8M: Hoy es tu día, ¡mujer!

Foto de archivo de EFE

8 de marzo. Siempre me quedo con las ganas de escribir unas palabras sobre este día: el Día internacional de la mujer, pero luego no me da la vida para hacerlo y un año más sin decir nada… Hoy lo publicaré!, tarde, ¡pero lo haré!

El 8 de marzo es el Día de la mujer en conmemoración y agradecimiento a todos los que hicieron posible la igualdad de derechos y obligaciones para hombres y mujeres; y en resaltar que tanto unos como otros tenemos exactamente la misma dignidad por el mero hecho de ser personas, sin duda es un logro para la sociedad y para el desarrollo.

Algunos lo consideran como el día para reivindicar, a mí me gusta más dar las gracias y aprender.

Deberíamos salir a las calles para aplaudir a todas las personas -hombres y mujeres- que con tesón, valentía, coraje y determinación dedicaron su vida (y siguen, en muchos países) a una causa de la que hoy nosotras podemos disfrutar.

Por desgracia, todavía queda mucho por hacer; en muchos países en vías de desarrollo la mujer sigue siendo tratada con la dignidad de una rata. También aplaudo hoy por quienes siguen peleando para salvar a esas mujeres y mejorar sus vidas, porque no las han abandonado.

Hoy quiero reflexionar sobre cómo, después de haber conseguido esa igualdad que tanto ansiaron nuestras predecesoras, los principales lobbies de nuestra sociedad desprecian las diferencias entre hombres y mujeres, borrando precisamente lo que más nos diferencia de los hombres (y que no nos hace inferiores ni vulnerables sino todo lo contrario).

Sensibilidad, dulzura, grandeza de corazón, capacidad de comprender y perdonar, de acoger, de amar, de cuidar, … ¡son características que nos hacen espectaculares!, ¿y algunas nos las quieren quitar (parece que sean valores que nos muestran vulnerables). Yo no quiero ser como los hombres, no lo soy ni aspiro a serlo. Y estoy ¡MUY ORGULLOSA DE SER MUJER!

La principal misión de la mujer es ser el corazón de una sociedad que cada día es más egoísta, más pobre y más infeliz.

Y es que somos nosotras mismas las que nos ponemos la zancadilla criticando a quien libremente desea cuidar de sus hijos en casa, quien renuncia a una potencial exitosa carrera profesional para dedicarse plenamente a educar a los hombres y mujeres del futuro. Y, al mismo tiempo, están las que juzgan a quien libremente decide dedicarse a su carrera profesional en lugar de formar una familia.

Es muy loable luchar por la “brecha salarial”, por la “conciliación”, por la “paridad” en las instituciones… pero, ¿de verdad es eso -y no nuestras vecinas que sufren en silencio- lo prioritario en la agenda de las feministas del siglo XXI? Sé que sí y me avergüenzo de ello. Porque siendo así, hemos perdido el norte de nuestra causa: DEFENDER LOS DERECHOS DE LA MUJER. Es como pedir postre mirando a tu hermana que no tiene ni el aperitivo.

Es totalmente incongruente, como lo es el hecho de defender la legalización de la prostitución como si así esas mujeres fueran a ser más libres: ¡ilusas!

¡El 99% de las prostitutas lo hacen obligadas bajo pena de muerte por las mafias!, y del 1% restante (estoy segura) de que no es sino porque necesitan dinero y no ven otra salida.

Yo respeto a quien quiera cambiar la lengua española “feminizando” todas las palabras del diccionario; también a quienes defienden un idioma sin género (niñes) porque consideran que así la inclusión social es mejor. LO RESPETO, PERO NO LO COMPARTO. Eso es democracia.

No entiendo porqué yo no puedo ser igualmente respetada si quiero seguir usando el castellano de toda la vida, ser ama de casa y entregarme a mi familia sin que por ello se me tache de “víctima del heteropatriarcado”

Lo siento pero no. Lo que yo soy es una mujer que prefiere gastar los recursos de igualdad e inclusión social en otros métodos (que a mi parecer) son más naturales y efectivos que obligando a los niños a estudiar un idioma nuevo, imponiéndoles una ideología de género (en la que se favorece de todo menos el respeto a la mujer) y decidiendo por el resto de mujeres de este país lo que realmente queremos y deseamos.

Quizá me haya extendido mucho, lo siento. El tema da para mucho más. Espero haber transmitido bien que lo fundamental para que el feminismo funcione es que primero haya respeto y libertad de opinión sin necesidad de enfrentamientos. Y, por supuesto, que todavía nos quedan muchos países en los que luchar por los derechos de la mujer y el respeto de su dignidad.

¿Qué piensas tú sobre este tema?, ¿ves reflejados en los programas feministas lo que tú como mujer desearías que cambiara en esta sociedad? ¿Te has sentido alguna vez juzgada (o has sido tú la que no ha respetado otras formas de ver la vida)? ¡Conversemos! Os espero en los comentarios!!!

¿Hasta dónde llegarías para demostrar tu amor?

Te voy a contar una historia que pasó hace muchos años en un pueblecito humilde y tranquilo donde vivía una chica hermosa, de tez morena y mirada profunda, que sin embargo transmitía un sufrimiento y una soledad totalmente incoherentes con su belleza.

