Seguro que habéis leído esta frase muchas veces a lo largo de vuestra vida; también yo, sin embargo nunca había calado tan hondo en mí como el otro día:
“Cada persona que ves, está luchando una batalla de la que tú no sabes nada. Sé amable siempre.”
Me cautivó porque llevaba un tiempo dándome cuenta de esto y, cuando una amiga publicó la frase en sus stories, pensé: ¡qué bien resumido!
La enfermedad, el sufrimiento, las preocupaciones importantes, eventos claves en nuestra vida, etc: nos absorben de tal manera que todo lo demás deja de existir para nosotros.
Cuando te encuentras mal, llega un momento en que te cansas. Te sientes con derecho a centrarte en ti, a no cuidar demasiado cómo contestas a los demás; si sonríes o si tu cara es siempre un poema: porque te da igual.
Lo único que te importa es que tú estás hecho un asco así que si a los demás no les gusta, lo siento mucho pero aquí uno ya carga con bastante como para preocuparse de lo que los demás puedan sentir…
Y así estaba yo. Cansada de sonreír cuando en realidad sólo quería llorar y meterme en la cama; quejarme de mi cansancio y de mi dolor y olvidarme del mundo, era lo mínimo que podía permitirme: ¡encerrarme en mí!
Pero estaba muy equivocada. Aquí nadie se libra de su cruz. Puede tener forma de enfermedad o no, pero ninguno nos libramos de sufrir.
La vida viene con su carga y es responsabilidad nuestra no sólo llevar la propia sino ayudar a los demás a llevar la suya.
Un día vi claramente que estaba siendo muy egoísta y que mi situación era igual o peor que la de mucha gente que me rodeaba y que siendo amable podía ayudar a los demás.
Por eso esa frase me cautivó. Fue como el broche a ese run run que llevaba tiempo en mi cabeza y que no terminaba de ver. Veía que todos tenemos en la vida nuestra cruz, pero no me daba cuenta de mi egoísmo.
“Cada persona que ves, está luchando una batalla de la que tú no sabes nada. Sé amable siempre.”
La repito para que no se me olvide: ¡hasta me la he puesto de foto de perfil en el Whatsapp!
Porque no quiero olvidar que las personas con las que convivo, con las que trabajo o me cruzo: también llevan su cruz. Y les pesa tanto como a mí la mía (o más). Así que ya no quiero quejarme (tanto), ni tener cara de perro todo el día.
Voy a pensar siempre -o al menos a intentarlo- que la mochila del otro es más pesada que la mía (¿os acordáis del post «No tengo derecho a quejarme»? Os animo a releerlo).
Voy a sonreír. Y voy a ser paciente. Y voy a quererle. Porque quizá yo sea la única persona en ese día que le trate bien, que comprenda SU SITUACIÓN (aunque no sepa cuál es).
Porque por el mismo precio (mi carga no va a cambiar en nada) puedo ayudar a los demás a llevar la suya o, por lo menos, ¡no empeorarla!
¿A que tú también llevas tu carga? ¿Te sumas a ayudarnos entre todos? Está en nuestras manos ser felices y hacer felices a los demás -a pesar de nuestras pesadas mochilas! 😉 ¡Ánimo y a por ello!