Una Navidad diferente

Hoy celebramos la Navidad. El día en que Dios, decide hacerse Niño para acercarse a nosotros.

¿Has pensado alguna vez cómo fue?

Hace muchos, muchos años, los hombres veían a Dios como un ser muy lejano, invisible, inalcanzable. Y Dios no paraba de enviar profetas para que vieran que se preocupaba de ellos, que les quería; pero los hombres no se enteraban…; así que, viéndoles tan perdiditos, pensó: me haré uno de ellos para que les sea más fácil conocerme, para que vean que les quiero, que me importan; que pueden hablarme y tratarme.

Imagino la cara que se le quedó cuando las puertas, a las que María y José llamaban aquella noche, no se abrían…; y la cara que se le quedará cuando, año a año, llama a mi puerta y yo estoy a mis cosas y tampoco abro…

Por eso esta Navidad quiero que sea diferente; quiero que se encuentre muchas puertas abiertas, con ganas de recibirle; probablemente afanados en preparar la comida, arreglar a los niños, recoger, etc, pero ilusionados porque el Niño Dios vuelve a nacer, pero esta vez en nuestros corazones.

Dios dejó en manos de María que Jesús naciera. Esperó a su «sí» o «no» para realizar obras grandes a traves de Él. Hoy me pregunta a mí (y a ti) si yo también quiero que actúe en mí, a través de mi vida; no quiere hacer nada sin mi permiso. De mi «sí» depende que Él continúe.

Quizá este año, como a mí, te resulte muy difícil decir que sí. ¿Cómo voy a decir que sí quiero estar enferma? Me siento incapaz…, pero después de mirar a María y ver lo que consiguió con su «sí», he decidido confiar en Él, dejarle nacer en mi corazón para que continúe haciendo cosas grandes por nosotros.

Suena un poco fuerte que sea yo quien decida si puede seguir haciendo cosas por nosotros…¡pero es así! Dios nos quiere tanto que quiere que seamos protagonistas en esta aventura, no meros espectadores.

Ojalá que, a pesar de las dificultades que podamos vivir esta Navidad, sumemos entre todos un gran «SÍ», que emocione a Jesús al encontrar tantos corazones felices de acogerle.

¡FELIZ NAVIDAD!

Encontrar la luz cuando todo va de mal en peor

¡Qué mal llevo cuando las cosas salen del revés! Y más aún si algo que parece bueno, por más que lo pida, no sale adelante. Miro al Cielo enfadada y grito: «¿Qué pasa?, ¿por qué permites esto?» Nos hace sufrir y no entiendo por qué si puede no lo soluciona… 

Estos días de Adviento, como os dije, estoy profundizando en la Navidad. Esta mañana he imaginado a José, obligado a viajar a Belén con su mujer embarazadísima…¡estaba de 39 semanas! ¿Os imagináis el percal? Y era el primer hijo…, que ya sabéis que ¡todo cuidado con el primero parece poco! Vaya contratiempo pensarían…

Les veo caminando muchas horas (¡eran cerca de 150km!), y a José agobiado pensando dónde dormirían, si les daría tiempo a llegar antes de que se pusiera de parto o si sería allí en mitad de la nada, qué cenarían y mil incertidumbres más; y una vez en Belén, comenzaría la preocupación al ver que nadie les acogía. Sólo les ofrecieron un viejo pesebre, frío, sucio, sin cama ni cocina, sin apenas luz, con un par de animales ahí en medio… 

¿¿Os imagináis la escena?? ¡Peor no podía salir! ¿Cómo iba a nacer ahí el Hijo de Dios? ¡No tenía ningún sentido! Si yo fuera José os aseguro que estaría desesperada…, me enfadaría muchísimo; sin embargo ellos estaban tranquilos. Confiaban en que Dios les protegía y que sería Él quien escogiera el «mejor» sitio para su Hijo. Tenían una fe tan grande que les llenaba de paz.

Y aunque para nosotros, si nos ponemos en la situación, aquello no tenía ningún sentido; nos damos cuenta ahora de que aquella catástrofe tenía todo el sentido del mundo. Si hubiera nacido donde le correspondía, en un palacio rodeado de sirvientes, oro y lujo, no nos atraería ni de lejos. 

