeza. Cogimos todos el Covid el día de Reyes y, aunque no fue nada exagerado -una gripe suave-, a mí me dejó baldada. No sé si es que agravó mi ya existente Fatiga Crónica o si era parte del virus, aunque en el fondo eso es lo de menos. El caso es que he estado así desde entonces y no ha habido forma de levantar cabeza.

Mujer agotada

Hoy al mirar atrás, veo que al sentirme cansada, he ido descuidando mi trato con Jesús: apenas he hablado con Él, a veces (las menos) meditaba el Evangelio para compartirlo con quienes me esperan cada día en @quenosdicehoyjesús; pero muchos días ni Misa, ni Comunión, ni ná de ná; ni siquiera mirar a la Virgen -¡mi Madre querida del Cielo!- vaya mes de Mayo que le he dado. Ni rosarios, ni Ángelus a las 12.00h, ni echarle besos al verla en mi mesilla de noche…

Apática total. Nada voluntario, porque no imagináis lo que lo he echado de menos, ¡sobre todo los ratos que pasaba con Jesús en la Adoración Perpetua! Cada noche me acostaba triste al ese vacío. Es como quien no ve a su hijo o a su pareja porque las circunstancias complican la vida, pues igual.

Menos mal que el Señor es muy bueno y ha salido a mi encuentro porque yo sólo tenía ganas de mandar todo a paseo. El domingo pasado durante la Misa, Jesús me dijo que dejara de querer llevar yo las riendas de todo y me apoyara en Él; que siempre está a mi lado, pero que últimamente no le he dejado entrar en mi corazón y por eso estoy así.

Lo entendí a medias, la verdad. Pero esta semana ha sido la más dura de todas: mucha fatiga, mucho dolor, náuseas, médicos con los niños que me obligaban a levantarme… he terminado el fin de semana en la cama y súper cansada y desanimada.

Así que le he pedido a mi marido que me acercara a la Adoración Perpetua, que necesitaba estar con Jesús a solas y desahogarme; llorar, dejarme querer, escucharle. Volver a conectar.

Y ha sido maravilloso. Mucho más de lo que jamás habría imaginado. He llegado angustiada, triste, agotada, sin salida… y como no estaba para hablar mucho me he puesto mi playlist con música de Hakuna, que me ayuda mucho a desconectar, y le he dicho:

Aquí estoy. No doy para nada más que para estar aquí sentada, pero sé muy bien que no es en vano. Porque cada minuto que paso contigo (con Jesús) siento perfectamente cómo cae tu Gracia sobre mí; y de repente lo he entendido.

He comprendido lo que me dijo el domingo pasado: “Inés, tu ansiedad, tu agotamiento, vienen de no dejarme hacer. Tú ven a verme, deja que te llene de mi luz y lo demás saldrá sólo”.

Cuando me he ido estaba con una Paz en mi corazón que no os puedo describir. ¿Cómo puedo ser tan cazurra de no ir a verle sabiendo que Él es mi fuerza, mi energía, mi todo? Claramente hay un abismo entre lo que uno quiere hacer y lo que termina haciendo.

Porque somos humanos y la vida nos marea, no nos facilita el trato con Dios, el demonio está al acecho y juega con nuestras debilidades para desesperarnos.

Cuando volvía a casa mi corazón ha ido directo a mi Madre querida, he rezado el Santo Rosario, y me he sentido afortunada de volver a oír las mociones del Espíritu Santo recordándome a mi Madre. ¡Hacía mucho que no me acordaba de Ella en ningún momento! y no imagináis la diferencia…

Qué gusto da dormir otra vez en paz, agradecida a Dios por volver a cogerme en sus brazos y no guardarme ningún rencor por todo este tiempo de paganismo absoluto. ¡Qué bonito es sentirse tan querida habiéndola pifiado pero bien!

Hoy es la Ascensión del Señor a los Cielos. Fiesta grande. Prueba y me cuentas: Cascos, playlist de Hakuna, Sagrario y déjarse llevar por la música, meterse en sus palabras y disfrutar mientras Jesús te baña con su Espíritu.

VAS A FLIPAR. ¡Cuéntamelo en los comentarios!

Cómo puedo ayudar yo en la guerra de Ucrania

Veo las noticias sobre la guerra en Ucrania y cada día son más desgarradoras; se me saltan las lágrimas viendo la injusticia y el sufrimiento de esas personas, nadie les ha preguntado qué quieren, les han echado de sus hogares, separado de sus familiares. Siento de corazón que no podemos quedarnos indiferentes, ¡nos necesitan!

