La santidad es cosa de unos pocos muy especiales

Imagen de Santa Engracia

Mañana es la Fiesta de Todos Los Santos, de ahí que me haya planteado qué es lo que tiene que hacer un cristiano para ser santo. Porque la mayoría de las referencias que tenemos son de hace siglos y casi todos eran curas, monjas o frailes. Pero si algo hemos aprendido los de mi generación es que TODOS estamos llamados a ser santos.

Pero, ¿qué es un santo?

Un santo es una persona que está en el cielo. ¿Y cómo saber si ha ido al cielo? Después de su muerte se estudian concienzudamente todos los detalles de su vida (y una vez que se confirmen dos milagros concedidos por su intercesión) se proclama que esa persona con seguridad está en el Cielo y es presentada por la Iglesia como ejemplo de vida cristiana para el resto de los fieles.

Hay muchos más santos que los proclamados por la Iglesia pero sólo la vida de los más “llamativos” se estudia y procesa para su canonización. En la fiesta de Todos los Santos celebramos el día de los Santos reconocidos y “desconocidos”.

¿Todos los santos son iguales?

Cada santo es diferente y destacan por cosas distintas, el Señor nos va mostrando diferentes aspectos de su Persona a través de cada uno de ellos; pero en todos sobresale el amor a Dios y a los demás, la confianza en Dios y la humildad para perseverar.

Es muy tentador pensar que la santidad es solo para unos pocos, ¡son ejemplo de vida para los demás! Nos los imaginamos perfectos, muy buenos, sin defectos ni pecados, que se mortifican y rezan mucho… (nada que ver con lo que somos la mayoría).

Pero la santidad no tiene nada que ver con ser perfectos y sin pecado; más bien está relacionado con ser conscientes de nuestra pequeñez y fragilidad para agachar la cabeza, pedir perdón a Dios de corazón y dejar que poco a poco nos vaya moldeando.

Porque la santidad no es algo que podamos conseguir tú y yo: santo sólo es Dios. En la medida en la que tratemos a Jesús, reconozcamos nuestra inutilidad y le dejemos vivir en nosotros, podremos parecernos más a Cristo porque será Él quien viva a través de nosotros.

5 IDEAS CLAVE PARA SER SANTOS:

1. La santidad NO ES PERFECCIÓN. Los Santos son personas, pecadoras como todas las demás. La diferencia está en dejarse ayudar con humildad, obedeciendo al Espíritu Santo y siendo dóciles a lo que el Señor les iba pidiendo. Es reconocer que somos barro y que sólo con Él podemos amar a Dios y a los demás con un amor puro.

2. No somos ni mejores ni peores por ser como somos. DIOS NOS QUIERE HACER SANTOS A TODOS. Nos ha creado así porque nos necesita tal y como somos para poder llevar a cabo su obra en nosotros allí donde estemos, por eso lo importante es la forma en la que nos enfrentamos a nuestras debilidades y fortalezas, no el hecho de tenerlas.

3. Si queremos llegar al cielo tenemos que estar dispuestos a pasar por la Cruz porque la santidad está ahí. No hay amor sin Cruz; no podemos pretender tener una vida acomodada y fácil, sería absurdo: Jesús es nuestro Maestro y Él murió en la cruz, nos dejó muy claro el camino.

4. La vida está llena de contradicciones, de caídas más o menos gordas (a veces MUY GORDAS), pero Dios no nos pide que no tropecemos, sino que nos levantemos SIEMPRE. No nos juzga, sabe lo que pasa en nuestro corazón y nos perdona antes de que se lo pidamos. Solo falta nuestro arrepentimiento, humildad para reconocer en la confesión lo torpes que somos. Sólo así seremos capaces de pedirle ayuda cada día, como niños, sabiendo que sin Dios no somos nada.

