Hoy sí puedo ser feliz

Acabo de terminar de leerme un libro que me ha ayudado mucho y que creo que puede ayudarte también a ti. No me malinterpretes con el título, soy tu amiga, y las buenas amigas se dicen las cosas buenas y también las que intuyen que no son tan buenas, y es lo que yo hoy quisiera hablar contigo.

Intuyen que algo va mal, aunque pueden estar equivocadas, pero ten por seguro que una amiga que te quiere te dirá lo que ve que no te hace feliz. No te enfades con ella, al revés, agradéceselo; porque lo más egoísta es no decir nada y estar siempre de buenas contigo. Pero entonces no será una buena amiga porque estará pensando más en su conveniencia que en tu felicidad.

El libro se titula: “Paso de ser egoísta”, de Antonio Pérez Villahoz. Nadie me había hablado de él pero en cuanto lo vi supe que era para mí. Estaba pasando por uno de los momentos más duros de mi enfermedad y me sentía muy sola y triste. Sabía que algo no iba bien y por alguna razón al ver el título tuve la corazonada de que algo de eso podía estar pasándome a mí.

Portada del libro

Ahora que lo he terminado sé porqué el Señor puso ese libro en mis manos. Para recordarme que mi vida no ha sido creada para centrarme en mi enfermedad, en mis dolores, en mi carrera profesional … (como ves todo esto es yo, yo, yo).

He visto muy claro que el origen de mi tristeza no está en la enfermedad ni en que no pueda coger a mi niña pequeña en brazos y jugar con ella como hice con los otros, darle vueltas y vueltas y marearnos juntas; ni en no poder trabajar, hacer la comida, limpiar la mesa o incluso, a veces, ni doblar calcetines.

No. Mi problema está en que he olvidado el sentido de mi vida que no es otro que servir a los demás, hacer sus vidas más amables, más fáciles, más plenas; en definitiva: quererles más y mejor, salir de mí misma.

En estar ahí cuando necesitan hablar y no echarles de mi habitación porque estoy muy cansada; en estar ahí cuando quieren que vea un teatro que se han inventado y no les diga que mejor otro día porque hoy me duele mucho la espalda. En quedar con una amiga aunque me cueste levantarme de la cama porque sé que me necesita.

Me cuesta un mundo: sí. Sobre todo porque supone dejar de lado lo único que tengo en mi cabeza: YO! Mi salud, mi egoísmo, mi comodidad,… para dar prioridad a lo que otros necesitan de mí.

Me ha costado un libro entero darme cuenta, y me costará mucho más conseguir que mi cuerpo no tire para abajo de mi corazón y de mi alegría; pero saberlo ya es una ventaja. Unas veces lo conseguiré y otras no, pero poco a poco y apoyándome mucho en la ayuda del Espíritu Santo ese egoísmo irá decreciendo.

Nunca desaparecerá esa tendencia a pensar en mis limitaciones, mi situación, mis sueños…¡y lo cansado que es pelear conmigo misma!, será una lucha constante toda mi vida, por eso es importante que me centre sólo en el HOY.

Hoy sí puedo. Y seguro que tú también.

En conseguirlo un día, el día que tengo por delante, porque pensar en vencer a mi yo toda la vida me derrota antes de empezar, pero ¿puedo intentar vencerme hoy, y sólo hoy, por amor a mis hijos, a mi marido, a mis amigos, a mi Dios,…? Sí, eso sí puedo.

Quizá estés pasando por un momento similar al mío; tal vez no por una enfermedad sino porque el sueño de tu vida no sale adelante o eso por lo que llevas luchando mucho tiempo no avanza… hay muchos motivos por los que ofuscarse y no levantar cabeza (formar una familia, estudiar lo que te gusta, encontrar un trabajo, quedarte embarazada…)

Te diré algo. La vida sólo tiene sentido cuando nos centramos en servir a los demás. Aparta de tu mente por un tiempo eso que te está hundiendo porque no es tan importante como tu yo te hace creer; si no sale, por algo serán recuerda: ¡eres mucho más que eso!