Yo no tengo mucho dinero, ni tampoco puedo dejar a mi familia para unirme a una ONG de acción humanitaria y viajar allí; puede que ni siquiera tenga opción de acoger a una familia y tal vez tu situación sea similar a la mía.

¿Entonces cómo puedo ayudar a todas esas familias que huyen del país desesperadamente?

Por supuesto rezando cada día por la paz, para que lleguen a un acuerdo cuanto antes, para que paren las armas y no haya más víctimas; ni militares ni civiles. Todos tienen seres queridos y la lucha armada nunca es la solución.

Pero mientras rezaba ayer el Rosario, ¡el “arma” más poderosa sobre la faz de la tierra!, me vino un pensamiento del Cielo que me recordó que yo puedo hacer muchísimo por todas las personas que están sufriendo las consecuencias de la guerra.

Estaba olvidándome de la Comunión de los Santos, ese gran regalo que nos dejó Jesús con el Espíritu Santo. Todo, absolutamente todo lo que hago a lo largo de la jornada puede ser NADA (simplemente trabajo, contratiempos, dolor, cansancio, alegría,…) o ¡puede ser la mejor de las ayudas para mis hermanos de Ucrania!

¿Y cómo se ayuda en la guerra desde la distancia?

Primero con oración, la Virgen nos ha insistido siempre en la fuerza del Santo Rosario para lograr la paz, y lo hemos visto en otras ocasiones. En segundo lugar, con donativos, si podemos aportar económicamente con nuestro granito de arena seamos generosos; pero sobre todo, con cada momento de nuestra vida.

Con nuestro día a día es como podremos convertir el odio de la guerra en Amor

Ayer tuve un día MUY difícil, estaba muy cansada y me dolía todo el cuerpo con más intensidad que en muchas otras ocasiones. El instinto más primario y humano me gritaba que mandara todo a paseo y me fuera a la cama, pero casi a la vez visualicé a esas familias que llevan días caminando, asustadas, cansadas, con el corazón roto. Y pensé:

Jesús, gracias por este día tan duro porque ahora puedo ofrecértelo por las familias más necesitadas de tu ayuda en estos momentos. Y si con más días como estos puedo aliviar a muchas más personas, envíame los que quieras, que con tu ayuda podré vivirlos con alegría por amor a todas ellas”.

Esta mañana diluviaba. No había cogido paraguas, iba cargada, me he perdido, seguía reventada… todo apuntaba a estar de morros y antipática; pero el Espíritu Santo me lo ha recordado: “si quieres, abraza con amor este momento y vívelo con alegría por quienes sufren la guerra de Ucrania. Y así he hecho.

Mi día ha seguido siendo complicado, objetivamente nada ha cambiado, pero sobrenaturalmente, mi día terrible ha pasado a ser perfecto porque ha reconfortado a mucha gente. No tengo ninguna duda. Dios nunca abandona

Después he ido a ver a mi abuelo (aprovecho para pediros oraciones por él, que está bastante malito) y justo cuando he llegado ¡se lo llevaban a hacer unas pruebas!, ¡con lo que me había costado salir de casa! Estaba yo tan a gusto charlando en casa con mi abuela tranquilamente…

Y de nuevo la luz. Pero si te hubieras quedado en casa no podrías abrazar la “cruz” que tienes ahora entre tus brazos: vas a estar incómoda, con frío, en la cafetería del hospital y comiendo cualquier cosa; pero con eso, ¡vas a cambiar la vida de muchas personas!

¡Qué cierto! ¡Y con qué alegría lo hago! Igual que cualquier madre se quedaría feliz toda la noche cuidando de un hijo enfermo. ¿Es sacrificio? ¡Sin duda! Pero pesa mucho más el bienestar del pequeño que el cansancio de los padres porque el amor nos saca de nosotros mismos. Pues esto es igual

Y tú puedes hacer lo mismo. Quizá te cueste horrores estudiar, ir a clase, terminar un informe tedioso, archivar papeles, escuchar a la clienta de turno, preparar la comida, jugar con tus hijos, estar en cama enferma o con dolores, … cada uno lo suyo.

¡Aprovéchalo! Todo vale si lo haces por amor, queriendo abrazar desde la distancia a todos los que sufren la guerra. Dios lo puede todo. Y os aseguro que las oraciones, sacrificios, el día a día ofrecido por amor LLEGA AL NECESITADO, porque yo lo vivo en mis carnes cada día.

Ahora estoy feliz de que el Espíritu Santo vaya ayudándome a acompañar, colaborar con mi vida en el bienestar de tantas familias inmersas en una pesadilla que no deberían estar sufriendo.