5. No compararnos, confiar en el poder de Dios para transformar nuestras vidas ¡sucias y podridas! en ejemplos de santidad para otros. No tenemos que hacer nada porque cada camino es único. Dios sólo necesita que queramos ser santos y actuemos en consecuencia: escuchándole, buscándole, recibiendo los Sacramentos y abrazando el plan que tenga para nuestras vidas, aunque no sea lo que habíamos pensado.

Podría escribir horas, pero quiero que continuéis vosotros.

¿Qué es para ti un santo?, ¿conoces alguno que no sea de hace mil años? ¿Y a algún laico?

Escribe en los comentarios y así aprendemos más en este día tan importante del año:

La Fiesta de Todos los Santos.

Los Santos NO son cosa del pasado (ni de curas y monjas)

No sé si a vosotros os pasará o no pero yo cuando oigo o leo la palabra “santo” la imagen que viene a mi cabeza es la de un monje mirando al cielo, un cura muy serio, una monja, … por supuesto todos ellos de hace más de 100 años y cuyas vidas nada tienen que ver con la mía.

Así que yo me pregunto, si yo -que he crecido en una familia católica y tengo fe desde niña- tengo esa imagen de los Santos de la Iglesia, ¿qué se imaginarán quienes nunca han oído hablar de santidad ni de Dios ni de nada?

Y los que sí conocemos un poco del tema, creemos que los Santos son personas perfectas: buenas, dulces, amables, muy en presencia De Dios,… vamos, que nunca cometían errores. Pero tenemos que salir de ese error!!!!

Nada más lejos de la realidad): los Santos tenían mala leche, desobedecían, reñían y eran incluso bordes; en definitiva: tan pecadores como tú y cómo yo.

Para ser santos lo único que hace falta es querer y dejar que Dios haga lo demás

Todos hemos nacido con el pecado original y por eso somos así de torpes pero nuestra flaqueza no es lo que nos lleva al infierno ¡si no aquí no se libraba nadie! Entonces, ¿qué hace que una persona sea santa y otra no?

Uff… aquí he tenido yo muchos dilemas a lo largo de mi vida, no sé si por malas explicaciones o por mi falta de entendimiento; la cuestión es que yo había escuchado y leído muchas veces eso de que “era un hombre/mujer santa, heroica en las virtudes humanas”.

Claro, yo oigo esto a los diez, a los quince y a los veinticinco y ¿qué pienso? Para ser santos hay que trabajar las virtudes, en plan “yo me lo guiso yo me lo como”. Incluso me pongo propósitos cada semana para mejorar cada día más y agradar así a Dios para que me cuente entre sus elegidos para ir al cielo.

¿Os imagináis el resultado? No os preocupéis que ahora os digo lo que a mí personalmente me pasó. No puedo negar que mejorará en orden, en puntualidad e incluso en carácter pero no por mis méritos sino porque Jesus se apiadaba de mí como un padre de su hijo cuando este quiere impresionar a su padre y pone la mesa o barre la cocina (de aquella manera).

Pues así fue mi vida hasta los treinta y pico. Cada vez más voluntarismo y menos amor a Dios al ir a misa, rezar o incluso al ofrecerme para ayudar con algo. Me buscaba a mí y a mis virtudes. Eso era lo importante al fin y al cabo.

Así que, desde que me di cuenta de mi error el yugo es muuucho más llevadero. Me dejo llevar y es Dios quien va haciendo: sólo tenemos que decirle que sí, cuando nos gustan sus planes y cuando no: con confianza.

Ahora, Santo sólo es Dios, decía hace unos días un sacerdote en una homilía; lo que conocemos como “santos” son personas que participan de la santidad de Dios porque con su humildad y oración dejaron que Dios viviera en ellos.

