Cómo ofrecer a Dios el dolor y el sufrimiento

La semana pasada estuve mal; muy mal. Con unos dolores que no sabía cómo gestionar. Y como no podía con ello, me acerqué a Jesús para pedirle ayuda; necesitaba su luz, así que, miré el horario de misas y bajé a una iglesia a rezar.

Apenas podía concentrarme porque me daban unas punzadas brutales en la columna que me distraían mucho del Señor.

Yo le miraba muy confusa, le pedía paz para entender el retroceso: «Estoy feliz en mi trabajo, disfruto muchísimo y me llena poder estar con mis compañeros; ¿por qué permites que tenga que quedarme en casa?, ¿por cuánto tiempo será?, ¿podré volver?».

Ciertamente no tenía paz, no sabía cómo ofrecer a Dios mi sufrimiento. Hasta que llegó el momento de la Consagración en el que Dios se hace Eucaristía, se hace un mísero trocito de pan.

Y entonces Jesús me hizo comprender algo importante: que también Él, cuando llegó su hora, estaba muy a gusto con sus apóstoles, con sus discípulos, curaba enfermos y hacía mucho bien.

Tampoco Él eligió su camino si es posible, aparta de mí este Cáliz«), pero tenía una misión y quiso cumplirla hasta el final amándola, uniéndose a la Voluntad de su Padre.

Y, aunque desde fuera pueda parecernos que un trozo de pan es menos «efectivo» que el propio Jesús en carne y hueso, de hecho sabemos que no es así (Él mismo nos dijo «conviene que yo me vaya»).

Y por eso, aunque las cosas parezcan absurdas y sin sentido, saber que Dios tiene un plan que, aunque yo no lo entienda, también puede «convenir», me llenó de paz.

Porque aunque yo no lo vea, me fío de Jesús; porque resulta que con este cuerpo inútil y dolorido sirvo mejor para mi misión, para mi vocación de cristiana y para llegar a Dios.

Por eso quiero darle gracias hoy por darme unas palabras de aliento cuando más lo necesitaba, por dar sentido a mi dolor y al de tantas personas.

No sé unirme a tu cruz, pero quiero. No se hacer eso de ofrecer el dolor y abrazar la cruz porque sólo quiero que pase.

Pero también deseo consolarte con mi dolor. Darte muchos besos en tus llagas heridas. Sírvete tú, Dios mío, de este pequeño sufrimiento para aliviar el tuyo.

«Quiero lo que quieras, quiero cuando quieras, quiero como quieras«, repito a menudo estas palabras (de no se qué santo), y cada día me gustan más -por si ayudan a alguien.

pd. Estoy mucho mejor, ¡que no cunda el pánico!, ha sido sólo un bache pero no dejéis de rezar por mí ¡¡que os necesito!!

5 ideas para que la Virgen María reine en tu hogar

Los primeros cristianos, después de la Ascensión del Señor, se reúnen junto a María. Ella es su refugio y a Ella confían sus preocupaciones; la Virgen les acoge y escucha: nunca les abandona. Es nuestra madre.

Por eso creo que es muy bueno que en los hogares cristianos sigamos acudiendo a Ella con normalidad, que le cuidemos como se cuida de una madre.

Cuando hay niños en casa, puede parecernos más difícil el vivirlo así que os comparto algunas ideas que pueden despertar en ellos esa familiaridad de forma sencilla y natural.

1.- El rosario es la oración que más le gusta a la Virgen -así lo ha expresado ella en sus apariciones de Lourdes (¡que hoy celebramos!), Fátima, el Pilar…-; por eso, incorporarlo como rezo familiar es una forma segura de blindar nuestra familia contra los ataques del demonio. Así lo aconsejaba san Juan Pablo II.

Me encantó la naturalidad con la que Rosa Pich, autora del libro y el blog: «Cómo ser feliz con uno, dos, tres,… hijos?», contaba en una entrevista cómo en su casa se reza siempre el rosario a las 20.00h; «cada uno reza lo que quiere y participa como le parece y todo con mucha libertad».