El inicio de la Cuaresma no ha sido como imaginaba pero tengo muy claro que ayudar a nuestros hermanos nos acerca al Señor, ¡y de eso se trata!

¿Se te ocurre alguna otra forma de ayudar en la conquista de la paz o en el soporte a las víctimas de la guerra? ¡Compártela en los comentarios!

¿Por qué Jesús nació en un establo si era Dios?

No puedo imaginar la cara de José cuando le llegó la noticia de que tenían que viajar a Belén para inscribirse en el censo. María en su estado no debería viajar, pensaría; y llevaban meses preparando su hogar para la llegada del Niño. ¡Con lo bonita que había quedado la cuna y la ropita que con tanto amor le había tejido María!. Tendrían que dejar todo allí, no podían viajar mas que con lo imprescindible.

Estaría totalmente desconcertado y buscaría todas las maneras para evitar a María aquel inoportuno viaje pero como ya sabemos, no lo consiguió; tenían que emprender el viaje, con prontitud y con lo justo y necesario.

¿Qué sentido tenía que Dios quisiera eso para su hijo?

Con lo bien que estaban allí, con los abuelos y familiares cerca, en su casa, en el calor de su hogar. El Señor es todopoderoso, se diría: “¿por qué dejará que nos pase esto?, ¿y si no encontramos casa?, ¿y si la estancia se alarga, de qué viviremos?”. Por no hablar de que Belén estaba abarrotada porque todos habían sido convocados en las mismas fechas.

Seguro que José no entendía absolutamente nada, pero estaba tranquilo, Dios nunca les había fallado y todos sus planes eran perfectos. Preparó el equipaje, y partió con su mujer embarazadísima hacia Belén. María no decía nada, estaba llena del Espíritu Santo y sabía que ese contratiempo tenía su sentido.

Llegados a Belén hablaron con algunos familiares -con la esperanza de encontrar un lugar donde descansar- pero no hubo suerte. Todas las casas estaban hasta arriba y lo mismo pasó con las posadas, todo lleno. No había sitio en Belén para ellos.

Por fin un buen hombre, viendo que se hacía de noche y el frío era cada vez más helador, les ofreció el establo. No era en absoluto el mejor sitio para pasar la noche pero al menos no estarían a la intemperie. El calor de los animales ayudaba a templar el lugar y la paja del suelo calentaba un poco la estancia.

José preparó enseguida una hoguera y buscó la forma de que aquel sitio fuera lo más acogedor posible. María se movió a un lugar más apartado para rezar, justo detrás de los animales, y allí se abandonó a Dios como hacía siempre que oraba. Todo pasó muy rápido. Una luz cegadora entró por el tejado deslumbrando la cueva, la luz era tan fuerte que José tuvo que apartar la vista. A los pocos minutos, se oyó el llanto de un niño.

José se echó a llorar de la emoción y, nervioso, preguntó a María si estaba bien. Ella, feliz, contestó que estaba muy bien, que se acercara a ver al niño. José sabía que ese niño era el Hijo de Dios, se sentía indigno de su presencia, pero María insistió y tras adorarle de rodillas tomó al bebé en sus brazos y besó a María.

No había en aquella cueva ninguna cuna así que utilizaron el pesebre para acostar al niño. El pesebre era el espacio reservado para los corderos que nacían sin mancha alguna y eran reservados y cuidados para ofrecerlos como sacrificio a Dios en el templo.

Jesús tenía que nacer en un pesebre porque iba a ser el Cordero de Dios, sin mancha de pecado, sacrificado en la Cruz para salvar a la humanidad de la muerte y del pecado. Por eso los pastores entendieron enseguida el mensaje del Ángel y corrieron a adorar al Niño.

María y José no entendían nada, pero sabían que aquello era la Voluntad de Dios, y vivieron esos días -y toda su vida- sabiendo que no estaban solos y que todo lo que pasaba tenía un motivo divino.

Muchas veces la vida nos va bien, todo está más o menos en orden, como en el hogar de Nazaret, y de repente sucede algo que hace que nuestra vida dé un giro de 180°. Una desgracia, una enfermedad, la muerte de un ser querido, pandemia, volcanes, inundaciones… Sufrimos, no entendemos, … ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ?

Es entonces cuando más debemos mirar al pesebre, al Evangelio, y recordar que nada de lo que nos pasa en la vida es casualidad. Todo tiene un sentido sobrenatural que algún día conoceremos. Dios nos ama, nos acompaña y sufre con nosotros y con su Amor permite que le conozcamos, que nos fiemos de Él y que, como la Sagrada Familia, procuremos vivir en la alegría y la paz de sabernos en las manos de Nuestro Padre Dios.

