Sometidos a la masa: la falta de criterio

Imagino que todos habéis visto ya la conmovedora intervención de Jesús Vidal al recibir el Premio Goya al mejor actor revelación. Es emocionante por lo sinceras y transparentes que resultan sus palabras, pero también por el contenido de las mismas.

No me gustaría que lo que sucedió allí pasara desapercibido porque fue realmente llamativo, y no me refiero al orador ¡sino al público!

Es tan contradictorio aplaudir primero a quien grita por el derecho de las mujeres a abortar, y a continuación a quien defiende que la dignidad de la persona está más allá de sus capacidades.

Y digo que es contradictorio por el número de interrupciones del embarazo que hay en España cuando se detectan probabilidades de discapacidad, síndrome o malformación (no hablo ahora de violaciones o embarazos no deseados).

Las cifras de abortos dejan claro que aplaudimos la discapacidad en casa del vecino pero, en la propia, la mayoría opta por la «no inclusión» y esperar a que llegue un hijo «sano» y «normal».

Ya siento ser tan burra pero los datos hablan por sí solos.

El caso es que no quiero hoy juzgar si están en su derecho o no, ni si el aborto sí o el aborto no (aunque ya hablaremos más adelante). Hoy me fijo en la falta de criterio, no sólo de ese público sino de la sociedad española en general, y la mía en particular.

Y es casualidad, que hace poco leí estas palabras y creo que vienen al pelo en la reflexión de hoy: «La muchedumbre que grita y pide la muerte de Jesús no son monstruos de maldad, simplemente están sometidos a la masa. Gritan porque gritan los demás y la sutil voz de la conciencia es sofocada; la indecisión y el respeto humano dan paso al mal».Me las apunté porque me recordaron a mí misma y al mundo en el que vivimos; a lo rápido que nos dejamos llevar por la opinión pública, por la imagen, por lo que dicen los demás, por la comodidad, etc, sin preocuparnos demasiado en investigar si lo que oímos es cierto o no y pensar qué opinamos al respecto.

Y es cierto que cuesta, supone estar informados, leer, contrastar…; no lo voy a negar, yo soy la primera que no lo hago.

Pero tenemos inteligencia para usarla y no hacerlo tiene sus consecuencias: en la época de Jesús, supuso su crucifixión; ahora, supone otras muchas cosas.

Es curioso que lo sucedido en los Goya me haya recordado estas palabras que hacen referencia a la Pasión pero, no me negaréis, que veis el paralelismo tanto como yo.

¡Y aún tengo más!: «Verónica* es la imagen de la mujer buena, que en el momento difícil mantiene el empuje de la bondad. No se deja contagiar ni por la brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos.»

En ella veo hoy a Jesús Vidal. No tuvo ningún reparo en decir lo que llevaba en el corazón, por mucho que no supiera cómo iba a caer entre su público, por mucho que fuera el día más importante de su carrera, le dio igual. Y con sus palabras nos dio mucho que pensar a los demás.

Por eso yo le doy las gracias, por hacernos conscientes de nuestra realidad, de lo hipócritas e ignorantes que somos a veces. Esta vez ha sido con este tema, pero creo que nos pasa lo mismo con muchos otros.

Me viene a la cabeza la facilidad con la que, ante sucesos como el de Julen, las redes se llenan de comentarios y juicios acerca de lo que ha pasado o dejado de pasar. La difamación y la especulación llegan a limites insospechados, a veces incluso en personas buenas.

No nos dejemos contagiar por la actitud de los demás, tengamos criterio propio, espíritu positivo y rigor en nuestras aportaciones. Escribamos comentarios que hagan crecer a quienes los lean y que compartan la verdad.

Desde hoy me hago el firme propósito de sembrar sólo VERDADES a mi alrededor (va con mayúsculas porque estarán contrastadas y estudiadas); de volver a investigar la verdad de las cosas antes de opinar.

De dedicar un tiempo al día a forjar mi criterio de las cosas. A no creerme lo que lea en los medios, ni en las redes, ni en la televisión, ¡ni siquiera a lo que me cuenten los demás!

Voy a contrastar.

¿Os apuntáis?, ¿os pasa como a mí que os conformáis con «ir tirando» en lo que a actualidad se refiere?

*Verónica es una mujer que se acercó entre la muchedumbre a Jesús y limpió su cara ensangrentada con un paño

Algunas cosas sobre las que no tienes ningún derecho a opinar

Pensar distinto no hace a los demás ser mejores o peores que nosotros, simplemente los hace diferentes. Breve reflexión sobre el respeto y su importancia en el matrimonio

En una de nuestras primeras citas, que nunca olvidaré, mi querido marido se pidió unas pochas. Y, claramente, no pasaría nada si no fuera porque ¡estábamos a más de 30 grados! Durante muchos años no lo entendí, algo tan simple como eso me tenía loca: ¿¡Cómo puedes pedir pochas en pleno agosto!?

Cada vez que salíamos a comer o cenar por ahí, yo miraba el menú, sopesaba los distintos platos y elegía por regla general algo que en casa no íbamos a cocinar: bien por elaboración, bien por precio. Y de repente oía que él pedía: ¡pechugas de pollo!

Se me encendían las alarmas y empezaba la persecución: «pero cariño…, ¿pechugas?; si las comemos mucho en casa…, pero si son tiradas de precio…, ¿no prefieres el hojaldre relleno de carne y setas que es difícil de preparar?, las pechugas puedes comerlas mañana si quieres…».

El pobre acababa comiendo lo que yo le decía, imagino que sólo por no seguir oyéndome (¡y no me extraña!, ¡santo varón!). Menos mal que por fin, hace ya un tiempo, me di cuenta de que mis intereses no tenían por qué coincidir con los suyos.

Para mí, «elaboración» era lo primero; pero, ¿y si para el otro lo primero es el sabor?, o ¿¡el equilibrio en la dieta!?, o ¿el precio? Son razones igual de válidas para elegir qué comer.

Tus criterios no son siempre mejores que los de los demás

Lo bueno de esta anécdota es que me hizo reflexionar y extrapolarla al resto de aspectos de la vida: el color del coche, la forma de vestir, los libros, los hobbies, las series, vivir en el campo o en la ciudad, colegio público o privado, comprar o alquilar, …

Con frecuencia nos sentimos con derecho a opinar sobre las decisiones que toman los demás, «para ampliar sus miras» o «por si no se han dado cuenta» pero, sin querer, podemos estar tratando de imponer nuestros criterios, incluso creer que son mejores que los suyos.

Aún me queda mucho por aprender, pero he empezado por sonreír y alegrarme cuando mi marido pide pechugas de pollo, ensalada o pochas (en pleno agosto). Porque come lo que le da la gana, ¡sin que nadie (yo) le juzgue!, y es feliz.

Algo «tan simple» puede llegar a quemar la relación más perfecta así que os animo a esforzaros en respetar las opiniones de los demás, teniendo en cuenta que quizá sus criterios no sean los mismos que los tuyos.

¿Te ha pasado algo parecido alguna vez?