La pobre mujer había sido víctima de un delito familiar terrible. Su padre era un ser despreciable y sus sucios negocios habían arruinado a la familia y deshonrado a todos sus descendientes. Nadie en la zona se acercaba o trataba con ellos.

Una noche, ya casi de madrugada, llegó al pueblo un muchacho buscando un lugar donde alojarse. Mientras se dirigía a la posada, se cruzó con aquella mujer cuyo cabello era más brillante que el sol y muy fugazmente pudo comprobar su belleza y la bondad de su mirada. Ella, al verle, miró al suelo avergonzada y se marchó.

El muchacho quedó prendado de su hermosura y al preguntar por ella en el pueblo, conoció la deplorable situación de su familia y el terrible destino que le esperaba. No podía dejar que eso sucediera así que negoció con las autoridades del condado y llegó a un acuerdo. Él restauraría el honor de aquella familia y todo quedaría perdonado.

Tan sólo se habían visto unos segundos pero su amor era tan grande que hizo todo lo que debía para poder perdonar su deuda y restaurar su honor.

No fue cosa fácil: Renunció a su rango -¡siendo hijo de sangre real!- y con lo que tenía construyó un puente para el pueblo, asfaltó las calles, devolvió las deudas pendientes y sufrió la humillación y las burlas de todo el pueblo cuidando los cerdos y las gallinas. La gente le llamaba loco e insensato, pero él no dejó de sonreír: lo hacía por una causa muy noble, hacer feliz a la mujer que amaba.

Una vez terminado el “proceso de restauración”, el chico decidió quedarse allí, su corazón ya no le pertenecía, soñaba con que algún día ella aparecería por allí y podrían estar juntos eternamente. Realmente no sabía si pasaría, pero el estar cerca de ella le llenaba de felicidad.

¿Se enamoró aquella mujer del hombre que lo había dado todo por ella?, ¿se interesó acaso por su bienestar?, ¿le agradecería semejante sacrificio? Cada uno de nosotros estamos hoy llamados a contestar estas preguntas.

Aquella chica somos cada uno de nosotros. Sí, también tú. Tras el pecado original Jesús te quería tanto que siendo Dios quiso hacerse vulnerable, ¡humano! porque no podía soportar que tu vida fuera meramente humana pudiendo ser divina.

Te quería tanto que dio su vida por ti; atado a un madero, despreciado, humillado, golpeado… pero feliz, porque sabía que ese calvario valía la pena sufrirlo por ti. Jesús es quien te ha creado por amor; conoce ¡hasta el último rincón de tu corazón! y le chifla tanto cada pedacito de ti que no quiere que sufras solo, que te enfrentes a esta vida -a veces tan dura- sin ninguna ayuda. Así, que se pone a tu disposición para acompañarte siempre, si tú quieres.

La historia del inicio no era más que una forma de explicar a pequeña escala lo que Jesús hizo por nosotros. Con su ejemplo hemos aprendido lo que significa “amar”: por un lado es darnos, pero sobre todo es ponernos en las manos de los demás cuando lo necesitamos; sin miedo a hacernos vulnerables, pequeños. Mostrando nuestras imperfecciones y pidiendo perdón por ellas: ese es el amor que dura toda la vida, el que nos hace realizarnos y ser felices.

Ya sé que suena muy bonito, pero el día a día, la convivencia, los defectos, el estrés… hacen que se nos olvide lo importante. Por eso es imprescindible contar con el Maestro, el que nos enseñó cómo amar. Dejándole entrar cada día más profundamente en nuestros corazones, porque solos no podemos. Es Él quien nos sostiene.

Eres un regalo para la humanidad

¡Qué preciosidad y qué alegría tengo en el corazón! Acabo de descubrir que SOY UN REGALO DE DIOS PARA TODA LA HUMANIDAD!!! ¡Y TÚ TAMBIÉN!

¿No es el piropo más bonito que se puede recibir? Nunca me había pensado a mí misma como un regalo: soy hija, hermana, esposa, madre, amiga,… ¿pero regalo? Es muy bonito darte cuenta de que eres un regalo para los que te rodean.

Los regalos se preparan con cariño, procurando pensar en quien lo recibirá, ¡a veces incluso el envoltorio se trabaja! Y claro, si nosotros hacemos esto… ¡imagínate cómo piensa Dios sus regalos!

Puedo estar hecha un asquete y no poder con mi alma del fatigón que me acompaña todo el día, pero ¿sabes qué? No me importa. Estoy feliz. Porque Dios me pensó así por el bien de mi alma y por las de las personas que pasan por mi vida. ¡Es tan bonito saberlo!

Y además me recuerda que no soy mi enfermedad, que soy un regalo muy bien pensado; que mi sonrisa mueve montañas y mis palabras de cariño no debo callarlas porque Jesús las pone en mi corazón para regalarlas a las personas que pasan por mi vida.

Y este blog… ¡qué planazo del Señor! A mí, me tiene ocupada, me hace sentir un poco más «útil», me saca del fango en el que me quiere meter la enfermedad y -no menos importante- es un regalo precioso de Dios para quienes lo leen.

