Qué gusto juntarnos la familia, pero ¡qué paz cuando se van!

¿Quién no ha oído, dicho o pensado esta frase alguna vez? En Navidad, normalmente lo dicen a los que “les toca” recibir en casa a toda la familia, o también a quienes viven con sus padres y sienten una invasión en su casa que es difícil de gestionar.

Y es verdad, el amor cuesta porque exige salir de uno mismo y estar pendiente de los demás; darse, centrarse en la alegría y el descanso del otro sin medir cuánto hace cada uno.

(Nadie dijo que fuera fácil)

Ser capaz de disfrutar de cada sonrisa, cada abrazo, cada sobremesa que con los turrones y polvorones, los juegos y las cartas se alargan hasta la cena sin pensar en el jaleo que hay en la cocina.

Suena precioso y lo es para quienes lo consiguen pero en muchas casas es una paliza para los anfitriones. Pasan de la tranquilidad de dos/tres/cuatro personas… ¡a tropecientos!, con lo que eso supone: caos, lavaplatos, cocinar, poner mesas, lavadoras, barrer, planchar… un sobreesfuerzo que fácilmente amarga a cualquiera.

Por no mencionar el gasto que supone; porque sí, a todos nos encanta invitar a comer y a cenar en Navidad, Nochevieja,… ¡pero es que el resto de los días, también se come, se cena, se desayuna y algunos hasta meriendan!

Habría que crear la tradición de poner uno de esos cerditos hucha de barro en la entrada de todas las casas para compartir los gastos.

Es broma, no quiero hablar de dinero, porque la familia es la familia y para los pocos días que nos juntamos todo merece la pena.

Hoy vengo a contaros algo que pasó por mi cabeza el otro día como una luz, haciéndome ver el paralelismo entre las familias que acogen a los suyos estos días y los posaderos de Belén que aquella noche estaban demasiado ocupados para hacerse cargo de María y José.

Ellos no sabían que el niño que la Virgen llevaba en su seno era el Hijo de Dios, el Altísimo, el que tenía que venir, porque de haberlo sabido se habrían desvivido con aquella humilde familia.

Nosotros, sin embargo, sabemos Quien nace cada Navidad, y tenemos la oportunidad de abrir nuestros hogares, nuestros corazones a aquel Niño que ahora viene en cada persona que se sienta en nuestra mesa.

Cuesta, ¡claro que cuesta!, es más cómodo pasar de tanto jaleo: ¿pero no lo harías por ese Niño? Hazlo hoy, mañana, ¡todos los días!, por esos que han venido a tu casa esperando ser acogidos, amados, tal y como son.

Y no te enfades porque “este no hace nada” o el otro es un geta: no dejarías que la Virgen moviera un dedo en la posada aunque estuviera a reventar de gente. Quizá no los veas con claridad pero están ahí, en tu casa: en tu padre, en tu cuñada, en tus sobrinos… en todos ellos; y si tú quieres, gracias a ti, estarán recibiendo el amor que nadie les quiso dar.

¿Y los que se desplazan a casa de algún familiar o amigo para celebrar la Navidad? Sé agradecido ¡Deja de quejarte porque no cabéis o no tenéis un poquito de intimidad!

¿No haríais ese esfuerzo si la Sagrada Familia fuese la que ocupara ese espacio y os obligara a apretaros un poco para poder estar con vosotros?

Estoy segura de que sí, así que ¡abre los ojos y busca a ese Niño en las personas que te rodean! Te necesitan. No esperes a que te pidan ayuda porque no lo harán: adelántate.

Ojalá estas Navidades todos nos sintamos cerca de Belén para darle al Niño Dios lo que tantas veces le hemos negado: un hueco en nuestro corazón que nos ayude a ver el mundo con sus ojos.

Hace siglos que no entro en una iglesia

Estamos a mediados de Noviembre y sigo con la sensación de que Septiembre no termina. Espero no ser la única que termina el día agotada, con un montón de cosas pendientes y la sensación de que no termina de acabar la dichosa “vuelta al cole”.

En serio, siempre queda algo: si no es el rotu para la pizarra es el subrayador y si no otro cuaderno y si no, y si no, y si no, ¡Lo de este año está siendo de traca!, ayer la mediana me dijo que tiene que llevar no sé qué libro que tenemos en casa (y que no tengo ni la más remota idea de dónde puede estar), y la pequeña: que necesita otra goma porque la ha perdido (¿perdona?, ¿ni dos meses te ha durado? ¡Búscate la vida, colega, se la pides a los Reyes que yo ya te compré una!).

