Dios nos ha escuchado

No hay dolor más grande que el de perder un hijo, por eso pedíamos con insistencia a Dios que sanara a mi sobrino Iñaki; pero Jesús en su amor misericordioso ha querido regalarnos algo aún mejor.

Pero, ¿qué hay mejor que la vida? La muerte. Sí, sí, habéis leído bien y no me he fumado nada. Hoy, más que nunca, creo de todo corazón que la muerte es realmente la gran victoria, es el paso a la Vida con mayúsculas.

¿Qué hay más grande para unos padres que saber con certeza que su hijo está en el cielo?

Y es que esa es nuestra única misión como padres: que nuestros hijos lleguen al Cielo. ¡Y si encima vemos cómo acercan a muchas almas a Dios!, el gozo es aún mayor.

Y qué duda cabe que el demonio intenta (e intentará) hundirnos con pensamientos de todo tipo. Nos habría encantado verle crecer y vivir, conocerle mejor y disfrutarlo toda la vida; su marcha deja un gran vacío en nuestros corazones y seguro que aprovecha para tratar de hundirnos en la tristeza y la desesperación.

Pero quedarnos enredados en nuestra voluntad -esto nos lo han enseñado sus padres mejor que nadie- sería egoísta, porque Dios sabe mucho más, le quiere mucho más y es también su Padre: ¿quiénes somos nosotros para poner en duda sus decisiones?

En la Misa de Ángeles (no se hace funeral porque no se pide por el difunto: es seguro que está en el Cielo) mi hermano nos contó que el 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, consagró a Iñaki a sus manos;

le dijo a la Virgen -aunque ya lo habían hecho siempre- que se lo entregaba, que era suyo y que hiciera con él lo que le pareciera mejor.

Hoy Iñaki ya no está entre nosotros físicamente pero, por la comunión de los santos, notamos su fuerza y la de vuestras oraciones. Estamos todos unidos en Dios. Lo que hemos vivido este fin de semana en familia ha sido espectacular, inconcebible a los ojos humanos pero tan real que se podía palpar.

Y ha sido en parte gracias a vosotros. Todos vuestros rezos han sido escuchados y se han derramado sobre nosotros, de golpe, como una cascada de Gracia; no sólo sobre sus padres sino sobre todos los que les acompañábamos.

Estamos con una paz inmensa, con una alegría inexplicable. Agradecidos a Dios por este tiempo con Iñaki, por darnos el don de entender que su vida ha sido un regalo y que, aunque ha sido breve, ha movido (y seguirá haciéndolo) miles de corazones.

Os comparto las palabras que mi hermano nos envió al día siguiente de que su bebé, de casi ocho meses, se fuera al Cielo.

Nadie mejor que ellos para testimoniar lo que hoy os cuento. Son dignas de meditación, y sin lugar a dudas están impregnadas del Espíritu Santo:

«Iñaki se ha ido al Cielo. Se nos ha adelantado. Se fue arropado con todo nuestro amor. No lo esperábamos pero sabíamos que estaba enfermo y había mucho riesgo. La última semana ha tenido muchas complicaciones y estaba muy malito, pero se fue rodeado de todo nuestro amor y cariño.

Hemos llorado mucho y tenemos una partecita de nosotros arrancada pero sentimos mucha paz y mucho amor, de verdad. Y la gran dicha de haber podido de cuidar de Iñaki, de amarlo y de dejarlo de vuelta en manos de la Virgen. Ella nos lo prestó un tiempito, y aceptamos acogerlo con la misión de amarlo el tiempo que Dios quisiera, aunque sabíamos que venía enfermito.

Ha sido una pasada. Y sigue siéndolo, pues sentimos que es él el que nos arropa y nos acoge a nosotros ahora desde el Cielo con la Virgen. Esto no es un consuelo de tontos, si hubierais visto lo que hemos sentido al desconectar a Iñaki de la máquina que lo tenía vivo. Llenos de paz, llenos de gratitud, de amor y de gozo el que hemos sentido, y al dejarlo marchar ver cómo nos arropaba de verdad, un calor increíble y una paz que inunda el alma.

Mariona me decía ayer que ya no tenía miedo a morir porque estaba Iñaki esperándonos. Eso sentimos y en eso creemos. Repetiríamos cada segundo de los que hemos vivido con Iñaki aunque volvieramos a sufrir este dolor.

¡Qué incomprensible es la Cruz, pero cuánto amor se encuentra en ella cuando se acepta y se abraza! Dios sabe más, mucho más, y sentimos un grandísimo dolor pero un grandísimo amor que nos acoge.

Estamos seguros de que Iñaki cuidará a nuestra familia desde el Cielo. Y el día que nos marchemos, – que a todos nos tocará – estará en la puerta del Cielo para darnos un grandísimo abrazo.