¿No te has sentido alguna vez en tu vida como José, con esa sensación de que todo sale del revés, de que todo se derrumba sin ningún sentido aparente?

¿Dónde estabas cuando más te necesité?

Esta es una de las preguntas que más a menudo nos hacemos los católicos cuando algo malo sucede en nuestras vidas o en las de quienes nos rodean: ¿dónde estás, Jesús? ¿No ves el sufrimiento que nos genera esto?

La respuesta es sólo una: estoy en la Cruz dando mi vida por ti, para que ese dolor que sientes tenga sentido, para que sepas cuánto te quiero, que en los momentos más duros no te dejo, al revés, los sufro contigo.

Meter a Dios en tu vida supone dejar que sea Él quien lleve el timón, lo que no significa que vaya a tirarte por una cascada para que sufras sino que cuando lleguen, -porque la vida está llena de cascadas, rápidos y troncos cruzados- sabrá ayudarte a manejar la situación para que no te hundas.

Es una cuestión de confianza, precisamente por esto, porque muchas veces vivimos con Dios «por tradición»: procuramos ir a misa, llevarles a un colegio católico, que recen por la noche o antes de empezar las comidas…, y eso está genial. Pero todo eso no tiene sentido si de fondo no está lo más importante: la amistad con Jesús.

NECESITAS UN CAMBIO

Por eso es el momento de cerrar los ojos y soltar las riendas de verdad. Pero de verdad de la buena:

¡Deja que sea Él quien se ocupe, sin miedo, tú no puedes hacer nada más y Él lo puede todo: ahora te toca confiar!
¡Dios está sufriendo contigo!, ayudándote a llevar lo mejor posible esa situación y sacando el máximo BIEN de tu dolor, para que éste tenga sentido.

Porque es ahí, en esas circunstancias en las que no entendemos nada, cuando la confianza se pone a prueba. Es cuando más necesitamos a ese mejor amigo (¡el mismo al que nos sale culparle si las cosas no salen como esperábamos!). Pero es que hay tanto detrás de esa situación, que nosotros desconocemos, pero que Él sí ve y por eso lo permite, que nos toca confiar como niños.

CONFIANZA

Como decía antes, enseguida culpamos a Jesús porque no hace lo que queremos pero ¿somos conscientes de lo mal amigos que somos nosotros con Él a veces?

Le damos plantón porque nos complicamos la vida, el trabajo, los niños, los amigos, la compra… y al final del día: «Dios, lo siento pero hoy no me ha dado tiempo ni de saludarte»

Pero Dios NO SE ENFADA CONTIGO NUNCA, ni tampoco se pone en plan “es que no te importo”, “pasas de mí descaradamente”, “yo te esperaba y no has venido”… NO. Jesús te abraza, te comprende y te consuela; porque ve la sinceridad de tu corazón.
Te conoce mejor que tú a ti mismo y ese conocimiento hace que te perdone un día y otro durante toda la vida.

Y eso, ¡aún sabiendo que no has ido a verle porque no te apetecía, porque te ha llamado alguien para quedar y el plan molaba o simplemente porque te has quedado en el sofá, con la mantita viendo la tele! Sabe perfectamente que no ha sido nada importante lo que te ha impedido ir a verle, pero te quiere como eres y sabe que te gustaría hacerlo mejor. ¿Se puede ser mejor amigo? ¡Apóyate en Él y aligera tu carga!

Existe la alternativa de cabrearte con Dios y amargarte el resto de tu vida, puedes vivir así, eres libre de hacerlo.

Pero te digo por experiencia que cuando dejas que Dios forme parte de tu vida, entra de lleno en ella llenándola de luz; la vida tiene otro color, otra dimensión, otra perspectiva mucho más apacible e impresionante. El estrés desaparece porque Dios es mi amigo, mi Padre, Quien más me quiere y está siempre velando por mí. No tengo nada que temer.

¿Has vivido tú alguna vez una situación difícil? ¿Cómo reaccionaste? ¿Te acercó o te alejó De Dios?

¡Nadie te ha pedido que lo hagas!

Empatizo mucho en las discusiones con quien recibe como respuesta en mitad de la pelea: «nadie te ha pedido que lo hagas». Siempre me sale de forma automática un reproche hacia quien la dice porque me resulta poco agradecida, ¡encima de que lo ha hecho!

Pero hoy he descubierto que me equivocaba. Son muchas las veces que por intentar hacer el bien sobrepasamos los límites de la libertad y el espacio de los demás.