Y como hoy es el día de Todos Los Santos os animo a compartir con nosotros personas santas del siglo XX-XXI, que llevaron una vida como la nuestra (no religiosos o sacerdotes) y que sabemos con certeza que gozan de la Gloria Celestial.

ilustración: https://instagram.com/trazodemami

Yo empiezo con mi sobrino Iñaki (a los 8 meses no hay duda de que está en el cielo ❤️), el beato Carlo Acutis, Santa Gianna Beretta Molla, Chiara Corbella, Giulia Gabrieli, Matteo Farina, Eduardo Ortiz de Landazuri y su esposa Laura Busca, Guadalupe Ortiz de Landazuri, Alexia … ¿me ayudáis completar la lista??? *no puedo mencionar al creador de la ilustración porque no sé de quién es pero GRACIAS y ¡si alguien lo sabe qué me diga! ¿Me hacéis el favor de compartir para llegar a más gente? Gracias!!!

Conociendo santos: San Josemaría

San Josemaría. Probablemente el santo español más criticado del siglo XX, incluso a mí -que conozco el Opus Dei desde niña- me caía mal.

Hasta que hace unas semanas me animé a leer una biografía suya que me ha cambiado la perspectiva completamente. Si tenéis ocasión de leerlo os animo mucho: «El hombre de Villa Tevere«, de Pilar Urbano. Fácil de leer y super interesante (sin fechas y datos históricos 😅).

Hace tiempo que quiero presentaros a las personas (santos y santas) que van ayudándome en mi camino de fe. Cómo hoy es 26 de Junio, fiesta de San Josemaria, voy a empezar por él: un niño de un pueblito de Huesca al que Dios le encomendó la tarea de fundar la primera Prelatura Personal de la Iglesia: el Opus Dei.

¿Qué es lo que más me ha impresionado de san Josemaría?

Os contaré tres anécdotas del libro, y así os hacéis una idea de cómo era en realidad este buen hombre, y por qué claramente es un gran santo al que podemos acudir con las cosas más cotidianas.

1. Generosidad . Después de más de treinta años sin dinero suficiente para poner colchas en las camas, se decidió que se haría un desembolso paulatino para que fuera posible comprarlas. A san Josemaría le pareció muy bien, pero pidió que primero tuvieran colchas las mujeres que atendían su casa, después los estudiantes, y en último lugar él.

Quizá parezca una bobada pero a mí me dio una gran lección. Era un hombre enfermo -padecía diabetes- con una gran responsabilidad, podría haber hecho como yo con mi sofá: el mejor para mí que estoy delicada. Pero no, a lo largo del libro se ve cómo en todo él siempre era el último.

2. Ejemplo. Un día alguien les regaló una caja de bombones y la llevó a casa de unas hijas suyas del Opus Dei. Al ofrecer los bombones, dejó en el último lugar a la directora del Centro, explicándole que en la Obra, los directores son los últimos en todo: están para servir a los demás.

Me encanta que enseñara a sus hijos con el ejemplo de su vida a darse a los demás, y que les mostrara con ejemplos tan sencillos como este que en la jerarquía del Opus Dei, los de «arriba» han de servir a los demás más que el resto.

3. Humildad. Tras la guerra civil española san Josemaría fue uno de los primeros sacerdotes en llegar a Madrid. Iba vestido de sotana por lo que todos los católicos se acercaban a él para besar sus manos dando gracias a Dios por el fin de la contienda. San Josemaría no quería ser protagonista de nada, y sacando un crucifijo de su bolsillo lo daba a besar en lugar de sus manos.

Quizá para ti no tenga importancia el detalle, pero para mí es un acto de amor a Dios brutal. En un momento de tanta emoción él sólo piensa en Cristo, y en acercar a esas almas dolidas y cansadas a Él.

¿De qué otros santos queréis que os hable? Tengo varios en mente que también me han tocado la fibra pero estoy abierta a sugerencias. Y si queréis aportar algo sobre el santo de hoy, dejadlo en los comentarios que será un placer leeros.

Había una vez… un sacerdote bueno

¡Cuánto bien y cuánto mal se puede hacer siendo sacerdote! Por eso los católicos deberiamos rezar siempre por ellos, para que sean muy santos y no se dejen seducir por las riquezas de este mundo.