Muchas gracias por vuestro amor, vuestras oraciones, vuestro cariño y vuestra cercanía. Os queremos mucho. Luis y Mariona»

Por todo esto: Gracias, gracias, gracias; y ¡seguid rezando por nosotros!

Si el Espíritu Santo lo hace todo, ¿qué sentido tiene mi esfuerzo personal?

He estado últimamente con un dilema muy grande que voy a compartir con vosotros porque quizá alguien esté pasando por una situación similar y he pensado que igual mi experiencia puede ayudarle (aunque agradeceré si algún «experto» puede aportar su granito de arena en este campo y, de paso, ¡decirme si voy por buen camino!).

Como ya sabéis, porque os lo he ido contando en diferentes posts, este último año está siendo muy especial para mí en lo que a vida espiritual se refiere (en la terrenal es como para olvidarlo, jaja).

El caso es que he experimentado en mis propias carnes la fuerza del Espíritu Santo, cómo Dios actúa en nuestras almas cuando nos fiamos de Él, cuando sin comprender absolutamente nada le decimos que sí porque hemos visto lo mucho que nos ama; y sabemos que alguien que ama tanto no puede desearnos ningún mal.

Y pensaréis que dónde está el problema. Bueno, pues en que llega un momento en el que la cabeza empieza como a sugerir que con abandonarme en Dios y dejarlo todo en sus manos el resto está hecho. Resumiendo: que yo no puedo hacer nada para ser mejor persona, para ser santa (que al final es de lo que se trata).

Pero al mismo tiempo, recordaba esos pasajes del evangelio en los que Jesús convierte el agua en vino, o multiplica los panes y los peces, y en todos ellos Jesús no actúa hasta que el hombre pone algo de su parte.

Eso me hizo pensar que, aunque nuestra colaboración es mínima, sin ella Jesús no mueve un dedo, respeta nuestra libertad. Y esa participación se concreta en unos pequeños propósitos que me hago -aun sabiendo que tendré que pedirle a Él que me ayude a sacarlos-; en unas pequeñas mortificaciones, en un decir sí a lo que delicadamente el Espíritu Santo me va sugiriendo cada día.

Me he sentido muy tentada últimamente a «dejarlo todo en sus manos» pero en el mal sentido de la palabra, ya que eso suponía que yo dejaba de luchar, dejaba de escuchar esas mociones del Espíritu Santo porque como «quien lo hace todo es Él», yo sólo puedo dejarme hacer.

Y en ese sentido es cierto. Hay que dejarse hacer, y no importa en qué punto estés en tu relación con Dios, Jesús sigue llamando a tu puerta (y a la mía, claro) porque quiere entrar y transformarnos; pero tenemos que abrir. Demostrarle con lo poco que seamos capaces que queremos que entre y haga y deshaga como le parezca, porque nos fiamos de Él.

¿Y cómo le digo a Dios que quiero que entre en mi vida?

Hoy una amiga me ha explicado que el camino del cristiano no está en «cumplir» una lista de propósitos o rezos, en «no hacer esto y lo otro»; sobre todo porque no depende de nosotros el que salgan o no, sino en concretar esa pequeña lucha personal para recordarnos cada día que le pidamos luces al Espíritu Santo en ese aspecto en concreto, abandonarnos en Él en ese aspecto.

Y tiene mucha razón. Yo llevo muchos años pensando en que si me esforzaba conseguiría rezar un poco cada día, ir a misa con ganas, levantarme de un brinco o no enfadarme cuando las cosas se tuercen pero soy muy consciente de que cuando han salido, ha sido Dios el que lo ha permitido.

¡Eso es lo mejor de ser cristianos!, que Jesús ya nos ha ganado la plaza en el Cielo, ¡sólo tenemos que decirle que queremos ocuparla!

Se trata de pedir, pedir y pedir

«Pedid y se os dará», pero ¿qué pedimos?

Un trabajo, salud, un marido, un hijo, más ingresos, … ¡Nos perdemos en cosas terrenales (yo la primera)!, pero últimamente también le pido que no me separe nunca de Él, porque no sabéis lo bien que se está a su lado.

Le pido paciencia para educar a mis hijos, le pido fe para no tambalearme cuando las cosas se tuercen, le pido luz para conocerle cada día más, le pido fortaleza para verle en las dificultades de la vida, le pido humildad para abandonarme en su voluntad, le pido esperanza para no agobiarme en los problemas del día a día.

Y también le pido por ti, no creas que me olvido.

Espero que te haya servido, y por favor: ¡no dejes de compartir si puede ayudar a otros!

Gracias!!