Ha sido leyendo el Evangelio (Marcos 6, 53-56). He visualizado perfectamente la escena: Jesús está cansado, ¡lleva meses predicando! y la gente no deja de agolparse a su alrededor para tocarle el manto y quedar sanos.

A mí la escena me agobia. No me gustan las multitudes y mi afán de ayudar me lleva a ponerme cual sargento a organizar a la gente; a mantener una fila ordenada, en la que Jesús tenga algo de espacio, un rato para que pueda comer y descansar… (lo que yo querría para mí, vamos).

Pero de repente me doy cuenta de que se me ha olvidado un pequeño detalle: yo no soy Jesús. Y al mirarle veo que tiene una sonrisa de oreja a oreja, que Él disfruta con cada una de esas personas y las va llamando por sus nombres; las mira con cariño y se deshace en ternura.

Y entonces veo que me mira a mí. Y su mirada desprende compasión. Me ve agobiada, intentando que no le atosiguen, que le dejen un rato en paz pero Él no quiere eso, ¡nadie me ha pedido que haga eso! Jesús quiere que yo disfrute junto a Él, pero yo estoy a lo mío.

Y entonces, ha dicho también mi nombre. Quiere que cante de alegría con los que ya se han curado, que alce mi voz y grite: «Gloria a Dios». Que me una a la fiesta.

Ahora me doy cuenta de que es exactamente lo que me pasa cada día de mi vida aquí en la tierra. Que me enfado con esta hija porque deja la mochila tirada, y con el otro porque no se mete en la ducha o no hace la tarea, …

Y Jesús me mira y me dice: ¡disfrútalos, que crecen muy deprisa!

51efb8ee-b0d6-48b6-b0bd-e699f5a59f92

Qué razón tienes… ahora sólo quiero sonreír, dar gloria a Dios porque han llegado del colegio y puedo estar con ellos un día más. Y les corrijo con cariño mientras les acompaño y me cuentan las cosas que han pasado hoy en el cole.

Ahora el desorden me da igual, y si no da tiempo a limpiar, tampoco importa porque la sonrisa que tienen de que en casa haya alegría no tiene precio.

Y termina el día, y estoy cansada; cansada pero feliz porque me he centrado en lo que Tú, Jesús, querías para mí: que DISFRUTARA de la fiesta, de esta vida que me has regalado.

Pero como la cabra siempre tira al monte… hoy me pongo a tus pies, Jesús, y te pido con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi ser, que me enseñes a disfrutar, a vivir la vida como Tú la pensaste y no como yo me empeño en (mal)vivirla.

¿Os ha pasado alguna vez algo del estilo? ¿Qué cosas o trucos os han ayudado a superarlo?

¿Por qué vivo con miedo?

Buffffffff …. ¡qué descubrimiento he hecho en mi vida! No sé si seré capaz de cambiarlo pero desde que lo he visto estoy flipando conmigo misma. ¡Vivo atemorizada de cosas que no existen!

Me paso la vida dejando de hacer ciertas cosas por precaución, por miedo; es cierto que algunas sí debo dejar de hacerlas, pero la mayoría de las veces esa prohibición me la impongo yo misma «por si acaso».

Ha llegado a tal punto que el miedo a lo que pueda pasar me domina por completo y no disfruto de lo que tengo porque sólo pienso en lo negativo que puede acarrear esa situación mañana o en un rato.

A veces me siento como una serpiente, como un puma, en alerta máxima todo el día; tensa, nerviosa, al acecho de cualquier peligro

Vamos de paseo, sin rumbo fijo, y soy incapaz de disfrutarlo porque estoy pendiente de que estén cerca, no sea que alguien se los lleve; de que no se metan en los charcos porque se van a mojar, de avanzar hacia casa porque empieza a hacer frío, de que no toquen porque ¡la de porquería que tendrá eso!

¿¡Y qué más dará!?

Si lo importante del paseo es estar juntos, escucharnos, reírnos a carcajadas, jugar, observar y aprender de los más pequeños, de su capacidad para asombrarse. Pero no… yo me aferro a ese ¡cuidado!.

¿Os ha pasado alguna vez?

¡Vivir atemorizados por el mañana sin ni siquiera saber cómo será!

Dejo de hacer muchas cosas porque temo lo que pueda venir después.

No voy a bajar a dar un paseo yo sola por la noche, no sea que haya algún borracho o loco por ahí y me pase algo. ¡Con lo que me flipa el silencio de la noche! Soy INCAPAZ de hacerlo sin estresarme.

