Hace siglos que no entro en una iglesia

Estamos a mediados de Noviembre y sigo con la sensación de que Septiembre no termina. Espero no ser la única que termina el día agotada, con un montón de cosas pendientes y la sensación de que no termina de acabar la dichosa “vuelta al cole”.

En serio, siempre queda algo: si no es el rotu para la pizarra es el subrayador y si no otro cuaderno y si no, y si no, y si no, ¡Lo de este año está siendo de traca!, ayer la mediana me dijo que tiene que llevar no sé qué libro que tenemos en casa (y que no tengo ni la más remota idea de dónde puede estar), y la pequeña: que necesita otra goma porque la ha perdido (¿perdona?, ¿ni dos meses te ha durado? ¡Búscate la vida, colega, se la pides a los Reyes que yo ya te compré una!).

Es realmente agotador. ¿Por qué nos cuesta tanto coger la rutina? Seguimos aún con el ritmo del verano metido en el cuerpo: levantarnos para llegar a tiempo es misión imposible, ¡y no digamos las noches! Acostumbrados a estar de juerga hasta las doce o la una de la mañana, hasta los peques se ríen de mí cuando digo “a cenar” y todavía son las nueve.

Ciertamente cuesta arrancar el curso. A los niños y a nosotros: cambiar horarios, hábitos, tiempos para cada cosa; las prisas, perder el autobús, no encontrar un zapato o los calcetines, el almuerzo, … son demasiadas cosas para asimilarlas con elegancia.

A todo esto hay que sumarle que yo -cuando tengo mucho jaleo- me bloqueo (sobre todo en mi vida espiritual): ni Misa, ni leer el Evangelio, ni rezar el Rosario, ni nada de nada. ¡Un desastre! ¡Con lo que me ayuda estar cerquita del Señor, voy y le aparto cuando más le necesito!

Pero oye, el otro día, a última hora de la tarde, coincidió que pasaba por una iglesia en la que oí que estaban celebrando Misa, así que aproveché para entrar (estaba demasiado fácil para poner excusas).

Ufff…, al entrar me sentí muy avergonzada; no le había hecho ni caso al Señor en las últimas semanas (meses) y me parecía que no merecía estar allí, que antes debía pedirle perdón o no sé, ¡algo! porque entrar allí como si nada hubiera pasado me resultaba de lo más hipócrita. Estuve a punto de marcharme.

Pero Jesús, después de tenerle abandonado durante un montón de tiempo, me acogió, me abrazó y me sonrió como si nada hubiera pasado. ¡Me identifiqué tanto con el hijo pródigo!

Mi presencia le llenaba de gozo y lo único que le importaba era que yo estaba allí. ¿Cómo podía ser? ¡Fue una experiencia inolvidable! Me cogió en brazos como a la niña de sus ojos; Jesús quería que en esa gotita de agua que se ofrece con el vino estuviera también mi vida, aunque no fuera perfecta; porque esa parte ya la pone Él con su Cuerpo y con su Sangre.

Jesús hace que nuestra pequeñez se mezcle en esa ofrenda perfecta a Dios, para que siendo nada se convierta en TODO. ¡Para hacer santa nuestra jornada!, porque eso es lo único importante, la santidad. Y esa nos la da Dios si se la pedimos, si vamos a Él.

¡Qué amada me sentí! Experimenté la infinita Misericordia de Dios con nosotros; porque os aseguro, que si esto me pasa con cualquier amiga…, ¡no me habla en meses! y con razón. Pero Jesús no; llenó mi corazón de Paz dejándome ver cuánto me amaba y cuánto quería que estuviera allí con Él.

Y también a ti te espera con esa misma ilusión ¡Qué importante es vencer la pereza (o la vergüenza de que “hace años que no entro en una iglesia”); porque ¡no necesitan médico los sanos sino los enfermos! Cristo te espera, ¡quiere abrazarte!, que sepas cuánto te quiere y el tiempo que lleva esperando ese momento. ¿Puede haber algo más importante y hermoso?