Es realmente agotador. ¿Por qué nos cuesta tanto coger la rutina? Seguimos aún con el ritmo del verano metido en el cuerpo: levantarnos para llegar a tiempo es misión imposible, ¡y no digamos las noches! Acostumbrados a estar de juerga hasta las doce o la una de la mañana, hasta los peques se ríen de mí cuando digo “a cenar” y todavía son las nueve.

Ciertamente cuesta arrancar el curso. A los niños y a nosotros: cambiar horarios, hábitos, tiempos para cada cosa; las prisas, perder el autobús, no encontrar un zapato o los calcetines, el almuerzo, … son demasiadas cosas para asimilarlas con elegancia.

A todo esto hay que sumarle que yo -cuando tengo mucho jaleo- me bloqueo (sobre todo en mi vida espiritual): ni Misa, ni leer el Evangelio, ni rezar el Rosario, ni nada de nada. ¡Un desastre! ¡Con lo que me ayuda estar cerquita del Señor, voy y le aparto cuando más le necesito!

Pero oye, el otro día, a última hora de la tarde, coincidió que pasaba por una iglesia en la que oí que estaban celebrando Misa, así que aproveché para entrar (estaba demasiado fácil para poner excusas).

Ufff…, al entrar me sentí muy avergonzada; no le había hecho ni caso al Señor en las últimas semanas (meses) y me parecía que no merecía estar allí, que antes debía pedirle perdón o no sé, ¡algo! porque entrar allí como si nada hubiera pasado me resultaba de lo más hipócrita. Estuve a punto de marcharme.

Pero Jesús, después de tenerle abandonado durante un montón de tiempo, me acogió, me abrazó y me sonrió como si nada hubiera pasado. ¡Me identifiqué tanto con el hijo pródigo!

Mi presencia le llenaba de gozo y lo único que le importaba era que yo estaba allí. ¿Cómo podía ser? ¡Fue una experiencia inolvidable! Me cogió en brazos como a la niña de sus ojos; Jesús quería que en esa gotita de agua que se ofrece con el vino estuviera también mi vida, aunque no fuera perfecta; porque esa parte ya la pone Él con su Cuerpo y con su Sangre.

Jesús hace que nuestra pequeñez se mezcle en esa ofrenda perfecta a Dios, para que siendo nada se convierta en TODO. ¡Para hacer santa nuestra jornada!, porque eso es lo único importante, la santidad. Y esa nos la da Dios si se la pedimos, si vamos a Él.

¡Qué amada me sentí! Experimenté la infinita Misericordia de Dios con nosotros; porque os aseguro, que si esto me pasa con cualquier amiga…, ¡no me habla en meses! y con razón. Pero Jesús no; llenó mi corazón de Paz dejándome ver cuánto me amaba y cuánto quería que estuviera allí con Él.

Y también a ti te espera con esa misma ilusión ¡Qué importante es vencer la pereza (o la vergüenza de que “hace años que no entro en una iglesia”); porque ¡no necesitan médico los sanos sino los enfermos! Cristo te espera, ¡quiere abrazarte!, que sepas cuánto te quiere y el tiempo que lleva esperando ese momento. ¿Puede haber algo más importante y hermoso?

¡Gracias Jesús por quererme tanto! Sé que no merezco tu Amor y por eso me duele dejarte esperando; quiero pedirte perdón, una y mil veces, y aprovechar la Gracia de la Confesión para pedirte que me ayudes a vencer este desorden de vida que me lleva a alejarme de ti.

¡Feliz domingo! Y acordaros de que hoy celebramos ¡la Fiesta de Cristo Rey! Rey de nuestros corazones, de nuestros dones, de nuestras vidas… todo se lo debemos a Él ¡y es a Él a quien rendiremos cuentas al final de nuestras vidas! ¡Feliz día!

Del barro al Cielo en menos de una hora

Desde que empezamos el 2022 no termino de levantar cabeza. Cogimos todos el Covid el día de Reyes y, aunque no fue nada exagerado -una gripe suave-, a mí me dejó baldada. No sé si es que agravó mi ya existente Fatiga Crónica o si era parte del virus, aunque en el fondo eso es lo de menos. El caso es que he estado así desde entonces y no ha habido forma de levantar cabeza.

Mujer agotada

Hoy al mirar atrás, veo que al sentirme cansada, he ido descuidando mi trato con Jesús: apenas he hablado con Él, a veces (las menos) meditaba el Evangelio para compartirlo con quienes me esperan cada día en @quenosdicehoyjesús; pero muchos días ni Misa, ni Comunión, ni ná de ná; ni siquiera mirar a la Virgen -¡mi Madre querida del Cielo!- vaya mes de Mayo que le he dado. Ni rosarios, ni Ángelus a las 12.00h, ni echarle besos al verla en mi mesilla de noche…

Apática total. Nada voluntario, porque no imagináis lo que lo he echado de menos, ¡sobre todo los ratos que pasaba con Jesús en la Adoración Perpetua! Cada noche me acostaba triste al ese vacío. Es como quien no ve a su hijo o a su pareja porque las circunstancias complican la vida, pues igual.

