¿Por qué ya no pintas?

Hoy me he dado cuenta de una cosa importante. Un defecto que se me pasaba totalmente pero que tiene su importancia porque, sin yo enterarme, ha ido condicionado mi vida muchos años.

No soy capaz de calcular su alcance así que os lo voy a contar en el contexto en el que yo lo he descubierto, para que luego cada uno consigo mismo pueda reflexionar si le pasa lo mismo que a mí en ese o en otros aspectos de la vida.

Os cuento: me gusta pintar desde que soy una niña y he ido a clases de pintura durante algunos años. Nada exigente, puro hobby, pero algo que me permitiera empezar un cuadro y disfrutar con cada detalle hasta terminarlo ¡sin ser obras de arte! Jaja!

Cuando llegué a la universidad no tenía tiempo de pintar. Me dedicaba a estudiar y trabajar para pagarme los estudios así que, poco a poco, fui olvidándome del mundo de los óleos; lo único que nunca dejé de pintar fueron figuras de la Virgen, Misterios, Iconos de la Sagrada Familia para regalos de bodas, comuniones y bautizos de amigos, pero nada más.

Y llegó el 2011, un año muy especial porque nos mudamos a Inglaterra por el trabajo de mi marido y nos organizábamos muy bien (a pesar de tener dos bebés en casa). Yo iba unos días a clases de pintura en la universidad y él tocaba la guitarra con un profesor otros días. Fue muy gratificante.

Retomé la pintura. Disfrutaba dibujando y deslizando los pinceles. Cada día nos enseñaban una técnica nueva y mi confianza subió al ver que los resultados no eran tan horribles, jaja!

Volvimos a España y no volví a coger un pincel. Diré en mi defensa que me aficioné a las tartas fondant para los peques, pero no es lo mismo.

Mi marido me animaba a volver a los pinceles, pero yo tenía un miedo atroz a que no saliera bien, a qué no me gustara el resultado: a no ser buena. A no cumplir las expectativas.

Y he ahí donde, después de muchos años, me doy cuenta de que la única razón que me impide pintar es la soberbia de querer quedar bien, de que todos se admiren con mis obras. ¿Se puede ser más orgullosa (además de imbécil)? Jaja!

Próximo proyecto

Los hobbies están para disfrutarlos, ¡el resultado es lo que menos importa! Nadie nos juzga (y si lo hacen, ¡qué más dará!?). Dejar el placer que supone plasmar un paisaje en un lienzo por miedo a que no guste es, sin duda, una de las mayores tonterías que he hecho. ¡Cómo he podido caer en la trampa!

Aunque no lo parezca, también aquí el culpable es el “patas”, nos mete la desesperanza para que no seamos felices, que no disfrutemos de la belleza de este mundo; ¿no os alucinan los mil colores de un sólo árbol en pleno otoño?

Porque esa belleza nos lleva a Dios, al menos a mí. ¿Acaso no es una obra de arte cada pequeño rincón de este planeta, seres vivos e inanimados?, ¡sólo por eso creería en un Dios todopoderoso y con muy buen gusto!

Bueno, pues descubierto el pastel volveré a dibujar, a pintar y a experimentar; y tanto si queda bien como si queda mal, lo compartiré con vosotros para humillarme un poco y aprender a ser un poco más humilde en esta vida.

¿Os ha pasado lo mismo a vosotros con algo? ¡Cuéntame que me encanta escucharos! Por cierto, y si os gusta el blog ayudadme a difundirlo para que muchos más lo disfruten 😉

«La hija de», «la mujer de», «la hermana de»

Cuando era pequeña, y mi madre me mandaba a casa de alguna amiga para recoger algo, al llegar llamaba al timbre y yo contestaba con confianza: «soy Inés, la hija de María Eugenia».

Enseguida se abría la puerta y me recibían con los brazos abiertos; siempre caía algún dulce, palabras bonitas y mucho cariño. Simplemente por ser «la hija de» ya merecía todas las atenciones; porque, os aseguro que, si en vez de contestar eso hubiera dicho «soy Inés», probablemente ¡no me habrían abierto ni la puerta!

Yo era «la hija de Jesús y María Eugenia», y cuando oía a alguien decirlo para identificarme me sentía orgullosa; eran ellos los que con su vida y su ejemplo hacían que yo pasara a ser importante también, es como si heredara su buen hacer y pasara a ser digna del cariño de todo el mundo.

Pero es curioso, porque al crecer algo cambia, queremos ser valorados por nosotros mismos, no queremos ser «la hija de», «el marido de» o «la hermana de».

El ego nos puede y buscamos ser reconocidos por nosotros mismos, por «nuestros méritos».

Y si nos volvemos demasiado egocéntricos podemos incluso llegar a olvidar quiénes son nuestros padres, no reconocer todo lo que han hecho por nosotros; y eso es precisamente lo que nos pasa con Dios cuando nos alejamos de Él, cuando queremos «ir por libre».

Algún día llamaremos a las puertas del Cielo y habrá mucha diferencia entre contestar: «soy Inés, la hija de Dios», que contestar que soy sin más «Inés». Y siento deciros que la principal diferencia estará en que si contesto sólo con mi nombre, lo haré creyendo de verdad que son mis méritos y mi buen hacer los que van a abrir esa puerta, los que hacen que me gane el Cielo.

Pero no es así. Creedme si os digo que todo, absolutamente todo lo que tenemos, somos y podemos, es gracias a nuestro Padre del Cielo.

Por eso Jesús se dirigía solo a los humildes de corazón, porque los «sabios y entendidos» se creen autosuficientes, no son capaces de reconocer a Dios en su vida.

Jesús nos invita a ser como niños, en el sentido de sentirnos «nada» sin Él, y «todo» gracias a Él también. Somos dignos del Cielo porque Jesús nos abrió las puertas del paraíso con su muerte y resurrección; y somos capaces de hacer cosas grandes y buenas porque el Espíritu Santo nos acompaña.

La «filiación divina«, que es como se llama oficialmente en la Iglesia al hecho de que seamos hijos de Dios, siempre me ha sonado demasiado teórico, ¡es una palabra tan extraña!

Oímos con frecuencia lo de que somos «hijos de Dios», pero nos suena más como un título nobiliario que como algo tan real como el color de nuestros ojos.

Quizá no siempre podamos sentir orgullo de ser hijos de nuestros padres, son humanos y como tales pueden llegar a meter la pata hasta límites insospechados; pero de nuestro Padre del Cielo ¡hemos heredado la vida eterna, la dignidad de hijos de Dios!, y podemos sentirnos más orgullosos de ser sus hijos, que de serlo del más famoso de los famosos.

Esta semana te animo a tratar un poco más a Jesús, acudir a una Iglesia y pasar un rato con Él, leer qué nos dice cada día en el Evangelio…; porque si nos acercamos con humildad, Él como buen Padre saldrá corriendo a buscarnos para darnos un abrazo y mostrarnos todo lo que tiene para nosotros.