Son hombres normales y corrientes, pecadores como los demás, solo que su responsabilidad -y la repercusión de sus actos- es aún mayor que la de cualquier feligrés.

Tengo que reconocer que a mí el Señor me ha llevado siempre de su mano con sacerdotes muy buenos y santos. Humildes, siervos de Cristo. Muy pegados al Señor y a su Palabra. Obedientes, dejando siempre que sea Jesús quien hable a través de ellos.

Mi experiencia es tan buena que siento la obligación de alzar la voz puesto que, a menudo, sólo se eleva aquella que critíca y hace relucir los defectos y pecados imperdonables de algunos (los menos) sacerdotes -a los que por supuesto no defiendo ni pretendo exculpar de nada.

Por eso hoy quiero que este post sea colaborativo, que no se quede sólo en mis palabras sino en la de todos los que formamos @familiaymas. OS INVITO A LEVANTAR LA VOZ TODOS JUNTOS, con toda la iglesia.
¿Cómo? Compartiendo vuestra experiencia, dando gracias a los curas que han pasado por vuestras vidas entregándose generosamente cada día. Esto no lo publican en los medios y el mundo tiene derecho a saberlo.

Son tantas las personas que no pueden confiar en los sacerdotes, que han vivido en sus carnes los errores de curas concretos, de comunidades equivocadas, que la herida es tan grande que nada puede hacerles cambiar de opinión.

Por ellos, hoy quisiera que a través de nuestras palabras al menos una de esas víctimas pudiera acercarse de nuevo a un sacerdote y descubrir en esa persona el rostro de Cristo, el Corazón Misericordioso de Jesús. ¡Merecen más que nadie ese regalo!

Porque es uno de los mayores tesoros que nos dejó Jesús y todos los católicos deberíamos tener la oportunidad ¡el derecho! de conocer a alguien que nos guíe en este camino -un tanto complejo- que es la vida.

Yo sólo puedo decir que los años en los que he encontrado, porque así lo ha dispuesto el Señor, un sacerdote que me entendiera como Cristo mismo lo hace, que me hablara dejándose inspirar por el Señor: mi vida ha dado un giro de 180°, porque me he sentido siempre como los discípulos de Emaus, acompañada por el Corazón Dulcísimo de Jesús en cada paso que daba.

Y no soy yo mucho de cursilerías pero es que es tal el regalazo que tenemos con los sacerdotes en la Iglesia que siento verdadera tristeza de corazón cuando una amiga, un hermano, un familiar rehuye a abrir su alma de par en par por miedo a ser herido, por temor a ser traicionado (de nuevo, injustamente).

Porque, de verdad, independientemente de lo torpe o santo que sea el pobre hombre que te escucha al otro lado del confesionario, del teléfono, del café, es Jesús mismo quien te abraza como Padre, quien perdona tus faltas y sana tus heridas. Y la mayoría son muy buenos, sólo has tenido mala suerte.

La Gracia que se derrama cuando abres tu corazón es tan grande que ni siquiera el sacerdote es consciente de la obra maravillosa que Dios hace a través de sus manos.

Yo no puedo hacer más que dar mi testimonio. Son muchas las veces que he estado en un pozo sin fondo, sintiendo que me ahogaba, y ha sido siempre y sólo a través de la confesión y la dirección espiritual que he renacido a la vida y he vuelto a ser feliz.

Por eso, para que no sea sólo mi experiencia sino la de muchas personas, os invito a dejar en los comentarios una palabra, un amén, un emoji, una vivencia personal, lo que os nazca del corazón: algo que agradezca y aplauda la bondad de cientos de miles de santos sacerdotes.

Ojalá entre todos podamos hacer relucir la preciosa labor de los curas en las almas de millones de cristianos y que quien lea estas palabras se sienta con fuerzas e ilusión para volver a confiar. ¡MERECE LA PENA!

