¿Qué hace una mujer como tú con un tipo como ese?

Ayer una amiga me contó algo que le había sorprendido mucho. Se encontró con una vecina con la que charla de vez en cuando en el ascensor. Una señora mayor, muy guapa y elegante, cariñosa y entrañable. De estas de cuento, vamos. De repente, se acercó a ella un señor muy feo, arrugado, sin dientes, refunfuñón y mal vestido. ¡Era su marido! «¿Cómo puede estar una señora tan ideal con semejante tipo?», me comentaba alarmada.

Y es que, el amor es lo que tiene. No me refiero a ese refrán, que no me gusta nada, de que «el amor es ciego», porque no lo es, sino de que cuando conoces a alguien, y le quieres, tu mirada hacia esa persona cambia.

No ves sólo la fachada, la belleza exterior, sino sobre todo su corazón, tus recuerdos sobre esa persona: los detalles, actitudes, comportamiento, valores, … ¿Cuántos amigos han acabado enamorándose?; quizá cuando se conocieron hasta se resultaban feos, pero su historia personal compartida, los detalles y vivencias de los años hacen que un día puedan ver más allá y, entonces, sólo vean ya la belleza de su alma, la pureza de su espíritu.

Cuando sólo discutimos

Sin embargo, cuando en nuestra vida nos centramos en nosotros mismos, en nuestros intereses, pasa justo lo contrario: lo que antes era hermoso, pasa a ser un montón de defectos que me desquician. Por eso, si en algún momento ves que tu marido -o tu mujer- ya no te atraen, limpia tu mirada, porque es muy probable que lo que te pase sea que estés siendo egoísta, que quieras que sea como a ti te interesa, y no tal y como es.

Y si ves que no puedes, porque todos pasamos temporadas malas -a veces muy malas-, en las que ¡hasta el tío mas guapo, bueno y listo del planeta nos parecería imbécil!, pide al Señor que te enseñe a verle con sus ojos. Alucinarás, porque no sólo dejarán de ser defectos, sino que además, te parecerán positivos, porque aprenderás a quererlos, a que os unan y os hagan crecer como pareja.

¿No te gusta lo que ves cuando te miras en el espejo?

¿Os acordáis del fin de semana del cambio, del que os hablé hace unas semanas? Hoy quiero contaros el primer regalo que recibí.

«Dios ha pensado en ti desde toda la eternidad. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados».

Estas palabras las he oído muchas veces; las oía pero no las escuchaba, ¡ni mucho menos las profundizaba! El caso es que aquel día sonaron distintas; me las decían a mí y, aunque pueda sonar ridículo, me impresionaron.

Imaginad que os dieran el poder de diseñar a vuestro hijo, ¿cómo sería? No me importa tanto el resultado como el proceso. Dedicaríamos horas en pensar cómo sería, deleitándonos en cada detalle, volcando todo nuestro amor en él: «Le pondré esta pequita aquí, y los ojos de este color, y que sea alegre, y un hoyuelito cuando ría, y será bueno, y cariñoso, y…»

¡Solo imaginar al mismísimo Dios ensimismado pensando cada pelo, peca, rasgo de mi carácter! Ufff…, me pongo muy nerviosa. No somos «gente» sino hijos de un Dios enamorado, que al pensar en ti y en mí, nos creó como a la «niña de sus ojos», como al «hijo predilecto».

Sin embargo, ¡cuántas veces nos miramos al espejo y no nos gusta lo que vemos! Pensamos: «Quizá un poquito menos aquí, un poco más por allá, el carácter más suave, más paciencia, menos genio, más valiente…». Pero, ¿no resulta un tanto arrogante siquiera insinuar que podía habernos hecho mejor?

Y hoy me digo, pero tía, que ¡estás más que requetepensada!; que el mismo que ha creado todos esos paisajes, el universo, las estrellas, los ríos,… tan perfectísimos, ¡te ha creado a ti!; ¿en serio crees que se ha equivocado en algo contigo?

Así que, a partir de hoy, nos toca mirarnos al espejo y repetirnos muchas veces: ¡Qué perfecta eres!, ¡cómo se nota que eres hija de Dios!