Céntrate en ser más cariñosa con los tuyos, en hacer voluntariado en alguna ONG, en pensar qué puedes hacer tú para que la vida de otros sea más amable y verás que lo que tú das no será nada en comparación con lo que recibas. Salir de ti te ayudará a ver tu yo al completo, tu yo real y no el que vive de ilusiones.

Dentro de un tiempo, si te apetece, cuéntame cómo va la cosa; en un comentario o en un mensaje privado, así yo también podré contarte cómo me está yendo a mí y juntos apoyarnos. Te espero, ¡a por ello!

Y no olvides que compartir es amar, así que si te ha gustado, ¡no esperes más!

Amar es querer al otro más que a sus defectos

“Amar es querer al otro más que a sus defectos”, lo he escuchado y leído en varias ocasiones y, aunque pueda parecer una frase muy simple, ¡qué profunda es! tanto que me atrevo a afirmar que la mayoría de las relaciones que se rompen es precisamente porque los defectos brillan día a día más que el amor, y así este termina ahogado.

La rutina, forzada por el ritmo de vida y el cansancio, sumado a las diferencias inevitables de la convivencia se convierten en una mochila muy pesada llena de reproches y quejas que volcamos plenamente sobre el otro. Seguro que muchas de ellas os resultan familiares, no estoy destapando nada nuevo.

¿Qué cosas suelen matar muchos matrimonios?

Siempre llegas tarde del trabajo, estoy harta de ver tus calzoncillos en el suelo, siempre están tus zapatos por toda la casa, nunca encuentras las llaves porque no las dejas en su sitio, hablas por los codos, no hay quien te siga, te pasas el día criticando lo que hago, porqué tengo que ser yo quien baja la basura, todo tiene que estar hecho a tu manera…  

¿Queréis que siga? Tengo para rato…

La tapa del retrete arriba, la pasta de dientes abierta, el baño petado de cosméticos, nunca me escuchas, te pasas horas con el móvil, te pones siempre de parte de tu madre, siempre llegamos tarde por tu culpa, te tiras una hora para ducharte, siempre soy yo la mala con los niños, pasas más tiempo con tus hobbies que conmigo … y un largo etcétera. 

He mencionado los que considero más frecuentes en cualquier hogar y a estos cada uno debe añadir las singularidades del otro.

Somos distintos y las diferencias nos molestan hasta el punto de conseguir que discutamos todo el rato o que parezca que no tenemos nada en común y que el amor entre nosotros se ha apagado (o simplemente no ha existido nunca) y entonces la ruptura parece la decisión más sensata.

Cuando en realidad el amor sí está, sigue ahí, pero si no rascamos, si no estamos dispuestos a desenterrarlo, no podemos verlo; por eso es fundamental querer al otro por encima de sus defectos. Es una decisión difícil porque conlleva esfuerzo, comunicación, pedir perdón y perdonar, ceder,… es mucho más cómodo tirar la toalla y mandarlo todo a paseo, como si cerrando los ojos y cortando la relación todo lo vivido ya no fuera a afectarnos.

Pero en el fondo, nos damos cuenta de que eso no nos hace felices porque queremos a la otra persona y querríamos que funcionara. ¡Hubo un tiempo en el que creímos que podríamos amarnos para siempre y por eso nos casamos!, y también ahora lo pensamos pero no sabemos cómo cambiar la situación y la sociedad nos grita que no merece la pena.

Es momento de parar. De separarnos del mundo, de recordar quiénes somos y lo que realmente queremos en la vida. Mirar a nuestra familia, a nuestro cónyuge y recordar qué nos gustaba de él; ver fotos, rememorar momentos divertidos y también los difíciles: confirmarnos a nosotros mismos que esa (y no sus defectos o diferencias) es la persona de la que nos enamoramos.

Quizá al principio cueste, pero si te centras más en disfrutar con vuestras diferencias y reírte de ellas en lugar de pensar en cuánto te molestan y querer cambiarlas, vuestro amor crecerá radicalmente porque estaréis queriendo al otro tal y como es (y viceversa), por encima de sus defectos.

Eso es el amor verdadero, el que vence los baches del camino, no cede ante las dificultades; no se deja engañar por una vida mejor lejos de los tuyos. Porque sólo tenemos una vida y merece la pena vivirla por amor.