Se hizo pobre, vino sin nada, para que nosotros ahora entendamos y nos sintamos comprendidos. Para enseñarnos a amar incluso cuando lo imprescindible falta

Y muchas veces a mí me pasa lo mismo. No veo el sentido de las cosas que me pasan, a mí o a quiénes conozco. Una enfermedad, necesidades económicas, un terremoto, una persona joven que fallece…y me indigno. No soy capaz de ver más allá, y aceptar que a veces las cosas aunque parezcan horribles no lo son porque detrás de ellas hay un plan divino que yo no veo. ¡Ojalá pudiera confiar como la Virgen y San José!

Por eso, siento que el Señor hoy me dice que cuando todo parezca ir mal, confíe. Que Él tiene planes a más largo plazo, sólo necesita que me fíe de Él y le deje llevar las riendas de mi vida (¡esas que me encanta controlar yo sola!). 

Que tenga paciencia, que ponga amor en lo que me toque en ese momento y confíe, y que entonces todo tendrá sentido. Yo lo voy a intentar, y os animo a vosotros a hacer lo mismo, porque si miro atrás no veo en mi vida nada que no se haya solucionado con el tiempo, veo su mano protegiéndonos.

¿Cómo afrontáis vosotros esos momentos en los que no se ve luz al final del tunel? 

Transmitir la fe en la familia. Cuando los hijos son pequeños


Hace poco me llegó por whatsapp esta imagen y creo que va muy en la línea del post de hoy. Cuando los hijos son aún pequeños para entender la misa o para empezar a rezar, el ejemplo que ven en nosotros es la mejor manera de darles a conocer a Jesús. Para lo cual, obviamente, es imprescindible que nuestra vida se parezca en algo a la suya, porque si no ¡poco podrán aprender!

Quizá sea una barbaridad decir esto pero lo imagino así: Igual que Dios Padre nos envió a su Hijo Jesucristo para mostrarnos el camino de la felicidad; así también nos envía a nosotros, los padres (¡también a los tíos y padrinos!), como «teloneros de Cristo«, para que a través de nuestro ejemplo vayan conociendo a Jesús hasta que sean capaces de seguirle ellos mismos.

Me parece bonito pensar que somos «teloneros de Dios»; torpes…, que nos equivocamos a menudo, pero al fin y al cabo ¡teloneros de Dios! ¿No es como para emocionarse?

La clave para cumplir bien esta misión está en pasar tiempo con ellos jugando, hablando…; que se sepan importantes y, sobre todo, queridos.

«La familia que reza unida permanece unida» S. Juan Pablo II

También creo que es bueno que desde pequeños vean que Jesús es uno más de la familia. Tratarle juntos de manera natural. Igual que llamamos a los abuelos y les pasamos el teléfono para que saluden, podemos enseñarles a tratar a Jesús con nosotros.

Quizá una breve oración por las noches, darle besos a una imagen de la Virgen o dar gracias antes de empezar a comer sea suficiente los primeros años.

Nosotros tenemos en casa algunas imágenes de la Virgen, y les encanta cuando nos ven lanzarle un beso o decirle un: «gracias Madre mía porque todo ha salido bien» (o un: «échame una mano que hoy me los como, jaja!) y casi siempre se unen a ese beso con uno suyo.

Pero sobre todo esforzarnos por darles buen ejemplo. Pedir ayuda al Espíritu Santo para ser pacientes y superar el cansancio de la jornada para escuchar sus pequeñas preocupaciones, películas e historietas (aunque a veces sean imposibles de seguir)

También es bueno respetar sus ideas aunque sean diferentes a las nuestras, pero siempre explicándoles el porqué de nuestro parecer, para que poco a poco sean capaces de elegir siempre el bien; ser serviciales, sinceros, ordenados, comprensivos, …

Y ya para terminar, a parte de animaros a releer este post de 2018 «Transmitir la Fe en la familia«, recordaros las claves fundamentales: mucho cariño, crecer nosotros para que puedan crecer ellos y tratar a Jesús juntos, como a un amigo más. Y una vez que ellos ya tienen una relación personal con Cristo, dejarles volar, que sigan a su corazón aunque quizá lo que vean no nos guste mucho.