¡Gracias Jesús por quererme tanto! Sé que no merezco tu Amor y por eso me duele dejarte esperando; quiero pedirte perdón, una y mil veces, y aprovechar la Gracia de la Confesión para pedirte que me ayudes a vencer este desorden de vida que me lleva a alejarme de ti.

¡Feliz domingo! Y acordaros de que hoy celebramos ¡la Fiesta de Cristo Rey! Rey de nuestros corazones, de nuestros dones, de nuestras vidas… todo se lo debemos a Él ¡y es a Él a quien rendiremos cuentas al final de nuestras vidas! ¡Feliz día!

Que el mérito no sea tuyo no quita para que te sientas orgulloso de quien eres

Hace unos meses conocí a una chica que -tras varios días de conversaciones- me dijo (porque no le quedó otro remedio) que era sobrina de un santo.

Yo flipé. ¡Tu tío está en los altares!, ¿qué pasada no? ¡Eres familia de un hombre que ha pasado a la historia de la Iglesia! Me parecía brutal. Estaba fascinada: para mí era como para muchos conocer a un primo de Maradona o de Ronaldo.

Curiosamente ella ¡no tenía ninguna intención de contármelo!

¿Pero a ti que te pasa? ¡Si es una pasada! De primeras no entendí tanto «secretismo»; probablemente eso fuera lo más interesante de su vida y, sin embargo, ¿¡procuraba que nadie se enterara!?

Tras preguntárselo, me explicó que no le gustaba decirlo porque ella no tenía ningún mérito y no le parecía bien sentirse especial por eso. Le daba pudor ser «más» sin haber hecho ella nada.

El caso es, que esta anécdota que había olvidado por completo, el Señor hoy la puesto en mi corazón para recordarme que yo también tengo el honor de ser familia de alguien muy grande, aún más grande que un santo, un famoso o un gran artista: ¡soy hija del mismísimo Dios!

Y es que a mí me pasa lo mismo que a esta chica: me siento indigna de ser hija de Dios porque no es mérito mío. No me lo merezco.

De hecho, llevaba un tiempo sintiéndome muy indigna de tanto amor y atenciones por parte del Señor y, aunque sabía que a Jesús no le gustaba verme así, era incapaz de entenderlo, de cambiar ese sentir.

Cada vez que iba a misa y repetía las palabras del centurión: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme, mi sentimiento de indignidad crecía y se confirmaba.

Pero es que el centurión no era hijo de Dios porque Cristo no había muerto y resucitado todavía por él. Su siervo se curó por la palabra de Jesús, mi indignidad para recibir a Dios, para tratarle, para merecer su amor: desapareció cuando Jesús resucitó de entre los muertos por mí.

Por eso hoy, al recordar a mi amiga, me he dado cuenta de que ¡da igual que el mérito no sea mío!

Ser familia, amigos, vecinos,… de alguien importante que deja huella a su alrededor, aunque no haya sido gracias a nosotros, nos honra.

Dios me llama hoy a sentirme digna de Él, digna de su amor, de sus dones, de su maravillosa protección y cariño: porque soy su hija. Y eso me da derecho a todo eso ¡aunque yo sea un desastre!

Si Dios ha querido honrarme con su grandeza, ¿quién soy yo para avergonzarme de ello?

Igual que los hijos tienen derecho a ser amados por sus padres sin ellos haber hecho nada para ganárselo (a veces más bien lo contrario, jaja); tú y yo hacemos bien creyéndonos dignos del amor que Dios nos tiene.

Porque Él ha querido que sea así. Claro que no es mérito nuestro… (¡mal andaríamos!) pero es un regalo que Dios nos hace y no debemos rechazarlo.

Hoy no lo entiendo tampoco pero ha calado más en mí ese poder sentirme orgullosa de ser quien soy. De mirarme con la misma admiración (o mayor) que la que me invadió cuando mi amiga me dijo que era familia, ¡sobrina!, de un santo.

Quizá tú y yo no tengamos a nadie importante cerca, pero no lo necesitamos ¡Dios es nuestro Padre! ¡Mi padre! ¿Puede haber mayor honor que ese?