Pd. Dejo también esta dirección donde se puede contactar directamente con sacerdotes. En cualquiera de ellos encontrarás seguro el precioso consuelo del Señor y su corazón amabilísimo. Estoy segura de que son todos ellos muy santos por lo cerca de Dios que se les nota en sus audios.

CONFÍA, ¡NO TE ARREPENTIRÁS!

Pd. Si no sabes aún dónde estaba la Iglesia durante la Pandemia. Os animo a ver y difundir este vídeo: Héroes de capa negra, by de Malaga al Cielo, ¡buenísimo!)

¿Cuántas veces has invitado al cura a comer a tu casa?

En las pelis de antes era muy típico ver a los feligreses llevando alguna comida preparada con cariño al cura del pueblo o invitarle a comer después de la misa del domingo.

Esta costumbre, al menos en mi entorno, se ha perdido. Pero a raíz de un comentario del Evangelio que hice en Instagram y que llevaba por título: «los curas también comen pizza» surgieron mil conversaciones de todo tipo en torno a eso, y lo mejor de todo: por fin invitamos a un sacerdote a cenar a casa.

Y digo por fin porque llevaba más de tres años, desde que empezó mi dolencia, esperando a estar bien para cocinar algo «digno para un cura» (ideas tontas que se le meten a una entre ceja y ceja…); ¡menos mal que el Señor me hizo ver que el menú es lo de menos!

El caso es, que el otro día mientras estaba Jorge (el invitado) con nosotros, hablamos de la soledad de muchos sacerdotes en los pueblos, sobre todo en esta zona de España en la que la fe ha caído en picado.

Y pensamos en acercarnos un sábado a pasar el día a un pueblo que él atiende y quedar con el cura de allí, hacer una barbacoa o algo similar y me dijo que seguro que le haría mucha ilusión.

Y curiosamente, me he quedado con el run run en mi cabeza porque conozco a varios curas de pueblitos por ahí perdidos y nunca se me ha ocurrido ir a verles y comer con ellos.

Así que nos hemos planteado para este curso visitar cuatro pueblos en los que tengamos alguna relación con el cura que los lleve y preparar un picnic, un arroz, caldereta o lo que se tercie y pasar un día en familia con ellos.

Puede que vayamos sólo los seis o que invitemos a otras familias, ¡se irá viendo! Pero lo que está claro es que tenemos que cuidar más de nuestros sacerdotes, para que sean santos.

Tienen una vocación maravillosa, de eso no cabe duda, pero son personas y también necesitan sentir que no están solos, que tienen una familia -la Iglesia entera- que vela por ellos y no los abandona.

Pero como el demonio ataca por ahí, es importante que les digamos y demostremos que no están solos: ¡os queremos y admiramos muchísimo! y no os lo decimos porque no se nos ocurre. Pero es así.

Quizá venga bien releer hoy el post de hace ya un tiempo: el cura de mi parroquia está loco. Y también tal vez sea un buen momento para que cada uno de nosotros pensemos si no podríamos acoger mejor a los curas que tengamos más cerca.

¿Os imagináis? Si cada familia que lea este post decide invitar a su párroco, ¡serán muchas vocaciones sacerdotales fortalecidas!

¿Quién se apunta? Y si lo hacéis, ¡compartid la experiencia! Así nos recordáis al resto que los sacerdotes son familia y nos necesitan! Estoy segura de que Dios os bendecirá a vosotros y a vuestros hijos, y ¡todos saldremos ganando!

¡Tú sí que eres especial!

Hace cosa de un mes quedé con mi amiga Ana para ir al parque con los peques y charlar un rato. En un momento de la conversación me dijo convencida que ella estaba a años luz de nosotras (refiriéndose a otra amiga y a mí).