Menos mal que el Señor es muy bueno y ha salido a mi encuentro porque yo sólo tenía ganas de mandar todo a paseo. El domingo pasado durante la Misa, Jesús me dijo que dejara de querer llevar yo las riendas de todo y me apoyara en Él; que siempre está a mi lado, pero que últimamente no le he dejado entrar en mi corazón y por eso estoy así.

Lo entendí a medias, la verdad. Pero esta semana ha sido la más dura de todas: mucha fatiga, mucho dolor, náuseas, médicos con los niños que me obligaban a levantarme… he terminado el fin de semana en la cama y súper cansada y desanimada.

Así que le he pedido a mi marido que me acercara a la Adoración Perpetua, que necesitaba estar con Jesús a solas y desahogarme; llorar, dejarme querer, escucharle. Volver a conectar.

Y ha sido maravilloso. Mucho más de lo que jamás habría imaginado. He llegado angustiada, triste, agotada, sin salida… y como no estaba para hablar mucho me he puesto mi playlist con música de Hakuna, que me ayuda mucho a desconectar, y le he dicho:

Aquí estoy. No doy para nada más que para estar aquí sentada, pero sé muy bien que no es en vano. Porque cada minuto que paso contigo (con Jesús) siento perfectamente cómo cae tu Gracia sobre mí; y de repente lo he entendido.

He comprendido lo que me dijo el domingo pasado: “Inés, tu ansiedad, tu agotamiento, vienen de no dejarme hacer. Tú ven a verme, deja que te llene de mi luz y lo demás saldrá sólo”.

Cuando me he ido estaba con una Paz en mi corazón que no os puedo describir. ¿Cómo puedo ser tan cazurra de no ir a verle sabiendo que Él es mi fuerza, mi energía, mi todo? Claramente hay un abismo entre lo que uno quiere hacer y lo que termina haciendo.

Porque somos humanos y la vida nos marea, no nos facilita el trato con Dios, el demonio está al acecho y juega con nuestras debilidades para desesperarnos.

Cuando volvía a casa mi corazón ha ido directo a mi Madre querida, he rezado el Santo Rosario, y me he sentido afortunada de volver a oír las mociones del Espíritu Santo recordándome a mi Madre. ¡Hacía mucho que no me acordaba de Ella en ningún momento! y no imagináis la diferencia…

Qué gusto da dormir otra vez en paz, agradecida a Dios por volver a cogerme en sus brazos y no guardarme ningún rencor por todo este tiempo de paganismo absoluto. ¡Qué bonito es sentirse tan querida habiéndola pifiado pero bien!

Hoy es la Ascensión del Señor a los Cielos. Fiesta grande. Prueba y me cuentas: Cascos, playlist de Hakuna, Sagrario y déjarse llevar por la música, meterse en sus palabras y disfrutar mientras Jesús te baña con su Espíritu.

VAS A FLIPAR. ¡Cuéntamelo en los comentarios!

Hoy sí puedo ser feliz

Acabo de terminar de leerme un libro que me ha ayudado mucho y que creo que puede ayudarte también a ti. No me malinterpretes con el título, soy tu amiga, y las buenas amigas se dicen las cosas buenas y también las que intuyen que no son tan buenas, y es lo que yo hoy quisiera hablar contigo.

Intuyen que algo va mal, aunque pueden estar equivocadas, pero ten por seguro que una amiga que te quiere te dirá lo que ve que no te hace feliz. No te enfades con ella, al revés, agradéceselo; porque lo más egoísta es no decir nada y estar siempre de buenas contigo. Pero entonces no será una buena amiga porque estará pensando más en su conveniencia que en tu felicidad.

El libro se titula: “Paso de ser egoísta”, de Antonio Pérez Villahoz. Nadie me había hablado de él pero en cuanto lo vi supe que era para mí. Estaba pasando por uno de los momentos más duros de mi enfermedad y me sentía muy sola y triste. Sabía que algo no iba bien y por alguna razón al ver el título tuve la corazonada de que algo de eso podía estar pasándome a mí.

Portada del libro

Ahora que lo he terminado sé porqué el Señor puso ese libro en mis manos. Para recordarme que mi vida no ha sido creada para centrarme en mi enfermedad, en mis dolores, en mi carrera profesional … (como ves todo esto es yo, yo, yo).

He visto muy claro que el origen de mi tristeza no está en la enfermedad ni en que no pueda coger a mi niña pequeña en brazos y jugar con ella como hice con los otros, darle vueltas y vueltas y marearnos juntas; ni en no poder trabajar, hacer la comida, limpiar la mesa o incluso, a veces, ni doblar calcetines.