Así que imaginad mi gozo… y espera, porque ¡aún hay más! Con mi sí (con tu sí) de cada día estoy haciendo realidad el sueño de Dios, la ilusión que puso en mí cuando me creó y, mientras siga a su lado, continuaré siendo ese regalo maravilloso que Dios pensó en mí para ti.

Por eso no da igual lo que yo haga con mi vida, claro que no, porque este regalo (yo, y tú) ha sido creado para amar y ser amado, así que si lo utilizo para encerrarme en mi dolor y niego mi amor a los demás: me estropeo, dejo de ser yo y mi vida pierde todo su sentido.

Es como cuando se regala un anillo de compromiso: una joya preciosa en sí misma, obvio; pero que al regalarlo, pasa a valer mucho más: porque encierra en él un amor comprometido, el deseo de compartir la vida con la persona amada.

Si se rompiera el compromiso, ese anillo perdería su luz y la sonrisa de quien lo portaba. Seguiría siendo una preciosidad pero si queda guardada en un cajón, ¿de qué sirve tanta belleza?

Por eso podemos pensar que somos la más valiosa de las personas de este mundo porque Quien nos creó pensó en cada detalle de nuestro ser pensando en que quienes pasen por nuestra vida puedan recibir esa belleza.

Obviamente no hablo de belleza exterior sino de todo el ser: los dones recibidos, la historia de cada vida, los logros y tropiezos, heridas y gozos: de todo se sirve el Señor para poder regalar su Amor a través de nosotros a otras personas.

Todos, absolutamente todos los seres humanos somos un regalazo para la humanidad, y si no te lo crees, mira tu vida: ¿no te parecen un regalazo las personas que conoces, que te quieren? CADA VIDA ES IMPORTANTE, aunque haya momentos en los que por la enfermedad, la edad, las circunstancias,… no lo veamos así.

Me parece precioso. ¿Y a ti?

Yo me confieso con Dios directamente

El domingo fuimos de excursión con los peques al campo. Llovía a mares pero no nos importó, en vez de subir a la montaña aprovechamos para conocer Irurtzun y asistir allí a la Misa dominical.
Menuda sorpresa nos llevamos: aforo completo, muchas familias jóvenes con tres y cuatro hijos… y un sacerdote al que no le temblaba la voz predicando el Evangelio.

La reflexión de hoy recoge mucho de su sermón porque me gustó y estoy segura de que a vosotros también.

La homilía fue súper directa:

«Muchos creen que como son buenas personas y no hacen daño a nadie no necesitan ir al confesor, le piden perdón a Dios de tú a tú y ya”. PERO ES QUE ¡NO VALE ESO DE YO ME CONFIESO CON DIOS DIRECTAMENTE!, porque no es así como Dios quiere perdonarte y es Él el ofendido y por tanto quien pone las condiciones.

Es como si un amigo traicionara vuestra amistad y a los días te mandara un WhatsApp en plan: «lo siento» y ya, nada más. «Bueno, vale, -pensarías tú- pero me gustaría que habláramos para zanjar el asunto y darte un abrazo». Pero resulta que el amigo nunca más vuelve a contestar.

¿Qué sentirías?, ¿qué pensarías? ¿Te valdría su «lo siento»? ¡Claro que no!, pensarías que lo hizo por calmar su conciencia pero que en el fondo no se arrepintió y que pasa de ti olímpicamente.

Su perdón no valdría nada porque lo poco que le pediste que hiciera para perdonarle no lo hizo.En la salvación es Dios quien pone las condiciones, no nos pide nada, confesarnos: ¡decir los pecados a un sacerdote! y encima lo hace más por nosotros que por Él. En el Sacramento de la Penitencia recibimos el perdón y la misericordia de Dios pero también el consuelo que necesitamos para volver a empezar.

Por eso el párroco insistió en la belleza del perdón y nos invitó a todos a aprovechar la Cuaresma para reconciliarnos con el Señor a través de la confesión: “elige la iglesia que quieras, el cura que te dé la gana, ¡como si te vas a Cuenca!, da igual: lo importante es que te confieses; Dios te espera, ya te ha perdonado en la Cruz y quiere abrazar tu arrepentimiento y borrar tus pecados, por muy gordos que sean”.

Hay quien piensa que Dios es malo porque sólo salva a los que cumplen todos los preceptos. A quienes se hagan como niños y se dejen guiar por el Espíritu Santo.

Se nos olvida que Jesús ha dado su vida por nosotros, POR TI Y POR MÍ; porque en el amor no vale sólo decir «te quiero», ha de ir acompañado de obras y es en los momentos más duros de la vida cuando el amor se demuestra plenamente.

Jesús nos ha demostrado todo su amor, ahora sólo quiere ser correspondido por nosotros y nos lo pone muy fácil.

Es como ese pasaje del Antiguo Testamento en el que el pueblo de Israel estaba en el desierto, muy desesperados y enfadados con Dios. Por su falta de confianza, Dios les envió una plaga de víboras y muchos murieron con las picaduras.