2.- Otra actividad que nos gustaría incorporar este año en casa son las visitas a la Virgen en santuarios o ermitas dedicadas a Ella. El sábado es el día de la semana dedicado a María, por lo que intentaremos hacer escapadas matutinas con los peques y saludar a la Virgen en su casa. Y de paso los peques tocan un poco la naturaleza y conocen «mundo» 😅.

3.- La tercera idea es una costumbre de la Iglesia que aprendí en mi infancia y que ahora hago con mis hijos: las tres avemarías de la noche.

Le pedimos que cuide nuestra pureza de corazón, que sepamos amar cada día más y mejor a Dios y a los demás.

4.- La cuarta es la oración del ángelus a las doce del mediodía. A mis hijos les encanta poner la alarma y avisarnos a todos de que es la hora de la Virgen. Son 5 minutos y es una oración muy sencilla que además nos hace sentir la unidad de esta gran familia que es la Iglesia. Todos a la misma hora nos paramos para mirar a la Virgen y unirnos a su sí; me parece precioso. Seguro que a María le conmueve.

5.- Y, por último, el ofrecimiento de obras. La primera acción de mi día es siempre el ¡Oh Señora Mía! Me encanta dejar mi vida en sus manos e intento que los peques me acompañen. Ofrecerle desde el primer minuto todo lo que vaya a hacer en ese día para que, si yo me despisto, sea Ella quien lo presente a Dios en mi nombre y así lo santifique.

Seguro que hay mil formas más de hacer que la Virgen sea de verdad Madre en nuestras familias: las imágenes en las habitaciones, por ejemplo, también nos invitan a hacerle partícipe de nuestra vida familiar. Y el escapulario…, pero de esto hablaremos otro día.

¿Qué otras costumbres conocéis vosotros que puedan ayudarnos a contagiar a nuestros hijos del amor a María?

La gota de agua

¿Te has fijado alguna vez en la gotita de agua que el cura echa en el cáliz (copa del vino) durante la misa? La añade justo después de echar el vino, cuando decimos «bendito seas por siempre Señor».

¿Qué pinta ahí esa gotita de agua?

Esa gotita a mí me tiene loca, y más cuando se junta con el vino porque ya no hay quien los separe: se hace vino también; vino, y después, ¡Sangre de Cristo!

¿Sabías que en esa gotita de agua vamos tú y yo?

Me alucina lo fácil que el Señor nos ha puesto el que tu vida y la mía se conviertan en algo divino: en la Sangre de Cristo, nada más y nada menos. Sólo tenemos que ir a misa y ofrecer nuestro corazón en esa gota; y con nuestro corazón nuestras preocupaciones, trabajo bien hecho, el cariño puesto al preparar la comida, el tiempo dedicado a los demás…

Si lo piensas esa gota no aporta gran cosa, es insignificante al lado del vino y, sin embargo, Dios ha querido que estemos ahí, junto a Él, para que nos demos cuenta de cuánto nos quiere.

No necesitaba esa gota de agua para realizar el milagro de la transustanciación (se llama así a cuando el vino se convierte en Sangre de Cristo) y sin embargo quiso que fuera imprescindible.

Sin esa gota de agua el vino no se convierte en Sangre porque Dios quiere contar con nosotros, quiere necesitarnos y dar valor a nuestra vida para que podamos santificarla.

Como una madre cuando quiere que su hijo se sienta protagonista y le deja poner de su hucha 5 céntimos para comprar el regalo del día del padre. Su parte no aporta gran cosa, pero el niño cree que sí y se siente feliz de haber contribuido.

Y con nosotros pasa algo parecido. Dios quiere que colaboremos con Él en nuestra salvación y en la de todos los hombres. Nuestra parte no es gran cosa pero, gracias al amor que Dios nos tiene, es imprescindible.

Eso sí, Dios respeta nuestra libertad, por eso para que tu vida vaya también en esa gota tienes que querer ofrecerla, si no no se diviniza, no resucita con Cristo.

Y así es como los católicos santificamos nuestra vida, ¡sin Él no podríamos hacerlo!

Espero tu comentario 😉