No. Mi problema está en que he olvidado el sentido de mi vida que no es otro que servir a los demás, hacer sus vidas más amables, más fáciles, más plenas; en definitiva: quererles más y mejor, salir de mí misma.

En estar ahí cuando necesitan hablar y no echarles de mi habitación porque estoy muy cansada; en estar ahí cuando quieren que vea un teatro que se han inventado y no les diga que mejor otro día porque hoy me duele mucho la espalda. En quedar con una amiga aunque me cueste levantarme de la cama porque sé que me necesita.

Me cuesta un mundo: sí. Sobre todo porque supone dejar de lado lo único que tengo en mi cabeza: YO! Mi salud, mi egoísmo, mi comodidad,… para dar prioridad a lo que otros necesitan de mí.

Me ha costado un libro entero darme cuenta, y me costará mucho más conseguir que mi cuerpo no tire para abajo de mi corazón y de mi alegría; pero saberlo ya es una ventaja. Unas veces lo conseguiré y otras no, pero poco a poco y apoyándome mucho en la ayuda del Espíritu Santo ese egoísmo irá decreciendo.

Nunca desaparecerá esa tendencia a pensar en mis limitaciones, mi situación, mis sueños…¡y lo cansado que es pelear conmigo misma!, será una lucha constante toda mi vida, por eso es importante que me centre sólo en el HOY.

Hoy sí puedo. Y seguro que tú también.

En conseguirlo un día, el día que tengo por delante, porque pensar en vencer a mi yo toda la vida me derrota antes de empezar, pero ¿puedo intentar vencerme hoy, y sólo hoy, por amor a mis hijos, a mi marido, a mis amigos, a mi Dios,…? Sí, eso sí puedo.

Quizá estés pasando por un momento similar al mío; tal vez no por una enfermedad sino porque el sueño de tu vida no sale adelante o eso por lo que llevas luchando mucho tiempo no avanza… hay muchos motivos por los que ofuscarse y no levantar cabeza (formar una familia, estudiar lo que te gusta, encontrar un trabajo, quedarte embarazada…)

Te diré algo. La vida sólo tiene sentido cuando nos centramos en servir a los demás. Aparta de tu mente por un tiempo eso que te está hundiendo porque no es tan importante como tu yo te hace creer; si no sale, por algo serán recuerda: ¡eres mucho más que eso!

Céntrate en ser más cariñosa con los tuyos, en hacer voluntariado en alguna ONG, en pensar qué puedes hacer tú para que la vida de otros sea más amable y verás que lo que tú das no será nada en comparación con lo que recibas. Salir de ti te ayudará a ver tu yo al completo, tu yo real y no el que vive de ilusiones.

Dentro de un tiempo, si te apetece, cuéntame cómo va la cosa; en un comentario o en un mensaje privado, así yo también podré contarte cómo me está yendo a mí y juntos apoyarnos. Te espero, ¡a por ello!

Y no olvides que compartir es amar, así que si te ha gustado, ¡no esperes más!

Juventud, ¿divino tesoro?

Hace no mucho encontré una fotografía en la que un señor, de avanzada edad, se agachaba como podía para atarle los zapatos a la que parecía su esposa (también mayorcita).

El primer sentimiento que brotó de mi corazón fue el de la ternura, ¡qué bonito que después de tantos años sigan apoyándose mutuamente hasta en las cosas más pequeñas!; pero después me sobrecogí: qué duro tiene que ser que no puedas ni atarte los cordones de los zapatos.

Al ver la escena, me fijé sobre todo en la entrega del marido por su mujer -realmente admirable- pero en realidad ella hacía un esfuerzo mucho más grande: dejarse ayudar. Parece una tontería pero es un acto brutal de humildad.

Si nos ponemos en su lugar por un momento yo supongo que: estaba acostumbrada a dedicarse a los demás, a servir; ir de un sitio a otro sin depender de nadie, con la libertad de salir de compras o a tomar algo con las amigas cuando le diera la gana.

A viajar, cambiarse de “look” antes de salir si no se sentía cómoda; a preparar el postre favorito de toda la familia, hacer deporte, ir a la pelu, ¡ducharse!… (creo que ya se entiende la idea).

Son muchas cosas, ¿verdad? Para quienes padecemos una enfermedad limitante en mayor o menor medida todo esto llega mucho antes que en la ancianidad y sabemos muy bien lo que supone; quizá por eso me haya fijado en la resignación de ella más que en el esfuerzo de él, que también tiene su mérito.