Moisés pidió clemencia a Dios, quien le indicó que construyeran una serpiente de bronce para que quien la mirara, no muriera.¿Sería malo Dios si alguien decidiera no mirar a la serpiente y morirse? Entiendo que no. Dios pone nuestra libertad por encima de sus deseos, del amor que nos tiene y de su necesidad de ser amado.

Y eso mismo es lo que pasa hoy en nuestra sociedad: Jesús nos ha liberado del pecado, nos ha abierto las puertas del Cielo, nos ha dejado su Iglesia para no perdernos y se ha quedado en la Eucaristía para acompañarnos en este caminar al Cielo.

Quien quiera entrar en el Cielo solo tiene que seguirle y, sin embargo, conocemos mucha gente a nuestro alrededor que no quiere saber nada de Dios. Libremente eligen «no mirar a la serpiente».

En el amor debe reinar la libertad; Dios nunca obliga. Ojalá sean muchos los que descubran su amor en este tiempo de Gracia, durante la Cuaresma; nosotros los primeros. Que hagamos una buena confesión y dejemos que Dios nos llene de su ser.

Pd. Ya es muy largo el post de hoy, pero acabo de pensar que quizá sea un poco descarado decirle a Dios que su forma de perdonar es peor que la mía (de tú a tú sin intermediarios). Si la ha pensado así no será mas que para nuestro beneficio. Seguro.

Quiero sanar esa herida que aún sangra en tu corazón

Hay recuerdos que quisiéramos borrar de nuestra mente; que incluso sin haberlos superado, escondemos para no verlos más porque nos hicieron mucho daño. Recuerdos que de vez en cuando vuelven a nuestra memoria sin que nadie se lo pida.

Hoy voy a compartir uno de ellos contigo, ¡es uno de muchos!, pero elijo este porque sé que tú has podido también sufrirlo o quizá conozcas a alguien que necesite leer estas palabras de consuelo.

Porque hubo un tiempo -como lo ha habido siempre- en el que las cosas no se hacían bien. Un tiempo en el que Dios permitió que algunas personas, queriendo dar a conocer a Jesús, transmitieran una imagen que nada tiene que ver con Él.

Un antes y un después

Yo era una niña feliz hasta que aquella persona se cruzó en mi camino. Estaba dispuesta a todo para que yo hiciera lo que me decía, lo que ella creía que Dios quería para mí y que yo no veía nada claro.

Perservera. Sé fiel. Es un bache. No le des la espalda a Dios. ¡Con todo lo que Él te ha dado! Si te cuesta tanto entregárselo (esa vida familiar con la que yo siempre había soñado) es porque Dios te lo pide. Dios lo quiere todo.

Acababa de cumplir 15 años. El acoso era brutal. Hasta el punto de que una mañana me vi escondida en la bañera, detrás de la cortina, en la última planta de la casa donde disfrutaba de las vacaciones con mi familia.

El corazón me palpitaba con fuerza y yo aguantaba la respiración para no ser descubierta por esa persona que ascendía por las escaleras gritando mi nombre.

Me sentía incapaz de seguir luchando y opté por esconderme. Me veía atrapada, pequeña, perseguida, acosada y sin salida.

Tardé un tiempo en recomponerme; no fue fácil. El miedo se había apoderado de mí y estaba muy confusa, no entendía nada.

Se trataba de una buena persona y estoy segura de que su intención también lo era, por eso no puedo guardarle rencor, pero el terror que infundió en mi alma me marcó.

Duró poco más de un año, hasta que desapareció de mi vida, y dejó una huella en mí que nunca se borró.

Dios es bueno

A pesar de aquello, el Señor me mimó cada día para que estuviera junto a Él, para que viera con claridad que ese acoso no venía del Cielo.

Quizá tú también lo sufriste y tal vez tu vida no es la misma desde entonces.

Estas palabras van sobre todo para ti. Para quien pasó la amargura del juicio, del desprecio, de la manipulación; y se encontró con la más absoluta soledad en plena adolescencia (o años más tarde).

Para quien todavía hoy, no ha recibido una disculpa de quien tanto daño le hizo en su momento, para quien nunca debió sufrir ese tormento.

En Adviento, Jesús nos llama al perdón; a un perdón que nos libera de las ataduras del corazón. No es fácil deshacerse de ellas ni siquiera cuando sabes que todo fue sin querer.

Hoy yo te digo con mi corazón en la mano que lo siento. Siento de verdad que tuvieras que sufrir ese calvario y te pido perdón por ellos. Sé que no fui yo, pero pude haberlo sido.

Soy tan torpe como cualquiera de aquellas personas que queriendo compartir contigo el mejor de los tesoros: ¡que te encontraras con el Amor de los amores!, te lanzaron de un plumazo al abismo.

Soy tan inútil como ellas cuando dejo que el demonio me hable y me convenza, enrede en mi matrimonio o con mis hijos; entre amigas íntimas o hermanos de sangre.

No fue esa persona la que te empujó a ese profundo hoyo del que no sabías salir, del que quizá aún te estés recuperando. Fue el demonio. Es él quien con su astucia siembra miedo y desesperación, desconfianza y amargura.