Pd. Como estamos en octubre os reenvío la iniciativa de otros años, aunque estemos a mediados aún puedes unirte a la fiesta

La puta a la que pagas se siente violada

Todos los años, en el día internacional de la mujer, los medios hacen eco de los avances en conciliación, de lo que aún queda para la igualdad, de los movimientos y acciones de las organizaciones feministas, …; pero nadie habla de esas mujeres que, aun viviendo en España, sufren esclavitud; son violadas cada día, forzadas a un infierno de vida sin luz al final del túnel. Y nadie habla de ellas porque generan 5 millones de euros al día. Hablamos de la Trata y de la Prostitución.

Mujer, prostituta, niña, joven

Se acerca el Día Internacional de la Mujer e imagino cómo los medios se harán eco un año más de los progresos que se han logrado en este o en aquel campo, de los movimientos feministas reivindicando derechos, de lo que aún queda por avanzar en conciliación e igualdad,…

Todos los años lo mismo. Pero nadie se acordará de las mujeres que más sufren en nuestra sociedad, en nuestras ciudades y en nuestras calles. Y no son pocas, pero se les oye muy poco o casi nada, son casi invisibles -pienso yo que porque no interesa.

Son mujeres con una vida muy dura, maltratadas, violadas, utilizadas y engañadas.

Mujeres valientes que luchan por sobrevivir cada día para no hundirse en el agujero negro en el que las han tirado.

Pero nadie habla de ellas. Sólo la Iglesia, y como a «esa» no interesa que se le oiga, nadie las escucha.

Mujeres que un día salieron de sus países -todos ellos muy pobres- buscando un lugar mejor: algunas pensando que habían encontrado el amor, otras creyendo que podían ayudar a sus familias tras un desastre natural. Cada una con su historia pero con un mismo y triste final: la trata de blancas.

Mujeres que llegan a España y, sin entender lo que está pasando, se ven obligadas bajo amenaza de muerte a trabajar de prostitutas. Alguien las ha comprado a un alto precio y ahora son su gran inversión: los servicios que ellas hagan serán los beneficios que sus dueños obtengan.

Y no pueden salir de ahí. Están solas, no entienden el idioma, deben mucho dinero (que pagaron para llegar a España), viven amenazadas de muerte, forzadas a salir a las calles y a los clubes porque si no cumplen objetivos, sus familias pagarán por ello.

Muchas son menores de edad. Se ven sometidas a violaciones y palizas; drogadas, forzadas a abortar, contagiadas de sida y otras muchas enfermedades. Dejan de ser no sólo dueñas de su vida sino también de su futuro.

Y nadie habla de ellas, porque España es el tercer país consumidor de Prostitución en el mundo. El 40% de los hombres consumen al menos una vez al año, y lo que me produce aún más tristeza: el 20% de los jóvenes hacen uso de esta barbarie.

Y nadie habla de ellas porque generan 5 millones de euros al día. Hay muchos intereses detrás de la Prostitución. Se nos llena la boca de integración, de respeto, de acogida y resulta que, después, muchos se van al club y abusan (con la conciencia bien tranquila por haber pagado los servicios) de una mujer que no quiere estar ahí.

No quieren estar ahí. Nos venden que la que es prostituta lo es porque quiere, porque le gusta, es una fresca o quiere ganar dinero fácil. Pero la realidad es que el 90% de las prostitutas en España son inmigrantes, y la mayoría de ellas sin papeles.

Sin papeles porque cuando llegan a España y las compran, les quitan la documentación, les cambian el nombre y pierden su identidad.

Se las trata como basura cuando son mujeres admirables, fuertes, valientes, luchadoras.

Ojalá mis palabras de hoy hagan que al menos unos pocos nos acordemos de ellas el próximo 8 de marzo, abramos los ojos y paremos -con nuestros rezos o acciones- este infierno que en pleno siglo XXI sigue en nuestras calles.

Hoy mi conciliación familiar me parece una chorrada si resulta que mi vecina de enfrente sufre esclavitud ¡en un país que se cree tan desarrollado! Los derechos fundamentales primero, sin lugar a dudas.

¿Qué vas a hacer tú el 8 de marzo contra la Trata? Yo te animo a que, por lo menos, compartas el post para que ese 40% ¡se entere de lo que hace!