TIP: Antes de discutir/enfadarte piensa qué es más importante para ti, las llaves/zapatos fuera de su sitio o el amor entre vosotros. ¿Está clara la respuesta, no? ¡Pues a por ello!

Fibromialgia y Fatiga crónica: ¿Y si nunca me recupero?

Desde que empecé a estar mal, hace ya cuatro años, siempre he pensado que esto sería un brote temporal y por eso no me ha preocupado mucho no comer o cenar en familia cuando estoy muy cansada; pasar la tarde viendo series para olvidarme del dolor en lugar de esforzarme por jugar con los niños o por ayudar a los mayores con su tarea.

Pero esta mañana una idea me ha rondado la cabeza y me ha dejado un poco tocadilla:

¿Y si siempre te quedas así? ¿Y si ya no vuelves a tener energía para nada, los dolores se mantienen, etc, etc ¿quieres que toda tu vida sea así?, ¿perderte tantos momentos únicos de tus hijos?

Es una pregunta difícil para alguien que se encuentra mal y requiere tiempo asimilar y mucho esfuerzo para llevarlo a cabo: un cambio radical en mi vida. Dejar de verme como una víctima, una impedida que necesita sus cuidados, su descanso, etc a ser la madre de mis hijos y la esposa de mi marido hasta que el cuerpo no dé más de sí.

Obviamente no será como antes de la enfermedad pero tengo que buscar el medio por el cual nuestra vida vuelva a ser «normal«, no quiero un paréntesis de X años. No sé la fórmula, porque las limitaciones ahí están y hay muchas cosas que antes hacía y ahora no puedo, pero después de pensarlo y repensarlo tengo muy clara una cosa: no quiero perderme nada más.

El otro día mi hija pequeña (4 años) me decía: “mami, ¿a qué eras mucho más guay cuando tenías la espalda bien?”. No es que me hundiera en la miseria -sobre todo porque ella ¡sólo me ha conocido en mi versión actual, jeje!- pero ahí quedó en mi cabeza, como algo que me gustaría cambiar.

A Dios gracias, esos días había hecho un poco más de esfuerzo por estar con ellos, así que le respondí haciéndole unas cosquillitas: ¡pero sí ayer estuvimos haciendo los puzzles y jugando con los palillos y fue súper divertido!, ¿ya se te ha olvidado?”

Su cara de felicidad me confirmó que no, me abrazo muy fuerte y me dijo “mami, te quiero mucho. Eres la mejor mamá del mundo” y se fue con una sonrisa de oreja a oreja.

¡Qué difícil es salir de uno mismo cuando se está enfermo! Tengo el firme propósito de no perderme nada pero también veo que va a ser MUY difícil. El agotamiento que tengo cuando llegan del cole es brutal y pasar de él no va a ser tarea fácil.

Tampoco pretendo estar toda la tarde con ellos sin parar pero sí quiero pasar un ratito con cada hijo, al menos una vez a la semana. Así notarán más mi presencia y yo podré conocerles y hablar o jugar con ellos sin perderme su vida y dándoles a entender que pueden contar conmigo para lo que necesiten.

Dicho esto, esta tendencia humana a lamernos las heridas y sentirnos víctimas de nuestra situación no me está ayudando nada así que he optado por una ayuda que nunca falla.

Le he pedido a Jesús que llegue él donde no llego yo y a mi madre del Cielo que me cubra con su manto para tener más fuerzas.

Sólo me queda confiar y dejar que sean ellos los que me guíen en este gran salto. No será fácil pero merecerá la pena y sé que con ellos no fracasaré porque cuidarán de mí siempre.

¿Has vivido o vives alguna situación similar? ¿Encontraste la forma de darle la vuelta? Déjame tu experiencia en los comentarios y si te ha gustado no olvides compartirlo 😉

Conociendo santos: San Josemaría

San Josemaría. Probablemente el santo español más criticado del siglo XX, incluso a mí -que conozco el Opus Dei desde niña- me caía mal.

Hasta que hace unas semanas me animé a leer una biografía suya que me ha cambiado la perspectiva completamente. Si tenéis ocasión de leerlo os animo mucho: «El hombre de Villa Tevere«, de Pilar Urbano. Fácil de leer y super interesante (sin fechas y datos históricos 😅).