Yo ahora tengo muy claro que es el patas quien actúa a través de esas personas buenas para abrir una herida en el corazón. Una herida difícil de sanar que separa de Dios, por un tiempo o para toda la eternidad.

Por eso hoy quiero que le plantemos cara juntos. Estamos en Adviento y el Niño Dios, ese que luego dio la vida por ti y por mí hasta el final -el que nunca nos abandona y siempre espera- va a nacer en un pesebre porque nos quiere con locura.

Quiere que seamos felices. Y eso es lo importante.

Quiere sanar tus heridas, que puedas recomenzar. No fue culpa tuya, no lo fue. Tienes que saberlo. Pero sí está en tu mano que esa herida deje de sangrar. ¡No hay mejor médico que Cristo!

Acércate a Jesús. Habla con un sacerdote y cuéntale tu historia. Te comprenderá, te abrazará con sus palabras y Dios, a través de Él, te sanará.

Volverás a ser tú. Feliz, risueña, alegre, generosa y confiada. Volarás como una golondrina, saltarás como un cervatillo, cantarás como las sirenas porque tu corazón estará en Paz. En una paz que sólo Dios te puede dar.

Yo lo voy a hacer. Sé que el Señor quiere sanar mi corazón. Sé que sólo Él puede limpiar esas heridas que desde hace tanto tiempo sangran en mi corazón.

He creído por mucho tiempo que tapando la herida ésta desaparecería pero en las cosas del corazón el tema no funciona así.

De hecho, cuanto más tiempo pasa más profunda y difícil es de sanar esa herida. Porque aunque no la vea -y puede que incluso crea que la he superado- sigue estando ahí. Y tarde o temprano sale.

En forma de migraña, de dolor de muelas o de espalda: todo acaba saliendo. Porque aunque tu mente y tu corazón cierren esa puerta, la herida permanece y el inconsciente lo sabe. ¡Para eso está! Para no dejar que las heridas se pudran y acaben con nosotros: para darnos la oportunidad de ser felices de verdad.

Escucha a tu corazón. Ve a una iglesia, por favor. Nadie tiene que enterarse: solo tú y Dios. ¡No tienes ni que decirle tu nombre al cura con el que quieras hablar! Pero dile que necesitas que Dios sane una herida que hay en tu corazón y cuéntale tu historia.

Y deja que el Niño Dios vuelva a reinar en tu corazón. Recupera la felicidad que un día perdiste. ¡Te lo mereces!

postdata

¡Ya lo he hecho! Le he contado mi historia y siento un alivio tremendo. He descubierto también por qué aunque yo no les guarde rencor a esas personas el dolor sigue ahí.

Me lo ha explicado muy bien el sacerdote: tu cabeza sabe lo razonable, entiende el error del prójimo y lo perdona.

Pero las emociones no sanan al mismo ritmo, necesitan su tiempo y su medicina. Necesitamos paciencia con nosotros mismos y con nuestros sentimientos.

El corazón es más profundo que la razón. Por eso esconder no sirve de nada, hay que acogerlo, quererlo, comprenderlo; simplemente dejarlo en manos del Señor para que Él lo sane y renueve su frescura. Tengo una gran paz y alegría.

Ojalá tú también te armes de valor y dejes que esta Navidad Dios sane tus heridas. Yo estaré contigo rezando por ti en mi Belén y si necesitas algo, no dudes en escribirme, aquí estamos todos a lo mismo.

¡Feliz espera!

Libertad: ¿es real o una utopía?

Si os hubiera escrito este post hace una semana sería muy distinto. Me centraría quizá en lo fácil que me resulta a mí tratar a Dios Hijo: a Jesús. Pues al ser una persona de carne y hueso, como tú y como yo, en cuanto entro a una Iglesia y veo el sagrario, mi corazón se abre de par en par.

Le cuento mi vida, como buen amigo que es. Me escucha, le escucho; le consulto cosas, me da su punto de vista y, cuando no entiendo nada, lo dejo todo en sus manos y descanso abrazada a Él.

Pero esta semana escuché una charla que hoy al ponerme a teclear ha venido a mi memoria, así que pienso que será cosa del Espíritu Santo que quiere tocar alguna alma con esta reflexión (que a mí me encantó).

Por qué Jesús es el «libertador»

No creo que os suene extraño, porque aquí estamos todos hechos de la misma pasta, si os digo que muchas veces me veo haciendo cosas de las que no me siento para nada orgullosa y dejando de hacer muchas otras que me encantaría hacer desde hace tiempo pero no hay manera.

Viene a ser en palabras de San Pablo (y de mi hija mayor cuando era aún bien pequeña): «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago»

Soy libre hasta cierto punto porque mi corazón está apresado por mí misma. Soy muy limitada: muchas veces me faltan fuerzas para hacer el bien, aunque muera de ganas por hacerlo.

Existen esas limitaciones, todos las hemos experimentado; solos no podemos: necesitamos que alguien nos saque de esa «cárcel interna» que no es otra cosa mas que el pecado (pereza, soberbia, egoísmo, vanidad,…).

Cuando Adán y Eva pecaron -perdonad que me remonte tanto, pero es el origen de esa incapacidad– nuestra condición de perfección se rompió y el pecado, con sus consecuencias, entró en nosotros.