No voy a llevar bolso, que hay mucho mangui por ahí suelto. ¡Uy! Ese que me pide la hora… ¡a ver si está compinchado con alguien y van a robarme!

No voy a viajar sola, no voy a pasar por esa alcantarilla no sea que se rompa, no voy a pasar debajo del andamio -que una vez se derrumbó ¡y mato a uno!, no voy a abrir ventanas (por si los niños se asoman), no voy

No voy, no voy, no voy, … ¡deja de pensar en lo que vas o no vas a hacer y disfruta del momento!

Ayer fue la primera vez -en mucho tiempo- que disfruté de un paseo yo sola ¡sin pensar en que algo malo podía pasarme! Me fijé en las hojas de los árboles, en el ruido de la lluvia, en el olor a humedad…

Y sentí paz.

Imagino que esta patología tendrá algún nombre…; es demasiado de libro como para no estar clasificada. Y si os digo la verdad, no sé cómo combatirla… Al menos ahora ya la conozco, ya sé que me pasa y puedo intentar cambiarlo, porque no me gusta nada.

Sé que Dios está de mi lado y que nunca me abandona, que no permite nada que no sea para algo grande, por lo tanto: ¿qué sentido tiene tanto pavor?

Creo que es un «acto reflejo» que mi subconsciente ha ido creando con la experiencia desde que soy una niña y ahora hay que reeducarlo, pero repito: ¡no tengo ni idea de cómo!

¿Cómo dejar de sufrir por lo que pueda pasar?

Imagino que es cuestión de tiempo y de enfocar la mirada. Empezar por disfrutar 5 minutos al día y luego ir aumentando; de estar atentos a cuando se levantan las alarmas y cambiar el chip ¡pero no se me ocurre nada más! ¿Alguien por ahí que pueda aconsejarme?

Quiero DISFRUTAR. Quiero VIVIR. Olvidarme del por si acaso, de sufrir por cosas que nunca llegan a pasar. Quiero ser FELIZ con lo que tengo, CONFIAR plenamente y de corazón que todo es para bien. RELAJARME y no imaginar tantos peligros.

¿¿¿Alguna sugerencia???

¡Gracias mil!

Esta Navidad puede ser TU NAVIDAD

Empieza la cuenta atrás… ¡Es acercarse la Navidad y mi corazón se pone a mil! Sé que va a ser una Navidad especial, cada año lo es. Una Navidad única e irrepetible en la que Dios tocará mi corazón y lo llenará de su paz. ¡Estoy tan impaciente!

¡Cómo me gustaría que tú la vivieras igual! Que por un rato miraras al Niño Dios y te dejaras ver con sus ojos, que te dejaras querer por él.

Porque fliparías tanto… que todo lo demás te daría igual. El amor lo puede todo, y el amor de Dios todavía más! Sí, sí, de Dios; el mismo que creó el universo y estos atardeceres maravillosos, y el milagro de la vida y la belleza del Otoño.

Ese Dios que se ha hecho un niño, ¡pudiendo vivir como Dios!, para que nos atrevamos a hablarle, a acariciarle sin miedo, sin rencores… porque ¿quién se asusta ante un bebé? ¡Son tan adorables, tan inofensivos!

¡Acércate! ¡Achuchale! Te está esperando!! Espera TU abrazo.

Este año el mío va cargado de agradecimiento porque cada año me parece más brutal el misterio de la Navidad.

Gracias por hacerte uno de nosotros y elevar así nuestra condición humana a la divina. Gracias por pasar frío en Belén, por esa cuna de paja, por elegir un sitio pobre en el que todos nos atrevemos a entrar.

Desde los pastores hasta los tres reyes magos. Todos sentimos que somos bien recibidos en Belén. Nadie sobra. En un castillo habría sido distinto… (al menos yo, me sentiría fuera de lugar). Pero en Belén, ¡ahí no se puede estar mejor!

¿Y tú quieres quedarte fuera?

¡¡Te echaremos tanto de menos!! Sobre todo Jesús, que ve tu corazón y desea ardientemente abrazarte y llenarte de Paz. Sabe lo que quieres, lo que necesitas, …

¿A qué esperas? ¡Coge tu regalo! ¡Claro que no te lo has ganado! (Los de los Reyes tampoco y bien que los abres, je,je!). No te agobies que aquí todos somos igual de indignos pero el amor no entiende de justicia. Sólo busca el bien del amado y Dios te quiere tanto… que quiere darte el mejor de los regalos: su amor, su ternura, su perdón, su salvación.

Y si no sabes por dónde empezar, ¡yo te ayudo!

