El resto de madres no son mejores que tú, son diferentes

¡Cómo nos fastidia a las mujeres que haya una, que después de dar a luz, siga estupenda; o esa que siempre llega a todo súper puntual, con sus niños estupendos y ella impecable. Y el colmo de los colmos: la que siempre tiene bizcocho o repostería casera en la cocina!

Nos fastidia porque nos comparamos y nos sentimos muy inútiles porque llegamos siempre tarde, dejando la casa patas arriba y con varios hijos sin peinar. Es frustrante pero sólo si te comparas de tú a tú como si las dos, por el hecho de ser madres, debierais llegar a lo mismo. Y no es así.

¡Somos todas diferentes! Y a cada una de nosotras nos pensó Dios con nuestros talentos y defectos; compararnos con el resto sólo hace que nos sintamos inferiores al ver sus dones, que no son los tuyos.

Pero lo que no ves tú son sus defectos; igual que ella pensará que tú eres la madre más guay porque saltas a la comba con tus hijos, jugáis a pillar o salís a la montaña todos los fines de semana.

Somos tontas. Ya lo siento pero es así. Jesús nos ha creado a cada una diferentes para que, poniendo nuestros talentos al servicio de los demás, la comunidad sea más rica y nos complementemos.

Quizá desde el inicio del curso, con tanto caos de los horarios de colegios, normativas en el trabajo, la incertidumbre… no has tenido tiempo de pararte y pensar, y esto es algo que TODOS DEBERÍAMOS HACER.

Puede ser en septiembre, en enero o cuando a ti te de la gana pero haz una lista de 20 cosas buenas de tu vida. Cuando termines, piensa en cuáles puedes compartir con los demás y ayudarles con tus talentos.

Es una gozada de ejercicio porque muchas veces creemos que somos lo peor y, cómo ya dijimos una vez, “Eres la mejor madre que tus hijos podían tener”. Necesitas esos dones y no otros para llevar a tu marido y a tus hijos al cielo, y por supuesto a ti misma.

Así que fuera comparaciones, aceptemos con alegría que todos somos y diferentes y tenemos mucho que aportar. Somos imprescindibles en nuestra familia y en la sociedad tal como somos.

Esta Navidad puede ser TU NAVIDAD

Empieza la cuenta atrás… ¡Es acercarse la Navidad y mi corazón se pone a mil! Sé que va a ser una Navidad especial, cada año lo es. Una Navidad única e irrepetible en la que Dios tocará mi corazón y lo llenará de su paz. ¡Estoy tan impaciente!

¡Cómo me gustaría que tú la vivieras igual! Que por un rato miraras al Niño Dios y te dejaras ver con sus ojos, que te dejaras querer por él.

Porque fliparías tanto… que todo lo demás te daría igual. El amor lo puede todo, y el amor de Dios todavía más! Sí, sí, de Dios; el mismo que creó el universo y estos atardeceres maravillosos, y el milagro de la vida y la belleza del Otoño.

Ese Dios que se ha hecho un niño, ¡pudiendo vivir como Dios!, para que nos atrevamos a hablarle, a acariciarle sin miedo, sin rencores… porque ¿quién se asusta ante un bebé? ¡Son tan adorables, tan inofensivos!

¡Acércate! ¡Achuchale! Te está esperando!! Espera TU abrazo.

Este año el mío va cargado de agradecimiento porque cada año me parece más brutal el misterio de la Navidad.

Gracias por hacerte uno de nosotros y elevar así nuestra condición humana a la divina. Gracias por pasar frío en Belén, por esa cuna de paja, por elegir un sitio pobre en el que todos nos atrevemos a entrar.

Desde los pastores hasta los tres reyes magos. Todos sentimos que somos bien recibidos en Belén. Nadie sobra. En un castillo habría sido distinto… (al menos yo, me sentiría fuera de lugar). Pero en Belén, ¡ahí no se puede estar mejor!

¿Y tú quieres quedarte fuera?

¡¡Te echaremos tanto de menos!! Sobre todo Jesús, que ve tu corazón y desea ardientemente abrazarte y llenarte de Paz. Sabe lo que quieres, lo que necesitas, …

¿A qué esperas? ¡Coge tu regalo! ¡Claro que no te lo has ganado! (Los de los Reyes tampoco y bien que los abres, je,je!). No te agobies que aquí todos somos igual de indignos pero el amor no entiende de justicia. Sólo busca el bien del amado y Dios te quiere tanto… que quiere darte el mejor de los regalos: su amor, su ternura, su perdón, su salvación.

Y si no sabes por dónde empezar, ¡yo te ayudo!