Y alguno pensará: ¿pero no quedábamos en que Dios Padre no nos guarda rencor por nuestros pecados? Y así es. Como nos quiere tanto, pone los medios para que ese jarrón que se había roto y que no se podía arreglar, quede bien pegadito.

Jesús es ese pegamento, el liberador. Cristo muere en la Cruz pagando la pena de todos y cada uno de los pecados de toda la humanidad, y luego resucita y nos da el Bautismo para que podamos nacer a una vida nueva en la que Él haya arreglado el estropicio del pecado original.

Necesitamos que Jesús nos libere cada día del nuestras debilidades para poder descubrir nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. De ahí la importancia de la confesión, que también inauguró Jesucristo.

Y la Eucaristía -¡por eso me chifla ir a misa a diario!- porque ahí me encuentro con Jesús; que escucha mi corazón, ve mis debilidades y modela mi vida, encamina mis pasos para ser libre con su ayuda.

Bueno, no sé si he aportado algo o he liado más la manta, espero que al menos a alguien le haya servido, jeje! Y si no, tampoco os agobiéis, ¡que quizá os sirvan otros! La intención es lo que cuenta y hemos celebrado por todo lo alto la fiesta de la Santísima Trinidad, y eso es lo importante, ¿no os parece?

¿Qué es lo que más te gusta a ti de Jesús? ¡Os espero en los comentarios!

No voy a ir al infierno por comer carne en Cuaresma

¿Por qué surgen enfrentamientos entre los católicos en Cuaresma?, ¿voy al infierno si no ayuno?, ¿es más «santo» el que cumple con la abstinencia?, ¿por qué nos molesta tanto que nos juzguen en este tema? Breve reflexión sobre estas y otras cuestiones en torno a la Cuaresma.

Durante la cuaresma surge siempre, por desgracia, el debate -y la división- entre los católicos acerca de la obligación de ayunar el miércoles de ceniza y el viernes santo, y de no comer carne los viernes de Cuaresma.

Los que cumplen con el Magisterio de la Iglesia son «apestados» por exagerados y «radicales», los que no lo hacen lo son por rebeldes y «pecadores». La susceptibilidad reina en todas las conversaciones y comidas en las que el tema está presente.

¡Qué deformada tenemos en la conciencia si pensamos que con cumplir los mandamientos nos salvamos; y que si no obedecemos, iremos al infierno!

Y es una pena, la verdad. Porque ni unos ni otros tienen motivos para sentirse así. La Cuaresma es un tiempo en el que los católicos intentamos limpiar un poco nuestras almas para que Jesús y, sólo Él, nos llene con su Gracia en la gran fiesta de la Pascua, cuando celebremos su Resurrección.

Lo más importante de este tiempo es la actitud y disposición interior, -que sólo cada uno conoce-, a dejar que Jesús nos cambie, nos renueve, nos dé luces para conocer un poco mejor nuestro camino personal al cielo.

De nada sirve ayunar, mortificarse, ¡cumplir con todos los preceptos!, si tu única intención es que «la gente» vea que eres muy obediente. No es una cuestión de obediencia sino de conversión personal.

Del mismo modo que el comer carne o no ayunar tampoco te hacen más libre y, mucho menos, si lo haces por llamar la atención o por llevar la contraria; ¡sólo a ti te importa lo que hagas y el porqué!, del mismo modo que sólo a ti te beneficia o te perjudica.

Esa susceptibilidad pienso que quizá surja de sentirnos juzgados, encasillados o, como acabo de leer en el blog de Javier Vidal Quadras, por simple soberbia: que nos toque un pie que sea otro quien nos diga cómo amar a Dios, y más si es la Iglesia.

Y es que la falta de conocimiento del sentido real de la Cuaresma hace que nos quedemos con la parte humana y visible, «lo externo», cuando lo que de verdad importa pasa en el interior de la persona.

La Iglesia nos recuerda, como madre nuestra que es, que la Pascua, la resurrección de Jesús está a la vuelta de la esquina. Y que ese día, es tan grande para los cristianos, que el Señor derrama mucha Gracia sobre sus hijos.

De ahí que nos invite a la preparación, mediante el ayuno, la limosna y la oración.

La Cuaresma está para que tú y yo nos preparemos para la Pascua, nos vaciemos de nosotros mismos para que pueda entrar Jesús.

Este año os animo a cada uno, también a mí misma, a parar unos minutos delante del Señor y hablar con Él. Ver despacio y con humildad cómo puedo preparar mi alma durante esta Cuaresma para que en Pascua esté lista para crecer con los regalos que Jesús quiera darme.

Porque sobre todo es a mí a quien afecta el desperdiciar este tiempo o aprovecharlo. Sólo yo puedo saber si mi comportamiento me acerca o me aleja de Él: todo lo demás debería darme igual.

¿Os habéis visto alguna vez en esos rifirrafes?, ¿qué creéis que nos lleva a la división?

¡Pero mira que soy cabezota!

El otro día los peques se pusieron a montar el belén «apto para niños». Ese belén con el que pueden jugar con las figuras, que está al alcance incluso de los más pequeños y que cada día van cambiando (¡dándole vida!).