Hace tiempo que quiero presentaros a las personas (santos y santas) que van ayudándome en mi camino de fe. Cómo hoy es 26 de Junio, fiesta de San Josemaria, voy a empezar por él: un niño de un pueblito de Huesca al que Dios le encomendó la tarea de fundar la primera Prelatura Personal de la Iglesia: el Opus Dei.

¿Qué es lo que más me ha impresionado de san Josemaría?

Os contaré tres anécdotas del libro, y así os hacéis una idea de cómo era en realidad este buen hombre, y por qué claramente es un gran santo al que podemos acudir con las cosas más cotidianas.

1. Generosidad . Después de más de treinta años sin dinero suficiente para poner colchas en las camas, se decidió que se haría un desembolso paulatino para que fuera posible comprarlas. A san Josemaría le pareció muy bien, pero pidió que primero tuvieran colchas las mujeres que atendían su casa, después los estudiantes, y en último lugar él.

Quizá parezca una bobada pero a mí me dio una gran lección. Era un hombre enfermo -padecía diabetes- con una gran responsabilidad, podría haber hecho como yo con mi sofá: el mejor para mí que estoy delicada. Pero no, a lo largo del libro se ve cómo en todo él siempre era el último.

2. Ejemplo. Un día alguien les regaló una caja de bombones y la llevó a casa de unas hijas suyas del Opus Dei. Al ofrecer los bombones, dejó en el último lugar a la directora del Centro, explicándole que en la Obra, los directores son los últimos en todo: están para servir a los demás.

Me encanta que enseñara a sus hijos con el ejemplo de su vida a darse a los demás, y que les mostrara con ejemplos tan sencillos como este que en la jerarquía del Opus Dei, los de «arriba» han de servir a los demás más que el resto.

3. Humildad. Tras la guerra civil española san Josemaría fue uno de los primeros sacerdotes en llegar a Madrid. Iba vestido de sotana por lo que todos los católicos se acercaban a él para besar sus manos dando gracias a Dios por el fin de la contienda. San Josemaría no quería ser protagonista de nada, y sacando un crucifijo de su bolsillo lo daba a besar en lugar de sus manos.

Quizá para ti no tenga importancia el detalle, pero para mí es un acto de amor a Dios brutal. En un momento de tanta emoción él sólo piensa en Cristo, y en acercar a esas almas dolidas y cansadas a Él.

¿De qué otros santos queréis que os hable? Tengo varios en mente que también me han tocado la fibra pero estoy abierta a sugerencias. Y si queréis aportar algo sobre el santo de hoy, dejadlo en los comentarios que será un placer leeros.

¿Cansado de sonreír cuando lo que te apetece es quejarte?

Seguro que habéis leído esta frase muchas veces a lo largo de vuestra vida; también yo, sin embargo nunca había calado tan hondo en mí como el otro día:

“Cada persona que ves, está luchando una batalla de la que tú no sabes nada. Sé amable siempre.”

Me cautivó porque llevaba un tiempo dándome cuenta de esto y, cuando una amiga publicó la frase en sus stories, pensé: ¡qué bien resumido!

La enfermedad, el sufrimiento, las preocupaciones importantes, eventos claves en nuestra vida, etc: nos absorben de tal manera que todo lo demás deja de existir para nosotros.

Cuando te encuentras mal, llega un momento en que te cansas. Te sientes con derecho a centrarte en ti, a no cuidar demasiado cómo contestas a los demás; si sonríes o si tu cara es siempre un poema: porque te da igual.

Lo único que te importa es que tú estás hecho un asco así que si a los demás no les gusta, lo siento mucho pero aquí uno ya carga con bastante como para preocuparse de lo que los demás puedan sentir…

Y así estaba yo. Cansada de sonreír cuando en realidad sólo quería llorar y meterme en la cama; quejarme de mi cansancio y de mi dolor y olvidarme del mundo, era lo mínimo que podía permitirme: ¡encerrarme en mí!

Pero estaba muy equivocada. Aquí nadie se libra de su cruz. Puede tener forma de enfermedad o no, pero ninguno nos libramos de sufrir.

La vida viene con su carga y es responsabilidad nuestra no sólo llevar la propia sino ayudar a los demás a llevar la suya.