Lo primero es que seas tú. Quítate esa máscara de autosuficiencia, de inteligencia, de belleza, de víctima, (de lo que sea) y cierra los ojos. Piensa en Jesús y cógelo en brazos (como lo harías con tu sobrino, con tu hijo o con tu hermano). Y después, abre tu corazón y deja que ahora sea Él quien te abrace.

¿Sientes como yo que con Jesús no hay barreras? No hacen falta palabras. Sabe todo lo que has sufrido, lo que has vivido, lo que has padecido injustamente… porque lo ha vivido contigo.

Por eso en esta Navidad viene a consolarte a ti, sólo a ti. A sanar las heridas de tu corazón porque sabe que estás cansado, que necesitas de su amor y Él está deseando dártelo.

Ojalá hoy hayas podido abrir tu corazón y puedas disfrutar en pocos días del gran regalo que supone que Dios nazca en tu corazón.

Último domingo de Adviento… queda mucho por preparar pero aún hay tiempo. Pon a punto tu alma, que es lo más importante, y deja que esta Navidad sea TU NAVIDAD.

«Eres la mejor madre que tus hijos podían tener»

Esta semana -como pasa muchas otras veces- una de mis princesas gritaba a la otra una lindeza de esas que yo les suelto a ellos cuando la paciencia se agota y se me va de las manos.

No creáis que le dijo nada del otro jueves, fueron más las formas que el contenido lo que me entristeció muchísimo. Porque me vi totalmente reflejada en mis momentos de agotamiento.

Y entonces una voz me susurró al oído que si yo no estuviera con ellos, si no fuera su madre, se hablarían con más ternura porque yo les daba muy mal ejemplo; que incluso estarían mejor sin mí.

Soy muy consciente de que eso no es cierto, pero el «patas» (es una expresión para citar al demonio que aprendí hace nada de una amiga y que me hizo mucha gracia) utiliza nuestros puntos más débiles para meter cizaña y hundirnos así que conmigo atacó por ahí.

El caso es que por la tarde, aprovechando que el confesionario estaba libre, y que ya necesitaba un buen repaso, pasé a charlar con el cura y limpiar mi alma.

No le mencioné nada de lo que había pasado, sin embargo, dijo estas palabras que estoy segura las decía Jesús a través de él (no las recuerdo literalmente pero era algo así 😅):

Eres la mejor madre que tus hijos podían tener. Dios pensó en ti como su mejor madre desde toda la eternidad. Y te hizo perfecta para ellos, con tus limitaciones, pero idónea para el puesto de madre de tus hijos.

También me hizo perfecta para ser la mejor esposa de mi marido, amiga de mis amigos, hermana, vecina, compañera,… y un largo etcétera. Y a ti también.

Nos cuesta creerlo porque la vida a veces nos da muchos palos y llegamos a pensar que no valemos nada, porque nos equivocamos a menudo; pero yo te aseguro que es así.

Porque Dios te ha creado, nos ha creado, con todo su corazón, con un amor infinito que lo puede todo. ¿Crees que Dios, pudiendo hacerte perfecto, te haría peor de lo que podías ser con todo lo que te quiere? ¡Pero si murió clavado en una Cruz por ti! Por salvarte de ese «patas» que enreda a todas horas.

No sé a vosotros pero a mí me ha reconfortado. Me llena de paz cuando me equivoco con mis hijos, saber que soy la mejor madre para ellos (entre otras cosas porque son una pasada y se merecen la mejor madre del mundo: ¡que resulta que soy yo!).

Así que ojalá mi experiencia os sirva para flipar con vosotros mismos; y daros cuenta al ver a vuestros hijos, a tu cónyuge, a tus padres, hermanos, amigos,… (todos tan buenos y maravillosos) que tú, ¡tal y como eres! ERES PERFECTO PARA ELLOS.

Si el Espíritu Santo lo hace todo, ¿qué sentido tiene mi esfuerzo personal?

He estado últimamente con un dilema muy grande que voy a compartir con vosotros porque quizá alguien esté pasando por una situación similar y he pensado que igual mi experiencia puede ayudarle (aunque agradeceré si algún «experto» puede aportar su granito de arena en este campo y, de paso, ¡decirme si voy por buen camino!).

Como ya sabéis, porque os lo he ido contando en diferentes posts, este último año está siendo muy especial para mí en lo que a vida espiritual se refiere (en la terrenal es como para olvidarlo, jaja).

El caso es que he experimentado en mis propias carnes la fuerza del Espíritu Santo, cómo Dios actúa en nuestras almas cuando nos fiamos de Él, cuando sin comprender absolutamente nada le decimos que sí porque hemos visto lo mucho que nos ama; y sabemos que alguien que ama tanto no puede desearnos ningún mal.

Y pensaréis que dónde está el problema. Bueno, pues en que llega un momento en el que la cabeza empieza como a sugerir que con abandonarme en Dios y dejarlo todo en sus manos el resto está hecho. Resumiendo: que yo no puedo hacer nada para ser mejor persona, para ser santa (que al final es de lo que se trata).