Me chifla porque de alguna manera les acerca también a ellos a lo importante de estos días: Jesús en Belén.

Bueno, pues estaban ahí sacando las figuritas y yo los miraba encantada por la ilusión que ponían en dónde colocar a cada personaje, hasta que algo llamó mi atención. Era una figura muy curiosa, un hombre tiraba con fuerza de su borrico pero éste no se movía ni a patadas. Y pensé en mí y en ese borrico.

Y, siguiendo la línea del post del año pasado: ¿qué personaje del Belén elegirías tú? resulta que este año esa es mi figura, ¡lo vi clarísimo, ja, ja! y os explicaré porqué.

Me veo en ese borrico porque soy muy cabezota, muy lenta en tomar ciertas decisiones aunque vea que son buenas para mí. Y en ese buen hombre veo a mi ángel de la guarda, ¡cómo trata de acercarme a Jesús en el Belén y yo me emperro en liarme con otros avatares!

Yo quiero ir al Belén, ¡claro que quiero ir! Es un bebé precioso y sus padres son adorables pero…, ¿y si resulta que llego allí y me necesitan para algo? ¡Tengo tantas cosas que hacer!, ¡y más estos días! Por eso me resisto…

Pero mi ángel de la guarda no insistiría tanto si no fuera algo realmente asombroso. Y me fío de él porque ya van muchas las veces que está ahí cuidando de mí; pero… ¡cómo tiran las obligaciones!

Pero yo quiero ir a Belén, quiero que Jesús sienta de verdad que en mi corazón es bienvenido, que Él es el Rey de mi vida, no sólo de boquilla sino al 100%.

¿De qué me serviría tener todos los regalos a punto para la familia, la mesa lista, la comida perfecta, etc, etc, etc; si a Jesús, a quien más quiero ¡y quien más me necesita!, le dejo abandonado?

Por eso, esta Navidad le voy a decir a mi angelito que si me resisto, le doy potestad para subirme a un carro y llevarme al portal. Así, sin más, ¡que me obligue!

¡Le cedo mi libertad! Y no lo hago como si fuera algo irracional. Esa libertad me la regaló Jesús y yo quiero regalársela a Él esta Navidad, que sea Él quien la administre porque yo lo hago bastante peor. Y ya que tengo esa opción, ¿por qué desperdiciarla?

Así que os espero a todos allí junto al pesebre. Me gusta imaginarme con todas las personas que llevo en mi corazón allí unidas, conscientes de que ese Niño indefenso es el mismísimo Dios que se hace accesible por amor a ti y a mí.

Ojalá esta Navidad todos nos acerquemos un poquito más a ese bebé y descubramos el gran regalo que nos tiene preparado. Porque cuando lo hagamos, el resto de preocupaciones y tareas nos darán igual, y saldrán solas, ¡ya tendremos lo importante!

Os deseo una muy feliz Nochebuena, ¡donde no falten villancicos!, y una muy especial Navidad junto al Niño Jesús.

¿Ya sabes con qué personaje te quedas tú esta Navidad?

¡Mamá, me han gastado la paciencia!

Que una cosa sea buena o mala no nos da derecho a imponérsela a nadie. Se puede dialogar, argumentar, corregir: pero nunca obligar. Un post que desde la experiencia de un niño nos abre los ojos a la justicia y el respeto.

El otro día fui a recoger a mi hijo a casa de un compañero del cole. Habían tenido cumpleaños y el pobre estaba angustiadísimo porque los demás no hacían lo que la mamá había ordenado en un momento dado.

Él se lo tomó como si fuera responsabilidad suya y llegó a enfrentarse a los amigos por algo tan sencillo como que: las luces debían estar apagadas. Se ofuscó, se enfrascó contra el resto porque jugaban a encenderlas y la orden era clara.

Y cuando me lo contó me sentí muy identificada por las tantísimas veces que nos dejamos la piel por cosas que nadie nos ha pedido que hagamos. Desde fuera vi claro que aquella batalla ni compensaba, ni era suya; pero si hubiera sido yo…, ¡me habría puesto igual que él!

A veces, se nos mete entre ceja y ceja que esto o aquello no está bien, porque quizá realmente no sea bueno, y nos empeñamos en que los demás tampoco lo hagan.

Entonces, algo que en sí mismo quizá era bueno deja de serlo en el momento en el que, sin tener ni voz ni voto en ese tema, nos metemos a imponérselo al resto.

No quiero decir que allá cada uno con sus problemas, ni mucho menos, pero sí creo que después de aconsejar, de corregir a quien se equivoca, de argumentar, ante todo hay que respetar su libertad.

Y creedme que esto requiere de una paciencia brutal. Es mucho más fácil (aunque nos enfademos más) pelearnos una y otra vez con el hermano, el hijo o el marido, que seguir queriéndole sin que nos haga ni pizca de gracia su comportamiento.

Y no nos hace gracia porque le queremos, porque no le vemos bien, porque sabemos que ese camino no le lleva a la felicidad; pero la libertad está por delante. Y morderse la lengua y el pensamiento, ¡es muy pero que muy difícil!

Si no quiere: no obligues. Reza por esa persona y quiérela aún más.