Hay básicamente dos actitudes cuando las limitaciones llegan:

  • Revelarse, que no sirve de nada porque no va a cambiar tu situación por mucho que te cabrees (y encima hace que estar a tu lado sea un martirio, sobre todo para quienes te cuidan)

Es una de las cosas que más cuesta aceptar: depender de los demás, esperar a sus tiempos y aceptar su manera de hacer las cosas (casi siempre distinta a la tuya). Ya se lo dijo Jesús a San Pedro… “cuando seas mayor será otro quien te lleve a donde tú no quieras”. Y aunque parezca algo malo, te obliga a olvidarte de ti mismo, de tu autosuficiencia, la humildad crece y esa virtud ¡es la llave para el Paraíso! ¿Hay algo más importante?

¿Y qué pintan los jóvenes en todo esto? Parece que no mucho. Pero sí, esta reflexión va sobre todo por ellos. Los jóvenes en general (siempre hay excepciones), no necesitan de nadie para hacer lo que les de la gana, no tienen límites, parecen ser “más libres” que los mayores, y más autónomos que los ancianos. No se plantean ni por un instante la idea de que alguien tenga que vestirles, darles de comer, lavarles los dientes, etc.

La dependencia llega para recordarnos que no somos dioses, no hemos sido creados invencibles ni todopoderosos y que la vida puede cambiarnos completamente de la noche a la mañana sin que podamos evitarlo ni cambiarlo. Esto es absolutamente evidente y sin embargo vivimos muchas veces de espaldas a esta realidad.

Me he centrado en la juventud porque en las últimas generaciones se nos ha vendido que podíamos ser y llegar todo lo lejos que nos propusiéramos. Que “querer es poder” y que “los límites los pones tú”. Y no es cierto.

Tanto repetirnos que todo depende de nosotros mismos que llevamos en las venas que somos semidioses; que todo lo que logramos, ganamos, inventamos,… es cosa nuestra. Dios no existe y nadie puede quitarme del pedestal en el que me he subido.

95 años muy bien llevados. Pensando en los demás y no en uno mismo.

Y siento (o me alegro) deciros que a TODOS nos llega en la vida algún momento en el que vemos que solos no podemos: quizá la muerte de un ser querido, un accidente, la crianza de los niños, gestionar el hogar, la ausencia de una amiga, una enfermedad, la falta de trabajo, … el detonante es lo de menos, en la vida: A TODOS NOS LLEGA EL PUNTO DE INFLEXIÓN. No porque yo lo diga para fastidiar sino porque es un hecho demostrado que además necesitamos para crecer interiormente.

No tuve más que preguntar a mi abuelo, de 97 años, cómo resumiría su vida y la respuesta fue -entre lágrimas- “solo puedo dar gracias a Dios por todo lo que me ha dado; mira qué familia, ¿y tu abuela? no pude tener mayor suerte con que me tocara a mí. Todo me ha sido dado, lo tengo muy claro. Y yo, humildemente, doy las gracias de corazón.

¿Qué piensas tú?, ¿por qué crees que nuestro punto de vista sobre la vida es tan diferente en la juventud que en la vejez? ¿Cómo crees que llevarás ese cambio en tu vida?

Espero vuestros comentarios. Gracias!

La Cuaresma: tiempo de alegría y Gracia

Hoy es miércoles de ceniza (por si alguno anda despistado) y la verdad es que este año me ha pillado por sorpresa. No me enteré de que empezaba la Cuaresma hasta este domingo.

Y, como siempre, esta hija de Dios más ignorante que ninguna otra volvió a la queja de siempre: “joe…¿otra vez Cuaresma?, a mortificarme, ayunar, dar limosna, no comer carne,… ¡pero qué perezaaaa!!!

Veía la Cuaresma como un tiempo oscuro, de sufrimiento, de preparación para la Semana Santa, para la pasión y muerte de Jesús; un camino para unirme así a la Cruz de Cristo, a su sufrimiento y acompañarle en su dolor, que está muy bien pero de primeras el cuerpo tira para abajo.

Los sacerdotes celebran la misa revestidos de morado y este tiempo tiene sus “restricciones” (que son una bobada pero como son “impuestas desde fuera, desde la Iglesia” pues molestan más). Supongo que no seré la única que la asociaba siempre a tiempo de oscuridad.

Pero resulta que no. ¡Que no, que no, de verdad que no! Estaba muy equivocada.

La Cuaresma es un tiempo de GRACIA, de ALEGRÍA

es decir, un tiempo en el que si de normal cuando rezabas un rato ante el sagrario, Jesús, por tu sola presencia, te llenaba de Gracia pues ahora se derrama el doble, hay un 2X1 para entendernos.
¿A quién no le gustan las rebajas? En la Cuaresma se nos invita a rezar más para que nuestra alma se llene de Gracia doblemente, nos llama al ayuno para que -vaciándonos- de nosotros mismos, Cristo pueda habitar en nosotros a lo grande. Y nos anima a dar limosna para pensar más en los demás que en nosotros mismos.