Pero al mismo tiempo, recordaba esos pasajes del evangelio en los que Jesús convierte el agua en vino, o multiplica los panes y los peces, y en todos ellos Jesús no actúa hasta que el hombre pone algo de su parte.

Eso me hizo pensar que, aunque nuestra colaboración es mínima, sin ella Jesús no mueve un dedo, respeta nuestra libertad. Y esa participación se concreta en unos pequeños propósitos que me hago -aun sabiendo que tendré que pedirle a Él que me ayude a sacarlos-; en unas pequeñas mortificaciones, en un decir sí a lo que delicadamente el Espíritu Santo me va sugiriendo cada día.

Me he sentido muy tentada últimamente a «dejarlo todo en sus manos» pero en el mal sentido de la palabra, ya que eso suponía que yo dejaba de luchar, dejaba de escuchar esas mociones del Espíritu Santo porque como «quien lo hace todo es Él», yo sólo puedo dejarme hacer.

Y en ese sentido es cierto. Hay que dejarse hacer, y no importa en qué punto estés en tu relación con Dios, Jesús sigue llamando a tu puerta (y a la mía, claro) porque quiere entrar y transformarnos; pero tenemos que abrir. Demostrarle con lo poco que seamos capaces que queremos que entre y haga y deshaga como le parezca, porque nos fiamos de Él.

¿Y cómo le digo a Dios que quiero que entre en mi vida?

Hoy una amiga me ha explicado que el camino del cristiano no está en «cumplir» una lista de propósitos o rezos, en «no hacer esto y lo otro»; sobre todo porque no depende de nosotros el que salgan o no, sino en concretar esa pequeña lucha personal para recordarnos cada día que le pidamos luces al Espíritu Santo en ese aspecto en concreto, abandonarnos en Él en ese aspecto.

Y tiene mucha razón. Yo llevo muchos años pensando en que si me esforzaba conseguiría rezar un poco cada día, ir a misa con ganas, levantarme de un brinco o no enfadarme cuando las cosas se tuercen pero soy muy consciente de que cuando han salido, ha sido Dios el que lo ha permitido.

¡Eso es lo mejor de ser cristianos!, que Jesús ya nos ha ganado la plaza en el Cielo, ¡sólo tenemos que decirle que queremos ocuparla!

Se trata de pedir, pedir y pedir

«Pedid y se os dará», pero ¿qué pedimos?

Un trabajo, salud, un marido, un hijo, más ingresos, … ¡Nos perdemos en cosas terrenales (yo la primera)!, pero últimamente también le pido que no me separe nunca de Él, porque no sabéis lo bien que se está a su lado.

Le pido paciencia para educar a mis hijos, le pido fe para no tambalearme cuando las cosas se tuercen, le pido luz para conocerle cada día más, le pido fortaleza para verle en las dificultades de la vida, le pido humildad para abandonarme en su voluntad, le pido esperanza para no agobiarme en los problemas del día a día.

Y también le pido por ti, no creas que me olvido.

Espero que te haya servido, y por favor: ¡no dejes de compartir si puede ayudar a otros!

Gracias!!

10 preguntas que pondrán a prueba tu generosidad

Es bastante frecuente creer que somos más generosos, más atentos, más entregados que los demás; pero muchas veces es básicamente porque lo que nos afecta directamente (el egoísmo de los demás), lo notamos enseguida.

Sin embargo, nuestras carencias y defectos son más difíciles de ver, salvo que tengamos cerca a alguien que nos quiera mucho (¡pero mucho!) y nos corrija.

Tenemos una tendencia natural a ponernos en el centro del universo: mis planes, mi tiempo, mi descanso, mi familia, mi trabajo,…; básicamente se reduce a lo que nos repetía mi madre siempre:

«Eso, ¡tú contigo mismo y con tu ombliguito!».

Por eso, he pensado que como mamá ya no nos lo dice, por aquello de respetarnos, no está de más que nos examinemos de vez en cuando para conocernos y mejorar en lo que veamos que flojeamos más.

Test de generosidad: ¿soy egoísta?

1. Cuando la bolsa de basura está hasta arriba…, ¿la cambias para que no se ensucie el cubo y la tiras al contenedor enseguida o lo dejas para luego, sabiendo que «luego» nunca llega?

2. ¿Te adelantas a las necesidades de los demás o hasta que no te lo piden no caes en la cuenta de que puedes ayudar?, ¿tu orden facilita el trabajo a los demás?

3. Cuando llegas a casa, ¿te sientas en el sofá a descansar o procuras ponerte manos a la obra para que sea ella/él quien descanse?, ¿y en casa de tus padres?

