Estoy harta de pedir perdón siempre yo

Cada vez que nos enfadamos soy yo la que tiene que bajar la cabeza y pedir perdón; y ya estoy cansada, la verdad. Y, ¿sabéis qué es lo mejor? Que si le preguntáis a él, seguro que os dirá lo mismo…

Y es que es así.

Es mucho más fácil -y muy tentador- darle vueltas a la situación que ha generado la discusión que pararse a mirarla desde fuera y ver dónde podías haber actuado tú mejor.

Y una vuelta, y otra, y dale que te pego: «Porque ¿¡es que no se da cuenta de que tal…!?», «pero, ¿¡cómo me puede decir eso!?», «es que ¡ya podía haber hecho esto otro!»… podríamos estar así horas, ¡incluso días! Ronroneando por dentro, rumiando y haciendo una bola bien grande de cualquier bobada.

Pedir perdón cansa, supone humillarse, bajar la cabeza y reconocer que se ha metido la pata; que no se es perfecto.

Y todo por no pedir perdón a la persona que tienes al lado -que, por otra parte, suele ser a la que más quieres del mundo-. Todo por no «volver» a reconocer que uno se ha equivocado, por esperar a que sea el otro quien dé el primer paso.

Porque puede que él se haya equivocado, es muy probable que lo haya hecho ya que es tan humano como tú, pero en esta parte de la relación te toca a ti, y sólo a ti, examinar dónde te has equivocado tú.

Y una vez que te des cuenta de que tu reacción ha sido exagerada, de que has contestado con un tono de voz elevado -y eso nunca está bien-, de que le has dejado con la palabra en la boca o de que le has insultado por equivocarse (o quizá más por desahogarte que porque realmente se lo mereciera).

Es el momento de pedir perdón.

¿Y sabes qué? Da lo mismo quién sea el primero porque lo importante es reconciliarse. Si él no lo hace, será que necesita leer este post para saber que tiene que examinar dónde se ha equivocado, ¡ja,ja! No le des más vueltas, cuanto más tardamos en pedir perdón más cuesta.

Porque la bola del «yo» se va haciendo cada vez más grande y, con ella, la distancia entre los dos. Y casi siempre el origen del problema está en una chorrada, que si lo piensas fríamente: es una chorrada que no vale ese enfado, esa distancia, ese cabreo.

Vuestro amor, vuestra historia, vuestras vidas están muy por encima de esas llaves fuera de su sitio o de ese recado que ha vuelto a olvidar.

Porque está claro que en toda discusión la culpa es siempre de los dos (siento decirte que si no lo ves, puede que no estés haciendo bien tu parte del examen…).

No siempre es fácil darse cuenta de dónde se ha metido la pata, por eso, cuando os hayáis serenado, te recomiendo acercarte con la mente abierta al otro y decírselo con toda la humildad del mundo: LO SIENTO, NO QUERÍA OFENDERTE, ¿QUÉ HE HECHO MAL? POR FAVOR, DÍMELO

Porque, ¿a quién le gusta estar enfadado?, ¿de mala gana? ¡Ni a ti, ni a nadie! Así que (no dejes que el demonio enrede) y corta esa distancia cuanto antes.

Y si te supera: no dejes de ver la peli de «El mayor regalo«, de Juan Manuel Cotelo: IM-PRE-SIO-NAN-TE. Os la recomiendo 100%. Es tipo documental pero engancha desde el minuto uno y no tiene desperdicio.

¿Qué haces tú cuando sientes que siempre te toca pedir perdón a ti?, y lo más importante: ¿¿funciona??

¿Cuántas veces le dices a tu pareja que lo está haciendo muy bien?

Hoy quiero que pienses en cinco cosas que alguien con quien convives haya hecho bien hoy (mejor si es un adulto). Ahora piensa en cuántas veces le has hecho llegar que te gustaba lo que estaba haciendo.

Y por último piensa en las veces que ha hecho algo mal, y si se lo has dicho o no. Imagino que a muchos o pasará lo mismo que a mí:

estoy muy orgullosa de mi marido y de mis hijos pero de mi boca sobre todo salen gritos y correcciones.

Es verdad que tenemos que ayudarnos entre todos a ser mejores, que si deja la pasta de dientes destapada es bueno que se lo hagas saber para que no se seque, o que si las mochilas se quedan tiradas en la entrada todos los días les llames la atención.

Pero si corregir cansa, ser corregido agota, molesta y distancia.

Es una pena porque lo que los demás hacen mal lo vemos enseguida porque «salta a la vista» pero es una realidad que acaba destruyendo el amor si no va acompañado de piropos y halagos.

Mi marido es de esos hombres (¡si es que hay más como él!) que siempre te dicen que eres la más guapa del mundo, y que además se lo hace saber a los niños con mucha frecuencia; que la comida estaba deliciosa o que hoy estás radiante.

Y yo que soy vasca, pero vasca de pura cepa, pues no me sale el andar con piropillos de aquí para allá, pero a base de recibirlos he descubierto el gran poder que tienen y lo que se agradece oírlos.

No se trata de mentir (¡que yo tan fea tampoco soy, jaja!), sino de abrir el corazón a quienes queremos. Si no lo decimos en voz alta puede que nunca lleguen a saberlo. Y lo mismo que necesitan ser corregidos para ver lo que hacen mal, también necesitan oír lo maravillosos que son en otras cosas.

Tú eres el trampolín de tu familia, si sólo corriges creerán que todo lo hacen mal; si sólo halagas, no les ayudas a crecer: pero si combinas ambas, llegarán a su plenitud.

Por eso, esta semana te propongo -¡y a mí misma!- que pongas la atención en las cosas buenas que los demás hayan hecho cada día. Hay que esforzarse al principio pero luego enseguida lo verás, ¡y te sorprenderás gratamente de cómo se multiplican y de lo ciego que estabas!

Y, ya puestos, una vez visto lo bueno… ¡te animo a decírselo! Tu marido/mujer lo agradecerán mucho, y lo mismo los peques o amigos o tus padres. Es una muy buena manera de subir el autoestima de quienes más queremos, y es de justicia hacerlo, ya que lo mejorable ¡seguro que se lo decimos!

También será una bonita manera de mejorar la comunicación en el matrimonio, que según dicen ¡es la clave del éxito matrimonial!

Pero es mi mayor campo de batalla…, ¿te pasa como a mí que estás siempre destacando lo negativo?, ¿nos apoyamos mutuamente? ¡A por ello y feliz semana!