Lo primero es que seas tú. Quítate esa máscara de autosuficiencia, de inteligencia, de belleza, de víctima, (de lo que sea) y cierra los ojos. Piensa en Jesús y cógelo en brazos (como lo harías con tu sobrino, con tu hijo o con tu hermano). Y después, abre tu corazón y deja que ahora sea Él quien te abrace.

¿Sientes como yo que con Jesús no hay barreras? No hacen falta palabras. Sabe todo lo que has sufrido, lo que has vivido, lo que has padecido injustamente… porque lo ha vivido contigo.

Por eso en esta Navidad viene a consolarte a ti, sólo a ti. A sanar las heridas de tu corazón porque sabe que estás cansado, que necesitas de su amor y Él está deseando dártelo.

Ojalá hoy hayas podido abrir tu corazón y puedas disfrutar en pocos días del gran regalo que supone que Dios nazca en tu corazón.

Último domingo de Adviento… queda mucho por preparar pero aún hay tiempo. Pon a punto tu alma, que es lo más importante, y deja que esta Navidad sea TU NAVIDAD.

Gracias Iñaki por acercarnos el cielo a la tierra.

Tal día como hoy, hace sólo un añito, llegaba a nuestra familia Iñaki. Un angelito divino que cambiaría nuestra perspectiva sobre el valor de la vida y la grandeza del amor (y también la de muchas más personas) en tan sólo ocho mesecitos.

Hoy quiero contaros su historia. Bueno, más bien quiero que os la cuente su papá, porque mejor que él no lo sabe hacer nadie. Y he esperado a hoy porque el tiempo puede hacer que la tristeza de no tenerle cerca desfigure el gran regalo que ha supuesto -y supone- su corta pero maravillosa vida en nosotros.

Os transcribo hoy (lo mejor que pueda) las palabras que el Espíritu Santo inspiró a mi hermano el día de la Misa de Ángeles que celebramos para despedir a Iñaki y dar gracias a Dios por hacernos partícipes de tan gran regalo:

Hace 18 meses Dios tenía en su mente a un niño al que quería mucho. Le quería tanto, tanto, tanto, que le pidió a su Madre María -a la Virgen- que encontrase una familia donde pudiese estar poquito tiempo, porque lo quería pronto con Él.

Nosotros entonces participamos en una oración mundial en Lourdes por los niños abortados, por los niños que estaban siendo abortados en clínicas. Y me acuerdo que rezamos y pedimos:

Madre, si alguno de estos niños que nadie quiere, nos lo quieres enviar, nosotros lo acogeremos y le querremos.

Un mes más tarde supimos que estábamos embarazados de un niño que, en un 99% de los casos, nadie quiere. Nos lo dijeron los médicos. Como sabéis, tenía una cardiopatía bastante severa de corazón, le faltaba un riñón y tenía un 60% de probabilidades de tener un síndrome asociado.

Lo primero que nos dijeron fue si queríamos abortar pero nosotros dijimos que no, que era nuestro hijo y que lo queríamos todo el tiempo que fuera.

Al final Iñaki nació muy bien, sin síndromes, y pudimos tenerlo muy bien. Han sido ocho meses increíbles, llenos de la alegría de vivir. Confiábamos en que las cosas fueran bien pero está claro que Dios tenía otros planes.

El 11 de febrero, es el día de la Virgen de Lourdes, nosotros le tenemos mucha devoción (luego sabréis por qué) ese día Iñaki enfermó. Cogió un catarro, que aparentemente no era grave pero que luego se complicó, con un virus gastrointestinal que se fue complicando hasta acelerarlo todo.

Tuvimos que ir al hospital y estando allí rezábamos mucho; intentaron operarlo de urgencia pero no salió bien, sufrió una parada cardiaca y el resto ya lo conocéis.

Me acuerdo que estando allí le pedíamos con fuerza a la Virgen que hiciera un milagro. Y yo le dije interiormente:

Madre, mi vida por la suya. Y recuerdo escuchar una voz muy fuerte dentro de mí que me decía: «pero es que tu vida no la quiero ahora».

Poco después nos dijeron que tenía muerte cerebral, y cuando le desenchufaron nos quedamos Mariona y yo solos con él, para acompañarle. Y cuando se nos iba, sentimos un vuelco, una paz, un calor inhumanos. No se pueden describir.

Mariona me miraba preguntándome: ¿estás sintiendo lo mismo que yo? Es incomprensible, os aseguro que en ese momento tenía un dolor en el corazón, que Dios lo llenó de paz.

