El mejor regalo para tus hijos

Se acerca la Navidad y esta semana hablamos mucho del nacimiento de Jesús, de su sentido y de porqué debemos estarle muy agradecidos.

Ayer tuvimos el bautizo del hijo de unos amigos y cuanto más avanzaba la ceremonia más consciente era de lo que allí estaba pasando y del regalo que supone bautizar a nuestros hijos. Lo creáis o no, me di cuenta de que el día del bautizo es más importante de su vida (aunque quizá no lo sepa nunca -yo me enteré hace bien poco de todo lo que pasa con el Sacramento del Bautismo).

El bautismo no es sólo un rito de la Iglesia para dar la bienvenida a un nuevo miembro o acoger una nueva vida en la comunidad de manera simbólica.

Cuando un bebé nace es una criatura humana, terrenal, que pertenece a este mundo -con un principio y un final. Ese era nuestro destino después de que Adán y Eva rompieran toda relación con Dios. Nos lo ganamos a pulso queriendo ser dioses.

Pero al nacer Jesús, en el seno de una familia, en el vientre de una mujer, desde la primera célula hasta su nacimiento; su infancia, su juventud: como cualquier otro humano, sin ahorrarse nada: Jesús cambió nuestro destino.

Nos elevó a la categoría de Dios regalándonos una dignidad que antes no poseíamos. Pero es aún más alucinante: con su muerte, al bajar al infierno (donde iban todos los difuntos al morir hasta entonces pues el cielo estaba cerrado para nosotros por el pecado original) y salir de él, nos abrió las puertas del cielo, haciéndonos hijos suyos.

En el bautismo lo que hacemos es morir a esta vida terrena para volver a nacer a la Vida de Dios; una Vida que nunca termina. Pasamos a ser ciudadanos del cielo.

A los primeros cristianos se les sumergía en el agua completamente como signo de ese nuevo renacer a una nueva Vida. Con el agua del bautismo se nos limpia el pecado original y nacemos de nuevo, pero esta vez divinizados, siendo hijos de Dios por el Bautismo.

De ahí que Juan el Bautista bautizara con agua y anunciara la llegada de Jesús, quien nos bautizaría con el Espíritu Santo, como así fue. La tercera persona de la Santísima Trinidad habita en cada bautizado: nos diviniza, nos hace partícipes de su condición divina.

Es alucinante (y una pena que mucha gente piense que es sólo una fiesta o celebración de bienvenida). Lo que sucede en esa media hora es para volverse loco de amor por Jesucristo; sin su muerte y Resurrección no tendríamos opción de entrar en el Reino de los Cielos. Seguiría cerrado para nosotros, por la gravedad del pecado cometido por nuestros padres.

Y después de sufrir un calvario insoportable por ti y por mí, y morir en la Cruz: ¡nos da libertad para decidir si queremos formar parte de su familia, de la familia de Dios o no!

Me da mucha pena la cantidad de padres que deciden pasar del Sacramento del Bautismo para sus hijos. «Ya elegirán de mayores», me dicen. Es la ignorancia, en muchos casos, de no saber cómo de impresionante es lo que pasa en el bautismo. El regalo que supone abrir las puertas del cielo a tu hijo.

Se acerca la Navidad, tiempo de agradecimiento, de contemplación; de mirar al Niño y darle gracias por sufrir lo insufrible para reparar la herida del pecado original. Ese Niño nace para salvarte a ti y a mí. Aprovechemos estos últimos días para pensar en ello.

¿Qué sentido tiene rezar cuando todo va bien?

Voy a haceros una confesión: cuando entro en una iglesia y veo a alguien rezando, o con un rosario en la mano, lo primero que pienso es «¡qué pobre, alguna desgracia tendrá para estar aquí!».

Y es que, ¿qué sentido tiene acudir a Dios cuando todo marcha bien? Lo normal es pensar que si Él es el «Todopoderoso», la «Bondad infinita», el «Bien supremo», … no necesita nada.

Los necesitados somos nosotros, ¡que estamos hechos de barro!, que somos sólo criaturas de este mundo. Por eso, ante una enfermedad, una necesidad o preocupación gorda, la mirada al cielo nos sale sin mucho esfuerzo.

Son situaciones que se escapan de nuestro control por lo que, sentimos que si queremos colaborar en algo, sólo nos queda rezar e implorar a Dios su misericordia.

Pero, ¿cómo cambiaría nuestra actitud si pensáramos que sí nos necesita?, ¿si le viéramos en un hospital, sufriendo, necesitado de cariño y compañía?, ¿si supiéramos que lo único que acelera su corazón es nuestra presencia?

Realmente la perspectiva cambiaría, o al menos a mí me la ha cambiado. Hoy he escuchado el podcast de 10 minutos con Jesús y me ha dado mucho que pensar. Y es que Dios, siendo Todopoderoso ha querido necesitar nuestro cariño.

Nos narran el testimonio de una chica que, tras sufrir un accidente su novio y quedar en coma, acude al hospital a visitarle y comprueba cómo la frecuencia de su corazón cambia, se acelera, cuando ella le habla.

Este pequeño detalle la anima a ir cada día a visitarle, durante cuatro años, convencida de que él la oye y que le gusta (a pesar de que no todos los días el monitor refleja ese cambio en el ritmo del corazón).

Y entonces hacen un paralelismo con el Sagrario, esa cajita dura y hermética de las iglesias desde la cual Jesús nos espera.

Jesús está ahí; lo sabemos porque a veces nos habla, nos hace sentir su presencia, nos escucha, nos abre los ojos. Lo sabemos también porque Jesús nos lo ha dicho.

Pero, ¿cuántas veces pasamos por delante de una Iglesia y no entramos a saludarle?, ¿cuántas veces le dejamos sólo durante meses porque no necesitamos nada?

Me encanta que hoy me hayan abierto los ojos para imaginarme a Cristo sólo, enfermo y pobre, dentro de esa cajita, ¡necesitándome! Esperando a que yo entre…

Saber que cuando lo hacemos su corazón late con fuerza, aunque no lo veamos, me ha hecho entender el sentido de las «Visitas al Santísimo Sacramento» que la Iglesia desde sus inicios nos anima a realizar.

Me parecía muy aburrido: entrar en una Iglesia, lanzar tres padrenuestros, tres avemarías y tres glorias y largarme…: no me decía nada.

Hoy he comprendido que no es mi corazón el que debe moverse con esa oración sino el de Cristo.

Cada vez que un católico entra en una Iglesia, aunque sólo sea para decir «hola Jesús», el corazón de Dios se acelera, se conmueve, se llena de alegría. Para Cristo esos detalles de cariño son besos y agradecimientos a esa Pasión que el Señor sufrió por ti y por mí.

¿No tienes unas ganas locas de ir a verle y calmar su soledad, el dolor de sus llagas -que aunque estén hechas libremente por amor, duelen igual- su tristeza ante las injusticias de este mundo, ante la indiferencia de tantos (yo la primera)?

Gracias a 10 minutos con Jesús por el recordatorio, por la explicación, por vuestra labor. Y espero que a vosotros os ayude tanto como a mí. ¡Feliz Pascua!