Y sentí vergüenza, porque creo que no es justo que nadie tenga esa idea de mí. No tengo ningún mérito por escribir lo que escribo, y si alguno de los textos te llega, te abre los ojos en algo, te inspira o te hace sentirte comprendida: no creas que es cosa mía.

De verdad que no os miento si os digo que cualquiera de vosotros me dais mil vueltas (y no tengo más que mirar a mi alrededor: ¡todas mis amigas son mucho más buenas y pacientes que yo!).

Pero el Señor me ha elegido a mí para esta tarea, probablemente porque ahora no puedo hacer mucho más, así que yo feliz con mi misión: si puedo ayudar a que tu vida familiar mejore, o a que uno sólo de vosotros descubra el infinito amor que Dios le tiene habrá merecido la pena.

Te contaré un secreto. Antes de escribiros, rezo siempre una breve oración al Espíritu Santo para que sea Él quien escriba (aunque yo teclee y me lleve todo el mérito). Y las palabras salen solas, ¡a veces no tengo ni tema del que hablar al empezar!

A lo que voy es que no me gustaría que al leerme os llevarais una falsa imagen de mi persona. Soy tan torpe o más que cualquiera de vosotros, y sé lo que me digo (¡ni sé escribir, ni sé de teología!).

Y no creáis que porque os comparta lo que a mí me va diciendo significa que yo consiga llevarlo a cabo…

Esta semana sin ir más lejos el evangelio nos invitaba a olvidarnos un poco de las normas, aprender de los hijos, de la inocencia de los niños…

Pues no queráis saber cómo terminó el día cuando, después de muchos avisos para que dejaran de hablar en la cama, a las doce de la noche ¡seguían charlando como si tal cosa!

Y no es falsa humildad, de verdad. Hasta hace unos meses había sido incapaz de leer el evangelio más de cuatro días seguidos porque me parecía un coñazo (perdona, Jesús, pero ¡bien lo sabes Tú!). No me decía nada, nunca. Me dormía. No lo entendía.

Y a pesar de proponérmelo, se me olvidaba enseguida mi propósito. Ponía el libro encima de la mesilla de noche pensando que al verlo me acordaría pero ¡que va!, enseguida se llenaba de polvo… Probé con la versión digital, pero tampoco.

Yo me siento indigna de esta tarea, ¡muy muy incapaz!, pero con Él ya ves que los post van saliendo. Y ahora escribo ¡cada día! el comentario del evangelio. Ya os digo que no es cosa mía…

Esta semana te animo a preguntarle a Jesús qué tiene pensado para ti. Verás como poco a poco te va guiando: a través de personas, situaciones, «casualidades». Y no temas decirle que aunque te sientas muy incapaz porque con Él: ¡tú si que eres especial!

Cuando un abuelito se va…, algo despierta en el alma

La semana pasada nos dejó mi abuelito. El Señor se lo llevó de la manera más dulce: mientras dormía. Los que nos quedamos sentimos su vacío pero al mismo tiempo, la certeza de saber que descansa en el Cielo, nos llenó de paz y alegría.

Era un hombre bueno, muy bueno. Y al pensar en su vida, en qué es lo que nos ha dejado su paso por este mundo, ha sido maravilloso ver que todo lo que pasaba por nuestras mentes eran palabras amables, cariñosas, de admiración, de agradecimiento.

A veces nos atormenta la idea de tener que ser «perfectos» para poder ganarnos el cielo, pero ¿sabéis qué? no es esa perfección humana que imaginamos de la que habla Jesús, sino de perfección en el amor, ¡que es al final de lo que nos examinarán!

Mi abuelo era un hombre sencillo, honrado, trabajador. Se conformaba con muy poco, pero no era perfecto, tenía sus defectos como todo el mundo, ¡porque no hay santo sin ellos!, pero ahora relucen mucho más sus virtudes, y sobre todo: su pasión por mi abuelita.