Un día vi claramente que estaba siendo muy egoísta y que mi situación era igual o peor que la de mucha gente que me rodeaba y que siendo amable podía ayudar a los demás.

Por eso esa frase me cautivó. Fue como el broche a ese run run que llevaba tiempo en mi cabeza y que no terminaba de ver. Veía que todos tenemos en la vida nuestra cruz, pero no me daba cuenta de mi egoísmo.

“Cada persona que ves, está luchando una batalla de la que tú no sabes nada. Sé amable siempre.”

La repito para que no se me olvide: ¡hasta me la he puesto de foto de perfil en el Whatsapp!

Porque no quiero olvidar que las personas con las que convivo, con las que trabajo o me cruzo: también llevan su cruz. Y les pesa tanto como a mí la mía (o más). Así que ya no quiero quejarme (tanto), ni tener cara de perro todo el día.

Voy a pensar siempre -o al menos a intentarlo- que la mochila del otro es más pesada que la mía (¿os acordáis del post «No tengo derecho a quejarme»? Os animo a releerlo).

Voy a sonreír. Y voy a ser paciente. Y voy a quererle. Porque quizá yo sea la única persona en ese día que le trate bien, que comprenda SU SITUACIÓN (aunque no sepa cuál es).

Porque por el mismo precio (mi carga no va a cambiar en nada) puedo ayudar a los demás a llevar la suya o, por lo menos, ¡no empeorarla!

¿A que tú también llevas tu carga? ¿Te sumas a ayudarnos entre todos? Está en nuestras manos ser felices y hacer felices a los demás -a pesar de nuestras pesadas mochilas! 😉 ¡Ánimo y a por ello!

10 preguntas que pondrán a prueba tu generosidad

Es bastante frecuente creer que somos más generosos, más atentos, más entregados que los demás; pero muchas veces es básicamente porque lo que nos afecta directamente (el egoísmo de los demás), lo notamos enseguida.

Sin embargo, nuestras carencias y defectos son más difíciles de ver, salvo que tengamos cerca a alguien que nos quiera mucho (¡pero mucho!) y nos corrija.

Tenemos una tendencia natural a ponernos en el centro del universo: mis planes, mi tiempo, mi descanso, mi familia, mi trabajo,…; básicamente se reduce a lo que nos repetía mi madre siempre:

«Eso, ¡tú contigo mismo y con tu ombliguito!».

Por eso, he pensado que como mamá ya no nos lo dice, por aquello de respetarnos, no está de más que nos examinemos de vez en cuando para conocernos y mejorar en lo que veamos que flojeamos más.

Test de generosidad: ¿soy egoísta?

1. Cuando la bolsa de basura está hasta arriba…, ¿la cambias para que no se ensucie el cubo y la tiras al contenedor enseguida o lo dejas para luego, sabiendo que «luego» nunca llega?

2. ¿Te adelantas a las necesidades de los demás o hasta que no te lo piden no caes en la cuenta de que puedes ayudar?, ¿tu orden facilita el trabajo a los demás?

3. Cuando llegas a casa, ¿te sientas en el sofá a descansar o procuras ponerte manos a la obra para que sea ella/él quien descanse?, ¿y en casa de tus padres?

4. Estás con amigos, con tus hijos, con tu pareja: ¿te olvidas del móvil/tv/tablet/libro/Play/ordenador… para dedicarles los 5 sentidos?

5. Te sientas a la mesa, y al servir tu plato, ¿te aseguras de que llegue la misma cantidad (o más) para los demás o te sirves sin fijarte?, ¿cuántas veces rellenas sus vasos?

6. Comida de amigos, familia,… ¿procuras que sean otros los que estén cómodos, bien acompañados o para ti siempre encuentras un buen sitio?

7. Final del día, estás cansado y un amigo te llama por teléfono. No te apetece nada cogerle porque quieres descansar: ¿contestas por si necesita algo o piensas «ya hablaremos mañana»?

8. Quizá hayas tenido un mal día en el trabajo, te duela la cabeza o algo se tuerce en el último momento, ¿te quejas continuamente o procuras sonreír y quitarle importancia para centrarte en los demás?