Porque una vez que pasa la Cuaresma, llega la Semana Santa; esos días el corazón se nos encoge y avergonzados damos las gracias a Jesús por inmolarse por nosotros, por pagar él la “cárcel”, la pena que tendríamos que pagar por nuestras ofensas a Dios.

Y ciertamente son días muy intensos pero ¡no terminan en la muerte! Nos preparamos toda la Cuaresma para lo que viene después: ¡la Pascua de Resurrección! Porque vana es nuestra fe en Jesucristo sin su resurrección, porque con su Resurrección pasamos de ser humanos, criaturas de este mundo, a hijos De Dios.

No sé vosotros pero yo quiero llegar a ese momento lo mejor que pueda y celebrarlo a lo grande con el alma totalmente convertida por la Gracia de Dios: ayunar de la queja, de los enfados, de la soberbia de querer llevar siempre la razón; voy a dar limosna, -el dinero que pueda porque este año hay muchas familias sufriendo-, pero sobre todo limosna de mi tiempo; jugar con mis hijos, dedicar tiempo a mi marido y a mis amigas, estar pendiente de los demás: ser más generosa.

Y oración. Ahora que el Señor se va a derramar por duplicado voy a aprovechar para estar cada día un ratito con Él y ahondar en el fondo de mi alma qué cosas me separan de Él, qué le gusta y cómo puedo servirle mejor en el futuro; pero también voy a pedirle que en este tiempo me dé la Gracia para vivir mi vida, cada segundo de ella, en oración continua.

Así que empiezo animada, ahora en vez de ver un túnel negro que lleva a la Cruz, veo la Cuaresma como una senda llena de luz deseando iluminar nuestros corazones, limpiarlos y prepararlos para la fiesta más grande de los cristianos: la Resurrección de Jesucristo.

Y tú, ¿vas a dejar que el Señor te inunde con su fuerza o vas a pasar del regalo que quiere hacerte?

¡Cómo cambia esta casa cuando tú estás en ella!

Qué curioso que hasta que mi marido no me dijo “cariño, ¡no sabes cómo cambia esta casa cuando tú estás ten ella!” al volver del hospital, yo no era para nada consciente de lo importante que es que una madre esté presente, que se le vea en casa, disponible, incluso cuando no puedes hacer nada porque estás enferma.

A los niños les brillan los ojos de felicidad y su sonrisa se vuelve plena; incluso su actitud cambia a mejor cuando te ven aparecer por la puerta.

Oír esto impresiona, sobre todo cuando estás pasando una depresión que te dice que no vales nada y que todo sería mejor sin ti; que sólo molestas.

Pero la verdad es que una madre, aunque no haga nada, hace mucho. Su presencia lo cambia todo. Es mejor que esté, aunque sea enferma, que qué no esté. Suena a perogrullada pero yo no lo veía así, más bien al contrario: me veía como un estorbo.

Y gracias a mi marido -y a mi director espiritual , que llevaba meses diciéndomelo y yo no me enteraba- hoy soy consciente de lo importante que soy en mi familia, ¡que Dios quiere hacer cosas muy grandes a través de mí en mi marido y en mis hijos!

Realmente no tiene ningún sentido que no lo viera. Veo cristalina la acción del Espíritu Santo cuando escribo, cuando hablo con amigas, a través del blog, en Instagram, con el dolor,… pero ¿en mi casa? NADA. Como si no estuviera.

¡No se puede estar más ciega! ¡Cómo no va a actuar el Señor a través de ti en tu familia si ellos son el camino de tu santidad! Dios te ha llamado a la vocación matrimonial y es ahí donde más sentido tiene tu vida, ¡para lo que Dios te creó desde toda la eternidad!

Ahora por fin lo veo. Y, aunque sé que me va a costar mucho porque sigo con dolores, cansada, …etc, etc, etc y voy a sentirme “inútil” por no poder echar una mano con los peques o recogiendo la cocina no me siento sola y sé que ahí sentadita, Dios está santificando a mi familia.

Es una gozada saber que no voy sola, que cuento con la ayuda de Dios. Que va a ser Él quien me haga ser de verdad la mejor madre de mis hijos y la mejor esposa de mi marido (lo pongo al final porque querer a mi marido no me cuesta nada, pero la paciencia con los peques MUCHO, jeje).

Hace muy poquito volví a recordar ese apoyarme en Cristo; no quedarme en la desesperación de que los niños me superan, de que no sé manejarles, de que me torean cosa fina y pierdo los nervios enseguida.