Quiso a su mujer durante toda su vida de una manera ejemplar…, ¡y han sido 94 años! Hay tantos detalles de amor durante cada día que se ve la huella de Dios en ellos, porque humanamente ya os digo yo que es imposible: ¡cumplió con creces su vocación matrimonial!

NUNCA en mi vida les he visto discutir, faltarse al respeto, mirarse con un mínimo de rencor. En su lugar, siempre ha habido atención hacia el otro, miradas cómplices, agradecimientos, detalles de cariño, … y no hablo de un libro, ni de una utopía: ¡yo lo he visto durante toda mi vida con estos ojos!

He aprendido de ellos lo que es el amor de verdad y, como soy consciente de que no todo el mundo tiene la suerte de tener tan cerca semejantes ejemplos de vida, me veo en la obligación de compartirlo con vosotros.

Nunca faltó un gracias en su boca por cada comida que ella preparaba. Siempre atento para servirle, para cuidarle, y para enseñarnos a los demás a estar atentos también y saber mirar y ver los detalles de cariño que los demás tenían con nosotros.

Estoy segura de que él nunca creyó que su vida fuera ejemplar, que pudiera estar dejando tanta huella en los que veníamos detrás, ¡pero ya lo creo que lo hacía!

Sin él darse cuenta nos enseñó a querer, nos demostró que el amor verdadero existe, es real y es maravilloso. Que la felicidad se encuentra en las cosas pequeñas, en el amor humano, en la vida desgastada por y para la persona amada.

Hoy os digo que merece la pena. No es un camino de rosas, porque también salen espinas, porque no somos perfectos, porque en el día a día nos fijamos más en lo que no nos gusta; pero merece la pena porque es ahí donde se encuentra la felicidad y, lo más importante: nuestro camino al Cielo.

La gota de agua

¿Te has fijado alguna vez en la gotita de agua que el cura echa en el cáliz (copa del vino) durante la misa? La añade justo después de echar el vino, cuando decimos «bendito seas por siempre Señor».

¿Qué pinta ahí esa gotita de agua?

Esa gotita a mí me tiene loca, y más cuando se junta con el vino porque ya no hay quien los separe: se hace vino también; vino, y después, ¡Sangre de Cristo!

¿Sabías que en esa gotita de agua vamos tú y yo?

Me alucina lo fácil que el Señor nos ha puesto el que tu vida y la mía se conviertan en algo divino: en la Sangre de Cristo, nada más y nada menos. Sólo tenemos que ir a misa y ofrecer nuestro corazón en esa gota; y con nuestro corazón nuestras preocupaciones, trabajo bien hecho, el cariño puesto al preparar la comida, el tiempo dedicado a los demás…

Si lo piensas esa gota no aporta gran cosa, es insignificante al lado del vino y, sin embargo, Dios ha querido que estemos ahí, junto a Él, para que nos demos cuenta de cuánto nos quiere.

No necesitaba esa gota de agua para realizar el milagro de la transustanciación (se llama así a cuando el vino se convierte en Sangre de Cristo) y sin embargo quiso que fuera imprescindible.

Sin esa gota de agua el vino no se convierte en Sangre porque Dios quiere contar con nosotros, quiere necesitarnos y dar valor a nuestra vida para que podamos santificarla.

Como una madre cuando quiere que su hijo se sienta protagonista y le deja poner de su hucha 5 céntimos para comprar el regalo del día del padre. Su parte no aporta gran cosa, pero el niño cree que sí y se siente feliz de haber contribuido.

Y con nosotros pasa algo parecido. Dios quiere que colaboremos con Él en nuestra salvación y en la de todos los hombres. Nuestra parte no es gran cosa pero, gracias al amor que Dios nos tiene, es imprescindible.

Eso sí, Dios respeta nuestra libertad, por eso para que tu vida vaya también en esa gota tienes que querer ofrecerla, si no no se diviniza, no resucita con Cristo.

Y así es como los católicos santificamos nuestra vida, ¡sin Él no podríamos hacerlo!

Espero tu comentario 😉