4. Estás con amigos, con tus hijos, con tu pareja: ¿te olvidas del móvil/tv/tablet/libro/Play/ordenador… para dedicarles los 5 sentidos?

5. Te sientas a la mesa, y al servir tu plato, ¿te aseguras de que llegue la misma cantidad (o más) para los demás o te sirves sin fijarte?, ¿cuántas veces rellenas sus vasos?

6. Comida de amigos, familia,… ¿procuras que sean otros los que estén cómodos, bien acompañados o para ti siempre encuentras un buen sitio?

7. Final del día, estás cansado y un amigo te llama por teléfono. No te apetece nada cogerle porque quieres descansar: ¿contestas por si necesita algo o piensas «ya hablaremos mañana»?

8. Quizá hayas tenido un mal día en el trabajo, te duela la cabeza o algo se tuerce en el último momento, ¿te quejas continuamente o procuras sonreír y quitarle importancia para centrarte en los demás?

9. ¿Te molestas cuando te corrigen, cuando no te dan la razón o escuchas otros puntos de vista y agradeces las críticas, sabiendo que lo cómodo para el otro es evitar el enfrentamiento?

10. Procuras llegar con puntualidad a tus citas, ¿te das cuenta de que no hacerlo supone valorar más tu tiempo que el de quien te espera?; y en casa, ¿eres siempre el último en sentarte a la mesa?

¿Damos la talla como padres, como pareja, como amigos?

Nos sabemos muy bien la teoría porque la aplicamos de boquilla a todas horas: «la tele sólo los fines de semana», «se come todo aunque no te guste», «la ropa recogida y bien doblada en el armario», «las chuches sólo el fin de semana», «las manos lavadas antes de cenar», «obedece a la primera», «la tarea con buena letra», …; y podría seguir horas y horas con cosas que exijo a mis hijos cada día.

Y al pensarlo, me doy cuenta de lo alto tienen el listón nuestros hijos; bueno, nuestros hijos y nuestros maridos/mujeres, amigos, compañeros de trabajo, etc; porque pensamos que siempre se puede estar un poco más pendientes de los demás, echar una mano con algo, sacar un rato para un café o hacer una llamadita, …

Lo peor es que cuando miramos nuestro propio ejemplo, vemos que ¡ni siquiera nosotros damos nuestra propia talla!: no podemos vivir sin ese ratito de tele cuando los peques duermen -aunque a menudo nos decimos que estaría bien aprovecharlo para leer, coser o tocar la guitarra-.

¿Y qué me decís de esa cervecita al final del día?, ¡es demasiado tentador para dejarlo solo para el fin de semana!

No sé a vosotros pero reconozco que mis zapatos no siempre están perfectamente ordenados y, quien dice zapatos, dice el bolso, el jersey o las facturas y papeles que van llegando; por no hablar de las veces que la cama se queda sin hacer o los platos en el fregadero porque se nos ha hecho muy tarde.

¿Por qué me falta paciencia?

Cuando perdemos la paciencia con nuestros hijos, con nuestra pareja, con nuestros amigos, lo hacemos básicamente porque vemos que no cumplen nuestras expectativas: «no dan la talla». Pero las relaciones personales no se basan en que todos hagan lo que tú crees que tienen que hacer para ser mejores sino en crecer juntos.

Está genial aspirar a ser cada día mejores y ayudar a los demás a serlo pero sin olvidarnos de algo fundamental: estamos todos en la misma batalla.

El camino de crecimiento es un recorrido que se hace de la mano de quienes nos rodean, no corrigiéndoles a todas horas cual sargentos. Se trata de acompañar, comprender, ayudar a levantarse cuando uno cae, pedir ayuda en lo que no sabemos y mostrar el camino con nuestro ejemplo en lo que se nos da mejor.

Los errores y defectos de los demás no están ahí para que tú los corrijas, no son más que un espejo en el que poder mirarnos para ser capaces de ver nuestras flaquezas y, una vez identificadas, pedir perdón y tratar de rectificar.

Diciéndole a tu pareja o a tu hijo que es un egoísta no conseguirás que deje de serlo.

Muéstrale con tu ejemplo cómo puede ser más generoso y pídele perdón cuando seas tú el egoísta, verás que sus ojos se irán abriendo y, desde el cariño y la comprensión, su corazón también será más receptivo para recibir correcciones hechas desde el amor, no desde la ira o el rencor.

Y lo mismo con los hijos, nuestros padres, amigos, compañeros…; si nos fijáramos más en sus virtudes para aprender de ellos, y viéramos sus defectos como una oportunidad para examinarnos a nosotros mismos, nuestras relaciones personales crecerían constantemente.

¿Cómo eres tú con tus familiares y amigos? ¿Te animas a crecer junto a ellos?