Mariona me decía: ahora no tengo miedo a morir, sé que Iñaki está en el cielo». Esa calma, ese sosiego, está claro que Dios prepara a las almas ante sufrimientos así.

Mi conversión empezó hace tres años en un retiro de Emaús. Ahí sentí de una manera brutal el amor de Dios que durante todo este tiempo, dentro del dolor, hemos sentido también: una paz que nos acompaña.

Yo cada día sólo puedo darle gracias a Dios por haber tenido a Iñaki, por la inmensa suerte de haber tenido a Iñaki. Y le doy las gracias a Iñaki porque nos ha acercado el cielo a la tierra.

Yo antes pensaba en el cielo como en algo muy lejano. Ahora he hecho un pacto con la Virgen y le he dicho: «Madre, yo lo que tenga que vivir en esta tierra, pero de aquí directo al cielo, que quiero darle un abrazo a mi hijo»

Y tengo esa certeza. Unos días después de irse Iñaki, nos fuimos a Lourdes a darle gracias a la Virgen y, estando allí, para que veáis cómo hace las cosas Dios, terminamos de rezar en una de las capillas y al salir me dice Mariona: «estoy embarazada».

Y yo le dije que ya lo sabía porque a la Virgen cuando se le pide siempre da. A los pocos días nos confirmaron que estábamos embarazados de diez semanas. Es algo incomprensible pero tenemos esa gran alegría que nos viene en medio del dolor por la pérdida de Iñaki.

(Después entonó una canción preciosa, en honor a Iñaki Jon, que desde entonces está muy presente en nuestras vidas y nos llena de paz en los momentos de tristeza: ¡un gran regalo del cielo!)

¡FELICIDADES CAMPEÓN, CUÍDANOS DESDE EL CIELO!

Santísima Trinidad: ¡no te quedes sólo con el nombre!

¿Has oído alguna vez hablar de la «Santísima Trinidad«? Quizá el nombre te resulte pomposo y poco comprensible pero es como se llama al misterio de que Dios sea tres personas y un solo Dios: Padre, Hijo (Jesús) y Espíritu Santo.

Y es que mañana celebramos el día dedicado a la Santísima Trinidad, y he pensado que es buen momento para hablar de las tres Personas Divinas.

Y antes de nada: la película de «La cabaña», me ha ayudado una pasada a imaginar mejor cómo es eso de la Trinidad así que no os la perdáis (la tenéis en Netflix!!!).

Voy a intentar enviaros un post con algunas pinceladas de cada una en estos días aunque quizá no lo consiga (es junio y estoy agotada, jeje), pero os animo mucho a ver la película: es muy chula, de verdad, os gustará.

Dios Espíritu Santo.

El Espíritu Santo para mí es como una brisa suave y delicada que transforma todo cuanto toca en bello y maravilloso. Es el Amor de Dios que, cuando se lo permitimos, sana las heridas de nuestro corazón, nos va dando sus dones para que seamos más felices y podamos conocer cada día más a Dios.

Por ejemplo, con esto del dolor. Muchas amigas me dicen que soy una campeona y que hay que ver cómo lo llevo. La realidad es que siempre he sido muy quejica: «mamá me ha salido aquí un puntito…», «cari, me he cortado con un folio y me duele muchísimo», y no pasaría nada si fuera un simple comentario pero lo repito como mil veces al día, jaja!

Pero el dolor de espalda, está siendo obra del Espíritu Santo, creedme. Desde que lo dejé en sus manos me invadió una paz absoluta. Tengo momentos de bajón (sigo siendo humana y tal) pero enseguida me recuerda que si Él lo está permitiendo es porque hay algo muy grande detrás.

Me llena de paz, me hace entender cosas que antes no veía ni de lejos, ¡este blog! Él es mi inspiración, yo ¡¡suspendía lengua en el cole!! Escribir nunca ha sido mi fuerte, os lo garantizo.

Hay semanas que cuando lanzo el blog, siento que no me emociona el post y, de repente, un mensaje de alguien diciéndome que le ha ayudad mucho. Ahí está el Espíritu Santo, haciendo que cada uno, leyendo las mismas palabras, éstas nos digan cosas distintas que nos ayudan individualmente.

Él es quien guia los pasos de mi vida. Si algo se tuerce, veo su mano cariñosa detrás protegiéndome de algo que yo aún no puedo ver, y que me iba a doler aún más que ese contratiempo, y es una suerte porque hace que no me preocupe en exceso de las cosas de la vida.

Bueno, y como no quiero alargarme más os animo a releer los posts antiguos sobre el Espíritu Santo y sus dones.

Hasta pronto, y ¡no olvides compartir si te ha gustado!