Una historia de amor

Qué pobre sería nuestra fe si la redujéramos a tener la obligación de ir a misa, no pecar, hacer esto o lo otro. Y es triste reconocerlo pero, durante unos años de mi vida, la religión fue para mí eso: un conjunto de obligaciones y prohibiciones que si cumples (o te confiesas cuando no das la talla), vas al cielo.

Hace tiempo que descubrí que el cristianismo es mucho más que eso: es una relación de amor con Dios, una relación personal de dos enamorados, de un padre (o una madre) con su hija, de dos grandes amigos que se quieren desde siempre: con Dios cabe todo eso, porque Jesús se adapta a cada uno según sus necesidades.

¡Y por eso nos dejó el evangelio! Ya sé que es la narración de la vida de Jesús, sí; pero lo que quiere es que descubramos en sus pasajes cómo era de grande y único su amor por cada uno de los que se cruzaron por su camino.

En el evangelio vemos que Jesús tiene una historia de amor única con cada personaje y con cada uno de ellos es diferente, se amolda a sus circunstancias, a sus capacidades, a su forma ser, a su pasado.

No es igual su historia de amor con Pedro que con la samaritana, con Zaqueo o con Juan, contigo o conmigo, porque nuestras vidas son distintas: pero con cada uno tiene una historia personal, una relación de amor. Todos cabemos en su corazón.

Unos la conocemos desde hace tiempo, vamos y venimos, como en todas las relaciones; y cuando descubrimos todo lo que Él nos ama, ¡todo lo que ha hecho y hace cada día por mí!: ahí es donde empieza la aventura de verdad.

Pero también hay quien aún no la ha descubierto, quien ve el catolicismo como un conjunto de normas y cosas prohibidas, o como un consuelo a los males de esta vida: ¿pero dónde está ahí la relación personal?, ¿dónde está ahí el amor?

Dios no nos pide a cada uno de nosotros lo mismo porque cada uno somos únicos. El cristianismo no se puede reducir a eso. Como pasa con los hijos: cada uno es diferente, especial; y con cada hijo la relación de amor es distinta.

Y se vuelve tan apasionante esta aventura cuando descubres que esa relación de amor con Dios también existe contigo, que hoy sólo puedo invitarte a descubrirla: a pensar en todos los momentos de tu vida en los que «por casualidad» las cosas salieron mucho mejor de lo que podían haber sido. Y a imaginar ahí la mano de Dios protegiéndote.

¿Cómo te quedas?, ¿no es impresionante? Él te espera y te acompaña desde toda la eternidad, sólo queda que tú le mires y le descubras.

¡FELIZ VERANO!

Cuando un abuelito se va…, algo despierta en el alma

La semana pasada nos dejó mi abuelito. El Señor se lo llevó de la manera más dulce: mientras dormía. Los que nos quedamos sentimos su vacío pero al mismo tiempo, la certeza de saber que descansa en el Cielo, nos llenó de paz y alegría.

Era un hombre bueno, muy bueno. Y al pensar en su vida, en qué es lo que nos ha dejado su paso por este mundo, ha sido maravilloso ver que todo lo que pasaba por nuestras mentes eran palabras amables, cariñosas, de admiración, de agradecimiento.

A veces nos atormenta la idea de tener que ser «perfectos» para poder ganarnos el cielo, pero ¿sabéis qué? no es esa perfección humana que imaginamos de la que habla Jesús, sino de perfección en el amor, ¡que es al final de lo que nos examinarán!

Mi abuelo era un hombre sencillo, honrado, trabajador. Se conformaba con muy poco, pero no era perfecto, tenía sus defectos como todo el mundo, ¡porque no hay santo sin ellos!, pero ahora relucen mucho más sus virtudes, y sobre todo: su pasión por mi abuelita.

Quiso a su mujer durante toda su vida de una manera ejemplar…, ¡y han sido 94 años! Hay tantos detalles de amor durante cada día que se ve la huella de Dios en ellos, porque humanamente ya os digo yo que es imposible: ¡cumplió con creces su vocación matrimonial!

NUNCA en mi vida les he visto discutir, faltarse al respeto, mirarse con un mínimo de rencor. En su lugar, siempre ha habido atención hacia el otro, miradas cómplices, agradecimientos, detalles de cariño, … y no hablo de un libro, ni de una utopía: ¡yo lo he visto durante toda mi vida con estos ojos!

He aprendido de ellos lo que es el amor de verdad y, como soy consciente de que no todo el mundo tiene la suerte de tener tan cerca semejantes ejemplos de vida, me veo en la obligación de compartirlo con vosotros.

Nunca faltó un gracias en su boca por cada comida que ella preparaba. Siempre atento para servirle, para cuidarle, y para enseñarnos a los demás a estar atentos también y saber mirar y ver los detalles de cariño que los demás tenían con nosotros.

Estoy segura de que él nunca creyó que su vida fuera ejemplar, que pudiera estar dejando tanta huella en los que veníamos detrás, ¡pero ya lo creo que lo hacía!

Sin él darse cuenta nos enseñó a querer, nos demostró que el amor verdadero existe, es real y es maravilloso. Que la felicidad se encuentra en las cosas pequeñas, en el amor humano, en la vida desgastada por y para la persona amada.

Hoy os digo que merece la pena. No es un camino de rosas, porque también salen espinas, porque no somos perfectos, porque en el día a día nos fijamos más en lo que no nos gusta; pero merece la pena porque es ahí donde se encuentra la felicidad y, lo más importante: nuestro camino al Cielo.