9. ¿Te molestas cuando te corrigen, cuando no te dan la razón o escuchas otros puntos de vista y agradeces las críticas, sabiendo que lo cómodo para el otro es evitar el enfrentamiento?

10. Procuras llegar con puntualidad a tus citas, ¿te das cuenta de que no hacerlo supone valorar más tu tiempo que el de quien te espera?; y en casa, ¿eres siempre el último en sentarte a la mesa?

Cuando un abuelito se va…, algo despierta en el alma

La semana pasada nos dejó mi abuelito. El Señor se lo llevó de la manera más dulce: mientras dormía. Los que nos quedamos sentimos su vacío pero al mismo tiempo, la certeza de saber que descansa en el Cielo, nos llenó de paz y alegría.

Era un hombre bueno, muy bueno. Y al pensar en su vida, en qué es lo que nos ha dejado su paso por este mundo, ha sido maravilloso ver que todo lo que pasaba por nuestras mentes eran palabras amables, cariñosas, de admiración, de agradecimiento.

A veces nos atormenta la idea de tener que ser «perfectos» para poder ganarnos el cielo, pero ¿sabéis qué? no es esa perfección humana que imaginamos de la que habla Jesús, sino de perfección en el amor, ¡que es al final de lo que nos examinarán!

Mi abuelo era un hombre sencillo, honrado, trabajador. Se conformaba con muy poco, pero no era perfecto, tenía sus defectos como todo el mundo, ¡porque no hay santo sin ellos!, pero ahora relucen mucho más sus virtudes, y sobre todo: su pasión por mi abuelita.

Quiso a su mujer durante toda su vida de una manera ejemplar…, ¡y han sido 94 años! Hay tantos detalles de amor durante cada día que se ve la huella de Dios en ellos, porque humanamente ya os digo yo que es imposible: ¡cumplió con creces su vocación matrimonial!

NUNCA en mi vida les he visto discutir, faltarse al respeto, mirarse con un mínimo de rencor. En su lugar, siempre ha habido atención hacia el otro, miradas cómplices, agradecimientos, detalles de cariño, … y no hablo de un libro, ni de una utopía: ¡yo lo he visto durante toda mi vida con estos ojos!

He aprendido de ellos lo que es el amor de verdad y, como soy consciente de que no todo el mundo tiene la suerte de tener tan cerca semejantes ejemplos de vida, me veo en la obligación de compartirlo con vosotros.

Nunca faltó un gracias en su boca por cada comida que ella preparaba. Siempre atento para servirle, para cuidarle, y para enseñarnos a los demás a estar atentos también y saber mirar y ver los detalles de cariño que los demás tenían con nosotros.

Estoy segura de que él nunca creyó que su vida fuera ejemplar, que pudiera estar dejando tanta huella en los que veníamos detrás, ¡pero ya lo creo que lo hacía!

Sin él darse cuenta nos enseñó a querer, nos demostró que el amor verdadero existe, es real y es maravilloso. Que la felicidad se encuentra en las cosas pequeñas, en el amor humano, en la vida desgastada por y para la persona amada.

Hoy os digo que merece la pena. No es un camino de rosas, porque también salen espinas, porque no somos perfectos, porque en el día a día nos fijamos más en lo que no nos gusta; pero merece la pena porque es ahí donde se encuentra la felicidad y, lo más importante: nuestro camino al Cielo.

El cura de mi parroquia está loco

Hoy hablo de locura, sí. Hablo de locura porque hay que estar muy loco para dejar tu familia, tu país, tus amigos, tu novia, tu futuro, … ¡para ir al seminario! Hay que estar muy loco para renunciar a ser padre por cuidar de un puñado de personas que no conoces de nada.

Gente, que sin apenas conocerte, va a juzgar cómo celebras la misa, si hablas poco o demasiado, si eres excesivamente teórico o un sensiblero, si te pasas de anécdotas o aburres a todos.

Hay que estar muy loco, para dejar tu vida en manos de otro cura (el obispo), que será quien decida si vas a esta o a aquella parroquia; si le parece bien que hagas catequesis con los padres o prefiere que sea con feligreses; si gastas mucho o no recaudas suficiente.