Se nos olvida muy fácil que en esta tarea no estamos solas (ese es el demonio que quiere hundirnos en la desesperación y hacernos sentir que no valemos para ser madres).

La vocación Cristiana, nuestra obligación de educar a nuestros hijos amándoles y cuidándoles sin medida no es algo que podamos hacer solos: necesitamos la ayuda De Dios.

¡No estoy sola! Y tú tampoco. Jesús está deseando que abandonemos nuestra labor de madres/padres en Él y que volvamos a sonreír porque Él hará lo que nosotros no podamos. No es una varita mágica ni mucho menos pero es confiar, desahogarnos con Él y decirle “Jesús te toca, que también son tuyos”.

Y no olvidemos nunca esto: ¡CÓMO CAMBIA LA CASA CUANDO TÚ NO ESTÁS!

Porque cuando mamá está en casa todo cambia

10 ideas para un matrimonio feliz

Todos nos casamos enamorados, recordamos el día de nuestra boda como uno de los más bonitos de nuestra vida; nos queremos y nuestro amor es tan grande que puede con todo.

Y así es, y precisamente por ser tan grande es muy frágil. Está formado por personas; seres humanos que se equivocan, de cansan, son egoístas, …; por eso hay que cuidarlo cada día porque si nos confiamos «porque nos queremos un montón», «a nosotros eso no nos pasa»: llegará un día en el que miraremos al otro y diremos: ¿qué nos ha pasado?

Porque la vida nos lleva: el trabajo, la casa, los niños, los abuelos, los amigos, los vecinos; planear las vacaciones, con quién dejamos al perro, los deberes, la multa sin pagar, el grifo gotea.. NADIE LLEGA A TODO. ¿Y quién tiene la culpa?

EL OTRO. Pero ¿por qué?, ¿ya no es tan perfecto?, ¿no era maravilloso? Ya te digo yo que sigue siéndolo pero vamos pasados de rosca y no hay quien pare esto (sólo nosotros). El exceso de responsabilidades nos hacen desbordar y pensar que la única persona que puede cambiar algo en la ecuación es tu cónyuge.

Porque podría hacer más y quitarte así presión, ¡pero nada! le miras y está ahí, tan tranquilo. Ni un ápice de estrés, jugueteando con el móvil…, Y eso revienta a cualquiera.

Pero no es el otro cónyuge el problema

Podría narraros miles de discusiones a grito pelao por un rollo de papel higiénico, unos zapatos en el salón o la tapa del inodoro sin subir. Desde fuera no parecen problemas muy graves, ¿verdad? Pero cuando estás saturado, la mínima bobada te desquicia.

Y AHÍ ES CUANDO DEBES RECORDAR QUE NO SON COSAS DE TU MARIDO O DE TU MUJER: PASA EN TODOS LOS MATRIMONIOS.

Por eso, es FUNDAMENTAL que a esas pequeñas diferencias les demos poca importancia con detalles de amor, con acciones que demuestran al otro que le queremos y que cada día que pasa le queremos más y riéndonos mucho juntos de nuestras diferencias porque son bobadas que convertimos en montañas.

Confieso desde ya que la mayoría de estas ideas no son mías pero son detalles de cariño que he ido viendo en otros matrimonios y que me han llamado la atención por lo sencillos que son y lo mucho que unen:

10 IDEAS PARA QUE TU MATRIMONIO FUNCIONE

1- Decirle muchas veces al día que le quieres y además hacerlo desde el corazón. Con un WhatsApp basta y no lleva ni medio minuto pero alegra la mañana al otro.

2- Dejar papelitos cariñosos en la nevera, en la puerta de la calle o en el espejo del baño: “buenos días mi vida”, “que te vaya muy bien la reunión”, … (no sólo: ¡BAJA LA BASURA!)

3- Gracias. En esos mismas papelitos puedes poner un “gracias por tirar ayer la basura” o “qué bien dejaste la cocina anoche”, “gracias por atender al peque porque yo estaba agotado”, …

4-Sorpresas. Una llamadita de vez en cuando solo para ver qué tal está y decirle que le quieres; organizar una escapada sorpresa al menos una vez al año (para oxigenar el amor); un día cualquiera enviar flores (y si es a la oficina, ¡mucho mejor!) o coger una canguro y salir al cine o a cenar. Salir de la rutina

5- Corregir con cariño, desde el «yo», no desde el «tú»: «Amore, ya sé que es manía mia pero ¿podrías bajar la tapa cuando vayas al baño? Lo siento pero me molesta horrores«; prohibido usar el NUNCA ni el SIEMPRE. Y procurar empezar la frase con: «cuando ha pasado esto me he sentido así».