Y, ¡ojo!, me estoy refiriendo a cosas que son buenas o malas en sí mismas (egoísmos, injusticias, engaños,…), no a cosas que a mí me parezcan mejor opción (blanco o negro, un partido u otro, vivir en campo o en ciudad, el colegio x o z, un equipo de fútbol o su competidor, etc).

En lo opcional: ¡bendito sea Dios! Acepta que la diversidad en este mundo es de lo mejorcito que hay. Y te diré más: en ese campo, te animaría a escuchar, y tratar de entender la postura del otro, ¡que algo de bueno tendrá para que la prefiera!

Adviento a la vista

Y como se acerca el adviento, ¡ya el domingo que viene! Rescatamos el post de hace un año: «5 ideas para hacer con niños en Adviento«. ¡Ojo!, que no es sólo para los que tienen hijos: cualquiera de los planes propuestos podemos aplicarlo a los adultos.

No se trata de «conseguir por mis narices hacer algo en adviento», es más bien buscar a Jesús cada día más. Él nos espera como los enamorados: ¡pues dejémonos ver de cerca! Y si hay roce, mejor que mejor.

No hay como hacerse niños en estas fechas para acercarnos sin complejos al portal y vernos en el reflejo de sus ojos tal y como somos: como Él nos ha creado. Por muy pisoteados y sucios que estemos, seguimos siendo hijos de Dios, y el adviento es muy buen momento para recordarlo.

¿Alguna vez te has visto enzarzado defendiendo una causa que ni siquiera era tuya? ¿Cómo salió la cosa?

Educar en la diversidad y la libertad desde la familia

Respuesta de una madre al Programa Skolae en Navarra y qué podemos hacer las familias para fomentar el respeto, el amor a la diversidad y a la libertad.

En Navarra estamos viviendo un momento histórico en la educación. Las autoridades buscan, como buenamente pueden, que las generaciones venideras respeten y no agredan o discriminen a nadie por razón de sexo.

Por eso, con el mismo objetivo y desde nuestros hogares,

siento la obligación como madre de reflexionar sobre los cauces por los que las familias podemos promover una sociedad basada en la igualdad, desde la más tierna infancia.

En primer lugar, creo imprescindible que los hijos puedan pasar tiempo con sus progenitores. Por eso, insto a las autoridades a tratar de mejorar los horarios en las empresas y organizaciones para facilitar esto. Si los hijos sienten el cariño y la presencia de sus padres habrá mucho terreno ganado.

En segundo lugar, veo bueno transmitir con el ejemplo que en casa todos colaboramos en el bien familiar. Tanto los progenitores como los hijos deben implicarse en el trabajo y gestión del hogar: limpieza, cocina, compra, menús, lavadoras, deberes, lavaplatos, … y valorar lo que cada uno hace.

Por otra parte, y dado que los niños aprenden de sus padres en primera instancia: si papá cuida a mamá; y mamá hace lo mismo con papá, se quieren y se respetan mutuamente, y hacen lo mismo con los tíos, la vecina o los abuelos aunque piensen de forma distinta, los hijos llevarán impreso en su corazón el respeto, el amor y la igualdad; eso será lo «natural» para ellos desde pequeños y no concebirán discriminaciones.

Por supuesto se deben evitar chistes, películas, series que fomentan o ridiculizan por razón de sexo, religión o raza. Y fomentar otras que puedan provocar el diálogo en este sentido. Explicar a los hijos cuando van creciendo qué está bien y qué no lo está, y razonar con ellos los porqués.

Trabajar con los hijos el amor a la diversidad, a las diferencias como algo que enriquece a la sociedad. Acogiendo al diferente, respetando la libertad que tenemos todos como individuos a decidir lo que es mejor para nosotros, aunque las decisiones no siempre coincidan con las nuestras. Y sobre todo: dando ejemplo.

Respeto a mi cuerpo y al de los demás

También creo sinceramente que el respeto al propio cuerpo facilita que se valore el cuerpo de los demás. Si trato a mi cuerpo como un objeto, sin importarme quién lo vea o lo toque, será más difícil transmitir que el cuerpo no es mío sino que soy yo y merece ser tratado con dignidad. Creo que nuestros cuerpos tienen mucho más valor del que a veces les damos.

En este sentido, considero que la pornografía, el fomento de la masturbación y de las relaciones sexuales desde la edad escolar contribuyen a una materialización del cuerpo, difícil de borrar en la edad adulta, y principal cauce para la materialización del mismo.

Las series y películas cada vez más nos venden que la felicidad está en el placer de cada instante, y que el sexo lo es todo en una relación. Y no es verdad. Por eso, mostrar a los jóvenes que se puede amar al otro sin necesidad de tener sexo desde el primer día, favorece las relaciones y hacen que la pareja sepa querer a la persona por quien es y no por su cuerpo.

Yo espero y deseo de todo corazón que mis hijos sean respetuosos tanto con su cuerpo como con el de los demás. Que amen la diversidad, y protejan a quienes por desgracia sufran discriminación por esta u otras causas. Y, por supuesto, que tampoco ellos sufran en sus carnes lo que a otros ya les ha tocado.