Hay que estar muy loco, efectivamente, pero muy muy loco de amor. Hay que estar perdidamente enamorado de Jesús para seguir sus pasos y dejar todo en manos de Dios: Jesús renunció incluso a su vida por nosotros, y no porque no le costara ¡que bien que lloró en Getsemaní!, sino porque nos amaba; y así también los sacerdotes renuncian a su propia vida por nosotros.

Para estar disponibles, para hablarnos de Jesús, para acompañar, escuchar, esperar, confesar, bautizar, …

Quiero que este post sea una alabanza y un agradecimiento a todos los sacerdotes del mundo entero, porque aunque en los medios sólo vemos los pecados de unos pocos (¡abominables, por supuesto!), la generosidad de la gran mayoría es admirable.

La Iglesia no tendría sentido sin tantos curas maravillosos, y por ellos va este post. Porque se equivocan, sí; a veces demasiado… pero: «que levante la primera piedra quien no tenga pecado».

GRACIAS de corazón a todos los sacerdotes que se dejan la vida por sus feligreses día a día, año a año; con humildad, pasando desapercibidos, acompañando, rezando, viajando de pueblo en pueblo para llegar a todos. Porque conozco muchos que no descansan, que se dejan la piel literalmente por acompañarnos al Cielo.

Por todo ello: ¡GRACIAS DE TODO CORAZÓN!

Transmitir la fe en la familia. Cuando los hijos son pequeños


Hace poco me llegó por whatsapp esta imagen y creo que va muy en la línea del post de hoy. Cuando los hijos son aún pequeños para entender la misa o para empezar a rezar, el ejemplo que ven en nosotros es la mejor manera de darles a conocer a Jesús. Para lo cual, obviamente, es imprescindible que nuestra vida se parezca en algo a la suya, porque si no ¡poco podrán aprender!

Quizá sea una barbaridad decir esto pero lo imagino así: Igual que Dios Padre nos envió a su Hijo Jesucristo para mostrarnos el camino de la felicidad; así también nos envía a nosotros, los padres (¡también a los tíos y padrinos!), como «teloneros de Cristo«, para que a través de nuestro ejemplo vayan conociendo a Jesús hasta que sean capaces de seguirle ellos mismos.

Me parece bonito pensar que somos «teloneros de Dios»; torpes…, que nos equivocamos a menudo, pero al fin y al cabo ¡teloneros de Dios! ¿No es como para emocionarse?

La clave para cumplir bien esta misión está en pasar tiempo con ellos jugando, hablando…; que se sepan importantes y, sobre todo, queridos.

«La familia que reza unida permanece unida» S. Juan Pablo II

También creo que es bueno que desde pequeños vean que Jesús es uno más de la familia. Tratarle juntos de manera natural. Igual que llamamos a los abuelos y les pasamos el teléfono para que saluden, podemos enseñarles a tratar a Jesús con nosotros.

Quizá una breve oración por las noches, darle besos a una imagen de la Virgen o dar gracias antes de empezar a comer sea suficiente los primeros años.

Nosotros tenemos en casa algunas imágenes de la Virgen, y les encanta cuando nos ven lanzarle un beso o decirle un: «gracias Madre mía porque todo ha salido bien» (o un: «échame una mano que hoy me los como, jaja!) y casi siempre se unen a ese beso con uno suyo.

Pero sobre todo esforzarnos por darles buen ejemplo. Pedir ayuda al Espíritu Santo para ser pacientes y superar el cansancio de la jornada para escuchar sus pequeñas preocupaciones, películas e historietas (aunque a veces sean imposibles de seguir)

También es bueno respetar sus ideas aunque sean diferentes a las nuestras, pero siempre explicándoles el porqué de nuestro parecer, para que poco a poco sean capaces de elegir siempre el bien; ser serviciales, sinceros, ordenados, comprensivos, …

Y ya para terminar, a parte de animaros a releer este post de 2018 «Transmitir la Fe en la familia«, recordaros las claves fundamentales: mucho cariño, crecer nosotros para que puedan crecer ellos y tratar a Jesús juntos, como a un amigo más. Y una vez que ellos ya tienen una relación personal con Cristo, dejarles volar, que sigan a su corazón aunque quizá lo que vean no nos guste mucho.