6- Fijarse cada día en una o dos cosas buenas que haya hecho el otro y decírselo; y si es algo grande, las palabras «ESTOY ORGULLOSA DE TI», multiplican por diez el amor.

7- Si las tareas del hogar son motivo de discusión: contratad a alguien unas horas y asunto arreglado. ¡Vale más vuestro matrimonio que un baño sucio!

8- Intimidad. Preparad una velada romántica con música, un baile, piropos, … cosas que hagan que (sobre todo) la mujer olvide todas sus preocupaciones y pueda centrarse en vuestra relación. La mujer necesita sentirse atractiva, sexy; el hombre no necesita mucho pero también decirle cosas bonitas le subirá el ego.

9- Paternidad responsable. Si llega un momento en la vida (que llegará) y por lo que sea no podéis quedaros embarazados: los métodos naturales son cosa de dos. Si el hombre no se implica, la mujer se sentirá cada vez más culpable de decir «no se puede».

10. Poner a Dios en el centro de vuestro matrimonio. Lo dejo para el final pero es lo más importante : rezad juntos, compartid vuestros anhelos, sentimientos o reflexiones. Y tened siempre presente que todo lo que no sale como vosotros planeabais es que Dios tiene un plan mejor para vosotros.

¿Por qué ya no pintas?

Hoy me he dado cuenta de una cosa importante. Un defecto que se me pasaba totalmente pero que tiene su importancia porque, sin yo enterarme, ha ido condicionado mi vida muchos años.

No soy capaz de calcular su alcance así que os lo voy a contar en el contexto en el que yo lo he descubierto, para que luego cada uno consigo mismo pueda reflexionar si le pasa lo mismo que a mí en ese o en otros aspectos de la vida.

Os cuento: me gusta pintar desde que soy una niña y he ido a clases de pintura durante algunos años. Nada exigente, puro hobby, pero algo que me permitiera empezar un cuadro y disfrutar con cada detalle hasta terminarlo ¡sin ser obras de arte! Jaja!

Cuando llegué a la universidad no tenía tiempo de pintar. Me dedicaba a estudiar y trabajar para pagarme los estudios así que, poco a poco, fui olvidándome del mundo de los óleos; lo único que nunca dejé de pintar fueron figuras de la Virgen, Misterios, Iconos de la Sagrada Familia para regalos de bodas, comuniones y bautizos de amigos, pero nada más.

Y llegó el 2011, un año muy especial porque nos mudamos a Inglaterra por el trabajo de mi marido y nos organizábamos muy bien (a pesar de tener dos bebés en casa). Yo iba unos días a clases de pintura en la universidad y él tocaba la guitarra con un profesor otros días. Fue muy gratificante.

Retomé la pintura. Disfrutaba dibujando y deslizando los pinceles. Cada día nos enseñaban una técnica nueva y mi confianza subió al ver que los resultados no eran tan horribles, jaja!

Volvimos a España y no volví a coger un pincel. Diré en mi defensa que me aficioné a las tartas fondant para los peques, pero no es lo mismo.

Mi marido me animaba a volver a los pinceles, pero yo tenía un miedo atroz a que no saliera bien, a qué no me gustara el resultado: a no ser buena. A no cumplir las expectativas.

Y he ahí donde, después de muchos años, me doy cuenta de que la única razón que me impide pintar es la soberbia de querer quedar bien, de que todos se admiren con mis obras. ¿Se puede ser más orgullosa (además de imbécil)? Jaja!

Próximo proyecto

Los hobbies están para disfrutarlos, ¡el resultado es lo que menos importa! Nadie nos juzga (y si lo hacen, ¡qué más dará!?). Dejar el placer que supone plasmar un paisaje en un lienzo por miedo a que no guste es, sin duda, una de las mayores tonterías que he hecho. ¡Cómo he podido caer en la trampa!

Aunque no lo parezca, también aquí el culpable es el “patas”, nos mete la desesperanza para que no seamos felices, que no disfrutemos de la belleza de este mundo; ¿no os alucinan los mil colores de un sólo árbol en pleno otoño?

Porque esa belleza nos lleva a Dios, al menos a mí. ¿Acaso no es una obra de arte cada pequeño rincón de este planeta, seres vivos e inanimados?, ¡sólo por eso creería en un Dios todopoderoso y con muy buen gusto!

Bueno, pues descubierto el pastel volveré a dibujar, a pintar y a experimentar; y tanto si queda bien como si queda mal, lo compartiré con vosotros para humillarme un poco y aprender a ser un poco más humilde en esta vida.

¿Os ha pasado lo mismo a vosotros con algo? ¡Cuéntame que me encanta escucharos! Por cierto, y si os gusta el blog ayudadme a difundirlo para que muchos más lo disfruten 😉